Los Zapatos de mi abuelo Pancho

Estela Socías Muñoz

 

Clarisa se despertó y fue corriendo a la pieza de suabuelo Pancho.

-¿Abuelo, estás ahí?

-Pasa, Clarisa, estaba esperando que llegaras. ¿ Qué te preocupa tan temprano pequeña mía?

-Abuelo, anoche soñé con sus zapatos. Soñé que eran mágicos y me podían trasladar a la época en la que usted era niño.

El abuelo miró con ternura a su nieta y la hizo sen­tarse a su lado. Entonces se aclaró la garganta varias veces en señal de que iba a contar una historia, como solía hacerlo con frecuencia.

Clarisa miró a su abuelo Pancho con atención y se acomodó muy cerca para escuchar la nueva historia.

-Te contaré algo sobre lo que le sucedió un día a mi abuelo tocayo, cuando yo tenía tu edad-dijo el anciano.

Y la niña sonrió, porque las historias del abuelo de su abuelo eran sus favoritas.

-Un día muy lluvioso -siguió contando el abuelo Pancho-, y que me hacía pensar que no podría salir a jugar, entré a la biblioteca y mi abuelo estaba leyendo como de costumbre. La chimenea calentaba la habita­ción y esto hacía que el lugar fuera más confortable, invitando a la lectura. Tenía sus pies dentro de unas pantuflas que parecían muy calientitas, y sus zapatos estaban junto a la chimenea.

-Abuelo, ¿por qué no tienes puestos tus zapa­tos?

-Me siento más cómodo con estas pantuflas -res­pondió.

Le di un beso en su cara, me sonrió y siguió leyen­do su libro. No podría decirte qué me pasó, pero un fuerte impulso me hizo acercarme a la chimenea y sin pensado dos veces, me puse sus zapatos. Mi abuelo me miraba y en su cara sólo vi una sonrisa.

En ese instante empecé a recorrer la biblioteca de forma extraña. Me sentía diferente con esos zapatos, parecían tener alas.

De pronto se abrió uno de los estantes que conte­nían libros y mi sorpresa fue inmensa, cuando ante mis ojos apareció una puerta con un letrero que decía: El mundo de los zapatos.

Como pude, abrí la puerta, y no te imaginas con lo que me encontré:

-Continúa, Abuelo, sigue -le pedía la niña, deses­perada por saber-. No te detengas.

Sonriendo aun, el abuelo prosiguió su relato.

-Al mirar el interior del estante, pude comprobar que el lugar estaba lleno de zapatos de todos portes y colores. De pronto vi que los zapatos de mi abuelo se despegaban de la tierra y empezaban a volar. Imagínate la impresión que sentí al encontrarme volando en ellos. Además, me sorprendió que de ellos saliera una voz igual a la de mi abuelo, que me decía: "no te preocu­pes, pequeño. No te pasará nada. Son muy seguros y te llevarán al lugar que tú quieras.

Cerré los ojos y pensé: ¿dónde podría ir prime­ro? ¿Qué lugar me impresionaría más?.. ¿Como se­ría conocer la casa donde mi abuelo vacacionaba de chico?

En menos de un abrir y cerrar de ojos, atravesé la puerta del estante, y volé hasta un lugar muy bello, una pradera muy extensa, con una muy verde vegetación. Recorrí el lugar. Al fondo estaba la casa más hermosa que pudieras imaginarte.

Era tan suave el pasto que la cubría, que los zapa­tos de mi abuelo Pancho se deslizaban suavemente. Sentí escuchar la risa de mi abuelo en ellos.

En la puerta de la casa había una anciana que me hacía gestos con sus manos para que fuera a su lado.

De inmediato los zapatos del abuelo me llevaron hasta allí. Pero lo más sorprendente fue que la anciana había desaparecido. Sin embargo, muy cerca de la puer­ta fui sorprendido por una gran pelota de muchos co­lores.

En ese momento los zapatos se soltaron de mis pies y empezaron a chutear la pelota. Salí por la puerta y sorprendido los vi jugar. Los zapatos la arrastraban por todos lados y la pelota se veía muy contenta, al parecer estaba acostumbrada a esos juegos.

De pronto, la pelota empezó a rodar por un peque­ño cerro y los zapatos corrieron detrás de ella. Yo hice lo mismo, pero sin saber cómo la pelota fue a dar a un caudaloso río que pasaba por el lugar.

Empecé a pensar entonces: ¿qué sucedería si los zapatos eran arrastrados por la corriente? ¿Qué le diría a mi abuelo si regresaba sin ellos?

Sorpresivamente, muy cerca del río había un gran bote confeccionado con muchos zapatos, los cuales parecían tener vida independiente, y me indicaron que debía subirme. Así lo hice. Pronto me vi navegando detrás de los zapatos y la pelota.

De lejos veía los zapatos, aunque escuchaba clarito que me gritaban, "¡Pancho ayúdame!". Me asusté y comencé a navegar más rápido, mis brazos me ser­vían de remos. Mis ojos vieron que muy cerca había un roquerío. Sentí una gran alegría cuando me perca­té que los zapatos y la pelota se quedaron detenidos allí.

Los alcancé, sujetándolos con fuerza. Me demos­traron mucho agradecimiento y me prometieron que nunca más se separarían de mí.

Pero lo más extraño fue que la pelota se soltó y al dar un bote, voló y se perdió en el horizonte.

Me puse rápidamente los zapatos y comencé a internarme por un bosque.

Una bella melodía se dejó sentir por todos lados.

Caminé en busca del lugar dónde provenía la música. Entonces el zapato me dijo:

-Niño Pancho, es el duende Zapatín que canta. Me acerqué a un árbol, encontrándome de frente con un duende muy extraño, pues tenía la forma de un gran zapato. Se sorprendió al vemos. Pero amablemente nos salió al encuentro.

-¡Hola, niño Pancho! ¿Cómo estás? ¿Por qué te habías perdido? ¿Y qué haces por estos lados con los zapatos de tu abuelo?

En breves palabras le conté lo que había ocurrido.

Zapatín me preguntó si mi abuelo vivía aun.

-¡Por supuesto que sí! -exclamé-. Lo que pasa es que hoy amaneció lluvioso y frío y él en esos días se queda leyendo junto a la chimenea, y para estar más cómodo se pone unas pantuflas. Hoy, al ver sus zapatos en la chimenea, algo me impulsó a poner mis pies en ellos y así -sin saber cómo-, llegué a este lugar.

-Oye, niño Pancho, es muy hermoso lo que me has contado. Tu abuelo Pancho siempre ha leído, y por lo que me cuentas, aun pasa horas leyendo.

-Así es. Y todos los días me siento a su lado para que me cuente historias.

-¿ y tú? ¿Te sabes muchos cuentos? ¿Lees mucho también?

-Zapatín -confesé-, no soy bueno para leer. Inclu­so me cuesta hacerlo. ¿Qué debo hacer?

-Créeme amigo, leer es lo mejor que le puede suce­der a una persona. El libro es el mejor amigo de los seres humanos. Además, es un excelente compañero, ya que no te exige nada, sólo le interesa que tú te involucres con él. Debes primero mirar sus hojas y ve­rás que dentro todo es hermoso.

Zapatín entró al árbol y volvió trayendo en sus ma­nos un precioso libro. Cree pequeño que cuando em­pieces a leerlo te sentirás transportado a un mundo dis­tinto.

La verdad es que me alegré mucho y empecé a leer­lo enseguida.

"El Libro es el mejor amigo". En la segunda página salía el abuelo, que tenía en sus piernas a un niño igual a él. Ambos parecían muy entretenidos leyendo a su vez, otro libro.

Zapatín se me acercó y me dijo: ¿te das cuenta que el libro es el compañero ideal y en sus páginas puedes encontrar lo que necesites, pudiendo además viajar al lugar que tú decidas?

Yo estaba muy, pero muy contento. Ya quería volver a la biblioteca. Había pasado mucho tiempo y tenía que regresar. No podía preocupar a mi abuelo por la tardanza.

Me despedí de mi amigo el duende con mucho afec­to y agradecimiento y regresé al lugar de donde había partido.

Encontré la puerta del estante abierta, como la dejé. Me puse feliz al ver que estaba nuevamente en la biblioteca. La chimenea permanecía prendida y todo muy silencioso.

Me senté al lado del abuelo, me saqué los zapatos para colocarlos en la chimenea, tal como él los había dejado, y esperé pacientemente que se despertara.

De pronto mi abuelo abrió los ojos y me dijo: -Pancho, parece que me quedé dormido y veo que te cansaste de correr con mis viejos zapatos... y hasta aquí la historia de los zapatos de mi abuelo Pancho. Eso sí, nunca le conté al abuelo la aventura que había tenido.

-¿Por qué? -preguntó Clarisa.

-Por la sencilla razón que había sido mi propia aven­tura y ya llegaría el momento en que podría contarla. Pensé que nadie me la creería. Y ya ves, en este mo­mento te la estoy contando a ti.

-Gracias, abuelo.

-Desde ese día me gustó leer, y lo hice cada vez que me desocupaba de mis tareas del colegio... ¿Te gustó la historia Clarisa?

-Sí, abuelo, fue muy bonita y entretenida, ¿podrías contarme otra?

El abuelo Pancho empezó a relatar una nueva histo­ria, haciendo feliz a Clarisa, que nunca olvidó que el valor de las letras y las palabras eran muy importante. Fue así que descubrió en los libros al mejor compañe­ro del mundo. Podía introducirse a los lugares más increíbles de la imaginación y la fantasía.

Clarisa creció, vivió una vida feliz y hoy la pode­mos encontrar en esa vieja chimenea, contándoles cuen­tos a sus nietos, los que la escuchan atentamente en espera siempre de una nueva historia...

y entre zapatos, duendes y libros esta historia ha terminado.