FELLATIO

Ernesto Langer Moreno

 

Hermano mío tú por allá, tan lejos, y yo, aquí, sin poder decirle a nadie esto que me quema el alma. Esto que por ser tan mío no puede ser sabido por nadie. Esto horrible y espeluznante que me está sucediendo. Pero he decidido escribirlo, cada día, para dejar testimonio y para después hacértelo llegar, hermano, como de lugar. Para hacerte la confidencia, aunque sea con un tiempo de retardo.

Sucede que he sido un verdadero huevón, un crédulo de la peor especie. Pensé que la mujer que amo no tenía ojos sino para mí. Pensé que me amaba y la hacía feliz. Que nunca tendría necesidad de alguien más. Tú sabes, tú eres testigo de cómo la he amado. Si a veces me pasaba de tonto tratando de ser un buen marido y un buen padre de familia. Pero, la vida es impredecible. Algo cambió en ella y parece que ahora no le soy suficiente, no le basto. De pronto la sorprendo pensando en cosas extrañas. Tiene curiosidad, dice ella. Puede que desee alguien más en su vida. Quiere conocer otras cosas, ser libre, probar otros amores.
Confieso que he hervido en celos, que he sentido que mi pequeño mundo se derrumba y que cualquier día la catástrofe se va a declarar. Ella se entregará a otro hombre, hermano, y quebrará sin más todo aquello que creí teníamos hasta ahora.
Sé que tengo que ser fuerte y, tal vez, tengo que cortar todo de raíz, porque la cosa parece no tener remedio. La curiosidad mató al gato. Y esa misma curiosidad puede matar mi matrimonio. Así que creo que no me conviene para nada seguir amándola como lo hago. Tengo que sacar fuerza de flaqueza y dejarla, olvidarme de ella.
Tú que me conoces sabes que no será fácil, hermano.
Quiero conocer otros hombres, me dijo. Y yo no podría vivir con tamaña revelación. Así que no me queda otra. Cada vez me convenzo un poco más de que la única salida es tratar de apartarme y olvidarla. Irme lejos.
No podría confiar más en ella. El túnel se ve oscuro, oscuro, oscuro. Hermano.
Como lo veo ella ya no es más mi mujer. No la misma. Así lo siento. Ojalá que Dios permita que mi amor por ella disminuya.
Eso si, hermano, que varias veces me ha dicho y suplicado que le crea que eran todas mentiras, estupideces, un error. Pero, si el río suena es porque piedras lleva, digo yo.
Es inútil. Nadie puede salvar lo que ya naufragó.
Seguro que tú pensarás que estoy siendo pesimista. Pero imagínate si tu mujer te dice un día algo así por el estilo.

Hoy es otro día hermano. Y aún sigo aquí, con ella, y con los mismos pensamientos y dudas. ¿ Me dejarán algún día?
No puedo negar que me ama. A lo mejor sólo fue un momento de duda. A lo mejor es verdad que ni siquiera se atrevería. Que es incapaz de entregarse a otro hombre. Pero igual ya nada es lo mismo. Puede estar diciendo cualquier cosa para que no la abandone. Porque de seguro le teme al abandono, y al qué dirán, sus hijos y la gente. Algunas mujeres son muy sensible a la sanción social.
Tal vez yo debería hacer lo mismo y ver si me puede gustar otra mujer. Pero es difícil, eso no está para nada en mis planes. Menos a esta altura de la vida. Pensar en todas esas mujeres que se me han acercado, y deseado y ofrecido. Tú conociste algunas.
Yo siempre la quise a ella, a ella, y a ella, a nadie más que a ella.
A lo mejor, éste sea una especie de castigo por tratarla siempre tan bien. Debí tratarla un poco mal para evitar este amargo desenlace. He sido demasiado fiel. Y eso es pésimo. Ya me lo habían dicho.
Hermano, no exagero cuando te digo que sus palabras fueron una puñalada en el corazón que no para de sangrar.
¿ Tendrá ella lugar para otro hombre?
¿ Se entregará a otro con el deseo y la pasión con que se me ha entregado ?

Le contó a sus hermanas y sus hermanas la retaron. Yo pienso que en vez de retarla debieron preguntarle que cómo, porqué pensaba algo como aquello. De cómo se le podía pasar por la cabeza.
Ya casi llegamos a los cincuenta, y a mi, no se me pasaría por la mente tener otra mujer.
A lo mejor, me repito, precisamente por eso le han venido estos deseos. Le he sido demasiado fiel.
Sólo ha sido mía, dijo, y tiene curiosidad. Maldita curiosidad que nos ha dejado los días contados como pareja.
¿ Será normal, hermano, que una mujer ya madura empiece a pensar que sería posible entregar su intimidad a otros hombres ?
En todo caso ya está todo perdido, porque, sinceramente creo que ni un millón de palabras, ni conversaciones, ni excusas, ni explicaciones van a cambiar lo que ahora le atrae. Lo que se le ha metido en la mente y en el cuerpo. Que de seguro es un deseo subterráneo, profundo, en potencia, aunque ahora lo niegue. Un deseo que cualquier día puede explotar y puede hacerla perder la cabeza.
¿ Qué hago, hermano? ¿ Me busco una amante para mitigar la pena? ¿ espero y observo su comportamiento, como un condenado? Porque dejarla nunca. Porque no amarla me es imposible. Ella es la mujer de mi vida. A ti te consta. La única.
Que extraño, por lo general estas son cosas que le ocurren a los hombres, no a las mujeres. Pero es que los tiempos han cambiado. Ya no quieren, ya no les interesa ser castas y fieles. Ahora piensan que acostarse con varios hombres es algo sin importancia. No les importa que las manoseen y posean, mezclando sus humores con cualquiera. Ahora no quieren ser de nadie. Sino de ellas mismas ¡ qué egoísmo, hermano, qué egoísmo!

Es increíble. No es posible. Un hombre necesita confiar en su mujer para ser equilibrado. Para equilibrar sus emociones y dirigir una familia. Todo está revuelto hoy en día.
Hermano, ¿ se llevará esta marea también a mi mujer ?
¿ Sucumbirá a este tiempo libertino?
¿ No buscaré también yo otros brazos para que me consuelen ?
¿ Terminará acabándose esta unión que nos hizo felices durante tantos años ?
Las cosas han perdido su equilibrio. Se ha abierto una puerta hacia la oscuridad, hermano, una puerta maldita. No sabes cuanto lo lamento. Porque la unión de su alma con mi alma está a punto de zozobrar.

El otro día hicimos el amor, como locos, tratando de arreglar las cosas, y fue ma ra vi llo so. No creía que ella pudiera ser tan buena en la cama. Se comportó como una verdadera hembra en celo y la besé desde la punta de los pies hasta la cabeza. ( sólo a ti puedo hacer estas confidencias tan íntimas, por la sangre y la amistad que nos unen)
No se nos va a olvidar. Orgasmos como los que tuvimos se graban en la memoria. Fueron momentos de una unión profunda, de entregarse el uno al otro plenamente.
Entonces, puedes preguntarte, y ella también me lo ha preguntado, ¿ cómo pueden persistir mis dudas?
Te preguntarás también si acaso eso no demuestra que me ama y le gusta que yo la posea y la haga sentir una mujer plena; si acaso esto no prueba que todo lo sucedido no fue más que una desgraciada y lamentable equivocación. Pero, es que ese no es precisamente el punto, el asunto, el caso. Porque yo pensaba que antes de confesarme aquello, también era ella una mujer saciada, plena, colmada sexualmente.
¿ Cómo pude equivocarme ? Hermano ¿ cómo pude equivocarme tanto ?

Te lo juro, yo le enseñé todo lo que sabe sobre sexo. Aprendimos juntos. Yo la creía feliz. Todo esto ha sido una verdadera sorpresa. Algo que estremecería a cualquier hombre enamorado de su mujer. Seguro que tú piensas lo mismo.
¿ Es esto un signo de que ha dejado de amarme?
Casi no lo puedo creer, hermano. A mi mente vienen una y otra vez sus palabras. Son como agujas que me clavan.
¿ Tendrá todo esto una cura?
¿ Puede una mujer evitar sentir lo que siente ?
¿ Puede un hombre vivir con esta verdad insoportable a cuestas?

Cuando le toco el tema ella me rehuye. Y supongo que en eso tiene la razón. Porque en este caso las palabras sobran.
Yo ya debería estar lejos. Pero no he sido capaz de abandonarla, de hacer lo que cualquier hombre bien hombre hubiera hecho: mandarla a la mierda con su curiosidad y sus posibles infidelidades.
No. Yo me he quedado pegado a su piel como un necesitado, como un hombre sin honor. Sabiendo lo que sé, y carcomiéndome por dentro.
Me pregunto, ¿por qué no fui capaz de saciarla completamente.?
Pero, no he llorado. Eso si que no. El dolor va por dentro. Aún guardo cierta dignidad.

En todo caso tienes que saber que ella no es la misma que tú conociste. Ha engordado, tiene várices, celulitis, arrugas, mal genio, y sigue sin ser una lumbrera de inteligencia. Además que este último tiempo está permanentemente reclamando que no es suficientemente libre. Pero, tú sabes, hemos crecido juntos. Por eso ahora la amo más que antes, cuando era joven y bonita.
No digo yo que todo esto es una verdadera desgracia, de la que sus hormonas son las únicas culpables.
Te confieso también que siempre quise que fuera una mujer más ardiente, una como la de la última noche. Pero, es insólito, ahora que su pasión aumenta, pueden que ni su pasión ni su ardor sean solamente para mi.
No, si a ratos, creo que voy a enloquecer.
¡ Ay! Hermano, estoy sufriendo, si puedes, escríbeme, y consuélame.


Hoy, todo ha cambiado precipitadamente. Es increíble como Dios ha dispuesto todas las cosas. Además es esperanzador y sorprendente. He pasado del infierno al cielo en menos de 72 horas.
Ocurre hermano que todos estos años ella había estado negándome algo muy íntimo y ahora me lo ha entregado para probarme que me ama. Y yo lo acepto, hermano, jubiloso. Le creo. Porque conozco su rechazo y su asco por aquello, desde siempre. Tiene que haber hecho un esfuerzo muy grande. Y lo hizo para asegurarme que lo dicho había sido una tontera impensada de su parte, de la cual está completa y profundamente arrepentida. Para probarme de que sí es la mujer de un solo hombre. La mía. Y yo le creo ¿ cómo no voy a creerle? Le costó hacerlo. Tuvo que dejar a un lado sus trancas y superarse a sí misma. Trancas de la infancia, hermano, por las que jamás consistió en hacerlo antes. Se negaba rotundamente y no había forma de convencerla. Ni siquiera cuando estaba media entonada. Ese era su mayor tabú y una de sus peores trancas. Según ella no lo haría nunca. Y, ya ves, ahora está hecho. Consumado. Porque quiso cerrar aquella puerta abierta hacia la oscuridad y el vacío.
Fellatio fue la llave que uso para cerrar esa puerta. El amor que esta mujer parece que me tiene. Su disposición para borrarme todas esas terribles dudas y temores con sus labios y su lengua. El querer darme algo que, con toda seguridad, no le daría a ningún otro hombre.
Así que, por fin, hermano mío, se arreglaron las cosas. Ahora parecemos dos adolescentes tomados de la mano y abrazándonos en todas partes. Seguimos adelante.
Por eso, puede que ni siquiera te envíe estas letras. Y puede que hasta las queme para que toda esa mala onda se vaya con sus cenizas.

De todos modos hermano, gracias, por escucharme.