Biografía

Abel Osorio O. Nació en Santiago el 28 de Agosto de 1963, donde ha vivido toda su vida.
Estudió Dibujo Técnico y ha desarrollado su labor profesional en distintas oficinas de Ingeniería, por más de 20 años. Gran admirador de escritores latinoamericanos desde que, a los 12 años, llegó a sus manos "El último grumete de la Baquedano" de F. Coloane.
Participó en la Segunda versión de las Olimpiadas Deportivo-Culturales FESIN 2002 (Federación de Sindicatos de la Ingeniería), obteniendo el Primer Lugar en la categoría Cuentos Cortos. Desde ese momento, motivado por la buena recepción de sus letras, se ha dedicado a escribir breves cuentos, que comienza a compartir a través de esta página.

 

 

Rigoberto

En la quietud de la noche lluviosa, Rigoberto caminaba ensimismado por los últimos acontecimientos acaecidos en su vida; había descubierto a Isidora, su mujer, en la cama con Kevin, su primo; aquél con el que se crió desde la infancia jugando a policías y ladrones, por las callejuelas de su barrio pobre; los sorprendió cuando ella se montaba sobre su corpulento pero maloliente pariente, mientras le decía las mismas eróticas obscenidades que tantas veces la había dicho a él.
No entendía por qué.
Su gran amor se desvanecía y se iba por las desagües, que recogían las aguas de la copiosa lluvia, que no cesaba de caer, humedeciendo todos sus pensamientos y haciéndolos resbalar por todo su ser, hasta llegar a las alcantarillas infectadas de ratas, que aguardaban todos aquellos grandes momentos y recuerdos que el atribulado Rigoberto evacuaba, intentando sujetar su existencia para no convertirse en un estropajo humano; en un ser que deambulara por la vida, sin mas horizonte que esperar la muerte, lamentándose de lo poco afortunado que era.
No podía conformarse con perder de una pincelada, todo en lo que creía; en la única razón para esforzarse en llegar a casa.
Sin embargo, deseaba tenerla en sus brazos para besarla y amarla...y odiarla;
pero en sus recuerdos, el grito desesperado de su mujer, lo trajo violentamente de vuelta a la realidad; mientras en su mano derecha, sentía un hilo de sangre caliente que le bajaba desde el antebrazo. Al sentir esto, recordó la pelea con su traidor primo y cómo se habían enfrentado a cuchilladas.
Con esfuerzo, logró evocar los últimos minutos vividos. La suerte ni siquiera le dió la posibilidad de ultimar a su pariente; pues éste, le había dado dos grandes estocadas, dejándolo desmayado en el piso de su dormitorio. Cuando despertó, su pérfida amada, había desaparecido con su nuevo galán, llevándose los ahorros para comprar la casa y un par de maletas verdes que utilizaban en sus regulares viajes al puerto de San Antonio, de donde eran originarios los tres.
Rigoberto rompió en llanto, mientras seguía caminando bajo la lluvia, con sus heridas, avanzando por los adoquines brillantes, donde los postes parecían entender su dolor, entregando una tenue luz amarillenta.

 

 

Tu sonrisa (*)

El calor sofocante del vagón del Metro, es cortado por la brisa
de la apertura de puertas.
Subes tú, arrastrada por la muchedumbre, quedando frente a mí.
Tu pecho me presiona, atravesando mi corazón eternamente...
Estoy enamorado...
Me miras con tus ojos negros, como tu pelo y me paralizas.
Repentinamente, desciendes, mientras se cierran las puertas,
dejándome atrapado en el fogoso vagón.
Volteas, y sonríes, con mi vistosa chequera burdeo en tu mano izquierda;
intento llegar al freno, pero tu sonrisa sensual me detiene.
Confundido, te miro mientras te alejas...
Gracias, por destrozar mi corazón...y mi bolsillo.
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(*) Cuento ganador de la Segunda versión Olimpiadas Deportivo-Culturales
FESIN 2002 (Federación de Sindicatos de la Ingeniería), categoría Cuentos Cortos.


 

Dilema

Franklin levantó la copa y brindó con sus dos amigos del barrio, reunidos después de 10 años, en un bar de la calle Morandé; Juan Manuel y José contaban sus historias, sus hijos, sus aventuras.
De pronto, Juan Manuel el más regordete, infla su barriga, respirando profundamente; mira a José, el mayor de los tres, quién mueve su bigote amarillo de nicotina y abre los ojos desorbitadamente. Juan Manuel con una sonrisa, mira a Franklin que guarda silencio.
-¿Y tú Franklin, que nos cuentas? Siempre tan callado.¿Te casaste? ¿Tienes hijos?
Franklin respira profundo y envalentonado por el alcohol, comienza…
- Un día pasando frente a la biblioteca de la Universidad, en mi viejo escarabajo alemán, cansado por la jornada, oscurecía y un taxi detuvo mi andar, mientras tomaba un pasajero.
De pronto, sentí el llamado de mis intestinos; un cálido, profundo y silencioso pedo se
escurre por mi cuerpo…el aroma atraviesa el asiento y la fragancia invade el
vehículo en plenitud.
Repentinamente golpean el vidrio; asustado, miro quien interrumpe mi ritual;
¡Oh, no! era ella, Margarita mi delirio, mi sol, mi amor; aunque ella no lo
sabía, nunca se lo había dicho; cada vez que estaba cerca de mí, yo quedaba mudo.
Y pensé: Si le abro la puerta, no me hablará en la vida por cochino, por asqueroso…
si no le abro, tampoco, por despecho, me hablará y me despreciará. Es uno de los dilemas más grandes que me ha tocado vivir…

Los amigos, en un profundo silencio, esperaban el descenlace de tan curiosa historia, mientras Franklin bebía lentamente de su vaso y aspiraba el humo de su cigarrillo a medio consumir.
Juan Manuel no aguantó más y soltando una gran risotada dijo:
- Pero, ¿qué pasó?
Franklin lo mira y responde:
- Me dije a mi mismo, abriré la puerta y que sea lo que Dios quiera.
- ¿Y...? Preguntaron a dúo los dos compinches nerviosamente.
- Bueno, ella se rió a carcajadas. Han pasado cinco años y ya tenemos tres niños.

Los dos camaradas respiraron y rieron; e invitaron a Franklin a levantar las copas siguiendo festivamente su encuentro hasta que cerraron el local.

 

 

It’s now or never

Aquella noche, el pequeño bar de la calle Pedro de Valdivia, lucía como todos los días, ese grato ambiente de intimidad que buscan las parejas enamoradas, con suaves luces indirectas, pequeñas mesas con manteles a cuadros pulcramente ordenados, con suaves y melosas melodías de jazz; discretas cortinas que transformaban el romántico local en una isla para las acarameladas parejas legales e ilegales.
En la mesa que daba hacia el pasillo estaba Edwin y Ana María, un joven matrimonio que intentaba resolver sus diferencias.

-Pero gatita, no puedes abandonarme, recuerda todos aquellos momentos
que hemos pasado juntos. Le decía Edwin a su confundida esposa.

-Como la vez que nos conocimos…, cuando se te cayeron los calzones, mientras caminabas por la Alameda; y yo, amablemente los recogí y te los pasé…mientras los vendedores ambulantes se mataban de la risa.

Ella sonrió y dijo:
-Si , y yo estaba roja como tomate.

-¿Y nuestra boda? Replicó entusiasmado Edwin- ¿Cuántos en Chile tienen la posibilidad de casarse en Las Vegas, con un imitador de Elvis Presley cantando Tomorrow ? ¡It´s now or Never…!

-Y un Cadillac rosado, con asientos forrados en piel de Leopardo…teminó diciendo ella, completando ese lúdico momento.

-Sí, ¿Ves que te gusta recordar?
Lo que viste sólo pasó en tu mente…esa mujer solo es una compañera de trabajo; sólo la
estaba saludando por su cumpleaños.

-Pero es que yo…

-Gatita dame un beso- se apresuró a decir el nervioso galán.

-No me engañes chanchi, porque me tienes enamorada todavía.- le dijo la inocente Ana María mirándolo con sus enormes y cándidos ojos verdes.

-Mi corazón sólo es para tí, mi gatita, mi amor…

Edwin, con un respiro de alivio, pagó la cuenta y se despidió del barman entregándole junto a la propina, su libreta telefónica. Como tantas veces, el alcahuete barman la guardó
bajo la caja registradora, hasta que pasara la tormenta sentimental del infiel Edwin. La reconciliada pareja salió del bar, en dirección al centro de Providencia, abrazados y caminando calmadamente entre los añosos árboles del lugar.