Jardín en Flor
Claudia
Martínez Rayo
1.
Niños: Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está ¿lobo
estás?
Lobo: Me estoy poniendo los calzoncillos.
Tengo un escondite al fondo del jardín, cubierto por los árboles,
al que me trepo por las grietas del muro de piedras. La tierra es blanda y
perfumada a pino. Crece una higuera gris de brazos largos, quiero ver si en
la noche de San Juan florece. Sentada muy quieta, sin respirar ni pestañear,
oigo crujir las yerbas y moverse algo debajo, algo que a mi alrededor comienza
a asomarse de a poco. No sé qué es, pero si me muevo rápido,
vuelve a ocultarse. Ya sé que no debo temer a lo que pueda haber detrás
de mí, me he acostumbrado a sentir como si me miraran fijamente. Hago
como si no estuviera, pero sé que está ahí siempre. Acurrucada
en mi rincón oscuro y fresco, escucho los pájaros y el zumbido
de los insectos y me da sueño.
2.
Niños: Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está ¿lobo
estás?
Lobo: Me estoy poniendo la camiseta.
Antes de ir a mi escondite, tengo que lavar la loza y hacer las camas. Pero
sólo mi mamá puede acercarse a los tesoros de los anaqueles,
sacudiéndolos suavemente con el plumero para no romperlos. Gente de
porcelana y madera negra, cristales de colores y dragones verdes de ojos saltones.
Cada uno tiene su aroma propio. Cuando nadie me ve, paso con cuidado un dedo
sobre ellos, sin cambiarlos de lugar para que mi mami no lo note. El tictac
del reloj no se detiene mientras los acaricio, parece que tampoco él
se diera cuenta de nada. Luego pido: “por favor, mamita Florcita ¿puedo
salir?” esperando no haberla molestado, aguantando algo que se me revuelve
dentro.
3.
Niños: Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está ¿lobo
estás?
Lobo: Me estoy poniendo los calcetines.
Cuando me quedo en casa de mi abuelita, se sienta a los pies de mi cama y
me cuenta las historias del Espíritu Maligno, que vuela por los campos
como pájaro Tue Tué y se disfraza de hombre, ocultando bajo
su poncho negro un pico curvo con el que devora a la gente, haciendo ¡cau
- cau - cau! Le pido que me cuente la historia de la mujer que, por tratar
de salvarse del espíritu maligno, deja caer a su bebé mientras
escapa, y cuando vuelve arrepentida a buscarlo, sólo encuentra sus
huesitos. No sé quién es más maligno de los dos. Cuando
apaga la luz y me deja sola, temo levantarme por lo que pueda haber debajo
de mi cama.
4.
Niños: Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está ¿lobo
estás?
Lobo: Me estoy poniendo el pantalón.
Vino un jardinero. El mismo que hace el jardín de todas la casas de
la cuadra. Tiene un ojo de vidrio como el águila embalsamada del salón.
Lo vi acercarse hacia donde yo estaba abriéndose paso a tijeretazos
con la enorme podadora. “Mi escondite”, pensé, “¡va
a encontrar mi escondite!”. Me vio entre las ramas y me llamó,
me dijo que quería ver cómo saltaba a la cuerda. Bajé
del cerro, la recogí del pasto y empecé a saltar cantando una
canción tratando de no tropezarme. De pronto él tomó
la cuerda y de un tirón la enredó entre mis piernas. Caí
boca abajo. Vi de cerca su ojo cuando dijo: “esto te va a gustar”.
Bajó mi ropa y metió sus dedos en mi entrepierna ¿qué
está haciendo? no puedo gritar me duele no me deja ir está metiendo
algo que me duele mi mamá me dijo que nadie puede tocarme ahí
que tengo que cubrirme que no me pueden ver los calzones mamá mamá
siento caracoles que me suben por las piernas nadie llega nadie me ayuda nadie
me ve me soltó me solté grito se ríe me voy corriendo
a la casa tengo tanto miedo asco no llego nunca corro arriba voy a mi pieza
escucho los gritos de mi mamá por qué hago tanto ruido al subir
las escaleras lloro grito no puedo dejar de llorar le cuento todo quiero que
me abrace que él se vaya lejos que no vuelva que no me haya tocado
que yo esté en mi jardín que nadie me encuentre que no haya
jardinero ni cuerda ni canción ni sol ni dolor que me apriete fuerte
que su calor lo borre todo no quiero escuchar nada hazme callar cálmame...
¿Por qué no vienes mami? Abrí los ojos, te vi observándome
desde el pasillo. Me dijiste “cómo puedes inventar cosas tan
sucias” y te fuiste.
5.
Niños: Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está ¿lobo
estás?
Lobo: Me estoy poniendo la camisa.
No debo llorar es malo lo que dije malo malo no debí decirlo cállate
tonta mereces que te peguen en esa boca sucia aprieto los dientes me duele
todavía tengo los calzones en las rodillas no me atrevo a moverme ni
a subírmelos ángel de la guarda dulce compañía
no me desampares ni de noche ni de día ángel angelito necesito
hacer pipí y si está en el pasillo y si está a mi lado
y si está esperando que me mueva para volver a enredarme aguanto la
respiración que no se de cuenta que estoy bajo las frazadas ¿ese
ruido es él? ¿qué es eso que cruje? ¿y si se me
echara encima haciendo cau - cau - cau? ¿qué me hizo? ¿me
hizo un agujero? ¿me va a quedar una marca para siempre? ¿qué
tengo? ¿por qué me tiene que gustar? Que no vuelva estoy sucia
si mamá me ve sucia se va a enojar cochina cochina perdón mamita
Florcita.
Corrí al baño, envolví mi mano con mucho papel para rasparme
fuerte, para quedar limpia. Que saliera todo. Algo abajo me palpitaba adolorido.
¿Es cierto? ¿Sucedió? Ya no oigo la podadora, no hay
nadie en el patio. Sí, sí estuvo, sí me hizo caer, tengo
las rodillas rasguñadas. No tengo fuerzas, quiero vomitar, no quiero
salir nunca más del baño.
Pero mi mamá me dijo que no era cierto...
Enrollé con fuerza mi calzón, lo escondí en el fondo
de un cajón y me puse uno limpio.
6.
Niños: Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está ¿lobo
estás?
Lobo: Me estoy poniendo los zapatos.
Cada noche me asaltaban pesadillas. Sofocada bajo las frazadas soñaba
que era la bebé que la mujer tiraba. Despertaba con los tijeretazos
en el pasto, extremadamente lentos, bruscos, veía su mirada en cada
corte, madre, dedicado a mí. Era cosa de dar un salto o trepar por
el balcón para alcanzar mi habitación. Por eso amanecía
con fiebre, vomitaba y lloraba, no era por molestarte. Había un demonio
en mi jardín, que subía por mi cerro, que me enredaba en mi
higuera, que me acechaba por todas partes, cantaba burlón mis canciones,
zumbaba mientras movía sus tijeras alrededor y esperaba que se fueran
todos para quedarse conmigo. Aún tengo su olor impregnado. Algo quedó
atorado dentro, algo podrido. Son los caracoles, madre, que avanzan lamiendo
en silencio, que dejan una estela de baba ardorosa. No hay nadie en casa,
no hay vecinos, no hay nadie en el mundo. Sólo casas vacías
con jardines llenos de flores.
Cuando volví al jardín, lo encontré solo y oscuro. Corrí
hasta mi cerro y me metí en un hueco en la tierra, pero los ruidos
de las ramas y de los pájaros me dieron miedo.
7.
Niños: Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está ¿lobo
estás?
Lobo: Me estoy poniendo el cinturón.
Después me prohibiste jugar con los niños del barrio, madre.
Mientras viviera contigo, el contacto con los hombres estaría vedado
porque nadie me iba a tomar en serio, todos creerían que yo era una
suelta. No entendía qué querías decir, pero la forma
en que lo decías, el desprecio en tus labios y la mirada torva me dejaron
una huella profunda. Esas palabras sólo las decías tú,
como si supieras cosas que nadie más sabía, y yo tenía
que creerte.
8.
Niños: Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está ¿lobo
estás?
Lobo: Me estoy poniendo la chaqueta.
Corrió la noticia de que la NASA había enviado el primer cohete
tripulado a la Luna. Esperé a la noche de la transmisión por
televisión, para hacer el amor por primera vez. Un salto a ciegas.
Cuando vino el silencio y él me dio la espalda, sentí una soledad
oscura. Al día siguiente, le pregunté qué le sucedía,
y me reprochó que no hubiera sangrado. Sentí un golpe en el
pecho. Ahí estaban otra vez, retorciéndose a la luz. De nada
sirvió que se escondieran en su concha. En el tercer cajón del
rincón de la izquierda, debajo del papel de envolver que cubría
el fondo, ahí estaba mi calzón hecho pelota. Años de
vergüenza y sufrimiento cada vez que alguien abría con dificultad
las pesadas cajoneras, porque rompí las manijas de bronce. Todo estaba
intacto. Volví a apretarme los labios con el puño para callar,
y él comenzó a despreciarme.
La condena de ser mujer, de ser yo, madre, se me cincelaba silenciosamente
en el alma. Yo misma ayudé a construir los muros sobre los que quería
asomarme, pero no hallaba cómo hacerlo.
9.
Niños: Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está ¿lobo
estás?
Lobo: Me estoy poniendo el sombrero.
Cómo pudiste, madre, cómo pudiste... mamita Florcita... vieja
maldita, me hiciste sentir puta desde niña, me alejaste de todos, me
hiciste ver burla en cada sonrisa, me hiciste sentir miserable, porque era
mi culpa, mi culpa, que ese se me hubiese acercado, porque al final me creíste
¿no es cierto? Me creíste y me culpaste. No soporto verme al
espejo, no soporto mi propio olor, trato de ocultarlo para que nadie se de
cuenta de que llevo caracoles dentro. Hay un ojo, una voz, un dolor, que no
se me despegan, que están ahí detrás de mí, acechándome.
Ni una palabra de consuelo tuya, ni una esperanza. Espero que allá
abajo esté tan podrido como acá arriba. Púdrete, maldita,
maldita, maldita.... Esta tierra debiera ahogarte, deberías abrir los
ojos mil veces y encontrarte donde estás, sin salida, sola, sin nadie
que te escuche. Nunca te arrepentiste, hiciste que las cosas continuaran como
si nada, pero estrechaste a mi alrededor un cerco que me estrangulaba. Soy
yo la que me ahogo, fuiste tú la miserable. Ya no puedo más,
ya no puedo. Por qué no abro tu tumba y te acompaño. Esta tierra
se abre bajo mis manos. Mi jardín. Aquí también huele
a flores.
10.
Niños: Juguemos en el bosque, mientras el lobo no está ¿lobo
estás?
Lobo: Sí ¡y allá voy!
Ayer, cuando por enésima vez dejé mi bolso dentro del auto,
mi hija me reprochó: “¿Por qué permites que te
roben? ¿por qué permites que abusen de ti?” Me quedé
sin palabras. Ella estaba enfurecida conmigo, confundida por mi silencio.
Desde hace mucho que rehuyo su mirada, que me cala hondo. Por primera vez,
me atreví a hablarle de mí, se lo debía. Tú no
entenderás nunca el alivio en sus ojos, de por fin comprender por qué
me escondo, por qué me disfrazo, por qué prefiero que me hieran
a herir. Ella sabe, madre, que ahora puede confiar en mí.
Esta es la última vez que te visito. Tú ya no estarás
más aquí, ni yo tampoco.
Me abracé al árbol de ramas caídas que crecía
a tu lado, como cada vez que recordaba mi dolor y necesitaba un arrimo.