extracto del libro
NUEVE
A noventa kilómetros por hora atravieso la carretera dentro
de las normas permitidas. He recorrido tantas veces este mismo túnel.
El tacómetro no sobrepasa las tres mil revoluciones. Pienso
que ningún esfuerzo por agradar debiera durar tantos años.
Acelero con la esperanza de alcanzar algún destino. Son doscientos
los kilómetros que puedo recorrer en una hora aunque el túnel
no tiene más de dos mil metros. Las luces artificiales se
transforman en líneas que van convergiendo. La ruta se hace
cada vez más angosta y a pesar de los destellos me transporto
a otro túnel menos alumbrado. Es de una sola vía con
un semáforo de advertencia. Lo recorro en medio de una oscuridad
extrema. Las luces del auto le dan un tinte azul a las rocas, un
azul tenebroso que me hace pensar en un cielo sin estrellas. Pierdo
mi brújula por satisfacer deseos que me hacen sentir culpable.
Por años me he escudado en el amor de mi esposa, vislumbrando
el futuro a través de sus ojos.
Decía estar deprimida, pero no puedo hacer nada. Me deja abandonado
en una enorme caverna para la que aún no estoy preparado.
Del túnel del amante paso a sentirme borracho ante problemas
que me angustian.
Debería borrar mi historia y partir de cero. Estar solo no
es fácil aunque contraer matrimonio siempre me pareció un
salto a ciegas. Prefería fiestas y cenas románticas
en restoranes de moda aunque el sexo pasajero me hiciera un peor
amante. Busco luz en el pasado y retrocedo.
Subimos al cerro San Cristóbal en medio de una intensa niebla.
Al llegar a la terraza del funicular, montamos las bicicletas al
hombro y escalamos hasta la virgen por un sendero de tierra. Ascendemos
por su pedestal de cemento entre una bruma tan densa que a cada paso
van desapareciendo los peldaños. Nos vemos suspendidos en
el aire. Con mi amigo somos los únicos moradores de una isla
de peldaños que se pierden entre las nubes.
Ahora requiero escapar de borracheras interminables y de luces que
transcurren a mayor velocidad. Pasado y futuro me hacen perder el
sentido. El licor confunde imágenes que me dejan tranquilo
en un presente que no duele. Cuando niño pedaleaba como loco.
Subía a mi bicicleta y recorría parajes a mi alcance.
No era
necesario frenar teniendo al tiempo como aliado. Con el paso de los
años fueron desapareciendo muchas rutas
posibles y la depresión me hizo dejar el trabajo. Ya no tenía
sentido esforzarme para satisfacer a mi esposa. El pasado nunca terminaba
de ocurrir y yo solo deseaba llegar pronto al final del túnel.