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NO ES NECESARIO haber estado antes en este lugar para darse cuenta que no ha cambiado demasiado. Las puertas de raulí, las ventanas de alerce y los artefactos de bronce dan cuenta de ello, pues siguen siendo los mismos de hace varias décadas atrás, esto a pesar de que su tráfico ha aumentado notoriamente. Divertido es ver aquí la misma tecnología que existe en los grandes aeropuertos del mundo, encatrada en muebles de los años sesenta. Para Carlos, que hace un par de horas casi pierde su vuelo a Chile desde Miami, esta dicotomía se hace aún más evidente. Pero esto a él no le impor­ta. Es más, después
de diez años de haber pasado por este lugar, sueña poder encontrarlo tal como lo dejó. De hecho, bajarse del avión a doscientos metros de un sitio donde guarecerse de la lluvia, sin duda, es la primera señal de que la esperanza de encontrar todo
igual, no es de lo más descabe­llado. Así, mientras toda la gente corre lo más rápido posible, cargando bolsos y familia,
escapando de la lluvia, Carlos avanza sin prisa, meditando: "Esta es la lluvia, esta es la verdadera lluvia". Sin duda, recordando otras bastante más desagrada­bles; de seguro saboreando cada gota. Ya en la sala de desembarco se escucha suave la versión instrumental del tema "Amo", su favorito, después de tantos años convertida en un clásico. Carlos, que lo recuerda bien, sigue su melodía re­pi­tiendo en silencio su letra:
".Nada,no hay nada como amarte,
no hay nada como ir contigo en la memoria."
Al mismo tiempo se entretiene desempañando sus lentes, que con el agua y el cambio de tempe­ratura, lo dejaron prácticamente ciego. Mientras las cerca de cuarenta personas que esperan ver aparecer sus bolsos, espantan el hastío, ya sea retando a los niños (deporte nacional), secando sus ropas, fumando, o simplemente moviéndose de un lugar a otro para no perder el calor que acu­mularon con el trote desde el avión a la sala de desembarque.En la espera, y para no perder la costumbre, una señora completamente empapada y que tirita de frío, comenta:-Es increíble que hacia el sur existan aeropuertos más modernos que éste, no lo puedo entender. Los que se encuentran cerca asienten con la cabeza o murmuran alguna reflexión similar, dan­do a entender la concor­dancia, compartiendo la rabia. Por fin, después de mucho esperar y cuando a los histéricos no les quedaban uñas, ni a los fuma­dores cigarrillos, y mucho menos saliva a los dicharacheros, la sinuosa correa transportadora comienza a moverse, rauda, para el espanto de un par de niños
que se apoya en ella, quienes si no es por la destreza de sus padres, habrían sufrido la misma suerte que el correcaminos.