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FOTOGRAFÍA POR ENCARGO

 

Rita llegó el sábado y ocupó de dormitorio la sala de planchado; venía por unos días, tal vez un mes, terminaba el informe de investigación y partía. Y así lo hizo, pragmática y veloz… utilitaria. Los contactos precisos, las cenas hasta la justa hora, el vino de las comidas, medio vaso, uno a lo más, y al otro día nuevamente en campaña. En fin…me olvidé de Rita, no me di cuenta que seguía conviviendo con nosotros y ya sólo me la encontré para las comidas, cuando comía, con uno que otro amigo o conocido que también desaparecía temprano.
En realidad también yo estaba enfrascado en un proyecto preciso, una novela, mi novela, y capaz que tampoco le presté atención. Llegaba del trabajo y me encerraba en el taller que construí detrás de la casa con vista al nogal y a un pasto raquítico que crecía bajo la sombra, y salía cuando ya no quedaban luces encendidas en la casa. A Leonor también le gustaba así, ella sabía que cuando entraba en calor no salía hasta tener algo en las manos y con esta novela costaba avanzar.
Un día, luego de dejar mis cosas, me tendí para recomponer el hilo de lo escrito, retomar los personajes, pensar una variante inesperada, incluso dormí o soñé: Nicomedes, mi personaje, con su navaja de amuleto volvía años después a ver a la Marta, su primera mujer, y les costaba mirarse, estaban nerviosos, tomaban café, ella iba al baño y el Nicomedes le miraba las ancas, un recuerdo fugaz, ya muy lejos de lo vivido, y yo sabía lo que tenía que pasar pero no podía, ahí quedaba la novela, no encontraba la forma de abordar, cómo se disipaba el hielo o el pudor…no sabía o no quería, aunque igual me puse a la máquina con esa seca sensación de una tarde sin una letra. Metí las manos en un cajón y bajo la primera hoja me encontré una foto, vieja, sepia, antigua en su concepción.
Y ahí, a un lado quedó el papel, la vida me ponía una foto en el previo espacio de la ficción y yo la tomé; pude dejarla, claro, darle un vistazo y poner el papel, olvidarme, luego preguntar o no, mejor no, ¿y si fuera Rita y no Leonor como se me pasó un segundo por la cabeza? pero no, no podía ser, era una buena idea, claro, la pragmática mostrando una pata de cabra, pero no, Leonor tenía ese tipo de llamados de atención, una foto sepia, en ella la mujer, una cinta en la frente, un medallón, apoyada contra un mármol, un poco gorda para el gusto actual pero tremendamente sugerente, bella, hermoso el pubis bajo el cinturón ancho, los senos encumbrados y la mirada ingenua que pone todo el deseado tono de perversidad.
Finalmente resolví poner el papel y poco a poco Nicomedes encontraba la manera de abordar, aunque no era eso precisamente, sino cómo la situación los abordaba, como el pudor se rompía en un recuerdo divertido, una sonrisa del Flaco que dispara en la Marta la pregunta : ¿Te acordai cuando saliste en pelotas a la calle?, poniéndolo en una noche, hace ya muchos años, en que comienza a temblar y el Nicomedes sale desnudo a la calle y vuelve a entrar, pero vuelve a salir en pelotas porque el miedo puede más, con todo el vecindario cagado de la risa mientras el temblor comienza a pasar, entonces, no del todo satisfecho, me vuelvo a tender y me llevo la foto mientras armo mejor, mirando el techo y la foto, para quedarme finalmente con la foto, la piel de una mujer seguramente ya muerta, quizás en un prostíbulo, pobre, con romadizo, o no, mejor así, eterna en la imagen, los rollos apenas, esa capa de grasa sugestiva en la barriga, las entrepiernas, la suavidad de las entrepiernas, acercándome la foto para ver si algún pelo nace allí o sólo en el pubis, no erecto, sólo pesado, espeso, haciéndose notar en un refregón y nada más, una pequeña distracción cuando me llaman, me preguntan si voy a comer o no, si me traen al escritorio, y primero sí, que me la traigan, pero luego no, mejor voy y me levanto, guardo esta provocación debajo de los papeles, y llego cuando están todos sentados y no digo más que hola y beso a Leonor que me clava la mirada viva, pícara, que nos tiene ocho años juntos y se ríe y me dice ermitaño, antisocial, te van a crecer las uñas, cuando pregunto a Rita cómo va eso, y ella responde que ya está, que incluso tendrá tiempo de ir a la playa y me explica que lo más difícil ya lo hizo, las entrevistas, que ahora sólo le falta la redacción y recopilar material en diarios y bibliotecas, pero que ya tiene todo arreglado porque un conocido la contactó, y todo listo, todo como debe ser, pragmático y veloz, de alto performance y vuelvo la cabeza y Leonor me está llevando a la cama, me está diciendo con la mirada que me espera, que tiene todo el rubor, la música , las piernas, todo dispuesto al sudor, esa forma de dejar caer una pierna, no abrirla, todo, y la foto que puso allí, claro, ella la puso allí porque hace una semana que no salgo para nada y vuelvo cuando ella duerme, entonces dejo lo que debo corregir para mañana y nos vamos después del café cuando Rita sigue contándonos, haciendo alarde de su organización que aprendió en Holanda, Suecia y París, países organizados, con un claro sentido del deber, no como nosotros que nos vamos a la cama ahora y yo no terminé con la escena que me proponía, pero ya siento que tomo las caderas de Leonor, y callo lo de la foto, porque no vale la pena, todo se entiende así, pasando la lengua por sus piernas, subiendo, acercándome, y ya no escucho quién canta y las luces están apagadas en toda la casa y antes de cerrar definitivamente los ojos vuelvo a recordar la foto sepia, estos llamados de atención que me tienen aquí, volviendo otra vez al trabajo, encerrándome a reescribir esta escena que debe ser de otra manera, porque recordar lo del temblor es mucho, demasiado, es poco natural y nadie se acuerda de eso en estas circunstancias, mucho mejor sería que el Nicomedes dijera estoy bien cuando ella se lo pregunta, y ahí si que se provoca el clic, porque la Marta sabe que siempre el Flaco dirá bien y le ve los ojos tristes, empañados por dentro, la mirada sin ver, y entonces le bajará toda la ternura de nuevo, porque ella es mujer madre y sabe que está como las huevas, pero no sabe de que, tal vez de otra mujer, sin embargo guarda ese gesto de siempre, esta conversación que ellos tienen archivada para reeditar, así mejor, sin duda, satisfecho ahora de la escena busco la foto y no está, alguien la tomó, alguien que debe ser Leonor, se tomó el trabajo de ubicarla entre la resma de papeles nuevos donde vuelvo a revisar y nada, y si la hubiera dejado en otro lado, y no, y me levanto del escritorio y cuando salgo todo está a oscuras y no podré preguntar, aunque sólo hubiera querido mirar, mirar los ojos que son los más delatores, de ese alguien que cuando no estoy se mete en el templo este y revuelve mis papeles que nadie toma sino yo, y me da un poco de rabia, porque Leonor sabe que esta intimidad no se toca, sabe que nunca lo hablamos tampoco, que es un acuerdo en silencio y mientras recorro la casa escucho una música suave, la sigo y llego donde duerme Rita, la vieja amiga de Leonor, de paso acá por sus investigaciones e informes, una música demasiado suave para identificar y ya sé que no duerme, que bajo la pragmática queda una gota de sensibilidad, un pequeño tiempo para ensoñar, quizás, tal vez no sea ni eso, tal vez diga que no se puede dormir si no escuchando algo de música y que le sirve de somnífero y vuelvo al escritorio a tenderme un rato, traer a Rita y dedicarle unos minutos, que no me servirán de nada porque es tan inasible para mí, tan lejano saber cómo vive, qué le gusta, si se mira el cuerpo antes de meterse a la ducha, no, ni tanto, menos, algo que deje ver bajo la ropa que viste, digamos bien, a tono, y la seducción que parece tenerla dominada de principio a fin; una mujer moderna sin duda, sabe lo que quiere y dónde va, cómo lograrlo y que el tiempo es oro, entonces basta para ella y apago la luz, me pongo de pie y me voy a dormir, cruzo el patio a oscuras, entro en la casa, la música ya no se escucha y cuando me dirijo al dormitorio veo la luz de la cocina encendida, me desvío a apagarla y lo voy a hacer sin mirar cuando me la encuentro allí con un vaso de agua en las manos, y veo más, veo lo que no deja ver, por fin, un gesto de pillada, un algo de naturalidad, no podía dormir, dice, estoy cansada y antes de decir nada yo, veo la bata abierta entre unos pechos altos, esquivos como peces, la curva de las nalgas asentadas, las manos finas, un brazo, quieres algo, le digo, negándome aún a mirar, aún viendo a la precisa, la pragmática de resultados, y dice no, quisiera hablar, agrega y pierde la vista, estoy cansada, repite, no sé, a veces necesito alguien con quién hablar, y cuando voy a preguntar se adelanta, no es nada, ya está, la noche está preciosa, viste la noche, pregunta, no, le respondo, mientras deja caer un chorro de agua sobre el vaso y parte, pero antes se vuelve, se vuelve de modo que pueda ver sus pechos alzados, en punta, que podrían entenderse como una provocación, ayer leí algo de lo que escribes, me dice, la miro serio, los ojos le brillan de complicidad cuando agrega, me gustó y se aleja al tiempo que apago la luz, sigo tras ella, la alcanzo donde nos debemos separar, la noche está preciosa, le digo, no me responde, me toma una mano, la presiona y se va.
Un minuto entero me quedé allí sin más reacción que el temblor del sexo creciendo abajo, encumbrándose de emoción, buscando una resistencia fantasma, un calor inexistente, solo en la oscuridad como un niño, provocado, pero no, o sí, no sé, más bien preso de un episodio confuso, en todo caso sensualizador, nada más, claro, nada más, sólo que compuesto con la foto, con los senos de Rita en punta, me sacaban de la mecánica habitual, los libros, Leonor, la novela, para llevarme a la cama obseso, descartando del todo a Leonor, metiendo en la foto a Rita, poniéndola con esfuerzo allí apoyada en el mármol, añadiéndole una mirada sugestiva, un cinturón ancho, la cinta en la frente mientras vuelve a crecer, temblar en el espacio vacío y… ayudo, lentamente, gozando a Rita, porque es ella la que veo, la que invento parsimonioso para no despertar a Leonor y la hago presionarme nuevamente el brazo en la oscuridad, pero ahora para atraerme y llevarme, abrirse la bata donde los pechos contundentes se ofrecen y abajo los jugos comienzan a asomar por la entrepierna y pierdo el aliento al entrar y salta y disimulo apenas cuando me digo, si supieran las películas que me paso antes de dormir.
Desperté temprano, me olvidé, quise olvidarme de ese rayón sin base sustentatoria y apenas con un café me fui al escritorio para continuar, ganar páginas de fin de semana, desde el sábado temprano, con el Nicomedes triste, bien, como él dice cuando la Marta se acerca y a él se le empañan los ojos, le pasa una mano con ternura por el cuello, juntan los rostros y casi sin darse cuenta acercan las bocas, casi juntan los labios que recuerdan solos, el solo cuerpo, la piel que se junta, los labios, besándose, así es, luego vendrá de a poco, muy lentamente, el hotel pobre, barato, cuando ya comienza a aparecer el sol sobre el pasto bajo el nogal, y una gata, luego lo sabré, baja de una pared y comienza a jugar, se revuelca, corre, va y vuelve y rueda y se estira, remolonea y de pronto se pone, estirada levanta la cola y cuando creo no entender nada, solemne aparece él, se acerca don gato sin pisar el suelo y huele y busca con la lengua allí y mi sexo brinca encabritado, la naturaleza o el azar vuelven conmigo a la provocación, a la obsesión, y basta…me levanto, decido gratificarme con otro café y los gatos suspenden su festejo, huyen cuando abro la puerta, qué carajo, me digo, es que todo se confabula para calentarme sin ton ni son, o con ton pero sin son… y al entrar a la casa me encuentro con ambas amigas tomando desayuno y el bolso de Rita a medio llevar sobre un sillón, porque me voy el fin de semana a la playa, cuenta, y apruebo con una sonrisa mientras en lo hondo se derrumban las fantasías, las pajas inútiles con la taza de café vacía en las manos, sacando cuentas, cuándo es que se va, cómo es que se va a ir sin antes… sin antes qué, nada imbécil, me digo, mientras me sirvo café, si todas son fantasías tuyas, fotos que deja Leonor y tú refocilándote en pajas gloriosas, inventando la realidad, cambiando los personajes y vuelvo envalentonado ya con la certeza que todo fue un invento mío, que nada pasará, al tiempo que Leonor va a buscar un sweater para Rita y ésta se hunde el bolso de viaje liviano y quedo sobrando del todo aquí, desolado de fantasías, con el culo de Rita desafiando mi imaginación bajo los jeans, bravo, respingón, hermoso y yo sobrando, aunque no, porque un culo así aunque sea una pragmática con insomnio es una excelente imagen para recordar, las piernas fuertes y la mirada que me sorprende en plena descarada y meticulosa observación y qué, qué si Rita se levanta y vuelve a su papel, seria…mas confundida, toma unos libros y busca y elige con un algo de torpeza imperceptible en las manos y a mí me tiemblan los labios que escondo contra la taza de café mientras ella dice, este, ahora sí que lo voy a leer y le respondo, no, no vas a dormir nada, que qué tiene que ver, y me mira ruborizada, perdón, le digo pasando al rojo yo también, quise decir no vas a leer nada, en la playa uno nunca lee nada, son libros de paseo, agrego rápido y mejor me voy al escritorio, huyo de las palabras que me delatan, pero me detengo un segundo antes de desaparecer, una última curiosidad y sí, me miraba ir, esperaba que me detuviera, esperaba decirme, confirmarme, lo voy a leer aunque me quede sin dormir. "El Cuarto Propio" brilla en sus manos, bajo la blusa sus senos escapan, y le digo, a ver, no te muevas, vuélvete un poco, me interroga con la vista, un poco, repito, así lentamente, hasta que queda frente a mí, ahora, continúo, levanta la cabeza, más, un poco más, levemente hacia atrás, descúbrete el pelo sobre las orejas, sobre la frente la cinta, ahí, eso es, exactamente, así es la foto.
Quedó pasmada, sus pechos o la blusa aleteó al tiempo que desaparecí por la galería excitado y confuso, ya del todo con otra preocupación, otra obsesión más urgente que la novela incluso, que el trabajo, que Leonor, sin poder de concentración más que la urgencia, las olas de calor, las fantasías recurrentes frente al escritorio una y otra vez, cuando desde el patio se despiden, Leonor me avisa que volverá a almorzar y Rita grita chao, y unos pasos se acercan, Leonor, Rita, no, Leonor, empujan la puerta y me vuelvo para ver a Rita, la cabeza levemente inclinada hacia atrás, me intrigó lo de la foto, me dice, te la voy a cobrar y desaparece, ya no quedan ruidos en la casa y me paseo por la galería desierta llevando las hojas que recién escribí, un libro tomado al azar, voy y vengo, me tiendo sobre un sillón mirando el techo y nada, nada más que el silencio flotando, escenas de la novela que surgen solas, la foto, Rita, un hotel barato en la calle París donde ahora llegarán la Marta y el flaco Nicomedes y la foto, la foto desaparecida quizás en manos de quién, que ya no lo sé, ¿Rita?, ¿Leonor?, vaya a saber quién me brinda esta obsesión, el recuerdo de la mujer con la cinta en la frente y la cabeza levemente inclinada hacia atrás, la mirada sugestiva, desnuda, el ombligo redondo y ancho en esa piel que temblaría al poner la mano allí, deslizarla allí, abierta y amplia, pero basta, me digo y me pongo de pie, me olvido, trato de olvidar cuando descubro sobre la mesa "El Cuarto Propio", el libro que Rita leería incluso sin dormir, olvidado sin más a plena luz, y la pragmática de resultados ahora sí objetivamente se comienza a desmoronar, el espíritu latino la vuelve a recuperar, la provincia de olvidos, del ahora sí, se cuela en sus performances, en sus doctorados, la naturaleza violenta, el mundo sin dominar y me alegra, me alegra abajo, mezquino en el sexo que vuelve a temblar cuando tomo el libro como a ella y antes de irme nuevamente a escribir entro de paso al baño, el baño asignado a ella y me siento al lado de la cortina todavía húmeda, el trasto de la ropa sucia a medio abrir con unos jeans que asoman y apenas bajo la tapa unas tangas desconocidas, misteriosas, prohibidas, imposibles de tocar, porque eso no, el fetichismo no, en alguna parte hay que poner fin a una obsesión, realizarla acaso, pero mis manos van igualmente allí y alzo la tanga cuidadosamente con la punta de los dedos para dejarla nuevamente allí, y no, la tengo ante los ojos, un vaho irresistible y lejano me inunda, me ciega, me hace saltar el sexo de emoción, temblar enloquecido en el espacio, y ya nublado, sin ningún dominio sobre mí me la acerco velozmente a la nariz y los labios y aspiro tragándome el aroma celestial hasta mi última capacidad, me llevo la mano al falo húmedo, goteando sin fin y cuando vuelvo a aspirar y lamer, desde el fondo de la columna siento que se me arranca el ser, rojo de locura y felicidad y en el último segundo casi con el mismo sexo de Rita en los labios, apoyada en el mármol, la cabeza levemente hacia atrás, entrecerrando los ojos, apretando los dientes, pongo la tanga allí de donde broto y estallo y me uno y deshago en esta locura desconocida y hermosa, culpable al fin porque de inmediato viene la sensatez, qué voy a hacer con la tanga mojada de mí, pegajosa de jugos, seguro, ponerme de pie y lavarla prolijamente sin dejar una huella de debilidad, de fetichismo, sí, exactamente y luego qué, nada, misterio, que Rita piense lo que quiera, que lo diga, u omita, que lo omita mejor al verlas colgadas allí o no, guardadas de nuevo donde mismo pero limpias, misteriosamente limpias, ¿cómo una foto?… y yo nunca sabré nada tampoco, nada más que esta felicidad desconocida y el aroma enloquecedor de su sexo escondido en títulos, investigaciones y doctorados, un sexo con aroma de batalla final que agrega el espacio, el sabor, el olor a la composición sepia de la foto.
Y Rita volvió a una última semana en que nos evitamos cruzándonos en vértices, esquivándonos la mirada, poniendo un campo nervioso de distancia entre los dos, cómplices al fin, o no, cargados de subentendidos y silencio y observación y omisión y preocupación, porque sin abandonar su velocidad y resultados, las entrevistas y lecturas en el ceño cargaba una preocupación, en los dedos una tensión al asir, mientras mi novela se detenía en un hotel barato de la calle París con una Marta sin iniciativa, un Nicomedes remedo de sí, paralizados, deambulando en una pieza pobre de hotel con palangana en vez de lavatorio y agua en jarro sobre el peinador, sin saber cómo seguir o sabiéndolo pero detenido en esta otra urgencia, esta obsesión que se me escapaba, que me quedaba en una tangente frustrante, nerviosa, que me hizo salir por las noches a los cafés, a refrescarme el alma con los poetas que siempre recalan en Lastarria, pero sólo fue para caer con mayor entusiasmo al volver, para acostarme junto a Leonor tratando de escuchar sus ir y venir, generalmente nada, apenas una puerta que se abre a la medianoche, el ruido del agua, y nada, ni un indicio, sin imaginación tampoco para llegar a ella y distender, sacarle del ceño esa nube de preocupación, volver a la presión de la mano sobre el brazo en la oscuridad, a la Rita con el libro en las manos mientras los pechos vibran en desafíos cuando pone la cabeza hacia atrás, nada más que la impotencia ante el texto sabido y no resuelto, luchando otra noche más contra él cuando una vez más queda la casa a oscuras y resuelvo que me han invitado a leer a Valparaíso, que el lunes cuando Rita parta, muy pronto me iré yo también a olvidarme de esta locura y le cuento a Leonor y le pe diré a mis amigos de la Universidad que me preparen el justificativo, esa invitación mentirosa que presentaré en el trabajo y a Leonor, una invitación de los alumnos para leer y conversar, en realidad para huir, para meterme en una bar solo y pensar, el Cinzano tal vez, y amanecerme con boleros y otras mujeres y tangos y vino blanco, y finalmente chao, chao Rita, chao foto, chao obsesiones, chao, chao, así es, chao aromas y sexo, y volver luego tranquilo al jazz junto a Leonor, puta Leonor, qué quieres que te diga si nada tampoco te voy a decir de lo que ni siquiera intuyes, ni olfateas, ni nada, sólo apagar la luz otra vez para entrar en la casa, tomar agua de la cocina, cruzar el living a oscuras de donde me chistan y salto, primero asustado, sorprendido después con la certeza, la confirmación de que Rita está allí, no podía dormir, me dice, y le tomo la mano que no quita y se la alzo, la obligo a levantarse y la atraigo, dejo caer los papeles sobre el sillón y meto las manos bajo la bata cuando saltan sus pechos contra mí, las manos se deslizan rápido tocando y asiendo caderas, la espalda, mi sexo duro contra el suyo, mientras jadeamos, las bocas se nos juntan ansiosas, bebiéndonos y comienzo a bajar mi mano por la cintura, a pasarla sobre el pubis adivinando, crujiendo la camisa sobre los pelos y más abajo ya en la entrepierna, la carne suave, suavísima y más, al tiempo que levanto la camisa lentamente sin dejar de frotar, de pasar apenas las manos por allí hasta encontrarme directamente con el terciopelo de su piel y elevarme ahora hasta la humedad gloriosa, refocilar mis dedos en ese jugo e ir más allá, el tembloroso y tibio principio que abro con la yema de los dedos lentamente como un gajo de luna de comienzo a fin para quedarme allí donde tiembla y se retuerce y aspira y jadea silenciosamente y de pronto se aparta, no, susurra, no, cuando la urgencia me moja, baila mi sexo en su propio jugo, no, me dice, ahora no, tú me debes una foto, y antes de darme cuenta ya no está, sólo escucho la presión apenas sobre la puerta de su dormitorio que se cierra y me quedo allí aspirando de mis dedos, llevándome a dormir esta maravilla desquiciante en la yema de los dedos.
Mi entusiasmo murió en la más completa desolación el último día luego que lograra esquivarme y huir exitosamente yéndose inmediatamente a dormir después del café, y casi en algún minuto estuve a punto de decirle a Leonor que ya no iba a Valparaíso, que no tenía ganas, que estaba complicado con la novela y qué sé yo, sólo me retuvo la idea de encontrarla de nuevo a oscuras en el living y lo aguardé, puse oído, fuerzas, todo, para finalmente cruzar la galería apenas Leonor apagó la luz y sentarme a esperar en la oscuridad; estuve una hora o dos, no sé, lo que sé es que Rita no apareció y adormilado y tenso, enfermo, me fui a dormir.
A la mañana siguiente la partida fue rápida, la mía no, pero Rita y Leonor fueron rápidas, el desayuno eficiente, el que te vaya bien, éxito en tu lectura, vuelve, mirándola con los ojos idiotas del que no durmió nada y en fin, Valparaíso es siempre un alivio, un reencuentro consigo, con las tristezas, casi siempre con la tristeza más que la alegría, y la frustración y la obsesión, una piedra libre, eso es, para toda necesidad del alma, un respiro para el neurótico inconsciente, la ciudad del puede ser, de la confirmación de los amores y el desdén, y ya, con una foto nublada, un sepia evaporándose en el color, preparé el bolso, tomé papeles, libros, una camisa y esperé, esperé un café entero sentado allí donde alcé a Rita mareado de aromas y recordé, olvidé, leí hasta el momento en que, cuando me disponía a salir, sonó el teléfono que casi no atendí, pero sonó y cortaron y volvió a sonar, seguro, pensé, algo que olvidó Leonor, llévame la agenda o qué sé yo, y tomo el auricular y escucho a Rita, me debes una foto, me dice, vamos, respondo, que te vaya bien, me debes una foto, repite, te la perdiste, anoche te esperé, no, me corrige, una foto de verdad, eso me debes, pero si ya te vas, seguro dentro de poco parte el avión y Leonor estará mirándote hacer tu última llamada aquí, no me corrige, Leonor ya se va y yo… y yo, repite, estoy a punto de perder un avión, estoy a punto…y me deja escuchar su respiración, piérdelo, le digo, le ordeno, pueda ser…dubita, puede ser…no te creo, apuro, tú tienes mucho que hacer, cuentas cada minuto…, sí, aprueba, a veces, ahora soy capaz de dejarlos correr, soy capaz de encontrarte allá, en el American…, ya no existe, corrijo, encuéntrame en el Cinzano, no sé, le digo, no creo que pierdas el avión, espérame en el Cinzano, dice convencida, busca el lugar, llevo la misma tanga, dijo y me heló, casi se me cayó el teléfono, la misma, repitió, y dijo más, creo que se parece a la pieza del hotel donde hace tantos días están tus personajes, algo de eso tiene y colgó.
Se liberó el Nicomedes, tocó, lamió y olió, se metió bajo las axilas delirante, puso la lengua como gato allí, separó con cuidado, clavó dulcemente y fiero, se enredó en el cuello y la nuca, jugó con los pezones elevándose desde los pies como ante una diosa y la eyaculó dentro y fuera, la revolcó de las ancas, mordió apenas los glúteos y finalmente la vistió como el recuerdo de una foto de su juventud, con cinta en la frente y cinturón ancho sobre el pubis, levemente la cabeza inclinada hacia atrás mirando sugestiva, unos ojos antiguos, sepia en la nube del recuerdo y Leonor estuvo una semana entera ardiendo cuando la dejó de leer, revolcándose como gata en un jardín, levantando las ancas, poniéndolas para mí, con una sola observación, la escena está fantástica, dijo, lástima que el flaco Nicomedes no es así.

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