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Sobre “Oficio y otros cuentos”  de David Espinoza.
por Roberto Rivera Vicencio.

 

Cuál es la distancia entre la realidad y las ficciones de nuestros escritores, cabe preguntarse cuando leemos “Oficio y otros cuentos”  de David Espinoza, e inmediatamente cuestionar, pero de qué realidad estamos hablando: ¿La realidad de la prensa escrita y televisiva y etc. la de nuestros éxitos? ¿La realidad subyacente del malestar y el rezongo? ¿La realidad de la publicidad y el marketing con su eterna felicidad? ¿La de los marginales y cesantes invisibles entre los festejos? ¿La de los que aparecen sólo cuando arden los pabellones carcelarios?... En resumen, un complejo entramado ideológico sostenido por quienes diseñan modelos de realidad que excluyen todo lo que no les importa ni le interesa, y que por supuesto tampoco quieren ver. Allí entonces, precisamente allí, es donde se instala la literatura de David Espinoza, en las grietas cada vez más evidentes de la utilería y de la banalidad, sumergiéndose sin concesiones en el mismo nervio de este revés, donde el cuerpo -lo último que queda- es moneda de cambio y plástico de tarjeta, objeto de uso y abuso, instrumento de cambio en transacciones desiguales y urgentes, paquetes en sesiones de tortura, ofrendas de limítrofes y párvulos...  Así, el cuerpo humano se instala como personaje principal que cruza de extremo a extremo estos cuentos, y a su lado y en paralelo el mundo transcurre con sus códigos de normalidad, y nada, ni una mosca los interfiere.

Así, el abismo que separa a nuestra literatura y escritores de la realidad es semejante, se han vuelto invisibles, no sólo David Espinoza, sino todos, Francisco Coloane, Manuel Rojas, Fernando Alegría, Carlos Droguett, María Luisa Bombal, y hasta el mismo José Donoso, succionados por el voraz hoyo negro del modelo, que carcome y erosiona la memoria, que  sumerge la historia bajo una densa nube de banalidad y sin sentido, haciendo del otrora noble oficio de las letras una práctica perfectamente inútil para la gruesísima y adiposa sensibilidad de los atletas del emprendimiento; por ello seguramente el breve cuento “Mezcla” David Espinoza lo comienza con un convencido “Pertenezco  al pueblo de los idiotas...” dando así de lleno contra la resistente piel de los “inteligentes”  los pasados de listos, el sentido común mayoritario hecho de risas y aplausos digitados en programas.

De este modo, “Oficio y otros cuentos” demuestra demás que la ceguera es de un solo lado, de la realidad para acá, para el lado del escritor, dejándolo fuera del estrecho marco en el que el modelo representa su imaginario; y no así al contrario, donde un escritor como Espinoza sigue calando hondo en sus distintos modos de ver, o de ocultar, como podría entenderse “Catequesis” otro cuento breve del volumen, y el mismo cuento “Oficio” que da título al libro, dos planos primeros de la realidad en una convivencia esquizoide, y dentro de ellos los segundos y terceros planos de la degradación y el abuso en armónica representación para un entorno que no ve, que no quiere ver tampoco, porque si llegaran a ver se encontrarían con libros como este. Su espejo.

 

 

 

 

 

 


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