Homenaje

Juan Rulfo

Rendimos ahora en este Encuentro Virtual 1998, un homenaje al creador de "Pedro Páramo" y "El llano en llamas".

 

DON JUAN RULFO DIJO HABER LEÍDO DEL GÉNESIS AL APOCALIPSIS:

 

"LOS HE LEÍDO Y LOS HE VIVIDO"

 

Por Waldemar Dante

 

 

Estimados amigos, diré, rozando al menos, que en los relatos de Rulfo, el conflicto central descansa en el poder aplastante de la vida, incluso más allá a través de la aplastante posibilidad de la inmortalidad. Sus personajes están fundidos a la geografía como se funden las ciudades en la niebla. Pocos de sus protagonistas tienen contornos nítidos, la riqueza de ellos proviene de la más primitiva naturaleza, son seres en la más pura intuición, aterrorizados y, sin embargo, vivos a pesar de sí mismos, tienen formas borrosas, creyentes al extremo en supersticiones, viviendo en pleno ensueño. El color de la obra de Rulfo es el de la hora en que se une el atardecer a los primeros jirones de la noche, donde todo parece milagrosamente vivo. Sus protagonistas se mueven naturalmente en la sombra o en la luz infernal, así furiosos ora doblegados por el amo. A mi parecer, en nuestro idioma castellano, sólo es posible encontrarle paralelo en María Luisa Bombal, de quien ya antes nos hemos referido.

 

La habilidad de Bombal y Rulfo para entrar en el más allá  y moverse en el inframundo con absoluta libertad, es análoga. Es raro otro autor con ese toque mágico, con esa vibración misteriosa, en que lo irreal alterna sobremanera todo lo que roza, y ésto sin recurrir a desorden alguno o a intencionado caos: su mérito está, además, precisamente en lograr esta conexión entre lo que es y lo que no es en manera absolutamente lógica y racional, o sea, el de ellos es el prodigio de crear una estructura ordenada del desorden, un mundo que sobrepasa las fronteras de lo racional, conjurado con un poder invisible, con un alma explicada por simples datos reales; lo llamado "realismo fantástico".

 

Lo real-y-mágico en literatura rompe con la convención de mantener al tanto al lector. Los protagonistas-narradores no cuentan la historia completa, sino que viven impulsados por el recuerdo incesante o por el estímulo de la circunstancia; muchas acciones quedan ocultas en el pasado de la narración; mucho se obvia o se insinúa fugazmente; sin embargo, lo que ignoran los personajes de Bombal y Rulfo, lo que no recuerdan o no consideran importante relatar, ocupa su propio espacio en la historia; son estos vacíos o huecos o hoyos negros, si se puede decir así, lo que los hizo novedosos, porque están inventados en forma tal, que, de inmediato se presintió que añadían un nuevo misterio a las letras. El silencio en sus criaturas está poblado de susurros; es el silencio del deseo y la conciencia de la muerte, de la infinita pretensión humana en el espacio pequeño en que, quieta, se mueve. Son narraciones que no encierran un sentido único sino que se abren constantemente a las interpretaciones del lector. Por esta indeterminación que plantean los vacíos negros es que la crítica ha leído a Bombal y a Rulfo en formas diferentes, incluso excluyente, en la posibilidad de lecturas que resisten a todas. Es la razón del desconcierto que produjeron al editar sus obras antes de que formalmente se hablara de realismo fantástico, cuando la crítica se preguntaba: "¿Dónde ubicar estas obras?". Luego se supo: en todas partes y en ninguna. Pero, al margen de este mecanismo, de lo más interesante, se debe sumar el fatalismo con que los protagonistas de Bombal y Rulfo aceptan su destino, de allí viene que la muerte aletee siempre entre sus páginas, la muerte que ellos ven como desplazada en la memoria, como arrinconada, como lo ineludible, lo sin vuelta que darle...

 

En "Anacleto Morones", uno de los cuentos que forman "El llano en llamas", leemos:

 

"Por eso, al pasar Remigio Torrico por mi lado, desensarté la aguja y sin esperar otra cosa se la hundí a él cerquita del ombligo. Y allí la dejé...Hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró lástima. Por eso aproveché para sacarle la aguja de arriba del ombligo y metérsela más arribita..."

 

Los creadores del realismo fantástico tienen una visión del mundo que siente la muerte como realidad cotidiana. El hacha de la muerte está  por todas partes. Juegan con la muerte a las escondidas, la ignoran y se rien de ella, pero la temen. Rulfo dice que en el "Pedro Páramo" todos los personajes están muertos: "La historia comienza narrándola un muerto que le cuenta a otro muerto, es un diálogo entre muertos en un pueblo muerto". ¿Y no es, acaso, "La amortajada" el pensamiento de una mujer dentro de su catafalco?. Una muerta que habla para la que Bombal determina inmovilidad absoluta, total resignación al sino: "Lo juro. No tentó a la amortajada el menor deseo de incorporarse. Sola, podría, al fin, descansar, morir".

 

Este aspecto de sus literaturas es cierto que, al margen del folklore, denuncia esa forma del ser marginado del siglo XX, que vive con extremada cortesía y como mirando su propia muerte. Vive así en forma pura y directa, campeando el mito en su mundo. Pero, digámoslo, no se trata aquí del pensamiento abstracto que atribuye fuerzas sobrenaturales a los fenómenos físicos y que inventa prodigios. No. Los personajes de la literatura del realismo mágico viven naturalmente los prodigios, sin intentar explicárselos a ellos mismos ni explicárnoslo a nosotros, los lectores. Simplemente son seres que viven en estado de magia. Quizás sea ésta una de las razones de que ninguno de los personajes que frecuentan las páginas de Bombal y Rulfo nos sean antipáticos; hay en ellos una ingenua humanidad, tan auténtica, que duele ver cómo se destruyen a sí mismos, ignorantes de cualquier esperanza, porque parece que ninguna posible salvación está aún al alcance de ellos. Hay una imagen, al respecto, en uno de los cuentos de "El llano en llamas" (en "¿No oyes ladrar los perros?") en la que Rulfo relata cómo un macho anciano lleva a su hijo a cuestas para salvarle la vida; lo lleva atado a un cinto que afirma desde su frente, sobre sus hombros, con gran esfuerzo, mientras en el trayecto lo recrimina:

 

-"Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para

 

que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy

 

seguro de que, cuando se sienta usted bien, volverá  a

 

sus malos pasos. Eso ya no importa. Con tal que se

 

vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con

 

tal de eso...Porque para mí usted ya no es mi hijo. He

 

maldecido la sangre que tiene usted de mí, la parte que

 

a mí me tocaba la ha maldecido. He dicho: "¡Que se le

 

pudra en los riñones la sangre que yo le dí!" Lo dije

 

desde que supe que usted andaba trajinando por los

 

caminos, viviendo del robo y matando gente..."

 

 

 

La visión de Rulfo es la de quien piensa que el presente anula cualquier esperanza posible que se soñó en el pasado. Para Rulfo es trágico el presente, es un gran desencantado, al igual que lo fué Bombal, a su manera, por supuesto, sin embargo, en momento alguno cortan la posibilidad de lo mágico en la vida, como ese rayo de luz que penetra en lo más profundo de la oscuridad, haciéndose único, vivísimo. El trabajo de ambos escritores, asimismo, evidencia una de las teorías que en el ámbito de la cultura tiene mayor solidez: la que sostiene que sólo lo auténticamente nacional puede ser universal; y sólo lo que alcanza valor universal puede expresar lo nacional. La obra de Rulfo transcurre en el México más profundo, que es el México rural. La obra de Bombal, a su vez, transcurre en los campos del sur de Chile, en lo más recóndito del país, ya camino a la Antártida. Usando ambos elementos atmosféricos sumamente propios para marcar la disociación de la vida: Rulfo el calor y Bombal la niebla. Es posible que los jóvenes aprendan hoy más de estos libros que en muchos de los textos de historia. En pocos casos puede verse con exactitud que la creación artística no es sólo la expresión de una necesidad humana, sino también el rescate mismo de la vida enfrentada a la naturaleza más primitiva. Un rescate que los creadores del realismo fantástico lograron con prosa sencilla, clara, directa; una prosa que no se anda por las ramas sino que va de frente a la raíz; incluso utilizando palabras, formas y giros incorrectos que usa el pueblo, pero legítimamente al servicio de la expresión.

 

A los creadores del realismo fantástico se les ha criticado desde diversos  ángulos; mucho es noticia de aspectos parciales, otro tanto más es apoteósico. A Bombal y Rulfo como autores se les ha abordado, aludido, definido, descrito, pero quien los toca tiene la sensación de iniciar un camino cuya dirección no lleva a ninguna parte: tan amplio es. Como escritores, no son místicos, porque sus personajes no encuentran más destino o redención que penar eternamente en el infierno de sus páginas. En este sentido son magos de la Tierra, tristísimos, pero de la Tierra. La diversidad de interpretaciones que se han hecho de sus obras, van desde complicadas estructuras linguísticas a análisis sociológicos, pasando por relaciones mitológicas y del alma y juegos con el tiempo. En "Pedro Páramo" dice Rulfo:

 

"El padre Rentería se acordará  muchos años después de la noche en que la dureza de su cama lo tuvo despierto y después lo obligó a salir", logrando una de las frases insuperables de misterio por un manejo del tiempo inusual. Digamos que este juego con el tiempo no es meramente casual, sino que obedece a la acumulación desordenada de la memoria, al sentido de la sobrevivencia, a la lucha sin fin; con este plan intencionadamente desordenado; entonces, Rulfo logra crear, en primer lugar, una naturaleza viva, que implica en sí un conflicto existencial. ¿De dónde proviene esta técnica novedosa del tiempo detenido?

 

Rulfo dice: "Eso fue un experimento. Tal vez con influencia de autores nórdicos, los he leído mucho". Sabemos que el sentido del tiempo es una inhibición para impedir que todo suceda de una vez, pero en Comala ésto deja de tener sentido, y las acciones se suceden alternativa y simultáneamente. Todo se repite, todo se inicia nuevamente, de manera circular, porque, de alguna manera, es siempre hoy; leemos lo que está ocurriendo en el momento porque los personajes están condenados a la vida eterna. ¿De dónde sacó Rulfo el lenguaje para tal prodigio? Le pregunto, y él dice:

 

"Tal vez lo oí cuando era chico pero después lo olvidé, y tuve que imaginar cómo era por mera intuición. Di con un realismo que no existe, con un hecho que nunca ocurrió y con gentes que nunca existieron".

 

Nadie más escribe así, quizás por eso Rulfo, como Bombal, no tienen discípulos: simplemente crearon una Escuela que los estudia y que hoy influye en la literatura universal, aunque pocos han logrado apenas el brillo que refleja su hermosísima prosa, la belleza de sus palabras sólo es posible compararla a la inmensa humildad de sus personas. Son pocas las páginas de sus libros, pero en ellos la palabra "poco" no se debe entender en su sentido cotidiano; "poco" aplicado a Rulfo y Bombal, adquiere un significado distinto, refleja la idea de excelsitud, de lo escaso por singular; digamos que ellos lograron conocer el tamaño de la perfección.

 

Cuando leí "Pedro Páramo" -le cuento- me quedó grabado para siempre, pero intuí que su interés iba mucho más allá  del hechizo de una primera atención que se le presta a su trabajo, frecuentemente disculpándose por haberlo publicado; le digo que sólo con relectura se capta, poco a poco, lo inusual del paisaje, lo poético de la narración y lo trágico del relato: "Lo más difícil que tuve que salvar para escribir el "Pedro Páramo", fue eliminarme a mí mismo, matar al autor, quien es, por cierto, el primer muerto del libro. Es cierto: lo más difícil fue eliminarme a mí mismo de la historia". Le digo que, si bien las interpretaciones que se han escrito acerca de "Pedro Páramo" son numerosas, es cierto que la generalidad de la crítica, así como la entiende uno, como lector común, llegan comúnmente al final al convencimiento de que la obra es en su esencia una visión melancólica de la vida. Rulfo está  de acuerdo: "En el mundo hay poco de qué alegrarse". Dice que fue, además, ejercicio de eliminación: "Primero reuní unas trescientas páginas. Llegué a hacer cuatro versiones, y conforme pasaba a máquina un nuevo original, iba destruyendo hojas, iba eliminando divagaciones...me borré completamente. Primero la había escrito en secuencia, pero advertí que la vida no es una secuencia; pueden pasar los años sin que nada ocurra y de pronto se desencadenan los hechos muy espaciados, roto el esquema del tiempo y el espacio, por eso los personajes están muertos, no están dentro del tiempo o el espacio. Lo que ignoro es de dónde salieron las intuiciones a las que debo su forma: fue como si alguien me dictara".

 

Desde su aparición, en 1955, hasta ahora, "Pedro Páramo" se ha convertido en guía evidente de una tradición (no de "toda" la tradición, ¿qué puede serlo?), de aquella muy expresamente considerada la América profunda, ya desaparecida o en vías de hacerlo, la vida rural desintegrada por la escacez de medios, el olvido del centro y el fanatismo. Rulfo conocía estos elementos porque él formaba parte de ese medio, sabía cómo eran quienes lo habitaban, pero nada más: "Tenía los personajes completos de "Pedro Páramo", sabía que iba a ubicarlos en un pueblo abrazado por el desierto, sabía cómo iba a transcurrir toda la novela; pero no sabía cómo iba a decirlo, me faltaban las formas. Y para eso escribí los cuentos de "El llano en llamas", para soltar la mano. En "Luvina" me nació aquel profesor que se va del pueblo abandonado que le cuenta al otro, que va a sustituirlo, lo que es aquello, se lo cuenta todo bebiendo (el otro no toma nada) bebiendo hasta caerse de borracho; aquella era la atmósfera que andaba buscando. Poco a poco fui encontrando las claves". El paisaje en que hace deambular a sus personajes es pieza clave en este mundo fantástico, y su veracidad no se puede discutir: son las tierras que rodean los pueblos de cualquier comarca de latinoamérica; como anécdota en Rulfo, su geografía es, además desnuda, árida, sin agua, envuelta en un calor que abraza todo.

 

"Vine a Comala porque me dijeron que acá  vivía mi padre, un tal Pedro Páramo". Así inicia su novela, citando a Comala, un pueblo cuyo origen está  en el comal, ese recipiente de barro que se pone sobre las brasas y donde se calientan las tortillas, un brasero, símbolo infernal por el que deambulará  Juan Preciado, el héroe en búsqueda de sus orígenes. Dice Rulfo; "Lo elaboré durante años, pero no había escrito una sola página. me daba vueltas y vueltas en la cabeza. Cuando regresé al pueblo de mi niñez, 30 años después, y lo encontré deshabitado, fue cuando obtuve la clave que me indicó que debía comenzar a escribir la novela. Mi pueblo tenía unos ocho mil habitantes, y sólo quedaban unos 150 vecinos; en tres décadas la gente se había ido, así simplemente. Está  este pueblo al pie de la Sierra Madre, donde sopla mucho viento; a alguien se le había ocurrido sembrar de casuarinas las calles, y, esa noche que me quedé allí, en medio de toda esa soledad, el viento en las casuarinas mugía, aullaba, en ese pueblo vacío...entonces supe que estaba en Comala, el lugar ese...comprendí, entonces, que era hora de escribir y nació "Pedro Páramo", que es la historia de un pueblo que va muriendo por sí mismo, nadie lo mata, nadie, sólo va muriendo por sí mismo".

 

Entonces, la creación inicia allí, en Comala, "sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno". Sabemos que su madre, que está  muerta, es quien mandó a Juan Preciado a buscar a Pedro Páramo: "No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro...el olvido en que nos tuvo...cóbraselo caro", le dice, y a eso llega a Comala, a ese lugar donde parece que no habita nadie. La novela inicia, entones, en dos mundos diferenciados: el Comala que recuerda la madre, el que ya no existe, y éste, un pueblo fantasmagórico, el que descubre Juan Preciado. Estos dos pueblos crean el lugar de espanto en que trascurre la narración, que es un reflejo terrenal de la transformación de las cosas, una imagen de la realidad impalpable de nuestro mundo. Es, según la visión de Rulfo, el Purgatorio en vida; porque "Pedro Páramo" narra la peregrinación de un alma en pena, que busca realizar una ilusión, la de entroncar con sus orígenes. Como la madre le "dio sus ojos para ver" así como "la voz de sus recuerdos", tiene el héroe vista, oído y memoria prestados; de ese modo, él mismo es dual, su madre -lo que fue- y él -lo que es-, tal como aquellos seres poseídos por una fuerza invisible. Entramos a Comala, pues, de la mano de una circunstancia ambigua, ya física, ya metafísica. Tal será, desde ahora, el clima: inconsútil y, paradójicamente, concreto. La aparición de Abundio Martínez, un arriero tan pobre que ni carreta tiene para atraversarnos el río de polvo, es, en honda medida, quien anuncia el círculo terrible que envuelve a Comala.

 

"Todos aquí somos hijos de Pedro Páramo", le dice, y Juan Preciado le comenta que no parece existir alguien allí:

 

- "No es que lo parezca. Así es. Aquí no vive nadie.

 

- ¿Y Pedro Páramo?

 

- Pedro Páramo murió hace muchos años".

 

 

 

Cuando Juan Preciado entra al pueblo entra al inframundo, donde los niños no existen: "Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos llenando con sus gritos la tarde". En todos los otros pueblos, pero no en éste, donde los muertos viven como vivos:

 

"Lo que acontece es que se la pasan encerrados. De día no sé qué harán; pero las noches se la pasan en su encierro. Aquí esas horas están llenas de espanto. Si usted viera el gentío de  ánimas que andan sueltas por la calle. En cuanto oscurece empiezan a salir, y a nadie le gusta verlas. Son tantas, y nosotros tan poquitos, que ya ni la lucha le hacemos para rezar porque salgan de sus penas. No ajustarían nuestras oraciones para todos. Si acaso les tocaría un pedazo de Padrenuestro."

 

A quien escucha Juan Preciado es a una mujer, que está muerta, a una mujer incestuosa que vive con su hermano, su amante, y que existe, como todos en Comala, sin la gracia de Dios. El cura pecador no los absolvió, pero su culpa, según ella, es relativa:

 

"Estabamos tan solos aquí, que los únicos éramos nosotros. Y de algún modo había que poblar el pueblo." La pareja, humana imagen adámica, da lugar a que la descendencia llegue a la vida en pecado aún antes de nacer: "Y esa es la cosa por la que está  lleno de  ánimas; un puro vagabundear de gente que murió sin perdón". ¿Cómo él no iba a tropezarse con estas  ánimas que comen y beben, van a misa, murmuran, riñen, matan, aman?. Todo hundido en el inmisericorde calor, en el tiempo que no existe, un sitio en el que todo cabe: "Como que se van las voces. Como que se pierde su ruido. Como que se ahogan. Ya nadie dice nada. Es el sueño" Es "la maraña del sueño". Y lo onírico da lugar a que todo se enrede. Afirma uno: "Entonces se me heló el alma. Por eso me encontraron muerto". Sentencia otro: "Vamos a estar mucho tiempo enterrados". Y otro: "Cuando me senté a morir, ella me rogó que me levantara y siguiera arrastrando la vida..." Toda una incógnita, como los sueños, ¿no es un misterio soñar?.

 

Sabemos: los sueños cuestan caro, tan caro para unos, como lo fue para Juan Preciado, que se le va en ello la vida; arrastrado por la ilusión, lo "mataron los murmullos". Ahora emerge, con toda su fuerza, la figura de Pedro Páramo. Pedro equivale a piedra, por eso es "un rencor vivo": Páramo es lo yermo, desolado. Y si nos atenemos a los "díceres", Pedro Páramo es alguien del todo "terrenal". ¿Significa que carece de alma?. Esto, sólo el lector puede responderlo. Digamos que es un ave de presa, un cacique herencia de otro tiempo. "Es, según yo sé, la pura maldad. Eso es Pedro Páramo", dice algún personaje, y en la vida real, esta nuestra, decía Pablo Neruda: "Pedro Páramo, para honra nuestra pero también para vergüenza nuestra, no es nada más los hombres de México, sino todos los hombres". Porque es cierto que este personaje violenta la conciencia de todo lector atento.

 

-"La semana venidera irás con el Aldrete. Y le dices que recorra el

 

lienzo. Ha invadido tierras de la Media Luna.

 

-Hizo bien sus mediciones. Me consta.

 

-Pues dile que se equivocó: Que estuvo mal calculado. Derrumba los

 

lienzos si es preciso -dice Pedro Páramo.

 

-¿Y las leyes? -pregunta Fulgor Sedano.

 

-¿Cuáles leyes, Fulgor? La ley de hoy en adelante la vamos a hacer

 

nosotros."

 

 

 

El cacique tiene derecho sobre todos, sobre las mujeres por su ley de "pernada", por eso, no es de asombrar que todo Comala se encuentre emparentado con él en una manera promiscua que invade el pueblo como aroma putrefacto...Es la única razón de que los dos hermanos originales no han tenido otro remedio que involucrarse íntimamente, de modo que Pedro Páramo es la legítima causa de la deshonra universal. Como murió hace muchos años es fácil saber que desde pequeño fue pobre; se "arrimó" por ello a su tía Gertrudis. Una vieja clarividente dijo del niño: "le va a ir mal"; también su padre opina que "se malogró". Sin embargo, "de cosa baja que era se alzó a mayor". Su única debilidad, su única pasión, la trama mayor de su vida es, por sobre nada, el amor, el ardor desenfrenado que siente por Susana San Juan, "escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su divina providencia..."

 

Porque Pedro Páramo, en su esencia, es un hombre frustado por un amor imposible. Dice Rulfo: "En lo más íntimo, "Pedro Páramo" nació de una imagen y fue la búsqueda de un ideal que llamé Susana San Juan, a la que soñé a partir de una muchachita que conocí a los 13 años; ella nunca lo supo y no la volví a ver jamás en la vida".

 

-"La sombra larga y negra...Era una sola sombra. La luna venía

 

saliendo de la tierra, como una llamarada redonda. La luna iba

 

subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La luna grande y colorada

 

que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su

 

sombra sobre la tierra. El cielo estaba lleno de estrellas, gordas,

 

hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se

 

había ido. Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a las que

 

nadie hace caso. Tu cuerpo transparentándose en el agua de la

 

noche. Susana, Susana San Juan..."

 

 

 

De ella se dice que es muy bella pero que "no es una mujer de este mundo". Es "inocente" como todos los que se fugaron de la razón. ¿Cómo, entonces, podría amar a un hombre que es materia bruta?. Cuando ella finalmente reaparece en Comala, viuda de Florencio, y luego de muchos años de ausencia, se muestra alucinada y romántica pero, de hecho, muerta en vida. Su locura se agrava por el asesinato de su padre planeado por el mismísimo Pedro Páramo. Sin embargo, deducimos, la única real tragedia de Susana San Juan es la del amor cortado por la muerte, por eso, primero niega a Dios y luego, ilógicamente, lo afirma, increpándolo: "Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más que de las almas. Y yo lo que quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos. Mi cuerpo liviano sostenido y suelto a sus fuerzas. ¿Qué haré ahora con mis labios sin su boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?".

 

Pedro Páramo de niño ya soñaba con Susana San Juan. De joven la persigue e idealiza, y cuando de viejo la desposa, ésta ya ha perdido la razón, vive en el pasado; sin embargo, para él, todo está  de más, sólo importa su amor que ha arrastrado como una carga, pero que es también lo único que le ha permitido el ensueño: "Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire. Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él, arriba de la loma, en tanto se me iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento...El aire nos hacía reír, juntaba la mirada de nuestros ojos."

 

En ese tiempo mítico, el de la niñez, cuando Pedro Páramo y Susana San Juan juegan con el viento, se produce el único momento del relato en que Comala está verdaderamente vivo, recuperados todos sus sentidos por la fuerza del amor. Nada más. Es cierto que es un amor no correspondido: Susana no dice nunca "yo soy Pedro". Replegada en sí misma, inaccesible, mera presencia, Susana aniquila a Páramo. ¿Cuál era el mundo de ella? "Esa era una de las cosas que Pedro Páramo nunca llegó a saber". El busca saborear su único amor posible; ella ha encontrado en otro el sabor, y lo ha perdido. El es la tierra. Ella es el cielo. El desea lo material y ella sólo escapar de la realidad. Por eso, vive en fuga la mujer, fluyendo como el agua...El es el desierto y ella es el mar: ¿acaso no del mar sugió Florencio, desnudo?. El mar, para Susana, representa una purificación y el desborde de la sexualidad, por eso se baña desnuda: "El mar moja mis tobillos y se va, moja mis rodillas, mis muslos, rodea mi cintura con sus brazos suaves, da vuelta sobre mis senos, se abraza de mi cuello, aprieta mis hombros. Entonces me hundo en él, entera. Me entrega a él en su fuerte batir, en su suave poseer, sin dejar pedazo..." Tan distinta ella de él. Y, sin embargo: "El la quería. Estoy por decir que nunca quiso a ninguna mujer como a ésa. Ya se la entregaron sufrida y quizás  loca. Tan la quiso que se pasó el resto de sus años aplastado en su equipal, mirando el camino por donde se la habían llevado al camposanto. Le perdió interés a todo." Había esperado durante treinta largos años a Susana San Juan con la esperanza del amor, y ese amor irrealizado se convierte en odio desenfrenado; se ha roto por dentro y todos son culpables; ya para nadie es posible el perdón:

 

-"Me cruzaré de brazos y Comala se morirá  de hambre. Y así lo

 

hizo".

 

 

 

Desde entonces Comala se convierte en el pueblo que es, habitado por "gente que murió sin perdón y que no lo conseguirá  de ningún modo". La desolación de la tierra es la desolación de Pedro Páramo, quien es asesinado por Abundio Martínez, reflejo de todo el mal que engendró. El hombre, simplemente: "Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoranando como si fuera un montón de piedras". Sobre ese montón de piedras, encima del catafalco de una mujer amortajada que piensa, se edificó la más bella escuela literaria del siglo XX, el fantástico realismo mágico de la novela contemporánea.

 

Nos dijo Rulfo: "Hay tantas cosas que suceden y uno no se explica...quizás es porque no tienen, simplemente, explicación. Cuando trabajaba en los caminos, una vez debí atravesar unas montañas guiado por topiles, que así se llama a los guías. Entonces me caí de la mula y se me rompió un diente; me salió mucha sangre; yo quise seguir caminando, pero los guías me lo impidieron, me hicieron a un lado del camino y al ver que yo no tenía intención de quedarme, sencillamente me amarraron y me dejaron allí, solo. Casi era de noche, pero allí me dejaron, en ese camino que atraviesa las montañas. Me dijeron que el alma se me había escapado por la sangre, que tenía que esperar a que amaneciera para que, con luz, el alma me encontrara, porque no podría verme de noche si seguía. Y yo no debía moverme, allí debía esperar, que no querían gente sin alma cruzando esas montañas...Hay tantas cosas que suceden y uno no se explica..."