extractos del libro
CAPITULO 1
La suavidad del algodón de mi almohada me
invita a permanecer acostada oliendo mi propio perfume que se impregna
invasivamente entre los hilos de esta seductora tela. Es la única
ocasión en que puedo sentirlo, al parecer durante la noche,
mezclado con el olor de mi cuerpo, se hace único y perceptible.
Jamás lo huelo en mí, es más, constantemente
le pregunto a otros si lo sienten. Ya es parte de mí, jamás
sustituiré mi Angel de Thierry Mugler por otro. Me identifica,
su halo anuncia mi presencia y me siento especial.
Sigo en mi cama, enroscada como un chanchito de tierra, encuentro
refugio en las blancas sábanas bordadas a mano que aún
sobreviven de mi ajuar de novia.
Recuerdo todo lo que había en ese baúl organizado por
mi madre: sábanas, manteles, lencería fina...
Todo lo que una mujer debía llevar al hogar que compartiría
con el hombre que había elegido (en mi caso, con el que tuve
que casarme antes que los meses de embarazo se notaran y el apellido
de mi familia se viera enlodado).
Es domingo, un domingo sin hijos ya que, por acuerdo, hoy les toca
con su padre, el hombre perfecto que duró separado menos que
un candie y que ahora va a ser padre a los cincuenta años.
Yo he permanecido soltera pero no muerta, ya que “toy boys” para
pasar el rato abundan. Debo reconocer que hace meses que no pincho
con nadie. Comparto mis días y gran parte de mis noches con
mi teclado, fantaseando con historias cuyos personajes siento tan
reales que llegamos a una complicidad tal, que no necesito relaciones
con el mundo real.