Luciano Díaz


Sueño
                     No supe qué orden judicial
fue la que me obligó a llevarla hasta allí, a la sala de espera
de aquel inexpugnable y tenebroso recinto.
Trataba yo de reconfortarla, de consolarla,
pero mis palabras no me convencían ni a mí.
Aún podían verse restos humanos,
animales de toda especie caminaban como autómatas
con objetos metálicos y de silicona incrustados en sus cuerpos.
"Esta es la cuarta noche que sueño
este tipo de barbaridades", pensé;
pero al abrir mis ojos y mirar su rostro,
ella no estaba a mi lado en nuestra cama.
Ella y yo estábamos allí, lado a lado
en aquella sala de espera de aquel inexpugnable y tenebroso recinto.
Esa era la realidad.
Al enfrentarnos, el hombre nos dijo: ¿Qué flautas
hacen ustedes aquí?"
Mirome a mis ojos serios y dijo:
"Es hora de que se vayan, es hora de que ya salgan;
ustedes no pertenecen a este lugar..."
Se abrió la puerta y nos lanzaron fuera violentamente:
recogimos nuestras bolsas, nos sacudimos la ropa y sin creerlo,
nos lanzamos tímidamente a caminar sobre la planicie,
hasta que eventualmente, entre dos ríos divisamos
la murallas de una ciudad.
                     
La ciudad nos despertó
y sacudió de nosotros aquella pesadilla.
 
 

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