Entrevista : Juan Antonio Massone | ||
Por Edison Ahumada Sepúlveda ¿Qué hay de su vida en sus obras? Lo primero es estar vivo y darse cuenta de ello. A esa vida de hechos y de atención memoriosa, síguele la necesidad de transformarla en palabras, en idioma habitado y habitable. Es decir, los textos obedecen a un llamado que urge por hacerse comunicable. El vivir late en los escritos cuando, en el mejor de los casos, se alcanza a traducir ecos y hablas que perduran de lo biográfico. Por tanto, no son los datos en sí mismos los transformados en lenguaje, sino la significación o la estela que dejan en la sensibilidad, el verdadero manantial de la escritura. ¿Cómo han nacido sus libros? Algunos hechos intensamente vividos pueden ser el principio visible. En “Nos poblamos de muertos en el tiempo” (1976), mi primer poemario, se debió a la experiencia del morir de personas significativas: mi padre y algunos amigos. En Alguien hablará por mi silencio” (1978), el afecto sentimental contrariado permitió percibiera la grandeza y fragilidad de quien ama sin ser correspondido, y algunas connotaciones de dicha experiencia. En el caso de “Las horas en el tiempo” (1979) y “En voz alta” (1983), los motivos fueron variados. La consciencia creció respecto de la caducidad de la vida, de las injusticias y violencias, de la memoria que nos retrae a tiempos inolvidables, y también de las posibilidades de la palabra en su forja de mundo personal. ¿Dónde ubicaría usted el límite para diferenciar a los poetas buenos de los malos? Todo poeta debe alcanzar progresivamente un lenguaje con sello personal. A partir de ese lento cumplimiento la expresión cobra fuerza, credibilidad estética y conmoción humana. Pero esta tarea queda siempre incumplida. Nunca llegamos al absoluto de la perfección. Al menos, rara vez. Por eso mismo, somos todos aprendices. ¿Por qué escribió el ensayo “Pepita Turina o la vida que nos duele”? Conocí a la escritora y me llamó la atención la rotundidad de sus dichos y la fuerza con que exponía sus juicios. Me di a la tarea de leer sus cuentos dispersos en diarios y en revistas, así como sus novelas, y, sobre todo, sus ensayos. De tal experiencia de lector interesado en compartir, en cierto modo, mi descubrimiento de la obra de esa autora chilena, creadora de los Multidiálogos, nació el libro. ¿Cuál es el balance de su existencia? Interesante pregunta que, sin embargo, sobrepasa las posibilidades de una respuesta definitiva. Voy de camino y en los momentos postreros se iluminará, tal vez, el total de mi existencia, aquella que me donaron para que la desarrollara, junto a otros, en el tiempo. Usted ha dicho que le habría gustado conocer a Pedro Prado. En esa eventualidad, ¿qué le hubiese dicho? Efectivamente. En los escritos de Pedro Prado he vislumbrado la insaciabilidad de ser persona sujeta al tiempo y a la implenitud. Puestas las bases de algunas concordancias, le habría dejado hablar cuanto él hubiese querido. Más que preguntarle, hubiera escuchado sus palabras, y más todavía, el silencio que rodea a todo decir. ¿Cuáles son sus obsesiones? R. Varias de las que escribo: la fugacidad de la existencia, el anhelo de encuentro definitivo más allá del tiempo, el misterio del amor, la presencia activa de la belleza, las vacuidades de una sociedad que parece satisfecha de sí. R. Me siento identificado por contraste. No me vuelvo loco por las supuestas novedades ni aspiro a tener más que lo necesario e indispensable. Tampoco me prosterno delante de ídolos ni creo en los paraísos artificiales. Ya dije: tengo fe en Alguien e interés por lo natural como pueden serlo un abejorro, alguna maleza, los erguidos álamos, el recodo de una camino, las estrellas; y de la cultura: la creación artística, los desafíos de la ciencia y del pensamiento, los testimonios de vida, los vestigios, esas raras perduraciones en la memoria, el ansia de alcanzar el alba.
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