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LA OSCURA NOCHE DEL SUR

 

Ese día su jefe le había prometido darle por el encargo junto a su miserable sueldo de cada mes, cinco mil pesos extras. La tarea no era tan complicada y si ésta tenía un vuelco, sabía que su jefe era considerado en la alta sociedad y sus abogados sabían como actuar ante cada mala decisión. Entró a la parcela bajo la oscura noche del sur, una luna nueva y un par de estrellas tiradas en el cielo como los únicos testigos. Abrió la cerca que separaba un parcela de otra, miró hacia ambos lados y entró. El plan ya había sido trazado semanas atrás bajo siniestras cuatro paredes de una oficina del barrio alto de la capital, su jefe y seis empresarios más, todos representantes de distintas transnacionales de este ridículo país, trazaban con tinta el plan, nada podía fallar, gritó uno y el resto asintió.

La noche botaba sus primeras heladas y los nervios no lo dejaban ver bien, entró al cuarto donde se encontraban todos los materiales que necesitaría para ejecutar su propósito. Un par de bidones, fósforos, pinturas y telas dibujadas 16 quizás cuando. Eso a él no le importaba. Sacó un manojo de llaves y salió, el tiempo no era demasiado, debía empezar pronto. Empezó por las cosas que menos llamaran la atención de los curiosos, colgó unas telas con garabatos políticos que no supo descifrar, pinto muros con textos de una extraña lengua, al tiempo, cortó árboles, botó puertas de viejos cuartos, destrozó todo lo que pilló adentro de la vieja casona, quebró jarrones de los cuales jamás imaginó su valor, votó una tele de lujo con la que siempre soñó para sus hijos y un equipo de música, y en ese minuto, se arrepintió.Pero eran cinco mil pesos más a fin de mes, así que siguió con su plan.

Imaginó a su jefe orgulloso por su trabajo, quizás estrechándole la mano y si tenía suerte, adelante de todos le agradecería alzando su nombre a los cuatro vientos. “Prudencio Acevedo Acevedo”, se sintió famoso, abrió los ojos y una malvada sonrisa lo hizo continuar. Sacó el manojo de llaves de su bolsillo, fue a donde estaban los viejos animales, los miró con cierto dejo, se secó el sudor de su frente, miró hacia arriba donde colgaba una vieja hacha, la sacó y como el vaivén de una danza musical, mató a cuanto animal encontró esa noche, seis caballos, diez terneros, catorce ovejas, quince conejos y otros tantos animales que su ignorancia no supo reconocer.

Buscó en sus bolsillos hasta que dio con los fósforos, voltió el bidón con bencina y cuando hizo el contacto pensó en Dios y le agradeció por esa oportunidad, dejó caer lentamente el madero bajo el establo y el fuego se apoderó de la noche. Corrió lo más rápido que sus piernas podían, fue al auto que lo había dejado aparcado a un costado del fundo, sacó de su interior un teléfono y marcó a su jefe. -Señor, habla Prudencio, el trabajo está terminado. - OK. Y éste colgó.

Dos horas después, en el patio gigante en una casa de la dehesa, tenía a una decena de periodistas desplegados con contactos en vivo por radio y televisión. Un canal, el del angelito, tenía la exclusividad esa noche para dar a conocer la noticia a millones de ignorantes que estaban atentos en sus casas, un anciano que justo prendía la tv, jamás sospechó lo que esa noche se dijo. Al otro día de todos los quiscos colgaban las mismas mentiras de siempre, pero hubo una que llamó mi atención: “Mapuches queman fundo en Traiguén”.

* Esta historia está dedicada a todo el pueblo mapuche que tanto ha sufrido por nuestra ignorancia.