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OTROS SERÁN LOS INVIERNOS PADECIDOS


A cada quien lo suyo -palabras del profeta-.
Parece justo devolver honestamente los dones
recibidos
al abordar la barca hacia la patria del gusano.
(Tiemblan las mejillas de los ejecutores
con el abrazo de sus madres que todavía los
esperan).
Herido por el amor que siempre acaba condenado a
repetirse,
es más oscura esa orfandad que todas las traiciones.
Debajo del luto arde siempre una novia quemándose
a lo bonzo
frente al puente levadizo.
Sus gemidos exploran la muralla hasta encontrar los
ojos cansados
del dueño del granero.
La preñez ajena corromperá los vasos puros del
linaje.
Si la respuesta es a degüello
las teas serán hijos espurios escondidos bajo siete
llaves.
Las larvas del engendro no prosperarán en la
estación de la ceniza.
Boca abajo queda el cuerpo con los dientes
macerados en cascajo.
Veinte centurias se muerden la lengua sin verdades,
la tinta del escriba ha hecho de los códigos un
balbuceo incoherente.
¿Cuántos azotes constituyen la justa equivalencia en
la balanza?
Una manada de lobos tristes ha desplegado sus
tiendas
a la orilla de los manantiales.
¿De qué le serviría al hombre volver a tener ojos
sin el recuerdo de las cosas?
Si es otra piel serán otros los inviernos padecidos.
No hay deidades que amen al hombre (él o ella)
como si este
hubiere descendido de sus lomos.
La esperanza es una mesa adobada con platos
sustanciosos, un banquete
para todos los hambrientos.
Pero es fatua como el lema del ser libres trabajando
duro.
Un tocón que dio toda su savia solo puede aspirar a
arder como destino.
La raíz del bien bajó a la tumba con Adán
y aún no ha sido rescatada.
Las calles ardiendo en la soledad de las ausencias
y los fantasmas que juegan a las cartas de otro
tiempo.
Frente al paredón, ahora si, los dioses parecen
verdaderos.
Aullemos a la luna. AULLEMOS.
Primero el bozal y luego la marca sobre el lomo y las
crías que hincharán
de monedas la bolsa de los amos.
Esa ausencia de tibieza se amoldará como otra piel
sobre los huesos.
Es suficiente – repite como un mantra – vivir de las
migajas de otras mesas.
No importa que tantos cielos hayan quedado vacíos
por la ausencia
de hombres buenos:
todas las deudas se pagan con la muerte.
Amanece tarde cuando no hay temblores al acecho.
Las aves vuelan como si ahora el sol se levantara
del ocaso.


Así la historia nace y renace
según los sueños del tirano.