No
me haga muecas, por favor
Los gestos son otro impedimento a una buena comunicación. Por
ejemplo, en mi primera visita a la India, mi interlocutor me dice
“Sí” y mueve la cabeza de lado a lado, como queriendo
decir “No.” Al cabo de un rato me dice “No”
y mueve la cabeza de arriba hacia abajo significando que “Sí.”
Pensé que me estaba tomando el pelo pero pronto me di cuenta
que los gestos hindúes son diferentes a los que se estilan
en el occidente. Hay veces que he interpretado una amigable conversación
entre árabes como una pelea porque tienden a gesticular mucho
y hablar en voz elevada; y peor aun si se le agrega la guturalidad
del idioma árabe.
De la misma manera sucede con una conversación entre dos italianos,
con su bello idioma que se habla con todo el cuerpo. Y si uno ha visto
a un inglés esperar un bus con toda su personalidad flemática,
nota que está como parado en una fila militar de una sola persona,
mientras un italiano se mueve a izquierda y derecha con toda la elegancia
que Dios le dio, y un negro parece estar bailando al ritmo que parece
llenarle el espíritu. Es difícil imaginar dos personalidades
más opuestas que un inglés y un italiano. Por otro lado,
para indicar absoluta atención, un japonés pone sus
manos juntas frente a su rostro, como en gesto de adoración,
cierra los ojos y baja su cabeza. Uno interpretaría esta actitud
como inatención e indiferencia, cuando el japonés quiere
expresar exactamente lo opuesto.
Descubrí por casualidad la relación íntima que
parece existir entre el lenguaje y el movimiento corporal así
como facial. Venía llegando de Francia y le contaba a algunas
amistades la manera de gesticular de los franceses, sobre todo los
parisinos. Para hacerlo mejor hablaba en francés mientras imitaba.
Me di cuenta entonces que mi pronunciación del francés
era mejor cuando gesticulaba como lo hacen los franceses; por lo menos
eso es lo que le pareció a mis oídos.
Así que cuando decidí enseñarme italiano, comencé
de inmediato a hablar con las típicas gesticulaciones italianas.
Mi acento de inmediato fue excelente. Y no deja de ser un tanto obvio
que haya una relación directa entre el habla y losademanes.
Después de todo somos un organismo integral.
Ahora, qué sería primero: ¿la gesticulación
seguida de la invención de una lengua o lo contrario? Creo
que le dejaría esa preguntas a los lingüistas quienes
seguramente ya la han contestado o considerado que la pregunta no
vale la pena.
En todo caso, me parece que hay una armonía entre gesto y lenguaje
así como la hay entre personalidad y carácter con ademanes.
Uno hasta podría preguntarse, como prueba de esto, si uno podría
imaginar un inglés hablando inglés pero gesticulando
como italiano. No se puede, sobre todo si el inglés pertenece
a una clase alta en que no se mueve ni siquiera el labio superior,
que se llama “stick upper lip,” o labio superior pegado.
En cierta oportunidad me encontraba en el lounge del aeropuerto de
Ginebra esperando mi conexión a Túnez.
El lounge estaba desocupado; no había una sola alma. De pronto
entran tres sujetos. Uno se sienta frente a mí y se pone a
leer el Financial Times que llevaba consigo. Era obviamente inglés.
Los otros dos, obviamente italianos, llevaban sus abrigos sobrepuestos,
porque ésa es la forma elegante de vestirlos. Los abrigos se
ven feos cuando se llevan puestos y peor aun cuando están abotonados.
Hay gente que visten su chaqueta de esta manera creyendo, equivocadamente,
que esto es elegante pero así demuestran que no son elegantes
aunque les gustaría serlo.
Llevaban bufandas de seda entre el abrigo y el vestón; vestían
ropa de calidad y en forma elegante: no más de tres colores
y una exquisita elección de colores y diseños. Llevaban
zapatos italianos, por supuesto, de esos que aprietan mucho pero que
son tan bellos. Este par se dedicó a pasear por el lounge de
arriba abajo conversando, para lo cual gesticulaban mucho moviendo
sus manos y cuerpos al grácil ritmo y perfecta cadencia de
la bella lingua italiana. El inglés en frente mío leía
tranquilamente su periódico casi sin hacer movimiento alguno.
Yo leía mi libro pero miraba con curiosidad a los dos italianos,
su ir y venir, y al flemático inglés. No sabía
qué estaba fuera de lugar en este cuadro, si era el aeropuerto
con toda su austeridad, el inglés, yo, o el par de italianos.
Al cabo de un rato llaman por los altoparlantes al vuelo de mis compañeros
de espera. El inglés mete su periódico en su portadocumentos,
mira a los dos italianos y les dice que los han llamado. Me mira moviendo
su cabeza de izquierda a derecha y con una cara como diciendo: “¿Qué
le parece? Y tengo que trabajar con éstos.” Y se sonríe.
Yo le contesté su mirada y sonrisa con otra como diciéndole
que entendía su circunstancia. Sin embargo, uno de mis pasatiempos
preferidos cuando pasaba por Roma era tomar un café espresso
mientras gozaba mirando a los italianos caminar por las calles cerradas
al tráfico vehicular, su elegancia, distinción y manera
de hablar.