Homenaje

Jorge Luis Borges

 por Waldemar Dante

Borges era él y su literatura, que la escribía el otro Borges, que era él mismo. Sin embargo, como persona era de lo más normal, entretenidísimo. Solía contar historias que atribuía a la tradición oral: algunas de las cuales rescatamos aquí en su memoria, que es la memoria de la humanidad. Así es, queremos rendir homenaje en este Encuentro Virtual de Escritores en Lengua Española, al Borges de "El Aleph", que si pudo soñar una letra mágica, imaginársela, es porque en sí mismo existía "un lugar donde están, sin confudirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos".

 

Para excitar sus recuerdos de Beatriz Elena Viterbo, una mujer única, alta, frágil, deliciosa, muerta el 30 de abril de 1929, Borges visitaba todos los años, el día del triste aniversario, la casa donde ella vivió en compañía de su padre y de su primo hermano, Carlos Argentino Daneri. Es una costumbre que perdura hasta 1943, en que, demolida la casa con profundo pesar de Carlos Argentino (dolor aliviado seguramente por la obtención del segundo Premio Nacional de Literatura), el amigo evocador de Beatriz teme no poder librarse en lo sucesivo de la angustiosa obsesión de acudir siempre, con inútil afán, al lugar en donde estuvo el inmueble, sobre todo porque allí fue donde conoció la aleph. Pero la resignación y el olvido realizaron su obra corrosiva y la tranquilidad hubo de volver a su espíritu, no obstante que eran tardes, aquellas de sus 30 de abril conmemorativos, plenas de íntimas sensaciones y de retratos: Beatriz con antifaz en un carnaval, Beatriz el día de su boda con Alberto Alessandri, Beatriz en una cena en el Club Hípico, Beatriz poco después de su divorcio...

 

Carlos Argentino Daneri, "rosado, considerable, canoso, de labios finos", era, en rigor, un espíritu trivial, aunque apasionado; gesticulaba mucho y hacía versos, teniendo entre sus trabajos poéticos asuntos de gran envergadura, como aquel poema que titulaba La Tierra, en que describía el planeta embutiendo en el texto frecuentísimas muestras de su extensa cultura, "prestigiando" a la par su inspiración épico-lírica y el sentido universal de su obra: "Tal vez estaba loco", llegó a creer el fiel amigo de Beatriz, por un cierto 30 de abril, en que Carlos Argentino lo dejó encerrado en el oscuro sótano de la casa y en una postura incómoda, para que observase cierta rara maravilla. Cuando Argentino cerró la trampa, Borges -sumido en las tinieblas- pensó, súbitamente aterrado, que acaso el poeta tenía el propósito de dejarle morir en aquel subterráneo, para lo cual, antes de bajarlo, lo había preparado razonablemente, narcotizándolo con una copa de coñac del país. Pero pronto se tranquilizó, al ver, en efecto, y tal como se lo describía Carlos, el prodigio: era una pequeña esfera de dos o tres centímetros, tornasolada, de increíble luminosidad, llena de espectáculos vertiginosos, continente de todo el espacio cósmico, en la que cada cosa podía verse desde todos los puntos del universo.

 

Borges vió allí la poética unidad de cuanto en el mundo existe: el mar, el alba, la tarde, las muchachas de América; Londres en forma de laberinto roto, las baldosas de un patio remoto en su memoria, vapor de agua, un campo de magueyes, convexos desiertos, una mujer inolvidable, un poniente en Querétaro, tigres, sombras oblicuas, espejos, una playa del mar Caspio, cartas obscenas que Beatriz había escrito a Carlos Argentino, dos lobos amándose en un amanecer, la circulación de su propia sangre; en fin, en la esfera vio al inconcebible universo.

 

Cuando el espectador de tan pasmosa magia acierta a levantarse, oye a Argentino que bromeaba ubicado en el punto mas alto del subterráneo, y le preguntaba si hubo visto bien todo, en colores: "Si", responde Borges; dice que estaba realmente formidable todo y le agradece la hospitalidad de su subterráneo. Pero le aconseja que aproveche que van a demoler la casa para alejarse de la gran urbe y marcharse al campo, "ya que todos dicen que el campo rehace la salud". Respecto a la esfera maravillosa, se negó en absoluto a discutir.

 

La aleph, es la primera letra del alfabeto hebreo: no puede ser articulada pero es la raíz, el principio, de todo lo articulado. Incluye a todas las otras letras. Suma toda posible comunicación humana, toda expresión del universo, es la vida misma. Los cabalistas dicen que encierra en su forma todo lo que se ve y todo lo que no se ve. Es tan poderosa su fuerza que cuando Dios entrega los Mandamientos, la aleph de Anokhi, "yo", la concluye demasiado abrumadora para el pueblo, y debe Moisés, por la inspiración divina, dictar los preceptos en una estructuración humana del lenguaje de Dios. De lo que deducen que las letras no sólo sirven como medio de comunicación sino que también son energía pura, cuya mayor intensidad se da, por lo tanto, en la aleph.

 

En el Zohar o Libro del Esplendor, un tratado de filosofía cabalística de autor desconocido que se cree fue escrito entre el siglo III y el IV de nuestra era, se lee que las letras que responden a la forma gráfica de la aleph se refieren a los elementos fuego, agua y aire. En la misma introducción de esta obra, a la cual los místicos otorgan calidad de sagrada, se narra una lucha entre todas las letras para obtener el honor de ser la primera letra; finalmente ocupa este sitio la aleph, pues esta encierra "el secreto de arriba y de abajo y todos los misterios de la fe dependen de ella. Por eso es su valor uno. Y todo es aleph. Mientras esta letra flotaba por los aires, mil cien mundos se dividieron para ser contenidos en ella. Y las otras letras fueron modeladas a partir de ella y ella se coronó con una corona formada por todos los mundos".

 

Alguna vez pregunté a Borges por el diseño gráfico con que él ubicaría una aleph y dijo que esta letra tenía la forma de un hombre suspendido en el aire, con sus brazos extendidos: uno apuntando a las estrellas y el otro a la Tierra. El solía comentar que su cuento El Aleph era "nada más que una historia de amor, escrita como excusa para nombrar a Beatriz Elena Viterbo", una mujer que realmente existió en su vida y a la que él amó sin esperanza:

 

<Imagen: Jorge Luis Borges>Un día que lo visité en su casa, llegué cuando él, justamente, se aprontaba a salir. Me indicó que lo acompañaría a una reunión en casa de un hombre culto y generoso, a la que insistentemente le habían pedido concurrir. Fuimos caminando y no era lejos. Después de entrar, estrechamos la mano de cada uno de los presentes, nos sentamos donde se nos dijo y comimos lo que nos sirvieron. Borges jamás intervino en la conversación. Terminada la reunión susurró sus agradecimientos al anfitrión, y tomamos el camino de vuelta a la casa del bibliotecario de Babel. El no se refirió en ningún momento a la reunión o sus invitados. Nada tampoco dije, sin embargo, percibí que todos esperaban que él les impartiese algo de su sabiduría; algunos se habían jactado de que él participarara en esas reuniones de amigos, dando a entenderle que su compañía les brindaba una especial distinción.

 

Al día siguiente, de acuerdo a sus indicaciones, fui a buscarlo y sucedió igual, concurrimos a la misma casa no lejos, y Borges no cambiaba su actitud de extrema reserva, quizás si pensaba que había entre ellos infiltrados Peronistas, negándose sistemáticamente a hablar. Observé con disimulo a los otros invitados, y presentí que casi todos se sentían incómodos con nuestra presencia. Era evidente que él se daba cuenta, porque la situación era obvia, pero no hacía nada por armonizar con el ambiente; no aportaba siquiera un proverbio tradicional. Sentí que era mi deber comentarle algo al respecto y, cuando volvíamos, le dije que cualquier cosa que oyeran de él esas gentes, llegaría a significar una parte entrañable de sus mismas vidas. Luego de un largo silencio, en que temí haber sido indiscreto, respondió que volveríamos al otro día. Y fuimos y Borges habló. Con palabras cortadas por un lento movimiento de mandíbulas, peculiar a él, dijo:

 

- Yo los invito a todos a mi casa. Iremos caminando. Cenaremos juntos.

 

La súbita invitación causó revuelo. Algunos supusieron que su conducta anterior había sido una prueba. Oí a otros murmurar que por fin Borges les compensaría la paciencia con que habían soportado su actitud. Incluso, dos, se alertaron entre sí: "¡Cuidado. Quizás sólo busque convencernos!". Pero fueron todos. Y cuando llegaron a la casa del bibliotecario de Babel, como decíamos en broma a Beppo el gato de Borges, vieron en realidad que era una casa de gran magnitud porque abarcaba desde la terraza sobre la calle Maipú hasta el mismo río de la Plata; escaleras interminables bajaban a lo más recóndito de lo interior desde cada final de pasillo, que nadie podía imaginar siquieran adónde llevaban; desde los pisos más altos se podían ver ventanas que divisaban en todo su porte los enormes gomeros de la Plaza del Retiro, otras aún más altas daban a todo el cielo de Buenos Aires...los visitantes quedaron atónitos.

 

En verdad, también fue aquella vez la primera ocasión en que fui invitado a traspasar el laberinto, aunque me mantuve siempre como observador, ubicándome lo más discreto que pude a un lado de los invitados formales. El caso es que, ya inmediatamente cruzando la escalera con las soberbias formas de cobre, recibe la atmósfera pura claridad de luz, que él veía amarilla. De la enorme estancia principal partían pasadizos en todas las direcciones, seguimos a Borges que parecía crear todo sólo por el efecto de su pura voz, y vimos que en todas partes había estudiantes practicando ejercicios y tareas, hombres y mujeres que supuse discípulos por la enorme admiración con que levantaban sus ojos hacia él buscando su aprobación. Los llevó por las salas de contemplación, donde gran número de personas de distinguido aspecto, se levantaban respetuosamente para saludar la llegada de Borges con inclinaciones de cabeza. Los llevó por las cámaras de voces, donde otros discípulos repetían antiguas plegarias y olvidados mantras, y en un costado varias mujeres entonaban cristalinos cantos y ocultas oraciones de sonidos maravillosos al oído, que, seguramente, luego decían a sus hijos. La cena fue indescriptible y los invitados supieron que se habían sobrepasado todas sus expectativas. Al instante le solicitaron que los aceptara como discípulos. Pero, a todos, él respondía:

 

- Mañana, espere a la mañana.

 

Y la mañana llegó porque todo sucedía rapidísimo, pero los visitantes no despertaron en las cómodas camas que se les habían ofrecido, sino que se encontraron dispersos durmiendo en el suelo de un horrible edificio arruinado. Ya no habían las fabulosas hileras de libros con lomos dorados ni las fuentes ni alfombras de muro a muro ni nada. Todo era de espanto.

 

Algunos decían abiertamente que Borges, quizás con qué extraña magia, los había engañado para reír de ellos. Otros se felicitaban a sí mismos al desenmascararlo: insinuaban que había puesto algo en la comida o la bebida, que, es cierto, había sido abundante, pero que, afortunadamente, el efecto había cesado antes que cumpliera quizás qué pérfidos propósitos...De repente, como apareciendo de la nada, Borges se presentó y dijo:

 

- Volveremos a casa.

 

Y repitiendo en voz alta una, al parecer, antigua frase cabalística, todos nos encontramos otra vez en la casa de Borges que cuidaba el bibliotecario de Babel. Los invitados incrédulos se sintieron arrepentidos, pues creyeron que las ruinas eran ficción y ahora estaban en la realidad y todo una prueba, nada más. Oí a dos de ellos musitar: Con que sólo nos enseñe cómo hacer esto, venir habrá valido la pena...En eso, Borges repitió en voz alta otra antigua frase y, al instante, todos nos encontramos otra vez en la reunión en casa del hombre culto y generoso, de la cual, en verdad, nunca habíamos salido. Miré al viejo Borges, y continuaba sin decir palabra. Todos lo contemplaban, inquietos, y todos oímos una voz hablar, sin que él siquiera moviera los labios:

 

- Nada yo te podría enseñar, sólo ilusiones...

 

Volvimos a esa casa otras veces, pero él siempre se negó a hablarles. Un día, simplemente, dejó de asistir a esas reuniones.

 

A Borges le divertía poder ser muchos a la vez, por esto, quizás, fue que se dedicó a las letras, aunque temía a veces no ser ninguno de cuantos era capaz de reflejar. Solía decir este cuento que narro como recuerdo:

 

En un gran banquete en cierto país monárquico, cada cual estaba sentado según su jerarquía, aguardando la aparición del rey. En eso entró Borges, un hombre común, de aspecto mísero por su ceguera y sus años. Sin embargo, fue a sentarse en el trono del rey. Su actitud desconcertó a todos, pero nadie atinó a hablar, excepto el Primer ministro, quien, obviamente, no era lector de Borges, pues secamente le ordenó identificarse. ¿Era un embajador? No: más. ¿Era un ministro extranjero? No: más. ¿Era un enviado del rey? No: más.

 

- Más alto de quienes he nombrado, sólo está el rey -dijo irónico el Primer ministro-. ¿Es usted, acaso, el rey?

 

- No; por encima de él.

 

- ¿Es entonces Dios? -preguntó ciertamente molesto.

 

- Estoy aún más allá -respondió Borges.

 

- ¡Nada hay más allá de Dios!

 

- Yo soy esa nada -terminó.

 

¡salve Borges!