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Prólogo del libro


Una hoja de papel en blanco, junto a una lapicera reposando sobre la mesa en espera de la mano inspirada que les dé vida, es igual que milenios atrás, el papiro cuidadosamente estirado sobre un pupitre de oro, y al lado una hermosa pluma de pavo real, lista para ser utilizada por la mano diestra del escribiente que trae las tintas para dejar registrado los acontecimientos de su tiempo y que sirvan a modo de legado para los tiempos futuros.
Así se escribe relatos sin tiempo, así es como se ha hecho siempre, desde los primeros dibujos en la piedra salvaje, así hoy en día la pantalla del computador es nuestro registro para que las letras sigan siendo las eternas inmortales, y las mudas testigos, del pasar incesante de los tiempos.
Y si hablamos de tiempo, ya han pasado más de treinta décadas y muchos kilómetros recorridos desde que salí de mi casa, muchos han sido los caminos por donde mis pasos fueron dejando huellas, tantas manos estrechadas, tanta gente que se conoce, con la que pasas horas, días, o solo tal vez el fugaz momento de un intercambio de palabras que es suficiente para poder comenzar una historia, hasta que uno sigue viaje, y las personas quedan atrás. Alguien siempre queda atrás cuando se viaja.
En tierra, por aire, sobre el mar, por diversión o soportando el tedio, que no deja más remedio que esperar por horas, horas que se van sucediendo lentamente unas tras otras confabuladas con el universo para hacerte sentir miserable dentro de una carpa, sin posibilidad de moverse, hasta que cese la tormenta.
Navegando por los canales del sur en un kayack, a merced de las majestuosas corrientes marinas.

Sentir la embriagadora adrenalina al bajar desde un helicóptero junto a mis compañeros para ir a apagar un incendio forestal, contrasta absolutamente con la tranquilidad del ranchito en medio de la nada, compartiendo un gastado mate con el paisano para pasar la tarde de horas eternas.
Todo esto es el caldo de cultivo que dirige mi mano a la hora de escribir estos RELATOS SIN TIEMPOS, al juntar todas esas aventuras, las experiencias, y también las vivencias, que son las lecciones aprendidas por el camino de la vida, y que son aprendidas, casi siempre a los golpes, sin delicadezas. La vida enseña así de esta manera, y de esta manera lo aprendido jamás se olvida, porque queda grabado en el corazón y la esencia de cada uno de nosotros.

El autor