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Inmigración, escritores y otras hierbas
por Jorge Etcheverry


Ya sea que nuestro origen haya sido el exilio político o la inmigración económica, o cualquier tonalidad entre ambos, los latinos que vivimos aquí somos lo que se denomina newcomers, recién llegados. Ya que venimos de una región con una cultura, historia e idioma diferentes, nuestra inmigración es un fenómeno no tan sólo social sino que cultural e implica diversas maneras de enfrentar la inserción, al final irremediable, en la nueva sociedad y el ajuste de cuentas con el territorio originario. Proceso por el que pasamos todos pero cuyo registro lo hacen nuestros artistas, escritores y periodistas.

Hay diversas motivaciones para la inmigración. Hace poco, en una entrevista para una revista de Montreal, Tinta y Papel, se me preguntaba cuáles eran las principales diferencias y similitudes entre las inmigraciones políticas, religiosas, económicas y de otro tipo. Respondí que la inmigración política me parecía radicalmente diferente a las otras dos porque el inmigrante político lo hacía por circunstancias que sobrepasaban lo puramente personal, ya que se trataba de alguna manera de que el orden vigente en su país hacía imposible la lucha política hacia la realización del sistema por el que abogaba. En otras palabras, hay muchos a quienes les iba bastante bien, que se vieron obligados en determinado momento a salir de sus países porque sus ideas eran contrarias a lo que pensaban o hacían los poderes fácticos de turno, generalmente autoritarios. Nuestra inmigración latinoamericana está llena de historias de carreras tronchadas, de promociones enteras de intelectuales y trabajadores de la cultura que figuran en sus países como generaciones perdidas porque se tuvieron que ir y que ahora recién comienzan a reinsertarse mal o bien en la historia literaria o artística de su tierra natal. Por otro lado está el inmigrante económico puro, que no emigraría si su situación económica individual mejorara, si se le abrieran oportunidades en el país de origen. Pero como las oportunidades dependen de lo que ofrezca o permita el régimen político y económico de que se trate, hay que adscribir una buena parte de la inmigración económica a las mismas razones que provocan la inmigración política. Ambas situaciones suponen un desarraigo voluntario o involuntario y la necesidad de la adaptación.

Ya existen a nivel de Canadá diversas iniciativas que intentan dar una forma, que no un sentido, que lo tiene de sobra, al discurso de la voz hispánica que narra los avatares de nuestra inmigración o exilio. Prueba de ello son por ejemplo el Proyecto Adrianne, que reunió por acuerdo de las bibliotecas nacionales de Canadá y Chile el testimonio literario y vivencial del exilo chileno en Canadá. Existe un proyecto de recopilación de la memoria colectiva del pueblo salvadoreño, que se realiza en Montreal coordinado por el novelista Oscar Tobar. En Toronto se está armando una antología poética trilingüe sobre el exilio del Colectivo Mojito de la Iguana y que coordinan la poetisa Amala Luna y el poeta Paul Carr. Existe una actividad de gran interés sobre exilio y literatura, que planifica Hugo Hazelton, y que tendrá lugar en mayo del próximo año en la Universidad de Concordia.

Todos, en tanto extranjeros más o menos avencidados en el nuevo país, tenemos nuestra propia concepción de su ambiente y de su gente. A su vez, somos objeto en mayor o menor medida de una percepción relativamente estereotípica. Se supone que los latinos son expresivos, tienen sangre caliente, no le hacen mucho empeño al trabajo y son indisciplinados. Viven inmersos en el son de sus bailes, especialmente la cumbia, cuando no están mirando fútbol. Por otro lado se mantiene un aura de exotismo, sensualidad y violencia, con un vago toque de la magia del realismo mágico, ya difundido al público en general en una cierta versión simplificada que es fruto de la presencia de García Márquez y de algún modo Isabel Allende, que como bestsellers alcanzan masivamente al público lector 'americano' (y canadiense). Los 100 años de Pablo Neruda, por su impacto mediático y por ende masivo, quizás habrán de matizar en años futuros esta imagen con algún elemento derivado de la difusión del vate.

Lo que nos lleva a la literatura. Las literaturas 'de menor difusión', como eufemísticamente se pueden denominar las literaturas étnicas, y no sólo la latinoamericana, made in Canada, constituyen básicamente un muestrario de las diversas alternativas de la nostalgia y el proceso de aculturación, en una historia con infinitas variantes y dicha con múltiples voces en variados formatos. Las alternativas de la nostalgia del territorio originario, la adaptación al nuevo, la confrontación entre ambos en la mente y el modo de vida del inmigrante o exilado, los avatares identitarios colectivos e individuales, se despliegan en el discurso de los autores latinoamericanos en Canadá como una flor de múltiples pétalos. La nueva sociedad post-industrial, metropolitana, es básicamente objeto de sátira y parodia en la prosa del narrador argentino Pablo Urbanyi. Es el aquí y ahora desde donde se rememora nostálgicamente el ámbito formativo originario, como en la producción del poeta chileno Claudio Durán. La condición en definitiva nomádica de sectores cada vez más amplios, quizás del hombre como tal, se tematiza en la obra poética de Luciano Díaz y Luis Torres, de Chile y del salvadoreño Julio Torres Recinos. Paul Fortis, también salvadoreño, da lugar a la nostalgia en su obra que retrata las alternativas de la lucha popular salvadoreña. La parodia y la ironía de los elementos de la vida cotidiana para el latino inmigrante restallan en la prosa del narrador chileno Ramón Sepúlveda y el peruano Guillermo Rose. Tito Alvarado, chileno, denuncia implacable el estado de cosas en el Sur, Elías Letelier, también chileno, reconstruye desde el Norte las alternativas épicas de la trágica historia americana, que adquiere una dolorosa dimensión personal en la chilena Nieves Fuenzalida. Paolo de Lima, peruano, explora la geografía de las extensiones sureñas mientras el bonaerense Ramón Elía insinúa en su narración premiada en Nuestra palabra (concurso de cuentos en español para todo Ontario), que las alternativas aparentemente distintas del aquí y el allá conllevan a la postre la misma finitud irremediable. La presencia del país perdido pulsa tras el filigrana experimental de la escritura de los poetas santiaguinos Luis Lama y Erik Martínez, se despliega en escuetas tautologías en los poemas de Arturo Lazo y el neocreacionismo de Alfredo Lavergne, ambos chilenos, en el humor existencial y amargo del salvadoreño Salvador Torres, que se preña de reflexión en Jorge Cancino de Chile, que matiza la mirada que se quiere europea y universal de la poetisa argentina Margarita Feliciano y el rescate de la riqueza de las instancias cotidianas de la poesía de Carmen Contreras. La frágil identidad del trasplantado se agota y se lleva al límite en los entornos urbanos de la prosa del narrador chileno Leando Urbina y casi desaparece en una novela escrita por este humilde servidor.



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