Historias del Guije: El verdadero amor

Por Alfredo González

Cuba

 

Hoy, el más joven de los nietos de la vieja Ofelia, llega al río en su

yegua mora. Es un mocetón trigueño de pelo rizado y ojos soñadores. Tiene

una cita con una mujer que lo espera oculta en el cayo de almacigos y

caimitillos. El esconde a la yegua entre las yerbas, y se abrazan

apasionadamente. Yo los observo atónito. ¡Esto sí que no me lo pierdo!

Se van al monte, me vuelvo invisible y los sigo de cerca. Caminan cogidos

de las manos por el cauce del arroyo seco, se detienen bajo el gran júcaro.

El hombre la estrecha entre sus brazos, después, sin más preámbulos, se

quita toda la ropa y camina desnudo frente a ella con el falo erecto. La

mujer le mira el cuerpo velludo, admirando el miembro de su hombre.

Ella también se quita la ropa de un tirón y se pasea frente los ojos

desmesurados del más joven de los nietos. Se miran con ganas de comerse

vivos y se tumban uno sobre el otro en la hojarasca húmeda del monte firme.

 

Ella es perfecta con su cuerpo moreno y su cabellera negrísima que le cae

en borbotones sobre los hombros. Tiene abultados de deseo los pechos, y

una mata de pelo oscuro en la pelvis que es como un monte negro en la

extensa llanura de su cuerpo.

El tiene el torso musculoso y el amplio pecho cubierto de oscuro vello;

luce magnífico paseando su abundante masculinidad bajo la frondosa maleza

del monte, testigo mudo, cómplice obediente que para siempre guardará el

secreto.

El amor les enciende la sangre, ella lo mira a los ojos, él le toca los

pezones con las punta de los dedos. Aunque están enamorados desde hace

mucho tiempo, sus familias se oponen a la unión por viejos odios. Aluden a

la poca fortuna del más joven de los nietos, y quieren casarla con un viejo

hacendado rico, que la mujer desprecia. Pero a ella no le importa la

herencia de las fincas ni las riquezas; a ella le arde la sangre cuando él

respira cerca y tiembla de excitación al contemplar el miembro de su hombre

que se yergue erecto.

El la desea en sueños y cuando está despierto y no encuentra ninguna razón

para no poseerla, por eso hoy se juntan en la soledad del monte para

entregarse sus cuerpos y romper los odios de las viejas generaciones con el

fuego del amor eterno. Se aprietan, se cubren de besos y se revuelcan entre

las hojas secas, y cuando estoy dispuesto a presenciar el acto sublime del

amor, ella deja escapar un alarido ensordecedor que hace a todos los

pájaros levantar el vuelo al mismo tiempo, oscureciendo el sol. Entonces

me pierdo lo mejor del cuento porque cuando soy invisible no puedo ver muy

bien en la oscuridad.

 

Cuando la luz regresa están sudorosos y llenos de hojas, ella lo abraza y

lo besa. El más joven de los nietos, todavía con el falo erecto suspira

hondo.

Después me siento culpable por estar expiándolos y levanto el vuelo. Estoy

contento, pues nada me complace más que el verdadero amor. Ahora, ya ella

será para su hombre, porque nadie se casará con una que no es virgen. ¡A

los guajiros les importa mucho el virgo! Entonces perderán la dote, y se

quedarán con su amor como único tesoro, el que vale más que las herencias,

las fincas y las riquezas.

 

***

 

 

Historias del Güije: El rescate de Jacoba

 

 

La mañana amanece oscura y una ventolera negra doblega las guásimas en el

potrero. Las nubes grises pasan raspando el muro de la represa. La

llovizna es fina, constante, por ratos aumenta sin llegar a ser aguacero.

La corriente crece cada vez más, ya casi llega hasta el pie del árbol donde

está mi flor. El cielo se ha puesto lívido por la terrible tempestad que

se apresura a darle paso al ciclón.

Me voy a inspeccionar los alrededores del río. Las aguas corren rápidas,

arrastrando todo a su paso, el muro de la represa ha desaparecido bajo la

inundación y sólo se puede ver en su lugar un gran remolino donde las aguas

desaparecen como en un abismo. Un viento negro arranca de cuajo las ramas

de los árboles, los pájaros son arrastrados por el vendaval, y la lluvia

cae persistentemente aumentando por minutos la tremenda fuerza de la

corriente. El Creador desata su fuerza poderosa sobre el monte a través de

la furia de la madre naturaleza.

Me preparo a pasar el ciclón en el hueco de un viejo árbol, antigua

madriguera de jutías congas, entonces recuerdo a la vieja Jacoba, que vive

en la loma, más allá del río.

Levanto el vuelo tratando de divisar la casucha en la oscuridad, pero no

veo nada. Por mucho rato vuelo alrededor sin encantarla. Entonces miro a

través de mi ojo astral. A éste no lo afecta el ímpetu de los elementos. Y

efectivamente detecto el rasto del bohío en el mundo etéreo.

La casucha está destartalada pero resiste, todavía en pie, el imponente

impacto de la galerna. El viento zarandea las paredes con fuerza y la

vieja Jacoba, agazapada frente a la imagen de la Caridad del Cobre, reza.

Las velas se le apagan constantemente por el viento que entra por las

rendijas. Allí, arrodillada, la vieja espera por la merced de la Virgen.

De pronto, una ráfaga arranca el caballete y el bohío se estremece

amenazando con saltar por los aires de un momento a otro. La vieja Jacoba

implora frente a la Virgen, encendiendo las velas. Estoy desconcertado, no

sé qué hacer para salvar a la vieja Jacoba de la furia del huracán.

Entonces la Virgen me llama al pie de su imagen. Me encomienda a que vaya

a pedirle ayuda a Alfredo, uno de los hijos de la vieja Panchita.

Mientras ella permanece allí para proteger a la vieja Jacoba de los odios

de la naturaleza .

-Háblale al oído -me dice la Virgen- él te entenderá.

 

El bara-en-tierra que es como un bohío sin paredes, chato y construido en

una loma, ofrece el mejor refugio para pasar el ciclón. La isleña Panchita

prepara una sopa de gallina para levantarle el ánimo a sus hombres. Los

hijos miran por la rendija vigilando la casa vivienda que desafía aun los

fuertes vientos de la galerna. Allí están los hijos de la vieja Panchita,

todos mocetones y fornidos; se calientan las manos en el fogón de leña y

toman un trago de ron de vez en cuando.

-¿Cuál será' Alfredo? -pienso.

Entonces me le acerco a uno de los más jóvenes, que tiene la mirada

astraida. Me le planto enfrente, Alfredo se queda absorto.

Le miro profundamente a los ojos verdosos.

-Alfredo, ve a salvar a la vieja Jacoba, te protegerá la Santísima Caridad

del Cobre -le digo.

Alfredo se incorpora y bebe un largo trago de ron.

-¡Carajo, -dice-nos olvidamos de Jacoba!

Panchita sirve la sopa. Alfredo se le acerca.

-Mamá nos vamos a buscar a la vieja Jacoba. Ya el

ciclón le debe haber tumbado el bohío -le dice Alfredo.

Panchita no dice nada. Mira a su marido por encima del humo del fogón de

leña.

-Dile a tu padre y que la virgen los salve -dice al fin.

Enrique es un gallego cincuentón, todavía con músculos de acero. Preocupado

por el futuro de su colonia, fabrica nudos. Permanece en silencio, después

de escuchar al hijo.

-El ciclón ya está aquí, la represa estará echa un mar -dice, mientras

acompaña a sus hijos hasta la puerta del bara-en-tierra.

-Llévense a Lucero y a la yegua mora, y que Dios los guarde -despide a

Alfredo y a Lile.

 

El viento ha derribado ya algunos árboles y la lluvia es fuerte. Yo me le

siento en el hombro a Alfredo y voy guiándole el potro de las riendas, por

la tierra firme.

El viento azota fuertemente y las bestias se resisten a andar. Alfredo

castiga a Lucero con las espuelas. A duras penas avanzamos por el potrero.

 

La represa se ha convertido en un mar de aguas sucias y turbulentas, sólo

los árboles más fuertes aun se mantienen en pie, el agua llega más allá del

borde del potrero. Lucero se resiste a entrar al río. La corriente es

fortísima y la bestia se para en firme. Tiene los ojos desorbitados por el

miedo. Sabe por su instinto que aquellas aguas revueltas pueden tragárselo

para siempre. Pero Alfredo lo castiga sin piedad con las espuelas. Lucero

está aterrorizado.

Volando bajo, yo lo guío por el cruce más corto del río. Lile nos sigue de

cerca, su yegua mora, más ducha en estos menesteres, resiste serena el

tremendo impacto de la corriente.

Llevo al potro por entre las tumultuosas aguas. Al alcanzar tierra firme

nos detenemos, me oriento de nuevo con mi ojo astral, y diviso a lo lejos

los restos del bohío de la vieja Jacoba.

El viento se lo ha llevado todo. Sólo la pared de dónde cuelga la imagen

de la Virgen se mantiene en pie. A esa no se atreve a tubarla la furia de

los elementos. Allí, frente a la pared temblorosa, la vieja Jacoba,

agasapada como un polluelo, tiembla.

Alfredo la levanta en peso, se la pone al frente de la montura y nos

encaminamos de regreso.

-Yo sabe que mi yijos no me abandoná -dice la Jacoba en su lengua inculta

de negra vieja.

La represa ha crecido aun más. Los grandes árboles ceden uno a uno a la

tempestad. Lucero se mete hasta el pecho en la corriente, yo lo guío por

el laberinto de las aguas negras. El animal tiembla y se queda como

paralizado por el miedo. Le jalo de las riendas desesperadamente, Lile

grita, Lucero se hunde. De pronto emerge y se vuelve a hundir, llevándose

consigo a Alfredo. Jacoba ha desaparecido, vuelo alrededor tratando de ver

debajo de la corriente, pero todo está muy oscuro. Entonces el espíritu de

la Virgen, que nos sigue de cerca, nos manda un rayo largo que ilumina todo

el monte y bajo a las aguas negras a buscar a Alfredo.

Lile detiene a la yegua mora y escudriña la corriente, hasta que descubre a

Alfredo, que nada desesperadamente con un solo brazo, mientras arrastra a

la vieja Jacoba. Yo los empujo hacia la superficie con todas mis fuerzas.

Así logran montarse a la yegua mora mientras el río, enfurecido, se nos

aferra tratado de cobrar su presa. Entonces la Virgen empuja a Lucero a

las profundidades de la corriente, entregándoselo como ofrenda.

-Llévate al animal!-le ordena.

 

Ha pasado una hora, Panchita no se aparta de la rendija del bara-en-tierra;

ve cuando el ciclón se lleva la casa vivienda pero no le importa. Sólo

piensa en sus hijos.

-Virgencita, Virgencita, salvame a mis hijos -con lágrimas en los ojos

implora la vieja Panchita.

Un rato más tarde, Alfredo entra en el bara-en-tierra trayendo en sus

brazos a la vieja Jacoba.

Panchita la envuelve con ropas secas. Pálida y sin aliento, la negra vieja

tiembla entre las mantas.

-Yo sabé que mis yijos no me abandoná, comadre -dice la vieja Jacoba -Que

Dios siempre me los vendiga, caray.

Alfredo se le acerca al padre.

-Perdimos a Lucero, papá -le dice, anegado en lágrimas.

-Que en el se ensuelva -contesta Enrique- no es bueno llorar por un animal,

hijo, cuando el río pudo haberse llevado a un cristiano. Démosle gracias a

Dios por estar todos vivos.

A pesar de todo Alfredo, llora en silencio la muerte de su potro, para los

guajiros el caballo es como parte de la familia.

Entonces yo, convido por aquellas lágrimas de hombre, me le siento al

hombro y le canto al oído una canción de monte. Después, cuando lo veo

sonreír, ya estoy contento y me tiro a dormir entre unos sacos viejos en el

bara-en -tierra de los González.

 

 

***

 

 

CUBA

 

 

Mi querida isla de tierras ardientes

Trinar de sinsonte y dulzor de cañas

Mi alma añora tus arenas calientes

Tu arrullar de palmas y tus montañas.

 

Ausente guajira de tus lomeríos

El perdido aroma de tu cafetal

Murmullo ido de tus caudalosos ríos

Verdadera causa de todo mi mal.

 

¿Dónde están?...Flores blancas de tu serranía

Hermosas playas con su transparencia.

¡Mi corazón sufre melancolía!

 

Querida patria, ayer mi vida fuiste

Hoy sólo lejanos recuerdos eres.

¡Ay pobre de mí!... desterrado y triste.

 

 

De mi novela Testimonio de un Emigrado

 

***

 

El Corredor de cielos

 

Con una estrella bajo el brazo

anda el corredor de cielos por el firmamento.

 

Lleva el brillo de la eternidad en sus ojos.

La sonrisa iluminada con la luz divina.

 

En su diestra lleva el amor.

El odio en su siniestra.

 

Sobre la tierra posa su fantasmal figura.

 

Se mira la diestra.

Se mira la siniestra.

 

 

El amor, maravilla rara de valor genuino.

El odio, pesada carga de pasión rendida.

 

Lo tienta el odio.

El amor lo inspira.

La dualidad lo instiga.

 

Su diestra es suave.

Dolorosa su siniestra

 

El amor le inflama el alma

El odio le hiere la mejilla.

Cabizbajo, en su decisión vacila.

 

Entonces, se le nubla la eternidad de sus ojos

Palidece la estrella en su axila...

Y no vacila más.

 

El corredor de cielos abre su siniestra.

Deja caer al odio.

 

Se pierde el horizonte en la eternidad de sus ojos

La luz de su estrella le enciende la axila...

Y ligero de carga se va corriendo cielo arriba.

 

***

 

 

Oráculo

 

Pregúntele yo a Orumila

Porque encontrábame malo

si me llevaría la muerte

para el hoyo del enano.

 

Y me respondió Orumila hablando entre caracoles:

 

Te colgaran los pellejos

antes de bajar al hoyo

quien trabaja para Olofin

mucho maíz le echa al pollo.

 

 

****

 

 

ACADAMEDIASIS

 

(Para un colega arrogante y criticón)

 

Afirmam las academias

que mi poseía es coja

que pululan las blasfemias

y que mi métrica es floja.

 

Que no sé usar el cuarteto

ni del terceto tampoco;

y hasta con el soneto

que yo siempre me equivoco.

 

Que mi verso es sólo ripio

de ínfima calidad.

Que no existe nada limpio.

¡Verdadera atrocidad!

 

Pero si la oda mía

lleva auténtica emoción...

Mi híbrida poesía

tiene su retribución.

 

Si a pueblo menospreciado

en el corazón alcanza

hacia el poeta injuriado

se inclinará la balanza.

 

No importa que yo padezca

de crónica acadamediasis

siempre que mi poesía ofrezca

en ese desierto, oasis.

 

***

 

 

Mis versos sencillos

 

Yo digo como el Apostol

sin tener pena ninguna

que con mis versos sencillos

tienes más que una fortuna.

 

Y como Martí yo quiero

decir lo que me acongoja

acusando al hombre malo

no hay que tener mano floja.

 

Yo soy un cubano fiero

nacido entre ciguarayas

y antes de morirme quiero

acabar con los canallas.

 

Mi verso es un surtidor

entre flores escondido

Mi verso es genuino amor

de pasiones encendido.

 

Mi verso es de azul turquí

entre montañas y llanos

Peleó por él el mambí

y el guajiro con sus manos.

 

Estando yo recostado

debajo de la maleza

se me apreció un soldado

armado de pies a cabeza.

 

Tumbó el árbol de mi sombra

Sacó las aguas del río

y acabó por obligarme

a dejar lo que era mío.

 

Andando por tierra extraña

moderna y bien pertrechada

pongo cara de feliz

pero es la pura fachada.

 

Porque en el fondo del alma

anda mordiendo mi pena

el hombre que no tiene patria

dura y triste es su faena.

 

Es verso de un desterrado

que añora y ama a su tierra

como en la jaula encerrado

el sinsonte de la sierra.

 

El amor del fiel patriota

que nunca olvida su suelo

es como la gaviota

que se muere sin el cielo.

 

Siempre recibí en la vida

amenazas y quebrantos

desgracias incontenidas

y aterradores espantos.

 

Hubo quienes me juzgaron

y me condenaron otros.

Muchos que me amonestaron

pero me ayudaron pocos.

 

Así se pasa la vida

alegrías y quebrantos.

El que tiene un falso amigo

siempre termina con llantos.

 

Mas, desesperadamente

he seguido con mi empeño

hasta corregir los males

que aniquilaron mi sueño.

 

Aunque soy hombre ilustrado

en letras bien entendido

soy guajiro cepillado

que a la ciudad se ha venido.

 

El guajiro en el bohío

ve pasar los gobernantes

su vida llena de hastío

sigue igualita que antes.

 

Ay guajiro gente inculta

que no sabe si la O

mas, sabiduría oculta

la madre tierra le dio.

 

Y sin ponernos de acuerdo

hasta irnos a la tumba.

El hombre humilde progresa

El arrogante, en penumbras.

 

Con arrogancia criolla

poblanos nos aseguran

y para corregir los males

arman otra dictadura.

 

El que siembra su simiente

en tierra perdigonosa

pierde el sudor de su frente.

No es cosecha prodigiosa.

 

 

***

 

El Poeta y el Tirano

 

(Contra la censura)

 

 

En el templo del oprobio donde reina el vil tirano

El poeta llora en verso la tragedia de su pueblo esclavizado.

En la mazmorra es preso, a la piedra encadenado.

Los esbirros lo torturan con torturas de inhumano.

 

¡A reescribir sus versos ha ordenado el vil tirano!

 

Cansados de tanto torturar al maniatado

Los esbirros marchan a informar a su tirano.

"El poeta no cumple con tu orden" -dicen los soldados.

"Palabra no sale de su boca. Con valor resiste los maltratos."

 

¡De incapaces y cobardes mi templo es lleno! -blasfema el vil tirano.

¡Apartaos imbéciles soldados! ¡Yo mismo le haré cambiar sus versos!

 

En la oscuridad de la mazmorra se enfrentan el poeta y el tirano.

 

¡Poeta de pueblo hambriento! Contra mí, revelarte has osado.

¿Sabes que tus versos amenazan el imperio de mi mano?

¿Por qué te resistes a cambiarlos? ¡Cómo pájaro indefenso he

 

de matarte!

¡En la tumba con tus versos he de enterrarte!

 

 

Desde la piedra ensangrentada el poeta le responde al vil

 

tirano.

He de morir mejor que vivir en el templo de tu oprobio.

Para siempre estará mi sangre entre tus manos.

Mi verso vivirá para contar los horrores de tu odio.

A ese no podrás matarlo, vil tirano.

 

(C) 1998

Alfredo González, Chicago, USA