inicio biografía el libro contacto

UNA HISTORIA ESCOLAR
A mi primo y amigo Alan Carrasco


1

Me llamo Priscila y acabo de cumplir 18 años. 18 años, seis mil quinientos setenta días, ni más ni menos. Supongo que una debe ponerse contenta, feliz, al saberse más joven o más vieja, depende de cómo se mire, claro. Pero la felicidad no viene al caso. La felicidad no va conmigo. Es irrelevante. Lo relevante es que yo Priscila, Pri o Prisci, acabo de cumplir 18 años y estoy a punto de salir del colegio. Aún me quedan unos meses para graduarme, pero queda poco, muy poco.

2

Dicen de mí que soy gruñona, mal genio, enojona. Odiosa, dicen algunos. Esto puede ser cierto. No es que odie a todo el mundo pero debo decir que odio el colegio. Odio a las monjas, odio su religiosidad, su falso carisma, su intolerancia. Odio a mis compañeras, sus conversaciones, sus juegos, sus amoríos. De paso odio a mis profesores. Odio su altanería y vanagloria. Odio su falta de docencia. Sin embargo, y como de costumbre, existe una excepción, la diferencia. ¿Por qué será? ¿Qué es lo que determina ese algo distinto? No tengo idea. Lo que sí sé es que esa excepción fue Francisco, o el profe Francisco, o el profe de Historia, que fue el único que pudo llevarse mi atención, respeto y cariño por algún tiempo, y que a su vez, no supo aprovechar, no supo entender lo que quería con él. Pobre hombre. Hoy en día quién sabe cómo lo estará pasando.

3

Es lamentable no enterarse cuándo empieza una historia, porque cuando uno se da cuenta, ésta ya ha empezado. Yo no sé cuándo se inició la historia con el profe Pancho. Puede que con mis continuas preguntas después de clases; o con mis excelentes respuestas en las pruebas; o en ese paseo de fin de año. La verdad no lo sé. Pero de lo que sí estoy segura es del día en que por primera vez sentí algo por él. Lamentablemente en un comienzo no fue un sentimiento amoroso, más bien fue un sentimiento sexual, porque una mañana empecé a imaginarme al profe Pancho entre mis piernas, haciéndome el amor. En un comienzo deseché la imagen, pero al parecer demasiado tarde. Después de un rato no aguanté y terminé masturbándome. Al acabar sentí pudor y vergüenza y mucho más al verlo en el colegio aquella tarde. Pero me fue inevitable no hacerlo. Mis días de estudiante pasaron a tener otro color desde entonces. Quizá fue en ese instante cuando nuestra historia comenzó. Puede que así sea.

4

La historia comenzó a avanzar, a crecer, a contarse. Un día el profe Pancho me llamó después de clases y me pasó un libro que hace tiempo había dicho iba a pasarme. Era una resumida Historia de Gracia de no recuerdo qué autor. Me dijo que en cuanto lo leyera debía darle mis impresiones. Yo acepté entusiasmada. Al llegar a mi casa empecé con el libro. Pero después de unas cuantas páginas las imágenes teniendo sexo con él volvieron a abordarme. Y ahí en el sillón, en tanto leía, metí mi mano debajo del vestido y empecé nuevamente.

5

Si se trata de comprender, no puedo hacerlo. Tampoco puedo recordar que él haya tenido alguna conducta que insinuara algo más que mero interés en mi situación escolar. No, claro que no. Además yo no era de esas típicas minas calientes que piensan en sexo todo el tiempo o se meten con tipos para experimentar en la cama. Tenía mis rollos, naturalmente, pero eran solo míos. Lo del profe Pancho parece ser una especie de pasión que brotó sin previo aviso, sin un porqué.

6

La cosa es que estuve guardándome el secreto por un tiempo. Como no confiaba en mis compañeras no tuve el valor para decírselo a ninguna. Pero pasado ese tiempo resolví hablar con él y contarle mi secreto. En un recreo le dije lo que me pasaba. Se extrañó y medio huraño me dijo que era algo normal a pesar de todo. Obviamente no le conté lo que hacía pensando en él, le conté simplemente que me gustaba y no dejaba de pensarlo. Pero antes de que sonara el timbre me dijo que no debía mezclar las cosas, porque él era un profesor y yo una alumna. Yo le dije que me era inevitable. El insistió en que tenía que desechar la idea y buscarme un pololo, hacer deporte, ocupar más mí tiempo libre. Decepcionada me fui a la sala. Me sentí ridícula y traté de olvidar, pero no pude.

7

Desde ese día mi relación con él fue diferente. Él se alejó. Su actitud hacía mi cambió. No volvió a hacer que respondiera las preguntas difíciles en sus clases; tampoco me volvió a prestar libros; mucho menos volvió a quedarse conmigo después de la hora de salir. En ocasiones intenté conversar con él pero rápidamente guardaba sus cosas, excusaba que tenía un compromiso y me dejaba sola, en medio de una sala vacía. También mis notas en su asignatura empezaron a bajar. Él nunca dijo nada. Nunca trató de hablar conmigo y ver qué me pasaba. Si mis notas eran un cinco o un tres iban sin miramientos a acabar en el libro de clases. Antes no era así. A pesar de eso yo no pude dejar atrás mis deseos más ocultos. A veces sentía rabia por no ser capaz de sacármelo de la cabeza y hacer una vida normal. ¿Qué me ocurría? ¿Qué me estaba pasando? Eran preguntas que me hacía todas las noches antes de dormir. Pero el profe Pancho se alejó de mí. Y es obvio, él era el profesor y yo la alumna. Desde su mirada adulta jamás podría haber pasado algo entre nosotros. Pero yo no podía, juro por Dios, que no podía quitármelo de la cabeza.

8

Hasta que un día tuve la idea e intenté, según yo, una buena jugada. Era viernes y ya todos se habían ido a sus casas. El profe Pancho aún estaba en la sala, al parecer corrigiendo unas pruebas. Se extrañó e inquietó al verme entrar y cerrar la puerta. De inmediato se puso en alerta. Sin esperar momento le dije lo enamorada que estaba de él y que ya no daba más. Me puse a llorar. El llanto fue espontaneo. Le pedí que por favor no fuera indiferente conmigo, que yo entendía la situación en la que nos encontrábamos, pero que hiciera el intento de comprender. Yo le dije que conocía amigas que habían terminado casadas con sus profesores, que habían terminado siendo felices. Pero él estaba inmutable. Llorando como estaba me acerqué e intenté besarlo. Él me apartó y se paró. Me dijo que no lo intentara de nuevo, guardó sus cosas y salió enojado de la sala. Yo no supe que hacer. Me senté en una silla y seguí llorando. Imaginé lo peor: que le diría a las monjas, que ellas llamarían a mis padres, que como de costumbre me llevaría una surra de golpes, y que al final, terminaría disculpándome y rezando un Padre Nuestro. Me sentí morir. Afortunadamente nada de eso pasó. Y esto para el bien mío, pero para el mal de él.

9

Al día siguiente caminando en dirección a mí casa, recordé lo sucedido. Sentí mucha tristeza, lástima por mí misma. Sin embargo, al pensar y pensar en la escena del día anterior, el odio y la rabia se apoderaron de mí. De un momento a otro la lástima y la pena se transformaron en pura maquinación, en pura venganza. Me prometí que haría pagar a Francisco por esa humillación. Me prometí acabar con él y su carrera de profesor. No me importó. Se lo merecía y punto. También me alarmó pasar de la tristeza a la rabia tan rápido, pero al final terminé aceptándolo. Comprendí que era un mecanismo de resguardo, de defensa.

10

Pasé algunas semanas planeándolo todo y puse el plan en ejecución un jueves en la tarde, cuando no hay estudiantes en el colegio. Al corroborar que él estaba en la sala de siempre, pasé al baño y empecé. Me senté en el wc y comencé a tocarme, a meterme los dedos, rápido y con fuerza. En un comienzo tuve miedo porque era virgen, pero mi rabia y rencor eran más fuertes. Metí mis dedos hasta que sentí como la sangre empezó a correr. No era nada placentero, pero no tenía otra opción. Cuando terminé pasé mis manos manchadas por la falda y por mi ropa interior. Para cualquiera pudo haber sido una sesión más de placer, pero para mí no. Para mí fue un ritual, la ejecución de un plan, el paso previo para acabar con la carrera de un profesor.

11

Al llegar a la sala Francisco estaba concentrado en unos trabajos. Cuando entré, se quitó los lentes y me dijo que por favor me fuera, que estaba muy ocupado. Yo cerré la puerta y me abalancé contra él. No le di tiempo y me subí encima de sus piernas y le dije que me diera una oportunidad, que estaba loca por él, que lo deseaba, que me masturbaba todos los días pensando en su cuerpo, que estaba enamorada, muy enamorada. Lo tomé fuerte y en varios intentos no pudo zafarse de mí. Traté de desordenarle lo más que pude, de desabrocharle lo más que pude, antes que con un impulso y fuerza desmedida me quitara de encima y me dejara tendida en la mesa. Y ese fue el instante, ese fue el momento en que empecé a gritar, a gritar cada vez más fuerte auxilio, auxilio, auxilio, me están violando. Al parecer Francisco se acababa de dar cuenta de mi plan. Su rostro se desfiguró y empezó a decirme que estaba loca, que era una enferma y que no iba a salirme con la mía. Yo empecé a llorar y a decirle, me violaste, Francisco me violaste. Él movía la cabeza y volvía a repetir que estaba loca, que estaba enferma. Pero me pasé la mano por entre las piernas y se la mostré. Él miró atónito. Su rostro mostró vacilación e imaginé que por unos instantes creyó en todo lo que yo decía, en que de verdad había violado a una alumna. Se vio confundido. Se vio violador. Pero volvió a decir que estaba loca y enferma. En instantes la puerta se abrió y entró un auxiliar con la inspectora y mi plan se vio concluido. Alarmados vieron la escena y preguntaron qué estaba pasando. Y yo no pude responder, no pude responder porque seguía llorando a gritos encima de la mesa sin poder parar.