CINCO POEMAS TRANSREALES

(Sergio Badilla Castillo, Chile. 1947)

 

ESTACIÓN DE LAS LLUVIAS

La playa está vacía en la estación de las lluvias. Una mañana llega tras de otra, apática, cuando persiste el relente del océano dentro de la casa.
El encantador serpientes prepara la flauta que atesora en sus alforjas y ella está dispuesta a que comience el rito pagano.

La cópula es perfecta, cuando el hongo que sedimenta nuestros cuerpos desnudos, con su llamarada hipnótica nos inventa la eternidad. Ya no existe la ansiedad, ni la conciencia de estar sobre una colcha amarilla en un aposento fortuito con la mujer que extraño.

Aspiro y dejo que el humo infrinja mi ánimo. El hollín deja una figura inexplicable en el cielo raso o es sólo la mente que desvaría, concreta la irrealidad deforme y alucinante.

Mis sentidos asumen la fascinación del inocente que se acostumbra a la fatalidad y de pronto imagina la belleza. La fingida certidumbre impone huellas en las imprecisiones de la conciencia. Presiento que anda un animal salvaje cerca, en mis campos de pastoreo y de súbito ese soy yo en esta casa húmeda, al lado del mar..

Las manías y los miedos se reproducen con cronología exacta, tal cual las bacterias y la ruindad de los infames. El destino nos pasa a llevar en el corredor de la totalidad y el vacío, como piedras que han perdido su dureza. Es quizás la debilidad del vicioso, una parte de la historia del desprecio y de la época que hemos construido. Los estigmas se hacen perennes en la mente de los transfigurados.

Ahora duermo hasta tarde, en el invierno gratamente deslucido y rememoro su cuerpo en la noche pasada. Su boca derramando confidencias en el sueño letárgico, como el primer beso en los reinos tersos de la adolescencia.

VALLE DE ELQUI

Al final de una larga hondonada
entre montes ásperos donde, el desierto de Atacama
se detiene sólo por una chifladura: el Valle de Elqui
Con magulladuras en el alma, eran días tensos,
de vicios crueles simulando euforia
que se derramaban en rigurosas apatías.
Tenía monstruosas pesadillas que me parecían semejantes:
Margaritas voraces que se expandían en mis raíces
y luego trepaban hasta el cerebro y me aniquilaban
con la blancura de sus pétalos
El sol era una entelequia traslúcida en tanta tierra árida
en aquel predominio de alucinaciones minuciosas,
por la altura y los vientos tramontanos
o en los miedos que me mantenían insomne
desbarrancándose entre el Pisco y las neuronas.
El verano renunciaba poco a poco a ser cálido
Las galaxias se acercaban en la noche como racimos de uva
que se podían coger con las manos.
Los montañas tocaban con sus cumbres las estrellas
Palpó mi mente el cruce de los Cárpatos
en un Taunus estrafalario del sesenta y dos
como un recuerdo extravagante y remoto
en una noche de luna nueva en el otoño setenta y cinco.
La soledad era la misma pero con un espacio diferente
margaritas silvestres que se propagaban en mis cimientos
y en seguida, ascendían hasta mi cabeza y me abatían
con la pureza de sus corolas.
Las constelaciones eran una presencia diáfana en este
suelo estéril y sus elevaciones
Los espejismos dispersados por todas partes
y la fosforescencia de los astros se revertía
en implacables espectros.
El Valle de Elqui al fondo de una extendida angostura
y yo intranquilo en la solidez de la altiplanicie
con mis artificiosos espantos.


ESTIGMA A FLOR DE PIEL

Me reprenden la rebeldía que he sentido siempre a flor de piel
aunque enmudezco, no ladro, y ya no disfruto de tiempo
para ser otro hombre
El dilema es seguir siendo quijote o netamente me extingo
porque mi mundo por afinidad se ha inventado íntegro e idéntico,
al altar de mis abuelos
La filantropía no existe en esta época de arrogancia y necedades
y por eso me aparto de aquellos que presumen de señorío
ya que no creo en la demasía de sus verbos
ni en el eco de sus altanerías.
Calamitosa exhalación la humanidad demacra.
Advierto una tristeza de miseria en este esbozo de siglo,
los mismos catequistas repiten / en todas partes / la misma parábola
Sin embargo, la renuencia debilita y dobla la coraza
de la médula.
Los años también traicionan al esqueleto
y dejan profundas huellas.
Aún así me silencio, no aúllo, y ya no tengo espacio
para ser otro individuo..
Estamos ya vencidos, aunque no enfrentemos de nuevo el Holocausto,
las obsesiones y los espantos resucitan después de cierto trecho
traigo aún un estigma azulino en la piel del antebrazo
el alma no lo borra
en la epidermis quedó estampado el preludio de la muerte

SEFARAD 1492

Veremos el sendero, o el arenal desde la orilla de la playa,
al rozar con mi piel la luz y la sombra de mi urbe,
las demarcaciones despobladas de la barriada
en que nacimos, casualmente
Ocurrirá la traición y tendrá la vivacidad de tus sentidos
y no habrá redención irrevocable ni en Sevilla, ni en Toledo
para que el atrevido atormentado fragüe su fuga
y en las noches serenas bajo la luna, espere afligido
tu llegada
Los que me vieren no darán cuenta de mi melancolía
porque / en verdad / quedaré solo en esta diáspora
Miraré el camino, o las dunas desde la borde de la costa
al acariciar con mi tez el resplandor y la oscuridad de Córdoba,
los umbrales desolados de mi descendencia.
Qué maldad monstruosa negarme el pan y el agua
cuando huía entre desfiladeros y barrancas
La señal de los augurios que escucharon los viejos sefarditas
en devota nostalgia
para ser perseverantes a la tradición y a la metáfora.
La fatalidad se afianza en la fea muchedumbre
que nos persigue e intenta darnos caza
como un bulto pestilente que alguien tira en la quebrada
¿Por qué agonizan aquellos que predican la Torá?
si todo individuo tiene derecho a un rincón donde tirar sus huesos
Se cumplirá la infamia y poseerá la sagacidad de tu olfato
y no poseerá la virtud de cambiar la ofensa ni en Sevilla, ni en Toledo
para que el osado hostigado forje su huida
o tenga la legitimidad de un suelo.


ARRIBO A CRETA

El rompeolas opuesto y el tiempo desaparecido,
después de un naufragio frente a Kamara
Las sirenas y los cuerpos
de los tripulantes más jóvenes de Lakonia y Arcadia.
Ni por asomo un trago de Ouzo en las islas blancas de las
Cicladas para apagar los delirios,
Sólo emanaciones de combustible crudo de los
buques/tanques de Aristóteles Onassis.
hediendo en el Egeo.
Jamás el capitán pierde la calma en su nave que perdió el rumbo
con las nieblas de abril
repleta de ánforas de aceite de Kalamata
donde se extingue el golfo de Massimakos
Allí comienza la verdadera oscuridad del estrecho laberinto:
tal vez Creta o quizás Patmos hacia el sur..
Reconozco la grafía estimada de una carta de Anna
sobre la mesa,
inmediatamente de unos intervalos
diminutos, lloro, la ribera tiene sedimentos de algas
descompuestas donde llegan los juncos del Asia con sus
cargamentos de seda. No sé que día es hoy exactamente.
La Estrella Polar y el mar de Ikarion se opaca de nubes al
oscurecer y mi rostro es de tristeza.
Se apaga el Faro de Rodas: Todos probablemente estén muertos
Un remate despiadado: ya no habrá guisos,
ni cacerolas humeantes, para los xenos y los esclavos,
con sus andrajos repelentes.
La hamaca inútil extendida entre dos cedros que se curvan,
esperan a alguien que venga a dormir la siesta.
El halago festivo y grosero de las hetairas como en todos los puertos
con sus eminencias atrevidas en sus dos pezones
debajo las posaderas en desfachatez para Dionisio y
otros navegantes que zarpan al amanecer
con un cargamento de vasijas de óleo de Kalamata
agradeciendo la noche de luna nueva y de estrellas,
que iluminan el mar Jónico


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