PALOMITA
BLANCA
autor:
Enrique Lafourcade
Palomita
Blanca, vidalita
de pico rosado
Juan Carlos
me trató de matar. No, no es cierto, no es que me tratara de matar.
Es que me hizo morir de amor por él. Como en la novela "Amor sin
Limites" de la Corín Tellado, que yo leía cada mañana
antes de partir al colegio. 0, como en las películas. Pero, la pura,
no creí que era tan así, no Juan Carlos, yo no me hice ilusiones
con él, no creí que el amor era así, tan... tan... no
podía ni dormir y me debilité más. Perdí cinco
kilos.
Todo comenzó
cuando con la Telma decidimos ir al Festival. Habíamos leído
en el "Clarín" que el Festival era allá arriba, en
el barrio alto, por Los Dominicos, y la Telma estaba más entusiasmada,
y me dijo que podíamos arreglamos lo más bien con collares y
que yo como era alta y de piernas largas, me veía re bien de pantalones
y que íbamos a pinchar algo y que además estaba no sé
qué cantante americano que la Telma se los conoce a todos, porque desde
que se compró la radio a pilas, no se pierde programa. Me dijo después
que era por Piedra Roja, y que ella sabía cómo llegar. Puras
chivas de la Telma porque anduvimos más perdidas y tomamos como tres
micros y recién estábamos en el Canal San Carlos, y por suerte
pasaron unos chiquillos en un auto celeste y como nos vieron arregladas.
-¿Cómo
te llamai?
Eran medio frescolines,
pero lindos. El que manejaba tenía una melena rubia hasta los hombros.
-Ana María
- le dije.
-Yo soy María
Ignacia - agregó la Telma. ¡Más mentirosa! Me había
dicho que mejor nos poníamos así, que yo le ponía Ana
a mi nombre y que ella se iba a poner María Ignacia, porque esos si
eran nombres elegantes.
-¿Quieren
un pito?
El otro era
también rubio y bien alto y corríamos como a cien kilómetros.
-Ya pus, María
Ignacia! - le decía el otro.
-Más
tarde.
-Un pito es
bueno a toda hora.
-¡Yo quiero!
- dije, para caerle en gracia al que manejaba que era el más lindo,
aunque lo veía de perfil, pero se parecía a un actor de cine,
a lo mejor era.
-Pa mí
que esta cabra no ha fumado nunca - dijo el otro.
Ya íbamos
como llegando, y nos metimos por unos caminos medios raros, y andaban montones
de chiquillas y chiquillos y todos con pantalones y guitarras y collares.
Le había dado como tres chupadas al cigarrillo que estaba más
mal hecho que se me anduvo desarmando, un poco para sentir algo, pero no sentía
nada, y me lo volvían a pasar y estaba húmedo y el que manejaba
lo chupaba antes. Montones de autos.
-Hasta aquí
llegamos, cauritas...
-Sí...
ahora, a pata, ¿cachai?
-¿Andan
solas?
-Tenemos unos
amigos allá arriba - mintió la Telma.
-Nos vemos,
cauritas...
Era más
la Telma. Nos dejaron allí, cerraron bien el auto y partieron adelante
y se perdieron entre la gente y nosotras, que
habíamos
empezado el día tan bien.
-¿Y pa
qué les dijiste que ... ?
-Hay que hacerse
las interesantes, oye ... Ya los vamos a
encontrar...
-¡Los
vamos a encontrar ... ! ¡Cómo no!
En la colina,
al fondo, montones de chiquillos y muchos con las melenas rubias y con barbas.
Pero no los vimos a los jóvenes del auto.
Hasta el día
siguiente.
Nos sentamos
por ahí, en el pasto, entre montones de cabros y chiquillas y seguían
llegando, y estuvimos m s perdidas y como dos horas estuvimos y había
un escenario de cajones, como un teatro y todavía no llegaban los cantantes,
pero era lindo y todos hablaban y nos preguntaron cosas. Por ejemplo, nos
preguntaron, a la Telma, le preguntaron:
-¿Te
gusta Bob Dylan?
Y la Telma abrió
los ojos enormes, que sabía que eran grandes y azules, y con las pestañas
postizas eran más grandes todavía y lo miró sonriendo
y le dijo que sí. Y el otro, con otros más, como cinco jóvenes,
se pusieron al lado de nosotras, y el que le hizo la pregunta tenía
una barba negra y una boina medio cochina, y se parecía un poco al
Che Guevara y tenía unos aros de alambre en las orejas, y había
otra chiquilla en el grupo, muy flaca y muy alta, que no usaba sostén,
porque se le veía todo y los chiquillos le pellizcaban las puntitas
y la flaca se reía y habían empezado a fumar, y me pasaron otro
cigarrillo, pero yo les dije que más tarde, que todavía no,
que no tenía deseos, oye, y ya estaban empezando a tocar con las guitarras
y la Telma me dijo que eran los no sé cuantos, que eran caballos, que
ella los conocía. Y estaba rico allí, con el sol y montones
de gente que seguían llegando, hasta gente vieja habia, y unos fotógrafos,
y hasta gente de la televisión había, hasta estaban tomando
unas películas, y la Telma me pescó de un brazo para que fuéramos
a ver y el Che Guevara no la quería dejar ir, y le dijo que ella era
su paloma pero la Telma es más galla, tiene más cancha la Telma,
yo no sé donde ha aprendido tanto, seguro que como trabaja de garzona
en esa Fuente de Soda en San Pablo con Bandera, ahí tiene que haber
aprendido, digo yo, porque le tiró las barbas al flaco, y el Che Guevara
no le dijo nada, que yo, cuando me voy a atrever a una cosa así, y
le tiró de las barbas y le dio un beso en la frente y le dijo: chaíto,
y el flaco se rió, tenía unos enormes dientes como de caballo,
amarillos y anchos, y le dijo que la esperaba.
-Te espero,
paloma - le gritó, y la Telma, con más éxito la tonta,
con los ojos azules y las pestañas, y además, como tiene esos
bluyines nuevos y que le quedan apretados y es media gorda de atrás,
y se mueve entera al caminar, y yo me sentía medio ridícula
al lado de ella, porque soy muy delgada y tengo pocas caderas y poco pecho,
pero después me dí cuenta que todas las chiquillas más
elegantes eran así, y me tranquilicé.
A saltos tuvimos
que andar, entre las chiquillas y los chiquillos, y estaban tomando Coca Cola
y nos dieron, pero la Telma no me dejó terminar mi botella, porque
me arrastraba, que había que acercarse a la televisión, que
había divisado a don Francisco, y que a lo mejor. Era más ambiciosa
la Telma.
Antes
te cantaba, vidalita
como enamorada
Cuando comenzó
a hacerse de noche y estaba bien bonito todo, porque el sol se puso rojo y
los chiquillos y las chiquillas andaban con las caras rojas, y habían
más músicos y grupos que tocaban en todas partes, y la Telma
casi se me pierde, porque se fue a la televisión y se metió
no más, y salió en un noticiario, o algo así, y estaba
re contenta la Telma, y me decía que había que empujar, porque
si no, y de todos los grupos nos llamaban porque andábamos solas, aunque
había varias cabras que andaban solas, pero de a cuatro o más,
seguro que a nosotras, como éramos dos, y llegaron unos jóvenes
ya grandes, viejos, y nos abrazaron que yo casi me morí de susto, no
porque sea ninguna quedada, sino porque no los conocía, y eran jóvenes
como de respeto, y uno me preguntó:
-¿Cómo te
llamai?
Y yo le dije mi nombre.
Y me tomó de la mano y me dijo:
-¿Por qué
no nos vamos a mi departamento a tomar un trago? Aquí ya está
empezando a hacer frío. Tengo música y van a estar mucho más
cómodas.
Y el otro se reía
y no le soltaba la mano a la Telma, que también se reía. Pero
yo les dije que no. Aunque la Telma quería ir, y me dijo que por qué
no íbamos por un ratito y después volvíamos, pero yo
le volví a decir que no, y me acordé de la mano que le pasó
a la Rosa con eso de ir a un departamento. Entonces uno de los jóvenes
me dijo que él trabajaba en fotografía y que yo estaba pintada
para modelo y yo me reí y me acordé que el mismo cuento se lo
contaron a la Rosa, a lo mejor era hasta el mismo joven. Y después,
como nos vieron que nos reíamos y a todo le decíamos que no,
los jóvenes se cabrearon y se fueron a buscar otras, digo yo... alguna
más fácil... Y la Telma se enojó conmigo, y me dijo que
eran jóvenes decentes, con plata y auto, y que si yo era tonta o qué...
Y a mi me dio harta rabia la Telma, porque ella no me conocía bien,
y qué se creía que era...
Ya estaba comenzando a
hacer frío, era cierto lo que dijo el joven, y nosotras que andábamos
mas desabrigadas, yo con una chomba de algodón y los pantalones, y
medio encogida que andaba con el frío, había unos cabros que
estaban bailando, que daban saltos y bailaban y montones que se pusieron a
bailar y entonces la Telma me dijo que por qué no bailábamos
nosotras y yo le dije, ¿y con quién?, y ella me dijo, solas
pus oye, con quién querís, tonta, si todos bailan así,
y nos pusimos a bailar porque la música era bonita y con harto ritmo
y así medio que se nos anduvo pasando el frío. Después,
vino el cantante que decía la Telma, que cantaba en inglés,
y todos nos sentamos en el pasto y yo me clavé una espina en una pierna,
de pajarona, pero no fue gran cosa y gritaban y golpeaban las manos, y la
Telma que no se estaba quieta en ningún grupo, y apenas nos estábamos
haciendo amigas de unos chiquillos ya quería ir a otra parte, hay que
conocer, oye, y me tomaba de la mano y lo que yo veía es que así
no íbamos a conocer a nadie, porque ya andaban montones aparejados
y se besaban que era un gusto, y el gringo dele que suene con sus guitarras
eléctricas, como cinco guitarristas y nosotras golpeando las manos
como tontas. Entonces comenzaron a hacer fogatas y andaban montones de chiquillos
con barba y con mantas y unos nos llamaron y nos dieron café caliente,
y eso me gustó, eran como seis chiquillos, que se veía que eran
como de la Universidad, y tenían mantas de esas escocesas bien bonitas
y finas, y allí nos quedamos porque se estaba poniendo oscuro, y hecho
fuego con ramas y las únicas luces eran las del escenario donde cantaban,
que estaban bastante lejos porque los mejores puestos los tomaron otros, que
para eso había que ir más temprano, y había carpas abajo,
y por todas partes estaban cantando y fumando, y los chiquillos nos ofrecieron
marihuana, y yo le dije a la Telma: - Oye, Telma, mejor tenimos cuidado con
esto, mira que dicen que es peligroso, y que una se pone a hacer tonteras.
Y la Telma me dijo: -¨Y qué hay con eso? Y fumaba echando humo
por las narices, y por todas partes fumaban y era un humito perfumado y picante,
que yo apenas le di varias chupadas pero sin aspirarlo, y para no molestar
a los jóvenes, porque me daba miedo y los chiquillos seguían
haciendo cigarrillos con papel y un frasco con hierba, como yerba mate era,
y se hacían los cigarros y se los pasaban, y a la Telma la tenían
más abrazada, entre dos, y la tonta se reía, y a mi uno, otro
con barba - me ligaban los barbudos - se tendió y me uso la cabeza
entre las piernas, y poco a poco, el frescolín, se acercó y
yo tenía la cabeza del barbudo encima de los muslos, y se acomodaba
más y más y a mí me estaba empezando a dar cosquillas,
y traté de salirme, pero no podía.
En la noche, la pura,
ya me dio toda la rabia, la Telma estaba como tonta, ríe que ríe,
y la besaban entre dos, por turnos y yo tenia más apetito, que andábamos
con las puras once, y no había mucho que comer, aunque temprano pasaron
vendiendo pan, y cómo, si no teníamos ni para la micro de vuelta,
que la Telma era la única que tenía algo, y yo no me iba a poner
a pedir, y a los chiquillos, después que se les acabó el café
que tenían en el termo, pura marihuana, la yerba, que decían,
y puro ofrecer pitos, y yo lo que tenía era hambre, pero ya estaba
bien oscuro. Y el barbudo me tenía metida la cabeza entre las piernas,
más fresco, y a mí me estaba dando ganas de hacer pipí
con tanto café y con la Coca Cola, y le dije a la Telma, y por suerte
a ella también, y se levantó.
-¿Dónde
van?
-Por ahí - explicó.
-¡Por ahí!
¡Por ahí! - gritó uno, que estaba ya medio borracho. Con
los cigarrillos supongo, porque yo no lo había visto tomar.
-Vamos a hacer una diligencia
- dijo la Telma, que tenía una cancha...
-Vuelvan luego, cabritas
- pidió el barbudo.
-¡Sí, no
se vayan lejos, hermanitas! - dijo otro.
-¡Paloma! ¡Paloma!
¡A ti te digo!
Y el barbudo se puso de
rodilla y se abrazó a mis piernas y trató de morderme, el más
fresco, que la pura que me dio rabia, porque no sé por quién
me tomaba, trató de morderme ahí, y yo le anduve dando como
una patada, que quién se creía que era una, y como que lo tiré
al suelo y los otros se reían y golpeaban las manos y cantaban las
canciones en inglés o decían cosas en inglés según
me explicó la Telma que sabe de todo.
-Mejor vuelvan luego -
dijo otro - que es de noche y andan cazando palomitas.
Y nos pusimos a caminar
por entre la gente, montones que estaban tendidos envueltos en mantas, y había
muchas más fogatas y yo con las tripas que me sonaban de hambre y medio
encogida de frío.
-Oye Telma - le dije -
oye, ¿no creís que mejor nos vamos?
-¡Tai tontita!
-Es que es re tarde, oh...
-¿Y qué?
-Mañana tú
tenís que trabajar, oye...
-No voy. Aviso que estoy
enferma
-Mi madrina, Telma...
No le he dicho nada a mi madrina. Debe estar más asustada, oye...
-Es buena la vieja...
-Pero, me dio permiso
porque venía contigo no más y...
-Nos vamos más
rato.
Y quién iba a convencer
a la Telma. Y así anduvimos por el cerro, y no había dónde,
por todas partes los chiquillos envueltos en mantas, besándose y haciendo
otra cosa, seguro porque la Telma me los mostraba con una risita, y vimos
una pareja envuelta que se movían como locos, y la chiquilla era rubia,
con chasquilla, podíamos verle la cara, estaba cerca de una fogata,
si no se habían escondido siquiera y se reía y gritaba y los
otros chiquillos aplaudían, y el cabro que estaba arriba de la chiquilla
se movía como si estuviera bailando, y los otros gritaban: -¡apúrate!
¡apúrate! y unos miraban sus relojes pulseras como si le estuvieran
tomando el tiempo, y la pura que me dio más, ni en las películas
había visto una cosa así... y la Telma que me dijo, tomándome
de una mano: - Oye María... ¡María! ¡Estoy más
caliente! y yo me puse roja, creo, y me dio harta rabia que la Telma fuera
tan rota.
Después nos volvimos
aunque yo no quería, pero la Telma me dijo que mejor nos juntábamos
con los chiquillos porque si no, capaz que nos pasara algo porque andaban
montones de cabros corriendo mano y nos daban agarrones a la pasada y seguían
fumando y cantando y, total, era cuestión de aguantarse las ganas,
eso me dijo la Telma. Así que, a la carrera mientras una vigilaba,
hicimos pipí entre: unas zarzas y volvimos, pero como estaba oscuro
como que nos anduvimos perdiendo y nos costó más encontrar a
los chiquillos y ahora vimos mucho más gente y más guitarras
y se reían y cantaban y además hacían eso, que yo nunca
hubiera creído que las chiquillas, que parecían todas de buenas
familias, fueran tan sueltas: y allí estaban.
-¡Palomitas! ¡Palomitas!
- nos gritó el barbudo que a mí me cargaba.
Yo le dije a uno que me
estaba muriendo de frío. Y‚ él entonces, bien buena gente
el cabro, me prestó el chal y me envolví bien y traté
que se me pasaran los tiritones. Y la Telma se puso a fumar de nuevo y todos
los chiquillos estaban medio borrachos con la marihuana y uno lloraba y habían
otras cabras, y entre besos y llantos, y el barbudo, después que me
rogó y me rogó, que era más ligote, pero yo, como quien
oye llover, y entonces, como la Telma se había fumado como tres cigarrillos
y se estaba poniendo harto rara la Telma y se refregaba contra cualquiera,
y el barbudo que era más empeñoso comenzó a tratar de
hacer eso con la Telma, y ya era tarde, bien tarde, y los demás chiquillos
estaban de espaldas, canturreando, como dormidos, con los ojos bien abiertos
sin embargo, y yo miré el cielo para ver qué estaban mirando
ellos y eran unas cuantas estrellas, nada especial, y me envolví bien
en la manta, yo dije, esta tapa no la suelto, y traté de dormir, porque,
qué íbamos a hacer ya, era más re tarde y no tenía
plata pa volver y ni si quiera sabía cómo volver y ya daba lo
mismo porque mi madrina seguro que me iba a matar, y con la Telma que gritaba
a mi lado y se revolvía, y yo tenía más miedo que me
fueran a hacer algo entre todos, y yo me decía claro que pa callado,
me decía, oye Telma, el medio tete en que nos metimos, oh...
Me desperté cuando
estaba saliendo el sol, y en la noche pasé frío, frío,
y soñé, oí música toda la noche y gritos, y alguien
trató de despertarme, sentí que alguien, a la mala, me anduvieron
como tratando de hacer algo, pero yo me defendí, me puse a gritar también
entre sueños, porque estaba ya tan cansada, pero sentí que me
abrazaban y me besaban y trataron como de bajarme los pantalones, pero como
andaba con esos bluyines bien ajustados que les dicen strech, y además
con los pantis que me prestó la Telma, y estaba envuelta en el chal,
y cuando me desperté me miré bien y tenía medio roto
el cierre de los pantalones, pero nada más, seguro que algún
frescolín trató... pero a lo mejor fue un sueño, porque
todo lo demás estaba en orden, aunque uno de los jóvenes me
dijo que si no es por él, que andaba un grupo bien grande y que eran
medio ladrones y que se dieron duro en la noche, y que habían llegado
otros amigos y los corrieron que eran como quince, y que se habían
violado un montón de palomitas, y que además se robaron un montón
de cosas, y que por suerte llegaron unos amigos y yo me dije que no había
sido nada un sueño, que tenía suerte y ahora en el cerro no
había mucha gente, se habían ido muchos, y quedaba uno que otro
grupo y los chiquillos estaban durmiendo como perros, pegados unos con otros,
bien juntos, y en el medio la Telma, abrazada, y esa sí, se notaba
al tiro, más fresca la Telma, la pura que no vuelvo a salir con ella,
con razón mi madrina me decía que todas las que trabajan en
Fuentes de Soda eran diablas y yo no le creía, y me levanté
envuelta en mi chal, que por suerte nadie se acordó, y yo que tenía
más frío, y hambre, y mejor trataba de irme al tiro, y el sol
comenzó a salir por las montañas, y caía como reflectores,
caían los rayos de sol, y todo estaba h£medo, y las fogatas se
habían apagado, empecé a caminar que me dolían las piernas,
me dolían más las piernas, estaba como medio tullida y todavía
había unas parejas abrazadas, envueltas también en chales y
unas carpas amarillas donde dormían unos cuantos, porque los pies salían
para afuera de las carpas, y otros durmiendo en sacos de dormir, y más
allá, en una piedra, un tonto flaco y con una barba crespa y montones
de collares y medio desnudo, que no sé cómo aguantaba el frío,
y con una guitarra de las verdaderas, tocando, toca que toca, y apenas si
tocaba bien el tonto, maluenda pa la guitarra habría dicho la Telma,
y a esa hora. Y más abajo, unos estaban arrodillados, y levantaban
los brazos y saludaban como en las películas de árabes, saludaban
a alguien, pero no había nadie, pero parecía como que estos
tontos estaban saludando el sol, y como uno de ellos tenía una melena
rubia, como de oro rubia blanca, hasta los hombros, y el sol le caía
encima, y lo reconocí al tiro.
Por suerte él también
como que me anduvo reconociendo.
-¡Hola! - me dijo.
Y volvió a los saludos.
-¡Hola! - le contesté.
Y me puse medio colorada.
Eran los del auto, los
que nos habían traído.
-Saluda, conmigo, al sol
- me ordenó.
Y yo, la más tonta,
sólo por darle un gusto, hice lo mismo que hacía él y
me arrodillé y saludamos varias veces.
-¡Ayúdanos
a ser puros, oh Sol! - dijo.
Me miró y luego:
-Repite conmigo.
Entonces yo repetí
con él varias veces eso de que nos ayudara a ser puros.
Después él
me pidió que le prestara un poco el chal, porque a pesar del sol tenía
frío. Yo se lo ofrecí entero, pero él, ni modo, se acercó
y me tomó por la cintura y yo me sentí como si un colorcito
me tocara y medio temblorosa me puse, medio nerviosa, y los dos comenzamos
a caminar, medio cubiertos.
-¿Cómo te
llamas? - me volvió a preguntar.
Yo estaba picada porque
ya le había dicho mi nombre al joven y él se había olvidado.
-María - volví
a contarle.
-Yo me llamo Juan Carlos.
Me miró. Tenía
los ojos celestes, grandes, enormes, como los de la Telma, más bonitos,
porque la Telma los tiene medio salidos pa afuera y los de Juan Carlos eran
medios hundidos, y con sombras oscuras, seguro que donde no había dormido
bien. Y tenía el pelo todo sucio, lleno de tierra y espinas. Tuve una
idea.
-¿Quieres que te
peine, Juan Carlos?
Se sentó en una
piedra. Yo, por suerte, no había perdido mi peineta, que a todas partes
la llevo, porque como tengo el pelo largo siempre se me enreda. Y comencé
a tratar de peinarlo, porque no era tan fácil, que estaba lleno de
mugres, de ramitas y el sol ahora ya estaba saliendo bien, por todas partes,
y el pelo de Juan Carlos era tan lindo, como el de una muñeca, que
cuando terminé de peinarlo, mientras él cantaba todo el tiempo
algo en inglés, y como quedaron unos cuantos pelos en la peineta, los
saqué medio escondida, y los guardé en un bolsillo del pantalón.
Juan Carlos me dijo entonces
que mejor nos íbamos, porque los guitarristas y los cantantes no iban
a llegar como hasta las once, que antes, lo único era unos guitarristas
pencas, de esos de colegios, porque el Festival seguía.
-¿Sigue?
-Sí, hoy sí
que vienen más... Hoy sí que va a ser el descueve, el despiole...
Y se puso a correr y yo
detrás, no sé por qué, medio tropezándome en el
chal que ya no había ni modo de devolvérselo a los chiquillos.
Y Juan Carlos bajaba el cerro saltando como un corderito, y luego llegó
el primero al auto y me fijé que levantó una piedra que había
por ahí, y sacó las llaves y me dio harta risa eso. Era bien
bueno el auto y, ahora que estábamos solos, y cuando puso la calefacción
me comencé a sentir mejor. Al principio, como que no quería
partir, daba como unas toses.
-Son motores de alta compresión
- me explicó.
-¿Es tuyo?
-No, de la vieja... Pero,
igual que si fuera mío... La vieja quiere ahora un Peugeot, y cuando
el viejo se lo compre, me dijo que me regalaba éste... Es un Austin
Cooper - agregó, mirándome a los ojos.
-¡Ah! - exclamé,
sin saber qué decir.
-¡Mira cómo
parte! No hay nadie que se la gane en la partida.
Salimos como cuetes, y
casi se me quiebra el cuello, y bajamos por un camino, de tierra, entre unos
manzanos, y tomamos por el camino pavimentado hacia abajo, y Juan Carlos corría
cada vez más ligero.
-Da ciento ochenta...
-¿Sí?
-¡A veces da más!
A ver si se los sacamos...
Y empezamos a correr,
que yo, que soy medio nerviosa me encogí y me encomendé a la
virgencita, y pasamos dos luces rojas y seguíamos corriendo y Juan
Carlos se reía mostrándome que ya íbamos como a ciento
setenta y allá al fondo vimos, cuando íbamos llegando como al
Estadio Italiano, que eso sí lo conozco bien, que había una
luz roja, y una curva, y yo le dije por favor, Juan Carlos y él, entonces,
sacó el pie del acelerador y empezó a frenar y el auto daba
unos saltitos, y el se seguía riendo y justo apenas ya estábamos
en la curva y con la luz roja y todo, y el auto se estremeció entero
y dio como un rugido y volvió a meter fierro y me dijo, ¿vistes
cómo frenamos en segunda y con los frenos, además? Que si le
pongo puros frenos de discos, nos sacamos la ñoña, y vistes
cómo dimos la curva a cien, y todo esto me lo decía mientras
seguíamos hacia abajo, cada vez más ligero, que yo me puse en
serio a rezarle a la virgencita y pensé que nos íbamos a matar,
pero Juan Carlos cada vez más contento, y ya estábamos llegando
a Américo Vespucio, y allí doblamos a la izquierda y casi nos
dimos vuelta porque sentí el auto que se levantaba de un lado y chirriaba
entero y él me dijo, no te preocupes porque los neumáticos son
especiales, son impinchables, me dijo, y de nuevo por la avenida hacia una
calle llena de jardines, muy linda, y todo era lindo, que a pesar del susto
yo iba mirando, y como con la calefacción estaba calentito adentro,
pero el susto no se me pasaba, ni modo, y nos metimos por otras calles llenas
de unas casas preciosas blancas y con unos enormes jardines, y de repente,
en la más linda de todas, inmensa, Juan Carlos se detuvo y me dijo,
espérame, y saltó del auto y entró corriendo y se demoró
como medía hora, aunque como el auto estaba andando yo no sentía
frío y volvió de nuevo corriendo, con otros pantalones que eran
amarillos con franjas naranjas, y traía un termo con leche caliente
y una botella de coñac, me explicó que era coñac francés,
y traía dos manzanas y además trajo una radio a pilas y una
enorme toalla roja, y me dijo, lista, palomita.
Y yo le pregunté:
-Pero, ¿a donde
vamos?
Y él me dijo:
-Vamos al mar.
Y se puso a correr de
nuevo mientras mordía la manzana y por suerte, como era tan temprano,
Santiago estaba medio vacío y no habían carabineros, y yo tenía
harto miedo, pero después se me fue pasando.
Palomita
linda, vidalita
palomita triste
Yo había ido tres
veces al mar, incluso una vez estuvimos una semana completa con mi madrina
en la residencial "Anita" en Cartagena, y no sé por qué
el mar como que me ponía triste, qué idiota, era tan bonito,
que como que me ponía triste.
Juan Carlos corría
y yo como que le fui agarrando el gusto a la cosa, cuando ya íbamos
por el camino a Pudahuel, y con la radio puesta bien fuerte, como le gusta
a él, y a mí, y lo miraba de perfil, no me cansaba de mirarlo,
porque se parecía tanto a un joven que yo vi en una película,
que no me pueda acordar el nombre. Con la leche y la manzana se me quitó
un poco el hambre, pero de todos modos, después que pasamos el túnel,
que lo acababan de inaugurar y que era harto largo, y llegamos a Curacaví,
yo le dije a Juan Carlos que mejor nos parábamos por ahí, para
tomar una taza de café con leche, porque tenía mucha hambre.
- Toma, tómate
un trago de coñac - me dijo.
- No - le dije- yo quiero comerme un par de huevos, una paila.
- ¡Una paila! -
gritó. Y se puso a reír.
Pero, de todas maneras, por suerte, nos paramos en el Hotel Inglés,
y yo me comí los huevos fritos con harto pan amasado y una taza de
café con leche y me sentí, la pura, me sentí mucho mejor,
mucha más repuesta, y todo mientras Juan Carlos me miraba en silencio.
El pidió una Coca-Cola, y tomaba coñac con Coca-Cola, y me dijo
que si quería tomar yo también, pero yo le dije que no, porque
con esa cuestión de la marihuana como que se me había revuelto
el estómago.
Cuando seguirnos y ya
íbamos cerca de Casablanca Juan Carlos me preguntó:
- ¿Tú crees
en Dios?
Yo le dije que sí. Que era católica.
- ¡Ese Dios no existe!
- gritó Juan Carlos clavándome los ojos. Me dio más miedo.
Pensé que íbamos a chocar al tiro.
- ¿No existe?
- ¡No! ¡Es
una farsa! ¡Una farsa que dura ya dos mil años! -agregó,
como serio.
- Pero ... pero...
- Sí... ¡Hay
un Dios! ¡Un Dios nuevo!
- Pero, Juan Carlos...
- ¡Un Dios nuevo
para un mundo jóven y puro!
Ibamos muy rápido,
lo menos a ciento cincuenta o más, y yo me había asustado un
poco, pero estaba tan lindo, tan pálido, con los ojos celestes hundidos,
como con un azul en los párpados, y el pelo rubio que como que le iluminaba
la cara, parecía una virgen, o un santo, y me miraba con tanta dulzura,
era tan lindo, que me ponía triste, porque Juan Carlos era como el
mar, igualito. No siguió hablando, y escuchamos radio un buen rato
a los Beatles, que le encantaba a Juan Carlos y a mí también,
y a otros cantantes americanos que no me acuerdo bien los nombres aunque Juan
Carlos se los sabía todos y además conocía las letras
y cantaba con ellos en inglés.
- ¿Sabes hablar
inglés?
- Sí - me dijo,
buscando una nueva canción en la radio,
- Yo... yo no sé nada...
Me miró, lejano,
como si no me viera.
- Tampoco sé nadar.
- ¿Sí?
-Tú... tú...
¿sabes nadar?
Ahora se reía y
se estaba tomando a sorbitos el coñac.
Valparaíso estaba
lindo y bajamos por una avenida llena de curvas aunque no era Valparaíso
sino Viña, que le dicen, y seguimos por montones de calles hasta Reñaca.
Estaba lindo a pesar de que estaba bien nublado y hacía frío,
pero igual Juan Carlos tendió el chal en la arena y trajo la botella
de coñac, y yo también me tomé un traguito y me sentí
mucho más repuesta, y nos tapamos con el chal y Juan Carlos me abrazó
y yo creí que me iba a morir. Me abrazó, nada más, y
sentía su cuerpo y yo temblaba y era como que me dieron ganas de ponerme
a llorar o de haberle dicho una tontera porque él se había quedado
traspuesto entre mis brazos y me dieron ganas de haberle dicho algo que como
que se me ocurrió cuando hablaba de Dios, pero no me atreví,
que era "tú eres mi Dios, Juan Carlos", pero por suerte no
me atreví, porque era medio como dramático, y a este joven recién
yo lo venía conociendo, aunque era 1a pura verdad.
Después salió
el sol y yo me desperté la primera y estaba poniéndose azul
el cielo, las nubes como que se iban corriendo y habíamos llegado como
a las nueve y media, porque creo que salimos de Santiago antes de la siete
y ahora serían las once, por lo menos, y yo le miré el reloj
de oro que tenía Juan Carlos, y eran las once, poco más, y no
me quería mover para no despertarlo y traté de abrigarlo bien,
era tan lindo, me sentía harto tonta yo, ni siquiera sabía nada
de él, y él apenas si me había preguntado mi nombre dos
veces y seguro que ya se había olvidado de nuevo, pero era como si
lo hubiese conocido toda la vida.
Por suerte se movió
y se despertó y al principio me miró algo extrañado.
- Yo... yo soy María
- le expliqué un poco asustada.
Se rió. Tenía lindos dientes.
- ¡Tonta! - me dijo.
Miró el sol, el
cielo.
- En un rato más
nos podemos bañar.
Se levantó y empezó a correr, fue hacia la espuma y se mojó
las manos, era bien alto y bien delgado, y con el chaleco rojo se veía
lo más bien. Cuando volvió le pregunté:
- Tú eres harto
joven, Juan Carlos.
- Diecisiete. ¿Y
tú?
Yo le iba a decir que
tenía veinte, porque total todas me echaban veinte por lo menos, como
soy tan alta y media seria, pero no me atreví a rnentirle, total, qué
sacaba con echarle chivas si él, igual me iba a pillar, y decidí,
entonces, y lo he cumplido, virgencita de Monserrat, por Dios que es cierto,
decidí, excepto en eso, que eso, no se lo podré decir nunca,
virgencita, pero tú me entiendes, decidí que nunca le iba a
mentir, que siempre le iba a decir la verdad, nada más.
- Dieciséis...
recién cumplidos.
- ¿Cuándo
es tu cumpleaños?.
- El diecisiete de julio.
- Eres Cáncer ...
¡Cáncer!
No le entendí.
Entonces me tomó la mano derecha y me la estuvo mirando un rato. Ya
el sol nos calentaba bien y el pelo de Juan Carlos se veía cada vez
más rubio, más blanco. Sentí ganas de pasarle la mano
por el pelo.
- Has sido elegida...
tú... - me dijo.
Después, fue al
auto y trajo unos cigarros de esos puros que me dijo que eran cubanos y me
dio uno sin preguntarme nada, y él encendió el otro, y se notaba
que no tenía mucha costumbre de fumar porque tosió y se ahogó
dos veces, pero yo hice corno que buscaba unas conchitas en la arena. Como
era día de semana no había casi nadie, uno que otro hombre solo.
Juan Carlos me hablaba ahora.
Una voz ronca y corno
lenta.
- ¿A que colegio
vas?
- Al Liceo número cuatro.
- ¿Y donde está
el Liceo número cuatro?
- En Recoleta. En Recoleta
esquina de Juárez. Ahí está...
- ¿Tú vivís
por ahí?
- Sí, vivo con
mi rnadrina...
Por suerte no me siguió
preguntando, que me daba harta vergüenza tener que hablarle de mi familia,
de mi mamá, que era más, la mamá, de mi padrastro, que
no era padrastro ni nada sino el tío Beno, y de todos los hermanos
y de la casa que tampoco era casa, puras latas y cajones, y pura mugre, allá
en la población La Pirámide, que si no es por mi madrina y por
la Virgencita de Monserra que me ayudaron.
- ¿Tú estudias?
- Terminé. Es decir,
termino este año... 0 sea, humanidades...
- ¿Donde?
- En el Saint George..
- ¿Y dónde
queda el Saint George?
- ¡Chis, no sabes
dónde queda el Saint George!
Me dio harta vergüenza
haberle hecho esa pregunta, sobre todo porque me miró medio raro, pero
no sabía. Todavía no sé bien.
Y cómo ahora ya
hacía reharta calor Juan Carlos me volvió a decir que teníamos
que bañarnos, pero yo no tenía cómo, y le dije que no
había traído, aunque la verdad era que no tenía, que
el último traje de baño que me hizo mi madrina, que lo cosió
ella, era más divertido y me lo puse medio escondida cuando fuimos
a Cartagena, y no estaba naa a la moda, que de dónde voy a tener para
comprarme un Yansen, de esos como bikini que tiene la Telma, uno rosado con
vuelos blancos, que me lo probé y me quedaba mucho mejor que a la Telma,
que es medio corta de piernas y muy gorda.
Entonces Juan Carlos se
levantó, recogió sus cosas, me tomó de la mano y partimos
en el auto de nuevo, ahora hacia Concón a buscar una playa, me dijo,
y llegamos a una playa, pasado Concón, una playa larga y donde no había
un alma, y Juan Carlos, más loco, se metió por la arena con
el auto, por la espuma, y Juan Carlos se reía y el auto levantaba como
una cortina de agua por los dos lados y yo tenía miedo porque era como
peligroso, pero luego, al final de la playa, Juan Carlos detuvo el auto y
se bajó corriendo y le puso unas piedras debajo de las ruedas.
- Para que no se hunda
- me explicó.
Estaba lindo allí,
con el sol bien alto, y hacía calor y nada de viento, y el mar con
montones de olas que chocaban y todo bien blanco.
- ¿No será
peligroso bañarse aquí?
- ¡Muy peligroso!
- me dijo-. No hay que meterse adentro. La resaca es re fuerte. Aquí
se ahogó hace dos años una prima mía. Y vivo el ojo con
el auto, mira que si sube la marea. Al pato Zaldivar le llevó un Fiat
600, hace poco, y demoró como tres días en sacarlo y ya no servía
para nada.
- ¿Y quién
es el Pato Zaldivar?
- Un amigo mío.
- ¿Tienes muchos
amigos?
- Montones.
- ¿Tienes ... tienes
muchas amigas?
- Montones, también.
- Yo no - expliqué
en voz baja.
- ¿Y, por qué
no?
- Porque no.
- ¿Pero, por qué?
- Porque... porque soy...
algo... algo retraída -dije.
Juan Carlos me miró
sorprendido y como con ganas de reír. Pero no se rió. Se le
hacían dos hoyitos en.las mejillas igual que a mí, por eso no
me importaba que se riera.
- ¡Vamos! ¡A
bañamos!
Y comenzó a sacarse
la ropa. Yo lo miré aterrada. Era blanco, bien blanco, y cuando estuvo
desnudo vi que tenía las piernas con pelitos amarillos, igual que la
cabeza, y además, pelitos rubios allí, en esa parte, y era delgado
y lindo, como un ángel .
- ¡Desnúdate!
- me dijo, serio.
Yo, la pura, que tenía
más vergüenza. Nunca me había desnudado antes. Nadie me
había visto desnuda nunca, ni siquiera el cochino del tío Beno,
y además era más chica, y ahora. Y no supe qué hacer,
pero Juan Carlos, sin precuparse, comenzó a caminar hacia el agua y
me dijo que me apurara, te espero en el agua, me dijo, estaba como seguro
que yo le iba a hacer caso, y comenzó a caminar dándome la espalda,
y él no tenía vergüenza alguna y entonces me decidí,
que lo peor era que me hubiera visto cuando me desnudaba, porque tenía
los pantis con dos puntos corridos, y el sostén estaba medio roto y
agarrado con un alfiler de gancho. Miré para todas partes y no había
nadie, y entonces me desnudé y guardé bien escondida la ropa
y era rico el sol sobre la piel, y al principio me tapé con la mano,
pero siempre me faltaba una mano, pero después me puse a caminar sin
taparme, porque pa mí que me veía medio ridícula. Juan
Carlos ni siquiera me miró, me tendió la mano, él ya
estaba con el agua hasta el tobillo, con la espumita blanca, me tomó
la mano y avanzamos por el agua y ni siquiera me había visto, como
que estaba seguro que yo estaba allí, al lado, desnuda, y el agua estaba
medio fría, me dieron escalofríos, pero se me quitaron cuando
Juan Carlos, con la cabeza levantada hacia el sol, comenzó a gritar:
- Dios mío!
Y me dijo en voz baja,
como si nos oyera:
- Grita conmigo, fuerte.
Y yo le hice caso y los
dos gritamos:
- ¡Dios mío!
Y entonces me pidió
que me arrodillara y él se arrodilló y yo también lo
hice y la espuma ya nos llegaba hasta la cintura y me dio frío de nuevo.
Y me dijo que hiciera lo mismo que él. Y gritó de nuevo:
- ¡Silo! ¡Siiii-loooooooo!
Y yo grité:
- ¡Silo! ¡Siiii-loooooooo!
Aunque no entendía
ni pío.
Y, entonces, él
bajó la cabeza, todo el cuerpo, y lo hundió en el agua, y como
vino una ola más grande, nos cubrió enteros y yo tenía
más frío que nunca, y Juan Carlos sacaba y hundía la
cabeza en el agua y yo también, y parecía que estaba llorando,
pero debe de haber sido el agua, digo yo, y siguió gritando, y yo con
él, eso de: ¡Silooooo ... ! ¡Siloooo! Y, después,
se levantó y me ayudó a levantarme que estaba llena de arena
y mojada como diuca, y tiritando, y me dijo:
- ¡Corramos!
Y se puso a correr y yo
detrás, y él no me soltaba de la mano, y me hacía correr
más ligero y corrimos por la playa, saltando entre los huiros y corrimos,
y después, de vuelta y ahora yo estaba que apenas podía respirar,
aunque se me estaba pasando el frío y fuimos después hasta donde
había dejado el auto, y él sacó la manta y me la puso
y me ofreció un trago de coñac que ahora sí que me gustó
y que me hizo bien. Y él jadeaba, desnudo, moviendo los brazos y riéndose.
- ¡Ahora, eres de
mi iglesia! -exclamó.
- Si, Juan Carlos -dije.
- Eres de Silo ... como
yo...
- Sí.
- Nadie nos podrá
separar, ahora... nadie...
- Sí.
- 0 sea, que somos hermanos...
- Sí, Juan Carlos.
- Si somos puros, nadie
podrá separamos nunca. Bruno dice que la pureza es como una roca...
¡Como una roca!
-¿Y quién
es Bruno?
- ¡Ya sabrás!
¡Ya sabrás! - y me miraba riéndose, feliz, todavía
mojado, lleno de gotitas de mar, y como con orgullo, me miraba distinto ahora,
y después se acurrucó junto a mí y se tomó casi
toda la botella de coñac, y estaba desnudo junto a mí y yo me
puse como nerviosa, como que tenía ganas de acariciarlo, de que me
acariciara, de algo, una tontería, no sé, de que se pusiera
como cargoso, pero... pero en vez de eso, yo le dije si quería que
lo peinara y él me preguntó si había traído la
peineta, y entonces la fui a uscar, que yo no tenía vergüenza,
aunque una por atrás, desnuda, casi siempre se ve pésimo, y
él ni me miró, de nuevo, yo creo que aún no se daba cuenta
de cómo era yo, y me senté en el chal, y él se dejó
peinar un largo rato, que daba gusto peinarlo, tan suavecito y delgado que
tenía el pelo, ¿te lo lavas todos los días, Juan Carlos?
No, casi, nunca. No te lo creo, cierto, casi nunca, pero es tan bonito, como
de peluquería, y él se puso a reír y me peinó
a mi, que tengo el pelo largo y grueso, y bien negro, y me peinaba y peinaba
para que se secara bien el pelo, y después tomó la peineta e
hizo algo bien divertido, que a cualquiera otro no lo habría dejado,
pero a él, tomó la peineta y se puso a peinarme los pelos de
abajo que tenía como una lomita, como un nido de pelos medios crespos,
y me daba cosquilla y además, allí yo tenía los pelos
bien enredados, y él, dale con peinármelos, mirándome,
que tenía más pelos yo allí, no sé por qué
era tan peluda, desde los catorce años que tengo tantos pelos, y después
me pasó la peineta y yo le peiné a él los pelos allí,
y los de él eran rubios y también crespos y me daba un poco
de vergüenza verle la cosa que que era como blanca y medio rosada y no
muy grande, pero él estaba tendido en el chal con los brazos abiertos
y cantaba en inglés, parece que era inglés. Después,
nos envolvimos en el chal, bien envueltos, y sentí el calorcito del
cuerpo de Juan Carlos y pensé, la pura que creí que se me iba
a poner cargoso ahora, y yo, más tonta, me habría dejado, casi
quería algo, no sé si la Telma supiera donde estoy, me decía,
ella que siempre me dice que yo soy... no, mejor no digo nada de lo que la
Telma me dice que yo soy.
- ¿Y qué
es eso de Silo, Juan Carlos?
- Una Iglesia... La verdadera
iglesia.
- ¿Y, cómo?
Yo nunca había oído hablar de eso.
- ¿Crees? ¿Crees,
ahora?
- Sí, Juan Carlos.
- Si somos puros, o sea,
Silo entrará en ti y te dará la felicidad.
- Sí.
-Pero, hay que ser puros...
¿Tú viste? Estuvimos desnudos y nos bañamos desnudos,
para bautizar el cuerpo en el mar y el sol. Y no tuvimos vergüenza, y
no tuvimos tentación, o sea, estuvimos abrazados desnudos, o sea, vencimos
la carne, entiendes, y nada más, o sea, ¡esa es la pureza!
- Sí, Juan Carlos.
Corríamos de nuevo
en el auto por la playa hasta el camino pavimentado y de alli empezamos a
volver a Santiago, supongo, porque el camino era nuevo, entre unos bosques.
- Juan Carlos, tengo hambre.
- ¿Cómo?
¿De nuevo?
- Ando con el puro desayuno
- expliqué.
- Vamos pa mi casa...
- Pero... tu casa... No
me conocen...
- No hay nadie. Y siempre
hay comida.
- ¿Viven... tus
padres?
- ¡Claro,que sí!
¡Montones de padres y tíos! ¡Me sobran padres y hermanos
y parientes! Pero, no están... Andaban paseando, ¿cachai? ¿cachai,
María?
- Juan Carlos ... es....
es la primera vez...
- ¿La primera vez?
¿que, qué?
- Que me dices María...
Yo te he dicho como cien veces tu nombre y tú me acabas de decir...
Entonces él se
rió y aceleró el auto cada vez más y comenzó a
gritar:
- ¡María!
¡María! ¡María!
Y yo me reí, también,
y puse la radio a ver si encontraba algo de Manzanero que me gusta tanto.
Como a las cuatro de la
tarde llegamos de nuevo a Santiago y en el camino medio que me anduve quedando
dormida, y cuando íbamos por Providencia, frente a los edificios Tajamar,
por decirle algo, le dije:
- Eso lo hizo mi papá.
- ¿Sí?
Me miró por un
momento.
- Tu papá ... ¿es
arquitecto?
- No. Estucador.
- ¿Estucador?
- Sí, pero ya no
está... porque se cayó, veís, de esa torre, de la más
alta... y se mató... Cuando yo era más chica...
- ¿Y era ... buen
estucador?
- Bien bueno... dicen
... no sé... Yo era muy cabra chica. Mi mamá decía que
era un estucador de primera, de cosas finas...
- De cosas finas - repitió.
- Y, tu papá, ¿qué
hace?
- ¿Mi papá?
- Sí. ¿A
qué se dedica?
- ¡Puh! ¡Negocios!
¡Hace negocios!
- Sí... pero, ¿qué
negocios?
- El viejo gana plata,
montones. Cuando se muera yo voy a quedar con harta plata y entonces la voy
a dar toda a Silo y con Bruno la gran iglesia... Ya vas a ver.
- Esa iglesia... ¿La
inventó Bruno?
Juan Carlos me miró,
horrorizado, como si hubiera dicho algo terrible.
- Silo ha existido desde
siempre... desde que existe el hombre tierra... o sea, es la fuerza que purifica...
o sea, está en la Biblia y ahora... o sea, acaba de venir...
- Sí, Juan Carlos.
- Tú eres Silo,
ahora... ¿Recuerdas?
- Sí, Juan Carlos...
Pero... no sé nada...
- Yo te enseñaré,
María... Todo. Vamos a aprender todo, juntos... Primero, como dice
Bruno, tomar conciencia de la pureza como fuerza, como una espada será
tu pureza, y luego, te convertirás en coetánea...
- Sí, Juan Carlos.
- Y, ahora, mejor llegamos
luego a la casa porque hasta yo tengo hambre.
- Pero... si no has comido
nada...
- Mejor. Hay que comer
poco. A veces he pasado tres días sin comer, por lo de la pureza, o
sea, el cuerpo es una cáscara, dice Bruno.
- Sí, Juan Carlos.
Era más tonta yo.
Lo único que atinaba a decir.
- María.
- ¿Sí?
- Tú... tú...
¿crees en mí?
- ¡Sí, Juan
Carlos! ¡Sí!
Me dieron ganas de darle
un beso, de veras, pero me dio miedo de que se fuera a reír, o que
me interpretara mal, por esa cuestión ,de la pureza...
En vez, le dije:
- Eres lindo, Juan Carlos.
- Tú también,
María.
- ¿Me encuentras
linda?
- Eres medio negrita,
pero harto linda - me dijo. Me anduve, como picando con eso de medio negrita,
pero la pura que yo soy bien morena, y siempre me han dicho, en la casa me
decían todos la negra, asi que...
Era tan lindo donde vivía
Juan Carlos, parecía un palacio, lleno de alfombras y jarrones y unos
cuadros de santos y Juan Carlos me hizo entrar a la cocina que era una película,
con montones de cosas limpias y blancas, y un refrigerador lleno de carne
y verduras, y me hizo de comer, que abrió una lata de jamón,
que yo no había visto nunca el jamón tan grande asi, en conserva,
y nos hicimos unos sandwiches y yo le dije que si tenía ají,
aunque mi madrina me lo tiene prohibido porque dicen que salen espinillas,
aunque yo nunca he tenido una sola espinilla, tengo la piel bien suave y sin
un granito, que la Telma siempre me decía que lo que me envidiaba a
mí era mi piel.
Había dos empleadas
con delantales nuevos que me miraron medio raro, a lo mejor fue una idea no
más, y Juan Carlos se puso a llamar por teléfono a unos amigos
o amigas, qué se yo, y en la cocina había un teléfono
celeste y había otro más chico, pero después vino y me
tomó una mano y me llevó por el salón y por una escalera
hasta una pieza que era preciosa, llena de libros y de afiches y uno enorme
del Che Guevara, que ése sí lo conocía, y otro de los
Beatles, y de otros cantantes.
- Este es Bob Dylan -
me explicó.
- ¡Ah! - le dije.
- ¡Y este es Jimmy
Hendrix! ¡El descueve!
Yo no conocía a
nadie.
Y me mostró a otros,
la Joan Báez y la Judy Collins, pero volvió a decirme que Hendrix
era la muerte.
- ¿No tienes a
Manzanero?
- No.
- ¿No te gusta?
- No lo conozco.
Yo me reí, contenta.
Había algo que Juan Carlos no conocía. Yo iba a tratar de que
conociera a Manzanero.
Estaba segura de que apenas
lo escuchara...
- Es como romántico
- le dije-. No sé si te va a gustar.
- ¿Por qué
no?
- ¿Y no tienes
un banderín del Colo-Colo?
- ¿Del Colo-Colo?
-Sí... ¿no
te gusta el Colo-Colo?
- ¿Por qué
me habría de gustar?
- A todos les gusta el
Colo-Colo - murmuré, sintiéndome ridícula.
- A mí, no.
- ¿No te gusta
el fútbol?
- No. A mi hermano le
gusta.
- A mí me gusta
un poco, pero si a ti no te gusta...
Qué
poco te queda, vidalita
de lo que antes fuiste
Después
me fue a dejar a la casa. Nos comimos como cuatro plátanos y yo me
reí porque una de las empleadas viejas le decía "niño
Juan Carlos" y lo retaba, le decía que estos jóvenes de
ahora que no llegan a dormir a sus casas, que andan como los huachos, y él
me explicó que era la Rosalinda, una mama que tuvo de chico y que era
pura boca no más y puro na que ver, y que la vieja era buena y le prestaba
plata.
- ¿Y
cuándo llegan tus papás?
-¡Qué
sé yo! El viejo es como tonto para el golf y no se mueve de Santo Domingo,
y es capaz de pasar días enteros dándole con el palo.
- Y... ¿tus
hermanos?
- Por ahí
... por ahí.
- ¿Tú
eres el menor?
- Sí.
- ¿Y
tienes hermanas?
- Dos.
- ¿Casadas?
- Una. La otra,
la Consuelo, ya chutió al primero.
- ¿Y
tienes tres hermanos hombres?
- No. Dos. El
José Luis y otro más que es un pelota.
Quería
saberlo todo. Todo. Quería acordarme por mucho tiempo de su pieza,
de su escritorio lleno de libros, del tocadisco donde escuchamos a los Beatles
y donde él me cantaba una cosa que no entendí y que él
me escribió en un papelito, y que era algo como: "one day, you'll
find that I'll be gone", y las camisas lindas que tenía y montones
de zapatos y el sol que entraba en la pieza y caía en la cama y el
canario que se llamaba Yusupoff, y yo quise decirle que yo iba a ser como
ese rayito de sol que caía sobre la colcha, pero, claro que era una
tontera como de Corín Tellado, y por suerte no se lo dije.
- ¿Has
leído a Corín Tellado?
- No.
Entonces me
fue a dejar y dijo que después se iba volando a Santo Domingo porque
la vieja lo iba a matar, porque le había prestado el auto por un par
de horas y yo le dije que tuviera cuidado porque era peligroso que manejara
tanto y apenas si había dormido, pero él sacó otra botella
como de pisco o algo y se la llevó para el camino y me fue a dejar
y a mí me daba harta vergüenza que me fuera a dejar por esas calles
tan sucias que hay detrás de la Vega, y pa más remate que yo
vivía en la calle Salas al llegar a Lastra que es la más sucia
de todas, con los camiones y las carretelas, pero él, bien dije, como
que ni se fijó.
- ¡Nos
vemos! - dijo.
Yo le quedé
mirando, como triste.
- Un día
nos vemos - agregó.
- Un día
- repetí.
- Pregunto por
María... y...
- María
Acevedo Acevedo - le expliqué, para que no se fuera a perder.
- Pregunto por
María Acevedo Acevedo.
- ¡Chaíto!
- le grité.
Ya iba corriendo
en el auto y le chirriaron las ruedas en la esquina que casi se da vuelta,
y yo dije, Virgencita de Montserrat cuídalo, y entré a la casa
de mí madrina.
Estaba más
enojada. Que yo era una perdida, que hablía ido a buscarme a todas
partes, que la iba a matar de la preocupación, que venía llegando
de las Postas, de la Asistencia Pública, que la Telma lo más
bien que estaba trabajando y que quién sabe con quién andaba
yo, que ella no me iba a aguantar más, que mejor me volvía a
la población, que de la comadre Juana no podía esperarse trigo
limpio, y que para qué ella había cargado con esta responsabilidad,
que las muchachas ahora eran todas unas sueltas, que si no, que leyera lo
del festival de los coléricos que estaba en todos los diarios y que
había como cinco niñas de buena familia perdidas y que la Telma
era harto mala de la cabeza de no haberle avisado que yo me había quedado
a dormir con ella y que...
- ¿Vio
a la Telma, madrina?
- Claro que
la vi... Pero... tonta lesa yo... se me ocurrió cuando ya había
echado los pies buscándote...
- ¿Qué
le dijo?
- ¡Qué
me iba a decir! ¡Qué fuistes a esa fiesta donde su tío
y se les hizo tarde, y te quedaste a dormir con ella y no avisaron...
Me reí
pa callado. La Telma era re buena galla. Un día le devolvería
la mano. La Madrina también era buena como el pan.
- Y lo peor
es que perdiste el colegio hoy...
- Un día
madrina...
- Eras tan buena,
hijita... Nunca me diste la menor preocupación. Siempre le decía
a la comadre Juana, la María sí que va a salir hacendosa.
Entonces mi
madrina se puso a llorar y a mí me dio mucha pena porque estaba ya
bien vieja, de pelo blanco y medio encorvada y me quería igual que
si fuera su hija.
- ... y fui
a la Caja a cobrar el montepío y nada, no hay hasta el quince... todo
se junta...
- Yo no quiero
seguir estudiando, madrina...
- ¡Cómo
que no!
- No. Yo quiero
trabajar y ayudarla. Somos muy pobres. Y los hermanos... Quiero ayudarlos.
La Telma me dice que puedo entrar de garzona, que ella le habla al dueño.
Yo ya había
dicho varias veces a mi madrina eso, pero ella se enojaba siempre, y después
me decía que todos los sacrificios que había hecho eran para
que yo terminara la humanidades y fuera alguien, pero yo me sentía
alguien, y ahora más que nunca.
Como a los diez
días, cuando estaba en el colegio vino Juan Carlos y me tiró
una carta por debajo de la puerta y por suerte mi madrina no abrió,
porque fue en la tarde y ella andaba en la Caja, por lo del montepío.
Yo corrí a mi pieza y me encerré y tuve la carta apretada contra
mi corazón, y pensaba qué terrible habían sido esos diez
días y yo pegada a la radio y todas las canciones como que me hablaban
de Juan Carlos y abrí la carta después y apenas decía
nada, una frase, decía: "Ni una palabra de Silo a nadie. Secreto".
Y la palabra secreto estaba subrayada, y con letras grandes. Ni firma, ni
siquiera había dicho querida María o algo. Nada.
Después
vinieron unos días, fue como un mes, en que yo me sacaba puras malas
notas y me ponía a mirar por la ventana donde había un patio
con tierra y un naranjo viejo, y ahora estaba verde, y a veces llegaban unos
pajaritos y me puse a dibujar en los cuadernos, llené dos páginas
con el nombre de Juan Carlos, y traté de hacerlo también, pero
me salió más feo, todo chueco, y no se lo dije a nadie, aunque
me moría de ganas, y puse el nombre con unas letras negras en el bolsón,
por dentro y dibujaba unos corazones con iniciales, y una tarde que se enfermó
la señorita de Matemáticas, y nos fuimos más temprano,
yo pasé a ver a la Telma y le conté.
- ¿Y
él, te quiere?
- No sé.
- Pero, ¿te
ha dicho algo?
- No. Nada.
- Es que es
muy cabro, María... Búscate uno - más grande.
- A mí
me gusta él.
- ¿Y
me vas a decir que se bañaron desnudos?
- Sí...
Pero no se lo vai a contar a nadie, Telma ... Júramelo...
- ¿Y
a quién querís que se lo cuente yo? Oye... ¿y no hicieron
nada?
- Nada.
- ¿Y
si él hubiera pedido, oye?
- No sé...
no sé...
- Lo que te
pasa, es que estai enamorada, María...
Me asusté
mirándola un rato con la boca abierta.
Era más
buena amiga la Telma. Hasta una blusa me prestó, de esas Caffarena,
con flores y todo, y me veía re bien cuando iba a comprar el pan todos
me gritaban cosas y uno me dijo: - ¡Dios le guarde las tetitas! Y me
dio rabia, pero no le hice caso porque era un roto mugriento medio curado,
"El Milico", que desde que llegué a Salas que me andaba molestando,
y ni a la puerta del cité podía salir porque siempre estaban
algunos. A veces venía la Mirta Soto, que me ayudaba a hacer las tareas
de Química que yo no entendía nada, y le volvía a decir
a mi madrina que por favor, que me dejara trabajar, que nunca iba a pasar
a quinta, que era muy difícil, pero mi madrina se ponía furiosa
y yo corría a encerrarme a mi pieza y ponía la radio a ver si
salía Manzanero y una vez escuché cuando cantó eso de
"esa tarde vi llover", y se me saltaron las lágrimas, y aunque
no llovía, aunque estaba bien nublado, de todos modos, cuando decía
"y no estaba s tú" yo me imaginaba a Juan Carlos corriendo
en auto o haciendo quién sabe qué locura, y entonces sacaba
el manojo de pelitos rubios que tenía, que todavía los tenía,
en una cajita, los tenía y me ponía a besarlos como tonta.
Esa semana llegó
la mamá a ver a la madrina y me dio harta pena verla, estaba más
curada que nunca, y mi madrina dale que dale tazas de café, y mi mamá
que resoplaba y lloraba y de nuevo estaba esperando, y mi madrina le decía
que hasta cuando, y venía con el Lalo y el Porotito que me gustaba
más porque se parecía un poco a mí, tenía los
mismos ojos verdes, grandes, y era bien cabro chico, como tres tenía,
y el Porotito a pata pelá y el Lalo con unas chancletas todas rotas,
y estaba lloviendo ahora, y se ponían a comer el pan como si recién
acabaran de conocerlo y mi madrina siempre terminaba enferma después
de estas visitas y mi mamá decía que yo era una pará,
que mejor me volvía a la población a ayudarla a lavar ropa,
que la estaba convirtiendo en una señorita y que lo que yo era, era
una puta, que ella sabía lo que había pasado con don Beno, que
era el hombre que tenía, al que le decía antes tío, y
entonces mi madrina se ponía hecha una fiera y le decía que
toda la culpa era de ella que cuándo se ha visto hacer dormir a una
niñita de seis años co ella y con don Beno, en la misma cama,
y que cómo se atrevía a hechármelo en cara, que si no
tenía corazón, y le gritaba que se fuera, que no volviera más,
mientras yo no paraba de llorar, y la vieja me seguía gritando: ¡puta!
¡puta! y mi madrina la empujaba y le decía que iba a llamar a
los carabineros y el Lalo la tomaba de un brazo y le decía, vamos mamá,
vamos... Y el Porotito estaba sentado en el suelo de baldosas jugando con
la cola del gato.
Palomita
flaca, vidalita
de piquito hambriento
Yo tenía diez años
cuando elegimos al último Presidente y ahora, de nuevo, íbamos
a elegir a otro. Mi madrina era alessandrista y decía que el viejo,
el león, decía, había hecho cosas muy re buenas y fue
entonces cuando vivía don Lucho, que lo más bien que había
hecho su carrera en carabineros y llegó a sargento por sus méritos
y pudieron comprarse esa casita en el cité, que no era muy elegante
ahora, pero que en un tiempo vivían puros carabineros, hasta un teniente
vivió ahí y que ese techo se lo debía a don Lucho, Dios
lo tenga en su santa gloria, que le había dejado un montepío
que si no fuera por los políticos que se robaban todo la moneda sería
la misma y ella podría vivir mejor como vivía cuando don Luis
que era tan cariñoso, Mariíta, si tú lo hubieras conocido,
nunca se olvidó de mi cumpleaños y cuando celebrábamos
nuestro aniversario de matrimonio nunca dejó de llevarme a comer al
"Merville", donde lo conocían y nos daban unos asados especiales,
y lo que don Luis sintió más, y yo también, hijita, ay,
cómo le pedía a la Virgen de Monserrat, pero nada, era no haber
tenido un hijo, un hombrecito, me decía, para que entre al Cuerpo y
llegue a ser sargento, hasta capitán puede llegar a ser si es empeñoso.
Y entonces me decía que este Alessandri era tan bueno como el otro
y que ella se acordaba la primera vez cuando fue presidente, que yo estaba
muy chica, que el montepío le alcanzaba para el doble, y que por eso
ella iba a votar por él, y que si yo fuera más grande y pudiera
votar... En el colegio todos andaban en lo mismo en todas partes, yo no me
había dado ni cuenta antes, pero como pasaban y pasaban los días
y de Juan Carlos, nada, yo me puse a mirar y todo Santiago estaba lleno de
letreros y la cosa era entre Alessandri y Allende, y otros decían que
Tomic iba a arrasar, y yo, un poco por llevarle la contra a mi madrina y otro
porque la Mirta Soto, que era una de mis mejores amigas, me puse más
allendista y pasábamos discutiendo con otras compañeras del
Cuarto B, y un día fuimos con la Mirta a la Población La Pirámide
a ver a la mamá que me había mandado llamar porque decía
que estaba enferma y vimos que toda la población estaba llena de letreros
y banderas y que todos eran allendistas y hasta mi mamá que .nunca
se ha metido en política y don Beno andaba de lo más raro y
hacía como quince días que no tomaba porque estaba metido en
un sindicato y a mí me daba más vergüenza siquiera mirar
a don Beno, que tantas veces le pedí a la Virgencita de Montserrat
que le diera la tuberculosis a don Beno, o que lo matara alguien por lo que
me había hecho, pero nada, ahí estaba el viejo medio pelado
y sin dientes. Y la mejora había crecido, le hicieron dos piezas y
la mamá me dijo que mis hermanas ahora dormían todas en la otra
pieza, y a mí me daba una rabia ver eso, porque había llovido
la noche antes y había barro por todas partes y dos somieres para nueve
cabros que dónde... Mi mamá decía que cuando saliera
Allende iban a darle una casa que se la iban a quitar a los ricos, una casa,
que don Beno le había jurado que eso era lo que iban a hacer en el
sindicato, y yo me acordaba de la casa de Juan Carlos, la mansa casa que tenía,
llena de salones vacíos, y me juraba que antes muerta a que le tocaran
nada a Juan Carlos. Y lo peor es que la radio ya casi no tocaba música
y puros discursos y un día la Telma me convidó a la fuente de
soda porque habían puesto un televisor, y vimos cómo eran los
tres candidatos, y el más dije era Alessandri, como buen mozo era el
viejo y medio enojado todo el tiempo, y seguro que el papá de Juan
Carlos era así, y Allende era como con cara de profesor, se parecía
al señor de Física que teníamos, un viejo con el mismo
bigote así medio blanco y con cara de viejo verde, y el otro, Tomic
era muy negro con anteojos y el pelo blanco, todos tenían anteojos,
y Tomic se parecía a un cura, más mejor al sacristán
de la Viñita, era bien parecido y hablaba así como los curas
como perdonándolos a todos. De todos modos yo le dije a la Telma que
yo era Allendista la Telma se puso a reír y me dijo que qué
cresta me podía importar, y yo le dije que me importaba porque mi mamá
estaba metida en el barro hasta el cogote que tenía nueve hermanitos
que se morían de hambre y ella me dijo, si, como no, créele
a los políticos, me dijo, y yo dije que cómo íbamos a
seguir así, que mis hermanitos no tenían zapatos y comían
basura, y ella me dijo que eso era porque don Beno era un curado y no trabajaba
y porque la mamá también era otra curada, y era cierto, pero
yo le dije que yo quería ayudar a mis hermanitos, y ella me dijo que
los pobres tenían que rascarse solos, y me dio harta pena la Telma
que es más aséptica y en lo único que piensa es en pasarlo
bien y en comprarse ropa y en salir con los taxistas.
A pesar de todo venía
el dieciocho y salieron a vender banderitas. En la plaza Ercilla se ponían
a vender las banderitas y un día mi madrina me convidó al centro
y tomamos una micro Ovalle-Negrete en Independencia y fuimos hasta la calle
Ahumada y vimos las vitrinas y mi madrina me dijo que un día me iba
a comprar un vestido, porque yo andaba siempre de pantalones, que a dónde
se ha visto una cristiana así, me decía, que eran unos bluyines
que me había regalado la Telma, porque le quedaron chicos y mi madrina
me dijo que parecía una pobre, y yo le dije que éramos pobres,
pero ella me convidó a tomar helados a "Falabella" en unas
mesitas blancas y tomamos helado con galletas de champaña y mi madrina
me dijo que don Lucho, para el dieciocho, siempre se conseguía un cabrito,
con unos compadres que tenía en Til Til, y que ella hacía un
asado y que convidaba a unos amigos, eso cuando no le tocaba guardia, que
a veces, en la noche, le tocaba guardia, y tenía ella que quedarse
sola pensando en don Lucho, que quién sabe en qué peligros andaría
metido con tanto ladrón y asaltante.
Yo estuve triste un montón
de tiempo, ni comer quería, que mi madrina me decía que ya no
tenía estómago, que estaba en los huesos, que me iba a dar la
tisis, y yo, qué ganas iba a tener, y ella me hacía pastel de
papas con dos huevos duros adentro y pasas, pero nada, no podía comer.
Un día encontré un "Clarín" viejo donde hablaban
del festival de los jipis y decían que se habían perdido no
sé cuantas chiquillas y habían unos fotos y yo estuve mirando
bien a ver si reconocía a Juan Carlos en una, pero nada.
Otra vez llegó
la mamá y me dijo que teníamos que ir a una concentración
allendista en el parque Cousiño, que yo tenía que ir también
y le pidió a mi madrina que fuera, pero mi madrina no quería
ni oir hablar de eso y me prohibió que fuera y yo no sabía qué
hacer porque a quién hacerle caso y le pregunté a la Mirta Soto
y ella me dijo que ella iba a ir también así que fuimos. Que
era como a las tres de la tarde cuando teníamos que reunirnos frente
a la estación Mapocho, y mi mamá estaba con todos los chiquillos
hasta el Porotito lo había llevado, y con un palo con un letrero, y
dijo que don Beno iba a la cabeza de la columna Población La Pirámide,
y comenzaron a caminar y a gritar, y todos gritábamos: ¡Allende!
¡Allende! ¡Allende no se vende!... Y la Mirta tenía plata
y compramos maní. En el parque habían montones y seguían
llegando y estuvimos a todo sol paradas como cuatro horas hasta que llegó
toda la gente y habían banderas chilenas como en el dieciocho y hablaron
un montón de personas, unos gordos enormes, de bigotes, que gritaban
y después habló uno bien flaco, de anteojos, y después
habló Allende y dijo un montón de cosas de nosotros, los pobres,
y yo le dije a la Mirta, ves Mirta, no te decía, oye, y ella me decía
a mí, quiubo, que te parece, y Allende hablaba y hablaba y decía
que la revolución, que los pobres... que todo iba a cambiar, decía.
Pero, pasaron los días
y nada cambió. Me pusieron un uno en Química. A la madrina se
le volvió a atrasar el montepío. Nos cortaron la luz. Mi mamá
tuvo el otro cabro que se le murió a las dos semanas, porque se lo
habían ojeado, según nos vino a decir llorando, pero mi madrina
dijo que se había muerto de diarrea porque le daban ulpo y pan remojado.
Yo planté una matita
de toronjil en un tarro. Me la regaló un joven en el almacén.
Siempre me decía que yo tenía cara de pena. Me decía
"siempre tan apenadita, usted" y a mí como que se me iban
a saltar las lágrimas y me reía y el joven trabajaba en la caja
y un día me regaló la mata de toronjil y me dijo que era bueno
para la pena. Y yo me reí de nuevo. Pero, igual la planté, y
la pasaba regando y un día estaba lloviendo y había otra concentración
de Allende y mi mamá volvió de nuevo a decirme que fuera, pero
yo no quería ir porque tenía los mocasines rotos y eran los
únicos, los del colegio, y le diie, pero la vieja, más porfiá
me dijo que le mirara los zapatos a ella, y lo más bien que yo voy
me decía porque pa eso soy chilena y yo lo único que le pedía
a la Virgencita de Montserrat era que la mamá no apareciera más,
que se fuera, que se borrara y la madrina con tanta tos que apenas podía
levantarse y las dos solas como los gatos y la madrina que me pedía
que atrancara bien la puerta que en el cité había gente mala,
entonces yo me preparaba una agüita de toronjil a ver si se me pasaba
la lesera, pero nada, ni la radio podía poner porque todavía
no pagábamos la cuenta y me cargaba el colegio, todo, había
noches en que me quería morir, en que le pedía a la virgencita
que me llevara, ¡llévame virgencita!, le decía, mira que
no aguanto más...
Encontré de nuevo
otra carta. Igual, un sobre blanco. Debajo de la puerta. Como a las siete
de la tarde. La madrina me había mandado a comprar un paquete de fideos.
Corrí a abrirla. "Silo se reúne. Espérame en la
puerta, mañana, a las cinco".
Todas
las plumitas, vidalita
te las llevó el viento
Dormí mal. No podía
conciliar el sueño. Estaba nerviosa y me daba vueltas en la cama y
apretaba las dos cartas de Juan Carlos, que es más el Juan Carlos,
que ni siquiera las firmó, ni siquiera le puso querida María
que qué le habría costado, o simplemente María, como
en la serial, y me dije, mejor trata de dormir, oye, que si no manana vas
a estar con unas ojeras, y nada, la madrina ronca que ronca, los gatos peleando
y al amanecer, que tenía que ir al colegio temprano, los veguinos comenzaron
a gritar cuando todavía estaba oscuro, con las carretelas y los bocinazos
de los camiones, que la madrina tuvo que remecerme cuando me agarró
el sueño y me vestí a la carrera y tomé café con
leche y el pan me lo fui comiendo en el camino, que había sol, y ahora
sí que iba a comenzar la primavera, de todos modos llegué como
a las nueve, cinco para, y la señorita me mandó a la inspectoría
y me pusieron un anotación, es más la señorita, me tiene
más mala barra, desde que el año pasado, me eligieron reina
del curso, me tomó entre ojos y el promedio de Matemáticas es
más importante para la prueba global, y me tinca que ahora no voy a
poder seguir estudiando yo lo que quisiera es estar con el Juan Carlos, todo
el tiempo, ir a verlo cuidarlo, lo malo que no sé nada de él,
hoy le voy a preguntar aunque se me sienta, no sé ni la dirección
que se la voy a pedir, ni el teléfono, para poder mandarle alguna vez
una carta o llarnarlo. Me pusieron un cero en la prueba escrita de Física,
no contesté ninguna pregunta y aunque la Mirta me trató de ayudar
y me dijo que copiara y me pasó un torpedo, nada, no estaba allí,
miré el patio y el naranjo que ahora sí que estaba verde y ahora
sí que habían pajaritos, como cuatro o cinco y después
en Historia, me puse a escribir uña carta a Juan Carlos que no la pude
hacer que decía te he echado tanto de menos y repetí lo mismo
cómo en dos páginas, y la Mirta trató de leer lo que
yo había escrito pero yo no la dejé, porque son cosas privadas,
le dije y ella me contó que el Mario la había vuelto a besar,
a la mala y yo le dije que Juan Carlos me había besado muchas veces,
y ella me miró con envidia y después me dijo, lo que pasa es
que tú eres re bonita, podrías ser hasta la reina del colegio,
si quisieras, y la ,Mirta era más, pa lo que me importaba a mí,
en el recreo me preguntó:
- Oye... ¿y tú,
hai fumado marihuana?
- Claro -le dije.
- Oye, ¿y cómo
es?
- ¡Caballo!
- Debe ser re choro. El
Mario me dijo que se iba a conseguir. Sabís que la Eliana Maldonado
anda con cigarrillos. Si la pillan la expulsan.
Nos volvíamos por
Recoleta tomadas del brazo con la Mirta y nos metíamos por Dávila
y a veces pasaba un ratito a su casa, que tiene una casa lo más decente,
que el papá es comerciante, y tiene un puesto de fruta al por mayor
en la Vega, pero esta vez no me quedé ná, y me vine corriendo
a mi casa y me lavé el pelo con quillay y me lo escobillé un
montón, para que estuviera bien negro y me puse los pantalones, los
yines de la Telma, que los había lavado y una chomba de jersey roja,
la más bonita de todas, que me regaló mi madrina el año
pasado para mi cumpleaños y como soy bien morena dicen que el rojo
me queda muy bien y me puse un collar que me prestó la Mirta, que es
como jipi, con unos pedazos de madera y de alambre y me puse a esperar a Juan
Carlos que llegó como a las cinco y media y yo ni la puerta podía,
abrir porque el Milico andaba curado y andaba por la cuadra y de repente llegó
Juan Carlos y casi atropella a unos cabritos que jugaban a la pelota en la
calle. Y tocó la bocina y yo corrí y la madrina detrás
que a qué horas iba a llegar, que no llegara tarde, que ella se asustaba
tanto, que le avisara...
Me dio risa. Estaban todos
mirando con la boca abierta en el barrio. Yo misma no lo podía creer.
Porque Juan Carlos venía ahora en un auto fantástico, grande,
blanco, un Mercedes Benz precioso, nuevecito.
- Es del viejo -me explicó.
Los niños lo tocaban
y dejaban las manos encima y de toda la cuadra salieron a verlo y el Milico
me miró un buen rato y miró a Juan Carlos y movía la
cabeza, más intruso el Milico.
- Es un dos ochenta y
corre más que el Austin Cooper. Ya vas a verlo. El viejo se fue anoche
a New York y yo se lo saqué.
Casi no me había
mirado. A pesar de que yo lo miraba y lo miraba. Seguía, más
lindo que nunca. Tenía una chomba azul preciosa y unos pantalones a
franjas azules y blancos y estaba elegantísimo.
- Creí que no venías.
- ¿Recibiste la
carta?
- Sí, las dos...
Pero igual creí...
Me temblaba la voz al
hablarle. Más tonta. Carraspié bien.
- ¿Donde vamos?
- Hay reunión.
- ¿Lejos?
- Cerca de San Antonio.
Vas a conocera nuestro epónimo.
- ¿Epónimo?
- Sí, a Bruno.
Al jefe. Yo soy coetáneo de Silo y quiero que también lo seas
tú.
- Lo que tú digas.
- Cuando los dos estemos
en la iglesia... o sea, seremos puros, distintos.
- Sí, Juan Carlos.
- Pero, no hay que contárselo
a nadie... ¿Se lo has contado a alguien?.
- A nadie, Juan Carlos.
- Todavía estamos
en las catacumbas ¿entiendes? Somos una iglesia secreta... Pero ya
vendrán los días de la luz, llenaremos Chile, América,
el mundo... Así dice Bruno, que seremos legión, dice...
- ¿Y si no me admite?
- Si pasas por la prueba
de iniciación... Y presentada por un coetáneo...
- ¿La prueba?
- Hay que hacerla, María.
Y en la cripta, frente a todos los coetáneos.
- ¿Y en que consiste?
Soy mala pa las pruebas...
- Tienes que hacer, en
la cripta , frente a todos nosotros, lo que más te avergüence.
- ¿Lo que más
me avergüence?
- Sí, lo que te
dé más vergüenza, eso que nunca te atreverías a
hacer frente a los demás... ¡Esa es la prueba!
Ibamos saliendo de Santiago.
El auto tenía olor a cuero, y tenía una radio que sonaba por
delante y por atrás, y yo me puse a pensar que qué era lo que
más me avergonzaba y no sabía que era, y se me ocurrieron cosa
terribles como contar lo de don Beno, pero antes me mataban que hacerlo.
- Si te liberas de tus
vergüenzas, dice Silo, serás pura de nuevo y borrarás el
estigma, o sea, el pecado original.
- Si me libero...
- Volveremos al paraíso...
0 sea... ¿no te day cuenta, María, que todos los de Silo andamos
buscando el paraíso?
- Sí, Juan Carlos.
Como a las seis y media
de la tarde llegamos. Cerca de San Antonio, salimos del camino pavimentado
y nos fuimos como a un fundo adentro en medio de unas colinas y allá,
al fondo, en unas casas blancas, estaban. Yo me creí que iban a haber
puros chiquillos, pero vi un montón de viejos y algunas señoras
y estaba el tal Bruno que tenía los ojos brillantes, como lustrados,
y le faltaba un brazo. Se habían puesto unas túnicas blancas,
como delantales de enfermeros y Juan Carlos me dijo que él también
tenía su túnica de coetáneo y que yo la iba atener cuando
me iniciara y yo tenía más susto porque todos hablaban en voz
baja y después nos juntamos a escuchar a Bruno que dijo más
cosas, sobre el paraíso y la pureza y como había que crear el
alma, formar el alma, decía, en el nido del cuerpo, como un huevo empollar
el alma, empollarla hasta que naciera dentro del nido, y también habló
de que había que aprender las nuevas oraciones, los rezos, que se creaban
adentro del alma y nos dijo, recemo, y todos nos arrodillamos para rezar y
todos nos quedamos bien callados, inventando los rezos aunque yo miraba a
Juan Carlos, que se veía mejor que ninguno, mucho mejor que Bruno,
porque Juan Carlos es alto y delgado, y con su melena rubia, y el delantal
blanco, se parecía a un actor de cine que hace unas películas
sobre médicos, o sea parecía a un ángel, cada vez más.
Y ya estaba poniéndose el sol y Bruno indicaba al sol y hablaba de
nuevo y todos sentados junto a él, y había un viejo enfermo
medio como con un paralís, que temblaba y temblaba y el sol le caía
encima y el viejo daba unos gritos como de pájaro y se levantaba de
la camilla y era como si el sol lo estuviera quemando, cuándo, si apenas
entibiaba, y daba unos gritos: - ¡Ay! Y un salto en la camilla. Y otro
grito: -¡Ay! Y así y con él estaban dos muchachos que
le decían, tranquilo abuelito... tranquilo, abuelo... pero veíamos
todos que el viejo como que se estaba muriendo y Bruno pedía que nos
tomáramos de la mano y rezáramos por el viejo y el viejo estaba
anaranjado de sol y dos veces, como temblaba tanto, se le cayeron los dientes
postizos que me dio una risa y tuve que morderme una mano y los nietos se
los recogían y los lavaban como en una acequia que había y se
los volvían a meter en la boca, y habían montones de autos elegantes
porque todos parecían gente bien, como con plata.
Después, cuando
fue más de noche, y algunos empezaron a irse Bruno seguía hablando,
aunque yo ni juicio le hice porque lo único que me interesaba era mirar
a JuanCarlos que estaba muy serio y no despegaba los ojos del manco, entonces
nos quedamos como un pequeño grupo y a Bruno le mostraban libros, quién
sabe qué serían los libros, y Bruno anotaba en un cuaderno,
y Juan Carlos le habló y me mostró y Bruno, más tarde,
cuando ya se hablan ido casi todos y era bien de noche, me dijo:
- ¿Crees?
- Sí - le contesté.
- Si crees, creerás
en Silo - me dijo.
Yo movía la cabeza.
- ¿Estás
preparada?
Juan Carlos dijo que sí.
Que yo era pura.
- ¿Eres pura? -
me preguntó Bruno. Y yo, como que me puse colorada, que qué
le iba a decir, aunque como era de noche no se notó.
¿Eres virgen?
- me volvió a preguntar.
Yo no sabía donde
meterme. Mire que venir a preguntar eso. ¿Y qué le iba a decir?
¿Y cómo le iba a contar que el tío Beno... ?
- Si estás en pecado
sólo puede redimirte la prueba...
- Le expliqué algo
- dijo Juan Carlos.
- Pero, aún no
es tiempo. Acabas de llegar. Necesitas impregnarte del espiritu de Silo. Para
ser coetáneo hay que prepararse. Y tú - miró a Juan Carlos-
tú la ayudarás para que ingrese a la cripta, cuando llegue el
tiempo.
Yo tenía más
miedo. Si seguía preguntando el joven o me pedía que hiciera
la prueba.
- En quince días
más nos reunimos. Cuando Silo avise. Cuando vuelva a hablar.
Nos fuimos bien tarde
y yo encontré más fome todo, porque Juan Carlos y un grupo chico
se quedaron hablado con Bruno y yo me anduve como aburriendo mirando unos
perros y unas ovejas medio peladas.
- ¿Que te pareció
Bruno? - me dijo Juan Carlos, cuando ya corríamos de nuevo hacia Santiago.
- Bien - le dije. No sabía
que decir.
- Es nuestro epónimo.
Aquí. Y un día tú vas a entrar a Silo. Me dijo que aún
no. ¿Tienes miedo a la prueba?
- No.
- Tienes que ser muy sincera,
María. A veces es terrible. 0 sea, lo que más le avergüenza
a uno... Yo, por ejemplo..., ¿te cuento? Casi siempre son cosas sexuales...
¿Tienes miedo a las cosas sexuales?
- No - mentí.
- Hay que hacer en público
esas cosas espantosas que uno hace pa callao. Por ejemplo, yo me corrí
la paja, ¿entiendes? Tuve que masturbarme porque siempre lo hago, a
escondidas, mirando los Play Boy. Y Bruno me advirtió que si era un
exhibicionista mejor pensara en otra cosa. Que no importaba que uno fuera
virgen, que siempre estaba lleno de pecado, de inmundicia, o sea... Algunos
se sacan la prueba con cualquier cosa, pero Bruno los pilla altiro, y yo quise...
o sea, quise limpiarme... ¿entiendes? Y me sentí mejor, cuando
todos me miraron, y yo estuve limpio, me sentí puro nunca más
a escondidas, nunca más nada... Silo recomienda la castidad, hasta
que llegue el amor. Cuando hay amor... dice Bruno, o sea, la vida sexual es
la plenitud de la comunión, así dice... Si no hay amor, el sexo
es una maldición, el pecado mismo...
Yo iba pensando un montón
de cosas, pero como hablar con Juan Carlos, la pura, que me daba más
vergüenza, además era más instruido, sabía montones
y me dijo que Krisna Murti, o algo así, que tenía que leerlo,
que me iba a prestar unos libros, que los poderes, que me había estado
llamando por poderes, y yo no supe nada, la tonta, porque no estabas lista,
por eso cuando estés en la onda, cuando sientas mis ondas, me decía,
y me decía que él ni siquiera usaba el teléfono ahora
y otro montón de chivas, aunque yo lo miraba y lo miraba y como que
no lo oía, como que no podía entenderlo, porque cuando le veía
los ojos o a la boca que era tan linda, con los labios rosados, medios gorditos.
-¿Y qué
le pasaba al viejo? - le pregunté.
- Está desahuciado...
Y Silo lo va a curar. Ya está mucho mejor. Cuando Silo nos llamó,
hace un año, y fuimos, y fue en la cordillera en un lugar secreto,
y Silo bajó de la montaña y si hubieras visto al viejo pensamos
que se moría mucho antes, y Silo lo tocó...
- ¿Silo? Silo...
Pero, entonces... ¿Silo existe?
Y ahí Juan Carlos
como que se me anduvo enojando. Nunca debí preguntarle, más
tonta, como que me miró y se puso rojo y empezó a correr más
fuerte y no me habló, un buen rato hasta que íbamos por Talagante
y me dijo:
- A ti, todavía,
te falta mucho.
Y yo tratando de arreglarla
pero, qué sabía yo. Me dejó en la casa, como a las nueve
y media de la noche, y sin siquiera tocarme la mano, se fué.
Yo, yo miré muda,
y como que quería decirle algo, que cuándo, que si me iba escribir
y me acordé que ni siquiera sabía su número de teléfono,
que si estaba muy enojado, que me perdonara, yo traté pero el cerró
la puerta del auto y se fue y me miró casi con odio y yo entré
corriendo a la casa y me tiré encima de la cama y estuve llorando y
no quise comer.
Es
un viento malo, vidalita
es un viento frío
- Puras cabezas
de pescado - me dijo la Mirta, cuándo le conté. Aunque no debí
haberlo hecho pero la hice jurar, ¡y a quién le iba a decir,
si no! y la Mirta me dijo que tuviera cuidado porque esos jóvenes,
eran medios corrompidos y seguro que iban a terminar todos presos, que ella,
¡cuando había oído hablar de Silo!
- El Bruno dice
que todavía no estoy lista.
- ¿Y
qué vas a hacer, cuando estés lista?
- La pura que
no sé... No sé si me atreva.
- Seguro que
te van a hacer alguna cochinada...
- Pá
mí que Juan Carlos ya no más. .Se ofendió con lo que
le dije.
Y me dio miedo
al tiro, cuando dije eso.
- Es un joven
bastante raro tu Juan Carlos.
- ¡Si
tú lo conocieras!
Ya estábamos
como a fines de agosto y nadie hablaba sino de política, de manifestaciones,
y la radio puros discursos y mi madrina dale que dale con Alessandri, y que
el tío Lucho, que si no salía Alessandri que qué iba
a ser de nosotros y mi mamá que llegaba a buscarnos todo el tiempo,
que andaba más agitada, y me dijo que ahora sí, y venía
con todos los chiquillos y yo fui a dos concentraciones más, que más
las apreturas, aunque cantábamos y dábamos gritos y en la segunda
un joven que llevaba una bandera chilena como que me anduvo siguiendo, porque
se instaló a mi lado y no se me despegaba, más ligote, y me
dijo que le ayudara a sostener la bandera chilena, y cada vez que nos poníamos
a gritar, me miraba a los ojos, como si estuviéramos cantando a dos
voces, y me dijo que él era de las juventudes comunistas y me dijo
que yo tenía unos ojos verdes preciosos, lo que yo ya sabía.
Como todo estaba
revuelto, y habían peleas, y se dieron de golpes allí mismo,
en la calle Salas, con Lastra y llegaron los carabineros con el Grupo Móvil
que lo llaman y tiraron bombas lacrimógenas que la casa se pasó
entera y todos llorábamos y mi madrina decía que a dónde,
que en tiempos del finado Lucho, y habían disparado contra un joven
que estaba pintando una pared y se decían montones de cosas, traidores
y vendidos y momios y ladrones, y no se qué, y ya no podía ni
salir a la calle, y todos andaban como sordomudos haciéndose señas,
que el uno, que el tres, y en el colegio nos dieron vacaciones que qué
iba a hacer yo con las vacaciones, aunque la mamá me vino a buscar
y me dijo que mi lugar estaba en la población y pa allá me fui
un día, que se me había olvidado,cómo era eso, que la
mejora se estaba cayendo y no tenían luz, puras velas, y el agua había
que ir a buscarla en chuicos como a seis cuadras y todo en medio del barro
y la cochinada y los hermanitos medios desnudos, y el tío Beno, que
me cargaba verlo, que me dolía el estómago verlo, el viejo ni
me miraba siquiera y la mamá hacía té con sopaipillas
en un brasero y entraba y salía gente, los vecinos y toda la población
con banderas chilenas y con letreros de Allende, más grandes los letreros,
y me dijeron que en dos semanas más, que íbamos a ganar, que
por fin los pobres, que a don Beno le tenían prometida una casa con
living y todo, y mi mamá estaba más brava y un día se
agarro a peñascazo limpio con otros pobladores que eran tomicistas
y una piedra le dio en la cabeza a la vieja, y hubo que llevarla a la posta
para que la cosieran y mi madrina dijo que eso le pasaba por mala de la cabeza,
y yo le decía que mejor nos, preocupábamos de los chiquillos
que el Porotito no tenía ni siquiera zapatos, y andaba casi en pelotas
y un día lo íbamos muerto, y a mi que me gustaba tanto el Porotito,
un día, si yo pudiera tener un hijo de Juan Carlos, me decía,
cuando me ponía a soñar en la pieza, porque, eso sí,
nunca me quedé en la población, que qué me iba a quedar
si en el rancho no había dónde, y que qué iba a dormir
en el suelo cuando donde mi madrina tenía hasta sábanas y la
mamá me decía que yo era una momia, y que seguro que era alessandrista,
aunque yo le juré que no.
Cuando ya faltaba
como una semana y yo tenía que ir todos los días a la población
a pegar letreros y a gritar en las concentraciones, que ya me estaba cabriando,
y el joven de la bandera volvió a aparecer y me dijo que cómo
me llamaba y yo le dije que María, él se llamaba René
y me dijo que íbamos a celebrar el triunfo juntos, pero yo, bien indiferente,
y un día supe que Juan Carlos había ido a buscarme donde mi
madrina, y me repelé, palabra que me dio más rabia, que me dije,
ahora sí que no vuelve más, que qué tenía yo que
andar metida en esos tetes, y nada al día siguiente me quedé
en la casa, por siaca, y llegó, llegó como a las oncede la mañana
y andaba en el autito chico, ahora, con otros pantalones que seguro que debe
de tener un montón, que estos eran como morados y una camisa de encajes
más linda, que ya me quisiera yo, que se le veía todo debajo
y me dijo que subiera y subí y partimos hacia el centro y después
por Providencia hacia arriba hasta un lugar que se llama "Las Terrazas"
donde había mesitas afuera y nos sentamos y Juan Carlos pidió
dos Coca-Cola y como que estaba enojado porque no me habló durante
un buen rato.
- ¿Por
quién vai a votar?
Yo le expliqué
que por nadie, porque era muy cabra.
- ¡Sí!
Pero, ¿quién te gusta?
Yo que no me
atrevía a decírselo, que total la política es pa puro
pelear, y seguro que él era alesandrista, porque la Mirta Soto me había
dicho que era un momio, así que le dije:
- Mira, no sé...
No me he decidido...
- ¿No
eres allendista?
Como que adivinaba
todo, Juan Carlos.
- No me gusta
nadie.
- Va a ganar
Alessandri -me dijo.
- ¿Tú
crees?
- El viejo dice
que gana Alessandri, a la vela. El viejo es re amigo del Paleta. Tú
sabís que mi mamá es sobrina del Paleta.
-Y a ti. ¿Quién
te gusta?
- ¡Nadie!
- gritó-. ¡Nadie! Y, en voz baja - ¡Silo ha pedido la abstención!
¿entiendes? ¡Nadie de Silo vota! ¡Porque los candidatos
son impuros! 0 sea, Bruno pasó el mensaje... Todos, los tres, son iinpuros,
¿cachai? los tres están condenados... La iglesia de Silo, dijo
Bruno, no se mete en estas farsas.
- Pero, Juan
Carlos...
- Nosotros vamos
a salvarnos María. Nosotros los de Silo. 0 sea, mis hermanos se ríen
de mí, porque no sé cómo supieron. ¿Seguro que
no se lo dijiste a nadie?
- No, Juan Carlos.
No conozco a tus hermanos. Ni siquiera... si ni siquiera sé cómo
te llamas, el apellido, quiero decir...
¡Juan
Carlos Eguirreizaga! -me explicó, como extrañado. Eguirreizaga
Montt... Y mi papá es don Nicodemo Eguirreizaga... ¿No lo conoces?
- No.
- El viejo ha
sido ministro dos veces. Y, ahora, es uno de los, capos del Partido Nacional.
Momio por todos lados. El viejo es el brazo derecho de Alessandri... La otra
noche estuvo el Paleta a comer en la casa y mis hernranos, bueno, el José
Luis, que es de Fiducia y los otros que son tomicistas hasta el cogote, y
se pusieron a discutir con el Paleta y se armó la grande, porque el
papá dijo que no aceptaba que se le faltara el respeto a don Jorge,
y la mamá se puso a llorar y don Jorge me preguntó que qué
ideas tenía yo y yo le dije que yo no apoyaba a nadie, porque todos
los políticos, le dije, eran unos limpuuros, y el viejo del papá
se puso hecho una furia y me echó del comedor, y me cortó la
mesada, y me amenazó con meterme a la Escuela Militar...
Y, mientras
me explicaba esto, llegaron un montón de chiquillos y chiquillas y
todos conocían a Juan Carlos y las chiquillas eran más lindas,
y más, elegantes, como de la "Paula" eran, con unos alones
de terciopelo y otras con unos ternos como de seda y todas conocían
a Juan Carlos, y yo no sabía donde meterme, porque andaba de nuevo
con los yines y unas zapatillas de tennis más viejas, y una chomba
medio desteñida, pero todos me trataron como si fuera del grupo y hablaban
de irse en la tarde a Algarrobo a una casa de no sé quién y
que tenían un yate y que podían llegar hasta Los Vilos, y después
se pusieron a hablar de política y unos eran tomicistas y otros alessandristas
y, todos gritaban y que si iban a la concentración o no, y que Tomic
había juntado más de cien mil personas. Era bien divertido porque
por la calle andaban más grupos y autos y tocaban las bocinas y montones
de señoras comprando cosas. Entonces llegó un hermano de Juan
Carlos que era más alto que él y más flaco y con anteojos
y con un traje bien de caballero con corbata y todo y ni la sombra de Juan
Carlos, me trató como si no estuviera allí me dio la espalda
y era más el Juan Carlos que nunca presentaba a nadie y cómo
iba a saber, y después el hermano me dijo, -¡oye negra! Y a mi
me dio más rabia. Después Juan Carlos se paró y se fue
con todos ellos a no sé dónde se fue, me dijo, no, no me dijo
nada, me hizo un gesto con la mano casi sin mirarme, y yo alcancé a
decirle ¡Chao!
Y yo me quedé
en Providencia casi al llegar a Los Leones, sin plata pa la micro, sin nada.
Y tuve que irme caminando hasta la casa que me demoré como una hora
en llegar y me dolían los pies, y lo más, era que tenía
más rabia. Claro que cómo iba a saber Juan Carlos que yo no
tenía plata pa la micro.
Te
dejó sin plumas, vidalita
y el buche vacío
- No seai lesa
María - me dijo la Mirta- ese joven no te conviene.
Era más
la Mirta, todo porque ella estaba pololeando con un chiquillo que trabajaba
en el Banco de Chile, y la Mirta ya soñaba con el matrimonio, porque
dijo que su pololo era serio, no como los otros, que ya tenía comprado
algunos muebles, que se llamaba Arturo Torres y vivía con su mamá
y tenía un bigotito, y aunque acababa de entrar al Banco seguro que
iba para arriba porque era como bala para las matemáticas y le había
hecho las tareas y le dijo que terminara sus estudios y cuando la besaba el
bigotito le hacía cosquilla, le quedaba picando arriba, encima del
labio. Además, la familia estaba feliz, y el Arturo vivía en
Independencia con Dávila, del mismo barrio, entendís, y con
los mismos gustos. Esos jóvenes del barrio alto la usan a una pa puro
revolverla no más...
- Es que, es
que yo creo que... que le gusto un poco - le dije.
- Oye, ¿te ha pedido que pololees con él? ¿Ah? ¿Te
ha dicho alguna vez, oye María querís pololear conmigo?
- No.
- ¡ Ah!
¿vistes? ¡No te, ha dicho! ¿y, entonces?
- Es que no
creo que me vaya a decir, oye...
- Ese es un
momio, un hijito del papá... Y son los peores, mucho auto prestado,
y, nada... Y de repente...
- Si ni siquiera
me ha dado un beso, Mirta...
- Harto raro...
Que querís que té diga... A mí, el Arturo, a la tercera
salida me llevó al teatro y me compró pastillas de menta y me
dio un beso, pero antes me había pedido si quería pololear con
él y yo le había dicho que sí... Es bien formal el Arturo...
- Juan Carlos
es distinto.
- ¿Distinto?
¿Y qué tiene de distinto?
- Es... es como
religioso, ¿sabís?
- Esos son los
peores.
Y cada vez que
hablaba con la Mirta, es más la Mirta, me quedaba como triste, como
nerviosa, sin ánimos, porque tenía razón, a su modo de
ver, y le pregunté a 1a Telma, fui a verla, que hacía como quince
días que no iba, y le conté todo, no todo, pero, y la Telma
me dijo que no fuera tonta, que ése sí era un partido me dijo
que lo trabajara bien, que no se lo fuera a prestar, es más grosera
la Telma, como está en una Fuente de Soda, "no prestes el poto",
me dijo, y yo me puse colorada y ella me contó que tenía un
joven que era teniente de ejército, antes de entrar a trabajar, y que
la venía a ver a la casa, y era lindo, bien elegante y bien parecido,
y un día llegó con un jeep y fueron a Colina y se tomaron unas
maltas con huevo y, después el teniente comenzó a acariciarla
y ella tenía diecisiete, no como ahora que tenía diecinueve,
y se empezó a calentar y no podía más, y el teniente
se la llevó al campo y entre las hierbas siguieron y ella era virgen,
y más tonta, y el teniente allí, mismo se la sirvió y
ella gritó y lo pasó pésimo, pero después volvió
varias veces y siempre a Colina, y al mismo lugar, que tenían ya medio
aplastados los yuyos, y dale que suene, como que le iba gustando al final,
y de repente se dio cuenta, cómo a los dos meses, que estaba esperando,
vas a creer María, apenas habíamos tirado ,como diez o doce
veces, doce a lo más, y yo me cuidaba y tomaba píldoras y tenía
mis días, y me quedé esperando, y al principio me dio harto
gusto, como que me hice ilusiones, pero después me dije, puchas en
el medio tete en que me voy a meter y pensé pa mis adentros ¿Y
por qué no le digo al teniente? Total, él tiene la culpa...
Y, a lo mejor,
hasta se casa altiro en vez de seguir esperando... Y se lo dije y casi se
murió de susto se puso pálido y me dijo que él, no podía
casarse hasta que fuera capitán y que había que hacer algo y
quedó en volver al día siguiente con el jeep para ir a ver a
un amigo suyo que estudiaba medicina y, vai a creer María, que no apareció
más, pero lo que se llama no aparecer más, una mariconada...Y
cuando fui a averiguar al regimiento me dijeron que había pedido su
traslado a Antofagasta, el perla, te dai cuenta cómo son los hombres,
y cuando uno presta el choro, se aprovechan de una y después, chao,
si te he visto no me acuerdo... y tuve que hacerme el raspaje donde una matrona
amiga mía, y recién ahora 1o terminé de pagar... ¿y,
sabís que más, María? que si no se lo hubiera prestado,
como que me caso con el teniente, porque era joven, harto serio, que no quería
problemas, y que quería seguir en la carrera y; como que me quería
también, y si yo no le hubiera puesto tanto empeño en Colina,
porque él hasta tenía un poco de miedo, y yo, la de las chacras,
pa hacerme la mujer, me puse a hacerle cuestiones hasta que... pero...
- Juan Carlos
es distinto...
- Si te las manejas bien ése cae... Aunque es re cabro. ¿Qué
vai a hacer con un cabro de diecisiete? Búscate alguien mayor.
Así me
decía la Telma, que era bien buena amiga conmigo aunque medio lanzada
ya, como a la vida, y mi madrina me había dicho que no me metiera con
ella porque era una mala junta, que era una mujer con experiencia, me dijo.
Al día
siguiente llegó el Juan Carlos a buscarme, en otro auto, un Fiat rojo,
bien chico, y venían con él dos amigos bien jóvenes que
parecía que habían fumado, porque tenían los ojos medios
raros y se reían solos, y era como a las siete de la noche o más,
y yo le dejé un papel a mi madrina que andaba por Santo Domingo y me
fui con ellos, y nos fuimos a Providencia, y yo apenas si tuve tiempo de ponerme
una chaleca Dunova que me había prestado la Telma, y un par de zapatos
de la Mirta, de esos de tacos grandes, como se usan ahora y el Juan Carlos
cantaba con la radio una canción en inglés, y me dijo que todos
ellos eran de Silo y me preguntó si yo tenía miedo y yo le dije
que no, aunque me acordé de lo que me había contado la Telma,
y nos metimos por Américo Vespucio hasta Las Lilas, que yo iba mirando
las calles para saber dónde íbamos y dimos varias vueltas, como
que andaban buscando a alguien y nada, y después nos volvimos a Providencia
hasta el "Coppelia" donde Juan Carlos me invitó a tomar un
helado de chocolate y saludaba, a gritos a un montón de chiquillas
rubias, preciosas, y más elegantes todas, y preguntaba por José
Luis y no sé quién, y estaban fumando los amigos, porque el
humo me había mareado un poco y después del "Coppelia"
nos fuimos por Providencia hasta Pedro de Valdivia, y ellos se metieron a
un club que hay en la esquina, a un subterráneo donde hacían
gimnasia y pesas, y donde:podía estar el José Luis pero como
que no estaba naa y después nos fuimos por la Costanera y en el puente
del Arzobispo había un grupo bien grande, con unos estandartes y unos
tarros de pintura y Juan Carlos se metió por Tajamar a toda velocidad
que casi nos dimos vuelta y dejó, el auto medio escondido y dijo:
- ¡Vamos!
Y salimos todos y ellos llevaban unos paquetes, unas bolsas, pero yo no pregunté.
Y nos fuimos medio corriendo por entre los matorrales que dan a la Costanera
hasta que los vimos de nuevo entregando unos papeles a los autos y otros pintando
letreros en el muro que da al Mapocho y cuando estuvimos bien cerca Juan Carlos
abrió la primera bolsa, que eran piedras y los otros traían
unas hondas y a una orden de Juan Carlos comenzaron a tirarles piedras y Juan
Carlos me pasó una honda a mí, pero yo no sabía cómo
y él se enojó y tiraban piedras y una le había roto la
cabeza a alguien y comenzaron a gritar los otros, que era de noche, y se escondían
detrás del estandarte, y estaba medio lloviznando, y entonces Juan
Carlos sacó una pistola y les disparó tres tiros, y después
nos dijo:
- ¡Corran!
y apretamos hacia el auto y partimos por Providencia a toda velocidad hasta
el "Coppelia", y de nuevo el Juan Carlos pidió un helado
de chocolate para mí y se reían y se palmoteaban los brazos
y Juan Carlos me mostró la pistola que era del viejo, me dijo, y que
él se la había "expropiado" para Silo, me dijo y que
ahora iban a empezar a pasar cosas... Y yo le pregunté que a quiénes
les habíamos tirado las piedras y él me dijo que a Fiducia y
yo le dije que qué era Fiducia, y él me dijo que eran los católicos,
unos momios miserables, me dijo, encabezados por su hermano José Luis,
y yo le dije que si no tenia miedo de herir a alguien con la pistola, y él
me dijo "ojalá hubiera matado al José Luis". Y a mí
me dio pena y le tomé la mano pero él la retiró clavándome
los ojos como ofendido.
Cuando al día siguiente le conté a la Mirta esto, me dijo que
ese muchacho estaba loco, que era un loco, que no lo viera más, que
ése iba a hacer una lesera, que iba a dejar la mansa embarrá...
y que Silo, y todo el grupo, y me dijo que ella me iba a presentar a un amigo
de Arturo Torres, que también trabajaba en el Banco.
Yo dormía
apenas y pasaba rnirándome al espejo y peinándome y como no
había clases me pasaba encerrada en la pieza y a veces acompañaba
a mi madrina que, después de la comedia de Radio del Pacífico,
se ponía a rezar el rosario, y yo lo rezaba también y le pedía
a Dios que me ayudara, que no fuera a perder a Juan Carlos, y que hiciera
que él se enamorara de mí, le decía yo... no me acuerdo
bien lo que le decía, pero era como si llorara cuando rezaba. Y todo
por culpa de Juan Carlos, que yo ya sabía que era medio malo de la
cabeza, es un alocado, me había dicho la Mirta, y yo le pedía
que por favor no me hablara mal de él, porque yo lo quería tanto...
Ahora había
más concentraciones y desfiles, todo el tiempo, y mi mamá pasaba
viniendo y fui a dos más, y fui a la población porque Allende
fue a hablarles a todos, y había fotógrafos y montones de banderas,
chilenas, y Allende le dio la mano a mi mamá según contaba ella
a gritos, y después me tuve que quedar porque el Porotito estaba con
fiebre y la mamá andaba ya curada y don Beno desaparecido y la vecina
que se quedó cuidando al Porotito me dijo que lo habían ojeado,
y yo le dije que no, que mejor lo llevábamos a la Posta, pero ella,
dale con que lo habían ojeado, que el día anterior llegaron
a la población unos momios en una camioneta y que una señora
rubia se había acercado al Porotito y le puso la mano en la cabeza
y le dijo: ¡pobrecito! Y lo estuvo mirando un buen rato y eran momios
alessandristas y la vieja, seguro, que le hizo algo, algo le dijo cuando lo
miraba así, y ellos que no se dieron cuenta porque estaban todos ocupados
en bajar unos cajones de tallarines que los momios les habían traído
y esa misma tarde el Porotito se sintió mal, y comenzó a llorar
y le dio la fiebre y la comadre que lo había visto aseguró que
era mal de ojo, y le estaban haciendo uno remedios. Yo me enojé más,
porque me di cuenta que el Porotito tenía la barriga más hinchada
que parecía un tambor, y le dije a la vecina que fuera a buscar a mi
mamá porque había que llevarlo a la Posta y llegó la
vieja que andaba tomando en un clandestino, y no paraba de gritar, ¡Viva
Allende, mierda! ¡Viva Allende! y el Porotito estaba rojo, que parecía
que echaba fuego y ya no hablaba el pobrecito yo le dije a mi mamá,
oye mamá, ¿no te dai cuenta que el Porotito está re mal?
Y ella gritó: ¡mal de ojo! ¡los momios! ¡Viva Allende,
mierda! Y la vecina dijo que la mamá estaba demasiado curada, porque
se cayó dos veces encima del Porotito, y la sacó pa afuera y
yo tomé al Porotito y lo envolví en las dos únicas frazadas
que había y cuando iba saliendo la mamá me lo quitó y
estaba la comadre que había venido, la meica, y dijo que no se podía
mover de allí hasta que estuviera sano, hasta que el maleficio, y yo
le gritaba, ¡qué maleficio si tiene fiebre y hay que llevarlo
a la Posta!, y mi mamá me pegó con un palo en la cabeza que
todavía me acuerdo, y me dijo que yo era una puta, que me fuera de
allí, que era, una momia, una alessandrista, y que el Porotito nunca
se iba a mejorar mientras una cochina alessandrista estuviera mirándolo,
y me agarró a patadas, y la meica me defendió que si no la mamá
me mata, y todos los vecinos salieron y gritaban: ¡Viva Allende, mierda!
y los chiquillos que me conocían y todos, me gritaban cosas, y hasta
mis hermanos detrás de la mamá que parecía el demonio,
me gritaban y salí corriendo y arranqué por el callejón
entre el barro hasta llegar al paradero de las micros y ni llorar pude, y
me fui hasta la casa y le dije a la madrina que el Porotito se estaba muriendo
y le conté todo y mi madrina que no tenía plata ni pa terminar
el mes llamó al doctor Briceño, que no estaba en la casa y fuimos
como cinco veces al almacén a llamarlo y yo le decía que por
qué no llamábamos a la Asistencia Pública, pero ella
me decía que el doctor Briceño, que llegó como a las
once de la noche, y nos conseguimos prestado un poco de plata y tomamos un
taxi los tres, que el taxista no quería meterse a la población,
decía, que porque podían romperle el auto, porque tenía
unos letreros de Alessandri pegados y nos dejó cerca y estaba más
oscuro, como que había empezado a llover de nuevo, y cuando llegamos
adentro del rancho estaban gritando, daban gritos y a mí se me recogió
el corazón, y salió la vieja, mi mamá, más curada
que nunca, cochina, como si se hubiera caído al barro, y nos empezó
a insultar y no quiso dejar entrar ni al doctor, y la meica estaba en la puerta,
con una lata llena de hierbas que echaban humo, y mi mamá gritaba:
¡Un angelito! ¡Un angelito! ¡Para Allende, momios culiados!
¡Alessandristas culiados! - gritaba.
Yo no paré
de llorar hasta la casa. Al día siguiente traté de ir de nuevo
y no me dejaron. En la Posta, donde pidieron el certificado, el doctor Briceño
nos contó... parece que el niño había comido muchos tallarines
crudos... Yo ni siquiera supe dónde lo enterraron. Porotito era tan
lindo. Tenía un caballo que le había regalado para la Pascua,
un palo de escoba con una cabeza de caballo.
Palomita
sonsa, vidalita
de piquito bobo
- A mí
me gustaba tanto septiembre por el dieciocho, y porque venía la primavera,
y cuando estaba en tercer año una vez hicimos un paseo a los cerros
de Renca, con cocaví y todo, y la señorita nos explicó
sobre las flores y la primavera y los padres de la patria y a mi me gustaba
Manuel Rodríguez. Pero, ahora, después de lo de Porotito, no
tenía ganas, no tenía deseos. Quería como morirme. Fui
con la madrina tres veces a Santo Domingo, que ya ni a la iglesia podíamos
ir porque todo estaba lleno de letreros y gritos y desfiles y había
estudiantes en el centro y en la mañana y en la tarde se daban de palos
y disparos y bombas lacrimógenas y parecía que se iba a acabar
el mundo y la noche del 3 de septiembre mi madrina atrancó bien la
puerta y me dijo que no íbamos a salir, y que ella ni siquiera iba
a salir a votar al día siguiente, que estaba muy vieja, y que no me
iba a dejar sola me dijo, porque me veía que yo no podía ni
levantarme de la cama y a puras agüitas no más, y me dijo que
me lleven presa, no más, no me importa total, quién va a saber
de una pobre vieja... Y don Lucho, Dios lo tenga en su santo reino, me va
a perdonar que no le dé el voto a Alessandri... Y así no más
lo hizo y esa noche dormimos mal, entre gritos y balazos y sirenas de bomberos
y comunicados de la radio, y como a las tres de la mañana daban golpes
en la puerta y en las casas vecinas del cité, que era bien tranquilo,
pura gente decente, y la radio y más gritos, y yo en la mañana
me use a leer una novela de Corín Tellado que me había prestado
la Mirta y que parecía lo que me estaba pasando a mí, aunque
Juan Carlos se llamaba Adolfo y era anarquista español perseguido y
María era de una familia rica y noble y los padres se oponían
al matrimonio y él le enviaba flores y cartas con una sirvienta coja
y los dos se juntaban en un parque, en El Retiro, y cantaban una canción
de Rafael, "cuando tu no estás, no tengo a nadie... " Todavía
no iba ni en la mitad del libro. En la mañana del cuatro de septiembre
la radio y los puestos móviles, y que ya había votado Allende,
y que Alessandri votó en Mapocho, y que Tomic, y que los incidentes
y los atentados, y yo veía a Juan Carlos que no había aparecido
más, con su pistola y en el auto, y quién sabe qué podría
pasarle, hasta muerto podía estar, que era tan mala cabeza, y mi madrina
estaba bordando unas sábanas que le habían encargado, y me dijo
que cuando yo me casara ella me iba a bordar un juego de sábanas maravilloso,
y yo me sonreía pa mis adentros, casarme yo... ¡y con Juan Carlos!
En la tarde
comenzaron a dar los resultados y en la noche mi madrina le prendió
cinco velas a la virgencita que teníamos en el dormitorio y se puso
a rezarle y me dijo, reza conmigo para que no salga Allende. Pero, a mí,
como que gustaba Allende... Total, nosotras éramos harto pobres y si
podía hacer algo por nosotras, si hubiera salido antes, me decía
a lo mejor el Porotito estaría vivo. Y ya como a las nueve de la noche
se sabía que había ganado Allende, por poco, pero había
ganado. Y se oían gritos y bocinazos, y en el cité todos gritaban
y cantaban la Canción Nacional, y de la casa del lado llegaron a buscarnos,
pero mi madrina no quiso salir y no quiso sacar la tranca de la puerta y me
dijo que mejor nos metíamos a la cama, que quién sabía
qué iba a pasar ahora, y estuvo rezando como hasta medianoche y yo
seguí leyendo y también me preguntaba que qué iba a pasar
ahora a Juan Carlos.
Cuida
de tu nido, vidalita
que anda suelto el lobo
Como dos semanas
después apareció. De nuevo en el auto de la mamá. Me
dijo que teníamos que conversar. Me llevó a tomar un jugo al
"Villa Real" en Pedro de Valdivia. Estaba nervioso y más
delgado.
- ¡Se
armó la grande! - me dijo
- ¿Por qué, Juan Carlos?
- Allende no llega al poder.
- ¿No llega?
- ¡No! ¡Vienen los militares!
Y me contó
que su viejo estaba de nuevo en New York. Que dos tíos ya se habían
escapado del país. Que la mamá estaba vendiendo todo. Que había
un enredo horrible. Que el dólar estaba a sesenta.
- ¡Fíjate
que el viejo cerró la casa de Santo Domingo! ¡Y va a cerrar la
oficina en la Bolsa! ¡Liquida todo!
- Pero ... tú... ¿tú no eras alessandrista?
- ¡No! ¡No era nada! ¡No soy nada, sino Silo! Y, actuaremos...
¿entiendes? Vamos a hacer algo... Bruno está reuniendo a la
gente, ¿cachai? Todos son unos corrompidos, Alessandri, Allende, Tomic,
Frei, el viejo mío, todos...
- Sí, Juan Carlos - repetía. No podía casi hablar. Era
más tonta. Cuando le veía los ojos, las pestañas negras...
Tenía el pelo cada vez más largo, y ahora usaba unos collares
como de plata.
Después
nos fuimos a "Las Terrazas" donde se juntaba con su grupo. Y llegaron.
- La Democracia
Cristiana apoya al paleta...
- ¡Chancho
en misa!
- Se están
tomando las casas en Vitacura... En serio...
- ¡Chivas!
- Los Aldunate
vendieron todo... Ya están en París. Dicen que soltaron un Mercedes
dos ochenta en cincuenta mil escudos...
- ¡Todos
ustedes son unos momios! ¡Por eso tienen miedo!
- ¡Na
que ver!
- Nosotros,
los tomicistas....
- ¡Ya
estarán contentos! ¡Ustedes son los que llevaron a Allende!
- ¿Qué
le sacai a Tomic?
- Ese es un
cura, un jesuita, que juega a la izquierda...
- Si Tomic se
hubiera retirado...
- Mi papá
se va mañana a Buenos Aires...
- ¡Cobardes!
- ¿Qué
quieres? ¿Que nos lleven al paredón? ¿Como en Cuba?
- ¡Cuba
es distinto!
- ¡Chivas!
¡Igualito
- A mí,
a mí me gusta Allende...
- Ya vai a ver
caurita, cuando te deje sin nada...
- ¿Y
qué? Si yo no tengo nada....
- ¿Y
tus viejos?
- Mis viejos
son distintos...
- Ésta
está colocada porque es amiga de la Tatty...
Todos gritaban
y estaban enojados todos, y en las otras mesas igual y andaba el José
Luis enfurecido, aunque parece que ya estaba de nuevo amigo de Juan Carlos.
- ¿Y
a ti quién te gusta, negra? - me preguntó el José Luis.
Me puse bien
nerviosa y no supe qué contestar. Habría querido decirle que
a mí me gustaba Juan Carlos, que él era mi vida, mi cielo, el
aire, que él era la primavera, así le decía Adolfo a
la niña, la condesa, en la novela, pero qué me iba me atrever...
- ¡Esta
cabra tiene que ser Allendista! ¡Me tinca! ¡Tiene hasta el color
de las Allendistas! ¿De dónde la sacaste, Juan Carlos?
Me dio rabia,
la pura. Pero ahí Juan Carlos hizo algo que me gustó. Se enojó
con el hermano.
- Tú
también eres negro... medio mulato! ¡Te pareces a Tomic, el traidor!
Y María es linda, no la ves... Linda, ¿entiendes?
- Un poco ordinaria...
- Ordinaria
será tu madre, ¡huevón de mierda!.
- ¡Ya,
Juan Carlos! ¡Córtala!
- ¡La
misma madre tenemos! - gritaba José Luis.
Parecía
que se iban a pegar yo tuve miedo, pero Juan Carlos se levantó y me
tomó de un brazo y me llevó al auto y nos fuimos a Lo Curro
y allí, mirando Santiago, me dijo que sus hermanos eran unos desgraciados
y que ojalá Allende los fusilara a todos.
Yo estaba tan
contenta.
Al día
siguiente me pasó a buscar, pero como habían empezado de nuevo
las clases no me encontró. Cuando regresaba, allí en la esquina
de Salas con Dávila, frente al club social de "Don Cucho",
vi el auto.
- Hace tres
horas que te estoy esperando.
- Estaba en
el colegio.
- Anda a dejar
el bolsón y vuelve.
Yo corrí
a la casa y a pesar de que mi madrina no quería dejarme salir. Fuimos
por la Costanera y luego por otras calles hasta el cerro San Luis, así
me dijo que se llamaba, y allí arriba estuvimos callados un momento.
Después me dijo:
- Yo no soy
como mis hermanos, María.
- Si... lo sé...
- Mi familia...
tú no la conoces... Ahora andan muertos de miedo, ¿cachai? Dicen
que se acabó Chile... eso dicen. La casa pasa llena de gente. Mi papá
va y viene de New York, parece que está sacando plata, el viejo...
Me dijo que teníamos que irnos todos... Yo no me quiero ir.
- ¡No!
¡No te vayas!
- Por... ¡Por
Silo! Yo no puedo abandonarlos...
- Sí.
- Es lo único
que tengo, María... ¿Cachai? O sea, todo lo demás está
podrido... ¿Entendís? ¡Podrido!
- Sí,
Juan Carlos.
- ¡Mi
mamá, es una podrida!
- ¡No!
¡No digas eso!
- ¡Sí!
¡Es una podrida! - insistió. Estaba extraño. A punto de
llorar -. ¡Le pone cuernos al viejo! ¡Hace como cinco años
que le pone cuernos! ¡Y todos lo saben! Yo creo que hasta el viejo lo
sabe y se hace el leso porque le conviene, porque el otro es el presidente
de la compañía, y el viejo, por la plata... y la vieja es católica,
entendís... Todos los domingos está en misa, en Vitacura...
¿Cachai?
- Sí,
Juan Carlos.
- Y el José
Luis es un huevón que lo único que le interesa es su huevada
de Fiducia... Y los curas... Y mis otros hermanos... ¡Ah, María!
¡Yo no sé... o sea, no me doy cuenta bien... Bruno me dice que
lea, que medite, que coma poco, que no tenga relaciones sexuales, que busque,
o sea, la pureza, que hay que formar el alma, o sea... ¿tú eres
virgen, María?
Se me atraganto
todo adentro.
- Yo soy virgen
- dijo.
Yo me puse a
rezar. Que no me fuera a repetir la pregunta. ¡Oh, Dios mío!
¡Virgencita de Montserrat!
- Yo necesito,
o sea... creer en algo... ¿sabes? Bruno me dijo que todos necesitamos
creer en algo... Y yo quiero creer, creer en Silo...
- Sí,
Juan Carlos.
- Y, ¿sabes?
Me gustaría, también...
- ¿Qué?
- Me gustaría
creer... creer en ti.
Se me cortó
el aire. Bajé la cabeza. No sabía qué decir, qué
hacer.
Entonces, él
me tomó la mano. Me la tomó y me la comenzó a apretar
con desesperación, y después me tomaba cada dedo, y después
me comenzó a besar los dedos y yo me acordé que la noche antes,
con la Mirta, estuvimos haciéndonos las manos y estaban las uñas
bien limpias y limaditas y con barniz blanco, y Juan Carlos me apretaba y
besaba los dedos y yo cerré los ojos y dije: ¡gracias, Virgencita!
Pobre
Palomita, vidalita
de vuelo perdido
Era a mediados
de octubre, este mes en que pasaron tantas cosas, en que casi me morí.
Ahora, cuando me acuerdo, como que me da miedo. Y, sin embargo, yo no me daba
cuenta qué estaba sucediendo. Mi problema era conseguirme prestada
con la Mirta o la Telma, ropa, zapatos, blusas, algo, porque el Juan Carlos,
ahora, casi todos los días, me pasaba a buscar y una tarde íbamos
al "Copelia" y la otra íbamos a mirar discos a "Carnaby
St." donde una hermana de él una rubia muy linda, que era la dueña
del negocio y que se llamaba Consuelo y según Juan Carlos era del MIR.
Y otras veces, íbamos al "Drug-Store" que era como un pasaje
lleno de tiendas harto elegantes que quedaban en un subterráneo, y
Juan Carlos no me había vuelto a tomar de la mano, pero era como si
anduviéramos tomados de la mano, y ya algunas chiquillas y chiquillos
de su grupo nos empezaban a conocer y por culpa del José Luis me decían
"la negra", lo que no me gustaba mucho porque soy bien morena, pero
no soy negra, tengo un color "aceitunado", como me dijo la Telma,
y que con los ojos verdes.
- ¿Y
por qué no vamos a una plaza?
- ¿Y
qué vamos a hacer a una plaza?
- Buen... pasear...
darnos vueltas...
- ¡El
manso programa!
Juan Carlos
era así. De repente, parecía que me odiaba, de repente perdía
todo entusiasmo. Y dejaba de verme. Y luego, allí estaba, desde bien
temprano.
- Pero, ¿tú
no estás en el colegio?.
- Sí.
- ¿Y
no estás yendo?
- Voy cuando
quiero.
- ¿No
te dicen nada?
- Hay dos curas
del Saint George que son de Silo, ¿cachai?, pero pa callao, y son choros
y me dejan... Pero, para terminar el año mejor voy a empezar a ir un
poco más.
- ¿Y
qué vas a hacer después?
- ¡La
Universidad¡ ¡O la Escuela Militar! Según el viejo. Como
tenemos dos generales en la familia, ahora, y el viejo cree que la Escuela
Militar educa, sabís...
Y me llevaba
por Providencia. Que yo nunca estuve bien segura con el grupo, y me sentía
pésimo y me cargaba, y le volvía a decir lo de la plaza, pero
Juan Carlos se reía, y un día me trajo un pañuelo de
seda.
- ¡Toma!
- me dijo, pasándomelo -. ¡Se lo robé a mi hermana! Es
italiano. Póntelo al cuello. Con este pañuelito te vai a ver
el despiole...
Yo me lo ponía
y me mordía los labios de rabia, porque seguro que los chiquillos me
anduvieron comentando, y que el Juan Carlos...
Ese día
era viernes y no hubo colegio por el Consejo de Profesores y, además,
Juan Carlos me pasó a buscar temprano y salí corriendo para
no oír los gritos de mi madrina que rezaba y gritaba y me tenía
bien choreada, aunque era tan buena la pobre.
- ¿Dónde
vamos?
- Por ahí.
Y de nuevo a
Providencia, que yo ya empezaba a conocer mejor y como que me gustaba, llena
de tiendas tan elegantes y chiquillas tan bien vestidas y con unos peinados
que parecían que venían, saliendo de la peluquería, y
yo con el pelo suelto, y a veces me plantaba una cinta de color , pero Juan
Carlos me la sacó, y me obligó a tenerlo así, suelto,
y un día me regaló una escobilla y me dijo que así se
usaba y yo aprendiendo montones de él y con el pañuelo que lo
tenía amarrado al cuello todo el tiempo y con la Dunova, que también
el Juan Carlos me dijo que no, que usara una polera vieja sobre los bluyines,
y que mejor me ponía las zapatillas de tenis, las viejas, en vez de
los zapatos dorados y de tacos, que eran "Orlando" y que la buena
de la Telma, con decir que tenían dos posturas, me prestó. Yo,
la pura que no le entendía bien, pero le obedecía en todo.
Fuimos a "Las
Terrazas" ahí frente al "Copelia" que era donde se juntaba
el grupo, y estaba el José Luis al que le tengo miedo, porque fue él
el que me puso "la negra" y era un chiquillo bien alto y flaco que
andaba siempre de terno, y hasta chaleco usaba, y con los zapatos bien lustrados,
y había otro con barba medio parecido al Omar Shariff, y el José
Luis siempre con su camisa blanca y su corbata a rayas, parecía un
caballero viejo y nadie habría dicho que era hermano del Juan Carlos,
y estaba la Mónica Eguiguren que era más delgada que yo y era
la única que me había hablado un poco, y me fijé bien
y andaba con unos bluyines y una polera color lila, con unas manchas como
si le hubieran tirado pintura blanca encima, y tenía el pelo rubio
y los ojos azules aunque un poco saltados. Y estaba un joven al que le decían
"El Gato" que tenía el pelo rubio y tieso, no como el del
Juan Carlos, aunque el pelo a "El Gato" le cubría los hombros
y más abajo, y parecía una señora, porque era bien gordo,
y usaba unos anteojos blancos, y tenía cara de gato y bonitos dientes,
el joven, y hablaba muy poco. La Pilola, una niña, que le decían,
era la peor de todas, siempre con risitas y mirándome y tapándose
la boca y secreteándose con el José Luis, que era como la novia,
parecía, y era bien bonita y con el pelo casi blanco, y bien delgada
y andaba sin sostén con las puntitas que se le veían, y unos
pantalones de cotelé color tabaco y unas sandalias preciosas, llenas
como de piedras, como de brillantes, digo yo, y una blusa también muy
linda, y era como la más elegante de todas, y la más rica, seguro,
porque tenía un auto lindo, que Juan Carlos me dijo que era un "Camaro"
que daba doscientos cincuenta, y que él se lo había corrido
un día y yo le pregunté si la conocía hacía mucho
tiempo a la Pilola y él me dijo que con ella "anduve metido en
la chuchoca" y yo no le entendí y tampoco quise seguir averiguando.
Y la Mónica, después que me atreví a mirarla otro poco,
también andaba sin sostén, aunque se le notaba menos porque
tenía el pecho casi plano. Yo me dije que a lo mejor mañana.
Claro que si mi madrina se daba cuenta. Pero como tengo los pechos chicos,
y bien redondos, y casi duros, apenas se va a notar mucho, que lo horrible
es cuando se mueven enteros, y total, la moda es la moda, aunque la Telma
me decía que con esos pechos no iba a llegar a ninguna parte, que había
que hacer ejercicios para desarrollar el busto me decía, y una noche
me mostró los pechos de ella que eran enormes, como bolsas blancas,
con unos pezones medios negros, que como que no me gustaron, pero ella me
dijo que si no fuera por sus senos, me dijo, que los hombres se volvían
locos, y que incluso una vez un joven le ofreció plata para una foto
para una revista en colores, le dijo, y que lo primero que querían
todos, me dijo, pero, total, la Telma nunca me iba a entender y a Providencia,
apenas si la conocía.
Nos sentamos
en una mesa afuera, en la misma vereda y pasaban montones de gente y muchas
chiquillas que le gritaban a Juan Carlos y éste, como quién
no quiere la cosa, apenas les hacía un gesto, y todas se morían
por él, a la legua, porque era el más lindo, y yo no hallaba
dónde meterme aunque ahora como que el Juan Carlos se preocupaba un
poco más de mí y a veces me mostró con la mano y dijo:
- ¡Ana María! y todos me decían ahora Ana María,
aunque yo no me llamaba más que María.
Y llegó
un viejo como de cuarenta años, medio flaco y bien sucio, uno de esos
que andan por la calle Salas acarreando cajones de frutas, y que pasan a tomar
pilseners a "La Criollita", y era como malo, tenía la cara
llena de tajos y le faltaban los dientes, y todos le rodearon y le hablaron
en voz baja, y yo me quedé con la Pilola y la Mónica y dos chiquillas
más que no conocía.
- ¿A
que colegio vai?
- Al Liceo.
- ¿Ah,
sí? ¿A cuál Liceo?
La Pilola hablaba
muy rápido y como mirándome de lado.
- Al número
cuatro.
- ¿Y
dónde queda?
- Ahí,
por Recoleta – dije.
- ¡Ah,
por Recoleta!
Y se puso a
reír. Después, le dijo a la Mónica: -¿Y dónde
quedará Recoleta? ¡No iba a saber! Sólo para molestarme
lo hizo. Era más.
- ¡Yo
estoy en el Santiago College! - me explicó. Y me tomó las manos
mostrándoselas a la Mónica-. ¡Mira, las manos de Ana María!
Yo las retiré,
enojada.
- ¿Qué
tienen mis manos? - pregunté en voz baja.
- ¡Nada!
¡Nada!
Y nuevas risitas.
Yo me sentía pésimo.
- ¡No
tienen callos! - dijo la Pilola.
- ¡Esta
es cuma! - agregó el José Luis, que se había acercado.
- ¿Cuma?
- pregunté yo. Y todos se rieron.
Pero Juan Carlos
estaba ya allí.
- ¡Ya,
saltando! ¡Cien lucas! ¡Ya, Pilola!
- ¿Cien
lucas?
- ¿Y
que creís? ¿Qué es gratis?
Y entre todos
sacaron plata y juntaron los cien mil pesos y se los dieron al hombrecito
que les pasó un paquete no muy grande. Entonces comenzaron a hacer
cigarrillos con unos papelitos y todos los miraban y llegaron más chiquillos
que el Viernes se juntaban todos, y todos le preguntaban a Juan Carlos si
tenía hierba y él les decía que era para ellos, que si
querían la compraban, y encendieron como cinco cigarrillos y se los
comenzaron a pasar y le daban una chupada y se lo pasaban al otro, igual que
cuando fuimos a Los Dominicos y me lo pasaron a mí, y yo le di una
chupada no muy grande y todos nos miraban y habían como treinta chiquillas
y chiquillos y montones con barbas y anteojos azules y amarillos y collares
y pulseras y habían unos chiquillos con aros que yo no había
visto, sino en las películas, y todos con autos, con citronetas y con
Fiats, y algunos con motos, entonces uno dijo:
- ¡Al
río!
Y otros corrían
al "Copelia" y llegaban con helados y uno le cambió un helado
a la Pilola por dos chupadas de cigarrillo, que no sé qué le
encontraban a eso, que yo, igual que nada, aunque me andaba como mareando
un poco, pero no era pa tanto. Y nos fuimos todos a la Costanera y atravesamos
hasta los jardines que dan al Mapocho, que son bien lindos y limpios y hasta
luces tienen, y hay árboles y flores, y nada me habría gustado
más que andar del brazo de Juan Carlos, en vez de las plazas que como
que no le había gustado, andar del brazo por esos jardines, con él,
y mirar el agua, que es bastante sucia, pero que es un río, y quedarnos
juntitos allí, como la Cristina Brown con Cornel Kruger, que al fin
se amaron y se casaron, que era más la Cristina, la miss Criss, que
no le hacía caso y él, tan bueno, y anoche había terminado
la novela, y cada vez que leía una, que la Mirta me había prestado
tres que eran "Te encontré para esto", "Quiero casarme
con ella" y "Empezó sin querer" que era ésa la
que más me gustaba de todas, me imaginaba cuando leía que éramos
nosotros, Juan Carlos y yo, y en "Empezó sin querer" habían
cosas igualitas y yo siempre quise ser enfermera.
- ¡El
descueve, la hierba!
- ¡Del
uno!
- ¡Ya
a florearnos, cabritos! ¡Que si nos ven a todos apelotonados!
- ¿Cachai?
¡Aquí fue donde nos pescaron la semana pasada! ¿Cachai?
Y "El Gato" se puso a hacerle el quite a los autos, decía
que era torero y le hacía cachañas, y un choro paró el
auto y pescó a "El Gato" de las mechas y se lo llevó
preso y dio aviso y llegaron y nos metieron a todos presos, y me reía
más con la cara del viejo, que le costó mil lucas de fianza...
- ¿Y
quién es esa cabra maca flopi?
- Es una cuma.
- Cuma será,
pero es harto maca flopi...
- Guarda que
es del Juan Carlos... Es su caleta.
- ¿Y
a mí, qué? Ando en Saturno.
- Mira que el
Juan Carlos es firmeza. Hizo karate.
- Yo, a tu karate...
A combo limpio... Ya, pasa la bolsa, yo puse treinta lucas...
- ¿Y
por qué no le entrai a la Pilola? Es como tonta pa recibir...
- Oye Pilola...
Este anda parqueo...
- ¡Tierno!
- ¿Qué
le hallai al Gato?
- ¡Tierno!
- Esta huevona
no sabe sino decir tierno...
- La negra,
me gusta a mí.
- ¡Esa
es negra cachera! Se ve a la legua... Seguro que el Juan Carlos no se la puede...,
¡Oye, negra!
Yo los oía
y no me apartaba del Juan Carlos que se había tendido en el pasto,
todos estábamos tendidos en el pasto y la Pilola le había puesto
la cabeza en las piernas al Juan Carlos, bien arriba, y yo tenía más
rabia, aunque el Juan Carlos me había pasado el brazo por encima del
hombro y me daba chupadas de su cigarrillo, y me decía cosas, y después
hablaban entre ellos que no les entendía papa, seguro que estaban hablando
en inglés, como todos estudiaban en colegios ingleses.
- ¡Ya,
Pilola! ¡Anda a peinar huevos!
- ¡Chévere!
- ¡Chévere!
- agregaba Juan Carlos. Y yo, como que anduve aprendiendo la palabra y cuando
al día siguiente le fui a devolver el Dunova a la Telma y ella me dijo
que cómo me iba yo le contesté, alzando los hombros - ¡Chévere!
Y la Telma como que se anduvo molestando porque me dijo: - ¡Onde llegaste,
oh! Pero, después nos reímos como tontas.
Ya eran como
las ocho y media de la noche y yo le pregunté al Juan Carlos que estaba
como borracho, y todos andaban como emborrachados, yo no sé si se estaban
haciendo, y se reían solos y "El Gato" iba dando besos y
agarrones a las chiquillas, cuando no eran ellas, que eran más frescas,
y la Pilola que era la más fresca de todas, que apenas si tenía
quince años o dieciséis, que se veía bien jovencita,
y ahora se había abierto la blusa porque tenía calor, según
decía riéndose, y "El Gato" le estaba chupando las
tetitas, que eran bien blancas, medio rosadas, y bonitas, bien redondas y
no muy grandes, y la Pilola, más fresca, con los ojos cerrados, daba
como unos grititos y decía:
- ¡Chévere!
Y los otros
hacían otras cosas, pero llegó un chiquillo corriendo, que casi
lo atropellan en la Costanera, y dijo que mejor pegarse el pollo, así
dijo, y todos salimos corriendo, y yo supe que pegarse el pollo era salir
corriendo, y el Juan Carlos me tomó de la mano y cruzamos la Costanera
así, aunque se me cayó al suelo cuando íbamos en la mitad,
como que se le doblaron las piernas y apenas me lo podía, y llegamos
hasta el auto que era el autito chico, y se metió adentro y traspiraba
mucho y encendió la radio bien fuerte, y se quedó allí,
con la cabeza apoyada en el volante, y yo le decía, vamos Juan Carlos
que es re tarde,... Y yo no me atrevía a irme sola, que, por las dudas,
ahora siempre tenía un poco de plata pa la micro, pero eran más
de las nueve y el Juan Carlos estuvo como media hora así, bien raro
yo misma estaba un poco mareada aunque apenas y fumé y después
de un rato me fue a dejar y yo creí que me iba a dar un beso, pero
no me lo dio.
Si
no le haces frente, vidalita
te deshace el nido
Todavía
me acuerdo del dieciocho que fue medio triste porque no salí a ninguna
parte y ese mes se pasó volando y Octubre pasó volando y todo
se me confunde un poco y me parece que fue algo que le pasó a otra
persona, y veo a mi madrina encerrada con la radio puesta, la Parada Militar,
los discursos de Allende, yo en la puerta esperando a Juan Carlos, sin noticias,
y para el dieciocho ni la Telma me vino a buscar que a veces salíamos
a dar una vuelta a las fondas de Conchalí. Y la mamá que nos
caía con más problemas, que no sabía qué hacer,
que se estaban muriendo de hambre, que don Beno andaba desaparecido, y que
los hermanitos, pero la madrina no quiso recibirla, ni yo tampoco, porque
no quería verla más, desde lo del Porotito, mi madre... yo decía
que la madre es algo sagrado, pero ¿cómo iba a quererla? Y cuando
me ponía a leer "Quiero casarme con ella" donde habían
unos como pensamientos de Maud, que se había enamorado de Leonard Green,
y mi mamá afuera dándole de patadas a la puerta, que nos daba
más vergüenza, porque todos en el cité ya sabían,
y eso que era un cité tranquilo y decente y don Feliciano en la tarde,
que era el dueño del cité y vivía en la casita del fondo,
vino a preguntarnos que quién era esa vieja curada que daba gritos
y trató de echar la puerta abajo, y qué me iba a atrever a decirle
yo, o mi madrina... Y, así, los días que estaban más
bonitos, con harto sol, y la Mirta que se había ido a Rancagua donde
unos tíos a pasar la vacaciones. Y de nuevo, el 21 me parece que fue,
sí, el 21, cuando yo había ido a la panadería y regresaba
y "El Milico" andaba más curado y me decía siempre
cosas, que siempre estaba en el "Santa Claus" que era como un restaurant
que quedaba al lado del cité, donde a veces había peleas, y
comencé a sentirme nerviosa porque vi el auto, aunque ahora veía
siempre esos autitos, que en Santiago había muchos y siempre miraba
y siempre creía que lo iba a ver adentro, con otra, y no era y entonces
me ponía a respirar bien, y allí estaba el auto y a lo mejor
no era, de nuevo. Pero era, Juan Carlos. ¡Era él!
Fuimos a Las
Condes, bien arriba, por La Dehesa, que dicen, como en el campo, con unas
casas enormes y lindas.
- ¿Dónde
estuvistes?
Ahora, a veces,
me atrevía a preguntarle.
- Zapallar.
Estaba con otros
pantalones, como de algodón blanco, bien finos se veían y tenía
mocasines blancos también y unos calcetines rojos nuevos. Y la camisa
era blanca, igual, como con unos bordados como encajes y se veía tan
bien y estaba como pálido.
- Fui con los
viejos. Una lata, ¿cachai? Tuvimos una fumada con todo el grupo, o
sea, tú los conoces, y estuvimos como toda la tarde, y la Pilola se
subió al techo de la casa, allá en Cachagua, tu sabís,
o sea, que como son de coirón, se resbaló y se cayó y
se quebró una pierna, ¡una lata, todo! Los viejos están
de matarlos. ¡Que el complot, que los militares, que de qué lado
estoy yo, que el José Luis ...! La vieja hasta se puso a llorar porque
dijo, que si no hacíamos algo estábamos arruinados... Que nos
van a expropiar los fundos... Y que la Junta Nacional del Partido... La vieja
está más loca, ¡claro! ¡Como se le acabaron sus
amores! Porque el John partió, ¿sabes? Fue el primero... ¡Más
maricones! Judío tenía que ser el John... Partió a Suiza...
- ¿Y
quién es el John?
- El amante
de la vieja... Te dije... O sea, cerró la casa a los dos días.
Y le están vendiendo todo. Los martilleros se están hinchando
ahora... Y en Zapallar, pa que te cuento, el despelote... Puro hablar de política,
de que si el paleta salía, de que si la democraciacristiana iba a apoyarlo
o no, de que Allende no llega al Congreso... Puras cabezas de pescado... No
les para la boca. Me vine ayer y pasé antes a Reñaca a ver unos
amigos. Todos andan no sé dónde. Fui a "Las Terrazas"
y no vi a nadie. ¿Y? ¿Qué hacemos? ¿Qué
te gustaría hacer?
- Vamos a pasearnos
por la brilla del río - le pedí.
- ¿Solos?
Lo miré
a los ojos.
- Sí.
Se encogió
de hombros.
- Si quieres-
dijo.
Y fuimos.
Los sauces estaban
bien verdes y había viento. Y vimos cuando comenzó a ponerse
el sol. Juan Carlos jugaba con una rama golpeando las flores.
- No les pegues
- le dije.
Se rió.
Me miró un rato.
- Eres harto
rara, tú...
- Y, ¿por
qué?
- No sé...
te encuentro como rara...
- Me gustan
las flores.
- A mí
también, pero no es pa volverse loco...
- Me gusta estar
contigo. Solos.
Me volvió
a mirar. Parecía como confundido.
- ¿Te
acuerdas de lo que me dijistes ese día? ¿Cuando fuimos al cerrito?
- No.
- ¡Sí!
¡Sí te acuerdas!
Comenzó
de nuevo a golpear con más furia las flores.
- Mejor nos
vamos - me dijo.
- ¿A
dónde?
- Vamos a mi
casa.
- No me atrevo.
- Vamos. No
hay nadie.
Y partimos de
nuevo, Juan Carlos nunca se estaba quieto. No podía. Primero, Las Condes,
allá por La Dehesa, donde llegamos a ese Club de Golf, muy bonito,
y nos estuvimos columpiando en unos columpios y todavía el sol estaba
muy alto, y los pájaros, montones de pájaros, y yo le dije quedémonos
por aquí, pero nada, decidió irse, volver a Providencia que
es como lo único que le gusta, estar con los otros chiquillos del grupo,
y cuando volvimos yo le dije que fuéramos por la Costanera, por la
orilla del río, y ahora cuando estábamos aquí ya quería
ir a su casa y fuimos que vive por Jardín del Este, así me dijo,
y me dio la dirección y todo, aunque me dijo que por ningún
motivo le fuera a escribir ni menos a llamarlo por teléfono, y yo no
entendí bien por qué... Pero la casa era tan linda, con un garage
para dos autos, y un patio inmenso como de piedra y llena de plantas tropicales,
y ventanas de alto a abajo, yo ya había estado allí, pero no
me fijé bien, sino que era una casa muy elegante, no más me
di cuenta de eso, pero ahora me fijé, y todo de mármol a la
entrada, y mármol verde y lleno de brillo y las paredes blancas, con
cuadros antiguos y salones y más salones y fuimos a su pieza que eran
dos piezas, un dormitorio y un estudio, y tenía un baño completo
para él.
- ¿No
has vuelto a ver a Bruno?- le dije, por decirle algo.
- No me ha llamado.
Pero vamos de viaje. En unos días más.
- ¿A
dónde?
- No te lo puedo
decir.
- ¿Por
mucho tiempo?
- No te lo puedo
decir.
- Pero, Juan
Carlos... Yo, te juro... nadie sabe, no se lo voy contar a nadie...
- Silo nos llama.
- ¿Silo?
- Sí.
Por eso vine.
- ¿Por
eso, nada más?
- Llegó
el momento. Silo estaba en la montaña. Ahora, baja. Y nos avisará.
Mañana, a lo mejor... Hay que ir.
- Yo... ¿yo
también?
- No. Tú
no eres coetánea. No eres de Silo, todavía.
- Y, ¿cuándo
va a ser?
- Te falta madurar...
Así me dijo Bruno. No estás preparada para la gran prueba. Y,
te voy a decir más, aunque te mato si lo cuentas, porque es un secreto,
¿entendís?, que ni siquiera la Pilola lo conoce, ni la Mónica,
ni nadie del grupo, ¿cachai? ¡Silo va a cambiar Chile! ¿Entendís?
¡Hay planes!
- Ten cuidado,
Juan Carlos,... No te vaya a pasar algo.
- ¡Qué
cuidado! ¡Silo no falla! ¡Vamos a terminar con la mugre! ¿Cachai?
Bruno dice que Silo está preparado para hacer revelaciones. Bruno dice
que nadie va a ser igual, después... Y Bruno sabe lo que dice.
- ¿Y
cuándo te vas?.
- No sé...
Mañana a lo mejor.
- ¿Y
dónde es?
- Te dije que
no te podía decir... ¡Cabréate! ¡Es en la montaña!
- Sí,
pero... ¿dónde?
- No te lo puedo
decir.. ¿cachai?
- ¡Juan
Carlos! ¡Juan Carlos!
Me dieron ganas
de ponerme a llorar. Más tonta. Y ni por nada quería ponerme
a llorar delante de Juan Carlos, que a lo mejor me miraba con desprecio. Me
acordé que a la Maud, cuando se puso a llorar, el Leonard Green la
tiró de lado, encendió un cigarrillo y soltó una risa
sarcástica.
Palomita
linda, vidalita
palomita fea
Desapareció por
tres días y cuando volvió ya no era el mismo. No se había
afeitado aunque no tenía mucha barba, unos pelitos rubios en la pera,
pero igual, se veía sucio, andaba con unos pantalones de cuero negros
y medio rotos, llenos de rasmilladuras, y con una chomba también negra,
bien fina se veía, como de jersey, pero llena de manchas, y salimos
a dar una vuelta pero fue como si estuviera furioso conmigo, que qué
le había hecho, y cuando le pregunté que cómo le había
ido, es más, me dijo que me metiera en mis cosas, que era una intrusa,
me dijo, y yo, la pura, que estuve a punto de ponerme a llorar, y me clavé
las unas en las manos y me quebré una y estaba bien quemado seguro
que anduvo en la montaña, y tenía la nariz medio pelada, y algo
le pasó porque no abría la boca, y cuando quise encender la
radio me la apagó con un manotón y salimos corriendo hacia Pudahuel,
hacia el túnel, me dijo, y corría como loco, como nunca, y nos
paramos antes del túnel, en un potrero lleno de yuyo y cerca había
como un río, bien bonito, y fuimos hasta la orilla y él se tendió
de espaldas en la orilla, sobre los yuyos, y había unas abejas que
volaban encima, y así estuvimos, yo al lado, sin atreverme a decirle
nada, porque estaba tan enojado y estuvimos como una hora y pasaron dos aviones
y cuando pasó el segundo, me dijo:
- Es la Braniff.
Y yo le pregunté
que cómo sabía.
- Por el color. Por eso.
¿No ves que es azul?
Yo lo miré con
harta admiración. Sabía tantas cosas el Juan Carlos. ¡Cómo
podía ser tan malo conmigo!.
Y, de repente, me tomó
la mano y me abrazó y se puso a llorar. ¡Él! Se me puso
a llorar, se abrazaba a mí, y lloraba, había hundido su cabeza
en mi pecho, me aplastaba los pechos con su cabeza y lloraba y no dejaba de
llorar, y yo me sentí tan mal, y estaba tan apenada yo, y me puse a
pasarle la mano por el pelo, y le besaba el pelo, y le acariciaba la cabeza
y le decía:
- ¡Lindo! ¡No
llores!
Y él, más
lloraba.
- ¡Mijito lindo!
- le decía yo, que no se me ocurría qué decirle. ¡Mijito
lindo! ¡No llores, mijito!
Y miré el cielo
y me dije que nunca iba a tener un momento como ése, que todo se lo
debía a la virgencita de Montserrat, que todo lo que me había
pasado antes era nada, que la pena, que las noches sin dormir, que las veces
que yo había llorado también leyendo "Empezó sin
querer" y que la tristeza en la casa, y los días que corría
a la puerta y las tardes en que había andado, desesperada, buscando
al Juan Carlos, y esa vez en que tomé una micro y me fui a andar por
Providencia, y anduve como loca, y que todo eso no era nada, porque ahora
lo tenía, ahora estaba ahí, le podía pasar la mano por
el pelo, lo sentía respirar, lo sentía toser, era mío,
era mi Juan Carlos, ahora era mío, para siempre...
De repente, se paró
y corrió al río y se mojó la cara y se metió después
al agua, entero, vestido se metió, hasta la cintura, y se echaba agua
en la cara y cuando salió estaba todo empapado y me dijo, casi sin
mirarme, me dijo:
- ¡Vámonos!
Y me fue a dejar a la
casa. Y cuando se iba me dijo:
- ¡Silo se fue a
la mierda! ¿Entendís?
- ¡Sí, Juan
Carlos!
- ¡A la mierda!
¡Se acabó!
- Sí Juan Carlos.
- ¡Ahora, no te
tengo sino a ti! ¿Cachai?
- Sí, Juan Carlos.
salió acelerando
por la calle, que casi choca con una carretela.
Toda la noche estuve repitiendo
la frase.
Apronta
el piquito, vidalita
para la pelea
Cuando éramos
cabras, como a los ocho años, cuando me trajo mi madrina de la población,
yo me acuerdo que Septiembre y Octubre parecían los mejores meses del
año. El dieciocho primero, el Mercado y la Vega que se llenaban de
fruta, los duraznos, las flores, vendían banderitas y llegaban los
gitanos y nos veíamos la suerte con las gitanas, que suerte cuando
éramos tan re chicas, y las gitanas son medio mágicas porque
me hablaron de un joven rubio que iba a venir, y cuando la Escuela Naval llegaba
a Mapocho ahí estábamos nosotras y también cuando se
iban los cadetes y, ahora, cuando ya era grande, me lo pasaba encerrada en
la casa como sufriendo y esperando al Juan Carlos. Pero, como dice esa canción
que me gustaba tanto, aunque ahora no me gusta nada, y ojalá no sea
cierto, que dice "más todo pasa, todo pasará". En
el liceo comenzaban las pruebas globales y se hablaba de los exámenes
y de un viaje de estudio a Puerto Montt de las sextas y yo estaba segura que
iba a repetir. Además, decía mi madrina, que en Octubre florecían
las rosas y que antes, cuando el finado don Lucho vivía, ella y don
Lucho, los sábados en la tarde, cuando estaba de franco, tomaban una
micro y se iban a ver las rosas al barrio alto, que habían más
que hasta las dejaban secarse en las matas y que formaban enredaderas y subían
por las ventanas.
Juan Carlos
no me dijo lo que le había pasado con Silo y con el viaje. Un día
me dio a entender que fue allá por Mendoza, o cerca, en la Argentina,
y que habla estado con el Bruno, que a mí nunca me gustó porque
le faltaba un brazo y desde que lo vi me dio el pálpito que algo malo
le iba a hacer al Juan Carlos, y me dijo que había visto a Mario, creo
que me dijo que se llamaba Mario Rodríguez, o algo así, y me
dio a entender que ese tal Mario era un vivo, y que todo era una mierda, decía,
pero no me hablaba a mí sino que como que le hablaba al auto, y le
pegaba con el puño un día comenzó a golpear el vidrio
de adelante.
- Juan Carlos!
¡Lo vas a quebrar!
- ¡Una
mierda, todo! - exclamaba.
Y yo no sabía
cómo ayudarlo. Ahora estaba tan atento que yo todas las noches le tenía
una vela a la Virgencita, y me prometí que para su flecha iba a ir
y que iba a estar, por lo menos, una hora entera de rodillas rezándole
y dándole las gracias. Llegaba en la tarde el Juan Carlos, como a las
cinco, cuando yo acababa de volver del colegio. A veces, llegaba en la noche,
a las nueve o diez de la noche, y mi madrina no me quería dejar salir
y ya me había amenazado que me iba a echar de la casa, que era igualita
a la mamá, ¡es más la madrina!, ¡cuándo iba
a ser igual a mi mamá, que estaba curada día y noche y ahora
que había vuelto don Beno pasaba celebrando el triunfo de Allende!
Y decía que les iban a dar una casa enorme, de esas que le iban a quitar
a los ricos, y yo veía a la mamá en la casa de Juan Carlos en
Vitacura, y en la noche soñaba que si Juan Carlos, que yo me conseguiría
un trabajo, que tendríamos una pieza linda, con hartas flores, y que
yo lo cuidaría y le plancharía esas camisas preciosas que tenía
y los pantalones que tenía como más de una docena, que yo se
los había contado, y hasta desayuno en la cama le iba a dar, y lo iba
a querer como nadie, y lo iba a mirar dormir.
Me llevaba a
unos lugares harto divertidos. Íbamos un día a comer chocolates
de unos que se llaman "Enrilo", me acuerdo porque todavía
tengo guardada la caja, y que estaban en una tienda de chocolates en Providencia
al llegar a Los Leones. Otras veces nos juntábamos en el "Charleston"
que es otro café parecido a "Las Terrazas" y estaba el grupo
que en Octubre comenzó a aparecer de nuevo y eran un montón,
y habían unos chiquillos nuevos, aunque de lo único que hablaban
era de discos y de cantantes que yo no conocía, y del festival de la
canción de Viña, al que iban la ir todos, y del "Topsi-Topsi",
que era una discoteque caballa, que yo no conocía ninguna, y de conseguir
marihuana de la buena.
- ¿No
te puedo creer que no conoces el "Moustache".?
- No.
Y la Mónica
me miraba como si yo fuera de otro mundo.
- ¡El
despiole!- me decía.
- Ya no... ya
no es lo mismo - explicaba José Luis. Eso está lleno de turcos,
ahora... Pusieron un portero imbécil que el otro día no nos
quería dejar entrar... Tuve que decirle quién era.
- ¿Y
quién eres?
Juan Carlos,
a veces, era tan insolente como su hermano. Yo no sé cómo era
tan insolente.
- ¡Más
que vos, soy, pelotas!
- ¡Hijo
de tu papito, huevón! - gritaba el Juan Carlos - si no te llamarai
Eguirreizaga y tuvieras a tu papito...
- ¡Ya,
Juan Carlos!
Yo no entendía
bien por qué eran hermanos los dos, que eran tan distintos, que el
Juan Carlos parecía un príncipe, todo blanco y rubio y el otro,
en cambio, que me daba miedo, tan serio y tan formal, siempre con corbata
y anteojos, y dos veces me había dado unos agarrones medio a la mala,
y me trataba como si yo fuera no sé qué cosa y era el que me
había puesto "la negra" que ahora, todos me decían
así.
- ¡El
tonto de Silo! - gritó José Luis.
Y ahí
el Juan Carlos se le fue encima le trató de pegar, pero el otro le
pegó primero y todas las chiquillas gritaban y llegaron unos mozos
del "Charleston" y nos dijeron que nos fuéramos.
- ¡Vamos
al río!
- ¡Al
río! ¡Al río!
- ¡Macabro!
Y la Pilola
Undurraga, que andaba con una pierna enyesada, llena de corazones y firmas,
era la que más les echaba carbón, pero yo tomé del brazo
al Juan Carlos y le dije, mejor nos vamos de aquí, oye, y él
me obedeció y le hizo unas tapas al hermano y le dijo que cuando lo
pillara, que era un ladrón, le dijo, un momio ladrón, que sabía
que le estaba robando al viejo, le dijo, y yo, vamos oye, no seai así,
hasta que nos fuimos, y la Pilola, era más esa chiquilla, que estaba
más elegante, con un vestido como de seda, y con las piernas abiertas,
y la enorme pierna blanca, y estaba llena de collares y muy perfumada, y se
reía y aplaudía, y abría mucho los ojos y nos gritaba:
- ¡Chévere!
¡Chévere!
Tenía
el labio medio hinchado y yo traté de limpiárselo con el pañuelo,
pero no me dejó, y estaba de nuevo en el auto dándole con el
puño al vidrio y diciendo cosas. Y de repente me abrazó y me
apretó bien que casi perdí el aliento y me dijo:
- Yo no tengo
familia, ¿entendís?
- Sí,
Juan Carlos.
- Vivo en una
casa con un montón de gente, pero no tengo familia, ¿cachai?
La vieja, una podrida. El viejo, un momio, un traficante. El José Luis,
beato y ladrón, anda con los curas nuevos, y es de la Iglesia Joven
y ahora andan conspirando, y hasta con el viejo andan mano a mano, la otra
noche, hubierai visto, había como cincuenta gallos en la casa y hablaban
y hacían planes que Allende, que los militares, y llegó mi otro
hermano, el Pablo, que es abogado y se cree la muerte porque es Ministro de
la Corte de Apelaciones, y cuando yo entré me echaron pa afuera y venía
llegando la Consuelo, que es mi otra hermana, esa que trabaja en "Carnaby",
la rubia ésa, tú la conocistes, y la Consuelo trató de
entrar a la biblioteca donde estaban y también la echaron y yo le dije
¿qué cresta está pasando?, y la Consuelo me dijo que
era una conspiración, que se habían reunido ya tres veces allí,
y otras tantas en la chacra del tío Samuel, y que ella que era del
MIR, porque la flaca es del MIR, ¿cachai?, y yo como que anduve medio
tincado de meterme, pero me gustó más Silo, y la flaca me dice
que yo soy un reaccionario, y que no tengo conciencia social, me dice, y es
la única con la cual me entiendo, a veces, y me dijo que ella no iba
a permitir que le arrebataran el triunfo al pueblo, me dijo, eso fue anoche,
y nos fuimos con la flaca porque en la casa no se podía estar, y nos
fuimos al "Vis-a-Vis", nos fuimos a comer, la flaca me convidó,
que por algo gana sus buenos pesos en el negocio, y allí me dijo que
toda la familia andaba metida hasta el cogote, que los primos y tíos,
y el tío Ramón, que es almirante, y el arzobispo y un montón
de momios, me dijo, que había intereses de alto nivel, me dijo, que
por eso el papá pasaba viajando a New York y a Buenos Aires, y que
ella sabía que para el dieciocho debió haber estallado la conspiración,
en la que estaban comprometidos un montón de militares y que el tío
Gustavo, que es el capo de los militares en Valparaíso, estuvo cuadrado,
y me dijo que esa noche, que yo andaba en la montaña y no supe, dieron
la orden y después la suspendieron porque llamaron desde New York,
y nos dijeron que no, que todavía faltaba no sé qué...
pero yo supe bastante y nos juntamos con los compañeros y les di la
lista, y les conté los detalles y decidimos preparar un informe escrito
y hacérselo llegar a Allende. Así me dijo la flaca y después
me preguntó si yo creía que ella era una traidora, y yo le dije
que no. Y la Consuelo me dijo que por qué no me metía al MIR,
mejor. Y yo le dije que todos lo políticos eran unos corrompidos y
que yo andaba buscando mi salvación. Y le dije que yo tenía
un alma, o sea, le dije... Y la flaca me miró, estábamos comiéndonos
el postre, y se echó a reír. Y me dijo que yo era una guagua.
¿Tú creís que tenemos alma?
- Sí,
Juan Carlos.
- ¿Tú
no creís que hay que tratar... digo? O sea, el alma es una cosa...
que está adentro... y que... uno tiene que superarse y buscar en sí
mismo, porque hay que descubrirse, o sea, a sí mismo, quiero decir,
porque ¿cachai?, es como una armonía... O sea...
- Sí,
Juan Carlos.
- Yo no puedo
ser como el viejo... o sea... pasarme... el viejo no piensa sino en ganar
plata... ¿Tú creís que habría que entrar al MIR?
- No, Juan Carlos.
Quédate tranquilo.
- ¡Quédate
tranquilo! ¡Quédate tranquilo! ¿Tú creís,
en serio, que hay que quedarse tranquilo? ¡Hay que hacer cosas!, ¿No
vis? Yo quisiera hacer tantas cosas... pero, todos son puros chamullos...todo...
- ¿Silo?
- Silo es un
chamullo.
- ¿Y
el MIR?
- ¡Otro
chamullo! Y el viejo es chamullero, y la Iglesia Joven también, y el
Fiducia, puras chivas, ¿cachai?
Me daba harta
preocupación ver así al Juan Carlos, que como que se desesperaba
pero yo no podía hacer mucho. Entonces me dijo que si quería
conocer a sus viejos, y yo tuve que decirle que sí, pero me dio más
susto, y él me dijo que me iba a avisar y nos fuimos al "Malú"
a comer unos sandwiches de pollo y unas bilz, que son hartos buenos y que
yo no había comido nada, y Juan Carlos me dijo que mejor nos íbamos
a la Costanera, donde andaba el rucio de los perros que era su amigo y que
a lo mejor le podía vender un poco de hierba, que tenía cien
lucas que le había dado la Consuelo la otra noche y yo le dije que
no, que no fumara más, que eso le hacía daño y él
me dijo que no le hacía nada, que lo tranquilizaba y que hasta el Bruno
le había dicho que podía seguir fumando, que no había
problema, y yo le dije que él ya no estaba en Silo, que se olvidara
de Bruno, y él me dijo que Silo marcaba para siempre, y que aunque
él no estuviera, que aunque no fuera más a ver a Bruno o a Mario
Rodríguez, que le habían hecho el signo, la marca ¿cachai?,
me decía, y que no había modo de perderla, y me dijo que se
iba a comprar unos libros para ver eso del alma, y que además iba a
tomar unas clases de gimnasia, un curso de levantamiento de pesas, y que con
los libros y la gimnasia, me dijo que iba a encontrar la solución,
y yo le dije que mejor me fuera a dejar porque era muy tarde, y él
me dijo que si no podía salir de noche, que me quería llevar
a bailar a un sitio, y yo le dije que sí, y quedó de ir al día
siguiente.
Palomita
enferma, vidalita
de alita quebrada
Yo no sé
que le dio a Juan Carlos con eso de invitarme a bailar. Yo pensaba que no
le gustaba mucho, y nunca, ni siquiera se me había pasado por la cabeza,
aunque yo sabía bailar algo, porque con la Mirta habíamos practicado,
y en la casa de la Mirta tenía televisión y a veces veíamos
unos festivales y los Sábados Alegres y bailábamos solas, y
por lo menos unas dos veces al año había una fiesta donde la
Mirta, y allí bailaba con algunos jóvenes y me encantaba bailar,
pero me suponía que Juan Carlos no tenía interés en eso,
como era de Silo. El problema fue conseguirme ropa, porque no podía
ir con los bluyines que estaban más viejos, y fui a ver a la Telma,
que siempre me sacaba de apuros, y la Telma me dijo que no me iba a quedar
bueno nada, porque yo tenía las piernas mucho más largas y el
pecho más plano y era mucho más estrecha de cadera, tú
tenís cuerpo de hombre me decía la Telma, y se creía
más, todo porque tenía esos senos grandes y tenía más
éxito en la Fuente de Soda, y los Viernes y Sábados, me dijo,
ella no llegaba a la casa, que le aguantaban todo a la Telma, pa eso me mato
trabajando, decía, y que había unos jóvenes y un chofer
de taxi que era su firmeza y que la sacaba a comer a los restaurantes finos
y la otra noche habían ido a comer al " Cantagallo" allá
por Las Condes, y comieron pastel de choclos y antes comieron erizos y después
se quedaron en el auto, que era un auto nuevo, un Ford, que le habían
dado recién en el Sindicato, y que era suavecito y corría más,
y que ella no era tonta y que cada vez que podía y que el joven era
harto delicado, y que lo hacían como tres o cuatro veces hasta que
ya no podían más , y que otras veces la invitaban otros jóvenes
que todos se volvían locos por ella, y que cuando la llevaban a dormir
iban siempre a "Las Torcazas", allá por La Reina, donde habían
unas piezas bien limpias y decentes, con baño y todo, y agua caliente,
y le decían que tenía el cuerpo de un diosa, le decían,
aunque ella no les creía nada, porque no era na tonta, y sabía
que estaba un poco gorda, pero así le gustaba a los jóvenes.
Era más fresca y creída la Telma.
- ¿Y
tu Juan Carlos? ¡Na ni naal
- Me va a llevar
a bailar.
- Sí,
pero... ¿de lo otro?
- ¡Telma!
¡No seai tan rota!
- A ti te falta
mucho, todavía... ¿Quieres decirme que ni siquiera te ha dado
un beso?
Yo no podía
contarle todo a la Telma, que era como descarada y creía que todo había
que decirlo, y se ponía a contarme con detalles lo que hacía
ella con los jóvenes y a mí me daba un poco de vergüenza,
aunque aprendí algo. Por suerte la Telma tenía una hermana menor
y me dijo que iba a ver qué podía hacer, en todo caso, me volvió
a prestar los zapatos Orlando y la Dunova roja que me quedaba lo más
bien. Y a mediodía me avisó que su hermana me iba a prestar
un terno que tenía y que yo podía arreglarlo un poco y me iba
a quedar bien, y cuando me lo puse me quedó bastante bien, aunque un
poco suelto de caderas, pero mi madrina, que al principio se molestó
mucho, pero después me dijo que si era un joven serio, y que si no
llegaba muy tarde, y me arregló lo más bien el terno que era
como de lanilla rosada y con la chaleca verde se veía bien y además
me puse el pañuelo ese que me trajo el Juan Carlos, y la Telma me insistió
que tomará una píldora de esas, cuando le conté que estaba
en la época peligrosa, y ella me dijo que nunca se sabía lo
que podía pasar y me tomé la píldora con más miedo.
Llegó
como a las nueve, lo más elegante que hay, como de terciopelo lila,
con la camisa llena de encajes, y unos zapatos de charol preciosos, parecía
un príncipe, me dio tanto gusto, y me miró medio raro, pero
no me dijo nada, y nos fuimos en el autito a "Le Moustache" que
quedaba por ahí por Vitacura, y adentro estaba bien oscuro y había
luces de colores y una bulla más grande, y Juan Carlos pidió
unos cortos, que eran como piñas enteras medio abiertas, y adentro
hielo picado y los cortos, con unas pajitas, y después salimos a bailar
porque me dijo que estaban cantando los Rollistones, que después de
los Beatles eran lo mejor que había y se puso a bailar y era más
bueno pa bailar, se movía y hacía pasos y se quebraba entero
y el pelo se le caía sobre los ojos, como un joven argentino que vimos
bailar en la televisión, con la Mirta, en los programas de Don Francisco,
y era el mejor de todos, lejos, y yo trataba de seguirlo y copiaba todo lo
que él hacía y él se daba vueltas y como que se iba pa
otro lado y yo lo seguía moviendo las caderas y los brazos y estaba
medio perdida, pero algo hice, le puse más empeño y al segundo
baile ya estaba mejor y después me puse a tono, como que lo seguía
bien, y él me dijo que tenía yo un ritmo caballo, y como yo
siempre parece que tengo un poco de ritmo, porque siempre, cuando camino,
como que muevo las caderas pa los lados, mi madrina me había dicho
ya que no lo hiciera porque eso era muy provocativo, me decía, y que
por suerte no era muy gorda, pero como tengo esa costumbre, como que de nacimiento,
digo yo, Juan Carlos encontró que bailaba lo más bien.
Después
pidió la cuenta y me dijo que mejor nos íbamos a otra parte,
que eso estaba macabro, y lleno de cumas, me dijo y que estaba como el ajo,
y que no había onda y que había que buscar una onda descueve,
y que el grupo no sé dónde andaba, y yo me había hecho
la ilusión de que íbamos a estar solos y pagó como ochenta
escudos por esos dos cortos que apenas los probamos. Y nos fuimos a "Las
Catacumbas" que estaba por Santo Domingo, y nos trajeron otro corto con
luces adentro, lo más elegante, unas estrellitas encendidas bailamos
otro poco y yo ya estaba medio sudada porque el terno era más grueso,
y después dijo que eso estaba siniestro y que mejor nos íbamos
al tiro a otra parte porque allí había onda Escorpión,
así dijo, y nos fuimos al "Eve" que era una discoteque nueva
que estaba por Vitacura al fondo, allá por donde vive el Juan Carlos,
y que era como una casa bien bonita y con hartas luces y había montones
de autos y estaba lleno y allí estaban algunos del grupo y la Pilola,
que me caía más mal, y que ya se había sacado el yeso,
y la Mónica y otra niña que le decían Grace, y que era
más linda, y que sacó a bailar al Juan Carlos, y yo en la mesa,
planchando, y bailaron harto rato, y después tocaron unos como boleros
y se pusieron a bailar agarrados, y la Grace que era casi tan alta como yo,
le pegaba la cara al Juan Carlos, y yo estaba más mal, más enojada,
me sentía pésimo y cuando terminó el baile Juan Carlos
me dijo que bailáramos y por suerte tocaron otros como boleros, y Juan
Carlos me tomó bien fuerte y me acercó la cara y yo tenía
más nervios, y cuando sentí su cara que estaba también
medio sudada, y me apretó la mano y después ya ni me acuerdo
de lo que estaban tocando, pero era algo suavecito, corno de Frank Sinatra,
y Juan Carlos me tenía su cara muy apretada y yo sentía el pelo
de él, y hasta podía besárselo, y la boca de Juan Carlos
estaba como cerca de mi boca, y él iba como corriendo su boca, y yo
temblaba, la pura que me sentí más tonta, aunque ya me habían
dado algunos besos, un primo de la Mirta, que me había dado un beso
una vez, en un bautizo que hubo, y después, cuando íbamos con
la Mirta a la matiné del teatro Nilo, en el centro, unos jóvenes
medio frescos, pero esto era distinto, y cuando su boca se acercó más
y más, y bailamos y yo me movía como siempre, movía las
caderas hacia los lados, me quebraba que dicen, y yo me atreví y moví
un poco la cara y ahí estaban los labios de Juan Carlos que eran suaves
y húmedos y me besó, primero con la punta de la boca, que yo
tengo una boca un poco grande y de labios gruesos, que dicen que la tengo,
bueno, la Telma que se fija en todo es la que dice eso, que se parece mi boca
a la de la Sofía Loren, es más la Telma, y me besó de
a poco, y yo con los ojos cerrados, apretándome contra Juan Carlos
y sintiéndome tan, tan feliz, que le perdonaba todo, lo de la rubia,
todo, y estábamos besándonos completamente, ahora, él
abría la boca y me besaba más y más, y me metió
la punta de la lengua en mi boca, y yo abría mi boca como para comérmelo,
y bailábamos con las bocas juntas, y yo creí que me iba a morir
de alegría.
Si
no sacas fuerza, vidalita
te quedas sin nada
Al día
siguiente era Jueves y yo tenía varias pruebas escritas, que las hice
todas pésimo y seguro que me iban a dar puros unos, porque ya no pensaba
en abrir un libro, que llegaba a la casa y me pasaba encerrada peinándome
y arreglándome hasta que sentía la bocina afuera, tres bocinazos
bien largos y uno corto, y siempre había algo que hacer, ir a las fumadas,
por ejemplo, que yo trataba de no ir, yo le decía a Juan Carlos que
mejor fuéramos a caminar por el parque, pero él, con el grupo,
y la pureza, me decía que era la mejor forma de mantenerse puro, y
que la situación política, que estábamos viviendo en
la cumbre de un volcán, o nos íbamos a comer unos sandwiches
al "Sagaro" donde hacían unas gordas con mayonesas bien apetitosas,
o los pasteles del "Turbillon" que eran todos de merengue con crema
y una guinda en la punta, que había tantas cosas que ver en Providencia,
la pura que yo no conocía nada de Santiago, ni me había dado
cuenta antes de que apareciera el Juan Carlos, creía que el centro,
que la Plaza de Armas, hasta ahí llegaba, una vez nos convidaron a
un cumpleaños por allá por la Gran Avenida y fuimos con mi madrina,
y tomamos una micro que demoró como dos horas y ahí recién
me empecé a dar cuenta de que Santiago era más re grande, y
ahora, que estaba creciendo pa todas partes porque con las tomas, porque mi
mamá dijo que todos íbamos a tener casas ahora, aunque yo estaba
de lo más contenta con mi madrina, a pesar de que el water era un hoyo,
y en poco más íbamos a tener que hacerlo limpiar un día,
y no teníamos agua caliente, como la gente rica que puede tener toda
la que quiera, pero a veces yo me ponía a pensar en mis hermanitos
y me daba harta rabia porque mi madrina no podía traérselos
a todos, si apenas teníamos para comer, que el montepío era
una miseria, era harto buena mi madrina que me bordaba unas blusas para que
saliera con el joven, me decía, y la otra noche ella había salido
a la puerta del cité y lo vio, y Juan Carlos, más mal educado,
ni siquiera se bajó del auto, le hizo un gesto con la mano, mientras
mi madrina, venía y venía y risa y risa. Y con razón
me dijo después mi madrina que estos jóvenes de ahora no conocían
la educación, que el finado don Lucho, si lo hubiera visto, era tan
cumplido, y con las damas, tan fino.
Yo, todavía
no me reponía bien de lo de anoche. Estuve soñando con él.
Soñé que seguíamos y seguíamos bailando esas canciones
suavecitas, en inglés y que íbamos por las nubes y seguíamos
unidos, que yo lo besaba y él me besaba y estábamos unidos y
desperté dos o tres veces en la noche y me abrazaba a la almohada y
me reía sola, y seguía soñando de nuevo, y de nuevo pedía
que volviera y la virgencita de Montserrat me traía otra vez los besos
de Juan Carlos y en la mañana apenas me pude levantar para ir al colegio,
porque anoche había llegado como a la una, anoche y mi madrina estaba
más enojada, pero cuando volví del Liceo el Juan Carlos no aparecía,
así que me fui a mi pieza y me quedé traspuesta, y dormí
como hasta las siete y después corrí a la calle y nada, y pregunté
a la Rosa, que tiene un puesto de diarios, si había visto el auto,
y ella me dijo que no, y así me quedé más tranquila,
aunque a lo mejor, me dije, a lo mejor, después de lo de anoche, el
Juan Carlos no viene más.
Como a las nueve,
cuando estábamos tomándonos la sopa de sémola, que era
cuando no tenía plata la madrina, llegó mi mamá, y aunque
mi madrina había jurado que nunca más la recibiría, la
vieja se puso a gemir y a pedirle por favor y como no estaba curada... Tenía
tan buen corazón mi madrinita. Entonces nos contó que la población
había crecido mucho, que todas las noches llegaban camiones y carretelas,
que habían montones de vecinos nuevos, y que se había organizado
una posta allí mismo, con enfermeras y todo, y un doctor que iba todos
los días, y que les iban a instalar televisión para todos, y
que estaban haciendo un club de fútbol y que las casas ya iban subiendo
el cerro, hacia La Pirámide. "Tanta maldad, comadre por Dios,
va a creer que hay unos enormes potreros vacíos, llenos de árboles,
y nosotras, sin tierra..." Y nos contó que Allende, cuando subiera,
lo primero era ponerle luz eléctrica y pavimento, y hacerles una escuela
preciosa, porque la educación era importante, nos decía la vieja,
y yo la miraba medio sentida, no había cómo quererla, no era
lo mismo, antes, cuándo cabra, porque la vieja me cuidó un poco,
es cierto, pero después de esas fiestas, que fue para San Manuel, todavía
me acuerdo y todos durmiendo en el rancho, y la vieja que me metía
a mí a un lado de la cama y ella al medio y don Beno al otro lado,
y estaba tan curada, que cuando el viejo se me tiró encima yo grité
y chillé y el viejo era grande, como un perro grande, y estaba curado,
pero no tanto como la vieja que no abría los ojos y ronca que ronca,
y yo llamándola, a veces me volvía eso, era el sueño,
muchos años atrás, cuando la madrina me trajo, que yo despertaba
gritando y llorando y en la mañana, cuando las vecinas me encontraron
y me llevaron a la posta, y después me trajeron, y la mamá me
empezó a pegar y me dijo que era una puta, y me dijo que todas andaban
detrás de don Beno porque era bueno pa la cama. Y me echó de
la casa. Yo tenía siete años. ¿Y cómo me iba a
olvidar de eso? Y cuando la mamá se ponía a hablar de la justicia,
de que ahora sí, de que todos íbamos a ser felices, ¿cómo
me iba a olvidar yo del Porotito, que se acaba de morir y que era tan lindo?
Que cuando se reía hacia unos gorgoros, y tenía los ojos iguales
a los míos. La mamá nos dijo que había otra concentración
para Allende, que ahora había que apoyarlo porque los momios estaban
listos para impedir el triunfo, que andaban haciendo explotar bombas por todo
Santiago, pero que ellos también estaban listos, que toda la población
iba a salir a la calle, que habían ido estudiantes, montones de estudiantes,
de esos barbudos, y que les estaban enseñando a hacer bombas con botellas
y bencina, y otras cosas, y que el triunfo del pueblo no se lo iban a quitar
los momios, que antes, los mataban a todos, y después me dijo que yo
era una pará y una momia, desde que vivía ahí en Salas,
y que mi madrina me echaba a perder, y que mi lugar estaba en la población,
en vez de andar leseando en el liceo, donde nunca iba a aprender nada, que
la revolución se hacía en la calle, que para ser revolucionarios,
que lo había dicho uno de esos jóvenes barbudos que venían,
había que ser pobres como ellos, y vivir en el barro. Todo eso nos
dijo y después comenzó a preguntar si teníamos un trago
para brindar por Allende, y mi madrina tenía uno de bilz, pero la vieja
dijo que ése era un trago de momio, y por suerte se fue luego, que
mi madrina estaba más nerviosa.
El Viernes se
suspendieron las clases por la concentración de Allende, pero yo no
quise ir porque tenía el pálpito de que Juan Carlos me iba a
venir a buscar, y la Mirta Soto me insistió que la acompañara,
que había conocido a un joven que era del Mapu, y que era muy buen
mozo, pero yo me dediqué a arreglar mi ropa, y traté de coser
una falda, la subí un poco, le hice una basta bien grande, para andar
a la moda, aunque mi madrina se enojaba mucho, pero como tengo bonitas piernas,
así me lo dijeron, y la falda era escocesa, de lana y era fina, la
había comprado la Telma en Falabella y le quedó chica, pero
a mí me nadaba casi, porque soy muy delgada que por suerte, porque
todas las chiquillas de Providencia son así, que apenas comen, que
supe que la Pilola, por ejemplo, me dijo el otro día, que se alimentaba
con Milo, con un vaso de Milo con leche al día, nada más. Y
yo le dije a mi madrina que por qué no me compraba, pero me dijo que
era muy caro.
Justo como a
las tres de la tarde llegó Juan Carlos y por suerte yo estaba lista,
me había lavado el pelo y todo, y salí con él y nos fuimos
a Manuel Montt a tomar helados, al lado del teatro Marconi, y después
me dijo que fuéramos a su casa porque su mamá quería
conocerme y yo tenía más vergüenza, pero, cómo decirle,
que no, y fuimos y llegamos a la casa y él me dejó sola en un
salón, mientras se cambiaba ropa, me dijo, y entonces llegó
un auto, que era el Mercedes blanco, ese en que fuimos una vez cerca de San
Antonio, y llegó un caballero como de cuarenta y cinco años,
muy elegante.
-¡Cómo
le va! - me dijo- dándome la mano. Y después comenzó
a mirarme, yo sentía que miraba desde los zapatos, eran unos mocasines
Bata que estaban casi nuevos, para arriba, las piernas, que me analizaba con
mucho cuidado.
- ¡Acevedo!
Te llamas, Acevedo, ¿no es cierto?
- María
Acevedo - dije, con un hilo de voz.
- ¡Acevedo
Acevedo! ¡Naturalmente!
- Sí,
señor - murmuré.
Por suerte venía
bajando Juan Carlos.
- ¿Ya
te vas de nuevo?
- Tengo que
hacer.
- ¿Sabes
que vengo llegando? Hace como dos días que no te veo. ¿En qué
andas tú?
- Cosas...
- Me llamaron
del Saint George. ¿Cuando piensas hacerles una visita?
- Estuve enfermo,
papá... De veras... Si quieres, te traigo un certificado...
- Si fracasas
este año, a la Escuela Militar, ¿oístes? Ya estoy aburrido
con esa tracalá de hijos hippies y zánganos... ¿No te
das cuenta que estamos atravesando por una crisis muy seria?
Venía
bajando la señora, la mamá de Juan Carlos. Era rubia y alta,
muy elegante y muy linda, y me sonrió y me dio la mano y me dijo si
quería quedarme a tomar té. Juan Carlos dijo que no, que teníamos
que hacer. Me tomó las manos, la señora y me dijo que Juan Carlos
tenía muy buen gusto, que yo era casi tan bonita como la Pilola Undurraga,
aunque en otro tipo, me dijo, y le dijo al papa de Juan Carlos:
- ¡Estas
muchachas a veces dan sorpresas!
Salimos a la
carrera. Juan Carlos me empujaba y casi no pude despedirme de ellos y el papá
me seguía mirando en una forma medio rara, como insinuándose,
o algo, no sé...
- ¡Vamos!
¡Vamos! - me dijo.
- Pero, ¿no
querías que conociera a tu mamá?.
- Sí,
pero no al viejo, ¿entiendes?. El viejo andaba en Buenos Aires... No
tenía idea que iba a llegar.
- ¿No
lo quieres?
- No.
- ¿Y
qué te ha hecho?
No me respondió.
Me dijo que fuéramos al "Copelia" porque allá debían
andar todos, y que la Pilola tenía esa noche una fiesta y que íbamos
a ir, porque las fiestas de la Pilola eran con fumadas y que eran el descueve,
y yo le pregunté si podía ir así, con la falda escocesa,
y él me dijo que claro, que me veía muy bien, y yo le dije:
- ¿Te
acuerdas de la otra noche, Juan Carlos?
- ¿Cuándo?
- Cuando estuvimos
bailando... ¿te acuerdas?
Me miró
como enojado. Me arrepentí de haberle dicho nada. En el "Copelia"
estaba el grupo, otros chiquillos nuevos.
- ¡Hola,
paloma! - me gritó uno, que no había visto nunca.
- ¡Invéntate
algo, Juan Carlos!
- ¡Andamos
parqueados!
- "El Gato"
se compró una moto, ¿sabían? Una "Yashica"
caballa... ¿Nadie ha visto a "El Gato"?
- Anda con tu
hermano, el José Luis. Están preparando algo, dicen...
- ¿Una
fiesta?
- No. Dicen
que es algo grande, el despiole...
- Estos deben
ser los tontos de las bombas... Anoche no me dejaron dormir...
- "El Gato"
siempre se mete en unos líos el descueve... ¿Te acordai cuando
tenía esa banda pa robar autos?
- ¿Cómo
no se va a acordar, si el Juan Carlos era uno?
- ¡Anda
a peinar huevos, huevón!
Yo, como que
les tenía miedo, porque ni siquiera me hablaban, el Juan Carlos se
ponía distinto, como ausente, y a veces se ponía a conversar
en voz muy baja con la Mónica y la Pilola y se reían y yo me
parecía que se estaban riendo de mí.
- La Mónica
se va.
- ¿En
serio, Mónica?
- Se van todos
a Londres... A vivir.
- ¿Y
por qué te vai, Mónica.?
- Se han ido
todos... ¿Te acordai del Peter Ascott? Ese se pegó el pollo
primero...
- Allende es
choreza, ¿cachai?
- ¡Cartulo,
h'on! ¡Cartulo!
- Ya vai a ver...
¡Choreza! ¡En la raya!
- A este h'on
lo cortaron verde...
- Mi viejo está
colocado con Allende... Vai a ver como sale de ministro de algo...
- Tu viejo se
coloca con todos...
- Algo va a
pasar - murmuró la Pilola Undurraga.
- ¿Qué
va a pasar?
- Algo.
- Sí,
pero, ¿qué? Todos andan diciendo lo mismo, que en esta semana,
que antes de noviembre...
- No puedo decirles.
- Además,
ojo, que éste es hermano de la Consuelo, que es una traidora.
- ¿Y
por qué es traidora la Consuelo?
- Porque es
del MIR, por eso...
- Fiducia se
la tiene jurada, a tu Consuelo.
- ¡Tierno!
- El que le
toque un pelo a mi hermana...
- Y tu José
Luis... ¿Ese es un capo del Fiducia? Ese también va a hacer
algo... Dicen que quiere incendiar "Carnaby", porque dicen que tu
hermana anda dando soplos...
- Ese es un
huevón...
- ¿Nadie
tiene atch?
- "El rucio
de los perros" andaba ayer con algo. Pero pide más caro.
- ¿Va
a estar buena la fiesta, Pilola?
- ¡Chévere!
- ¿Y
tú, vai a llevar a tu paloma, Juan Carlos?
- Capaz.
- ¿Y
me la vai a prestar?
- Este es un
forro... Mejor me la prestai a mí.. Y tú, con la Pilola, como
antes...
- Tierno.
Palomita
negra, vidalita
de piquito rojo
Yo no había estado
nunca antes en una fiesta así. Fue en un enorme departamento, muy elegante,
como en un décimo piso y daba con unas ventanas inmensas a unos jardines
a un parque precioso, que yo pregunté qué era y se rieron y
me dijeron que era el Club de Golf, y había no sé cuántos
salones y unos cuadros enormes, como de género, como alfombras, colgados
en la pared, que era el departamento del papá de la Pilola que estaba
separado de la mamá, y que ahora estaba fuera de Chile, todo eso me
lo explicó Juan Carlos y llegaron un buen grupo de chiquillos y había
música, y yo me sentía medio pésimo con mi falda escocesa
y por suerte la Pilola me prestó un traje, más buena, me llevó
a su dormitorio que tenía una cama preciosa y era todo alfombrado,
y me prestó un traje que dijo que usaban en Arabia, que eran como una
batas de levantarse pero de seda y con unos bordados con piedras y cuentas,
y todas las chiquillas se pusieron una, que dijo la Pilola que eran dieciocho
que había traído el papá cuando estuvo de embajador en
Egipto, y que había que ponérselas sin nada debajo, sin nada,
insistió, y a mí me dio más vergüenza y me dejé
los calzones y el sostén, pero las otras chiquillas se sacaron todo
y se pusieron las batas y también nos prestó unos zapatos de
seda, con la punta levantada, parecíamos como en una película,
era harto original y divertido, y los chiquillos, algunos, se habían
puesto unos gorros que también dicen que eran árabes, y Juan
Carlos estaba medio solo, en un rincón, y estaba tocando guitarra.
- ¿No sabía
que tocabas guitarra? - le dije.
Se encogió de hombros,
sin mirarme.
Y tocaba tan bien, tan
bien, que me sentí más contenta, porque no tenía idea
de que era tan bueno, y tocó como unas músicas clásicas,
y después tocó esa canción que me gusta tanto que se
llama "Orfeo Negro" y después tocó otras que no conocía
pero que eran más lindas. Y nadie le hacía caso, todos gritaban
y bailaban y se reían, y la Pilola ofrecía hierba, desde que
llegamos, estaban haciendo cigarrillos de marihuana, y habían unas
bandejas con Coca-Colas y unos sandwiches de pollo, pero nadie les hacía
juicio. Yo no me separaba de Juan Carlos que seguía como perdido, tocando
la guitarra y podía hasta trabajar en la televisión con lo que
sabía. Después se puso a cantar como en inglés que no
le entendía nada, y era una canción bien alegre y me miraba
cuando cantaba, me clavó los ojos y parecía querer decirme algo.
Después, dejó la guitarra. Estuvimos bailando los dos de esas
canciones suavecitas, y me apretó bien y era tan bueno bailar con él,
sentirlo ahí, tan delgado y tan a compás. Después, se
puso a bailar con la Pilola y yo bailé con un joven, que no sé
quién era, medio atracador el joven, que me apretó harto y me
pegó la cara y el joven tenía unas chuletas largas que me hacían
cosquillas. Después nos sentamos en el suelo que estaba alfombrado
y había unos cojines enormes, negros, como de cuero, que se deformaban
enteros, con un relleno blando adentro, y se movían y se adaptaban
al cuerpo y algunos saltaban de un cojín a otro, y era lo más
divertido. Y estábamos todos bailando y gritando mucho y fumaban y
se tiraban al suelo y la Pilola hizo un baile, más fresca la cabra,
en que abría la bata y se mostraba entera desnuda, entera abajo, se
abría la bata y la volvía a cerrar y lanzaba como gritos, como
gemidos, y los chiquillos tendidos por todas partes, y uno gritó:
- Ya, cabréate,
Pilola!
- ¡Número
visto!
- ¡Que lo haga la
negra!
- ¡La negra!
Esa parece que era yo.
Un chiquillo se levantó y comenzó a tironearme, y yo le dije
que no, que no sabía. Juan Carlos le gritó al joven y éste
me dejó tranquila. Pero ahora la Mónica, la Pilola y otra que
le decían Pelusa se pusieron a bailar con sus batas sueltas, que se
les abrían enteras y estaban abajo todas en pelotas, bien blancas,
y harto flacas se veían y los chiquillos las miraban pero nadie les
hacía juicio.
- ¡La Pilola quiere
tirar! ¡Eso!
- ¡Ya, Juan Carlos!
¡Atrévete!
- ¿Tú creís
que Juan Carlos es virgen?
- Claro que es virgen...
El único en el grupo...
- ¿Y, creís
que la negra con que anda, es virgen?
- ¡Tai loquito!
¡Esa es negra cachera! ¡A la vela...!
- Ya, Juan Carlos! ¡Pesca
una paloma!
Y estaban algunas chiquillas
tendidas y dándose besos y se revolcaban en el suelo y yo me asusté
y me acerqué bien a Juan Carlos y la Pilola era la más fresca
de todas, y en eso comenzó a sonar el teléfono y empezaron a
golpear la puerta del salón donde estábamos y la Pilola se arregló
bien la bata y fue a hablar con alguien y volvió gritando:
- ¡Pegarse el pollo!
- ¿Qué?
¿Qué pasa?
- ¡El viejo!
- Pero, ¿no nos
dijiste que estaba fuera de Chile...?
- No, en el fundo... Y
ahora viene pa acá. Por suerte mi hermanito tuvo la buena idea de...
- ¡Córtala,
Pilola! Esto está lo más entrete-...! Hay vibraciones, ¿cachai?
- ¡En serio! ¡Ya,
despejen!
- ¿Y la fiesta?
- Na que ver... ¡Vamos!
- ¿Y a dónde
vamos?
- ¡"Las Brujas"!
- ¡Eso!
- Pero, los caftanes me
los dejan aquí, que son de colección y si mi viejo descubre
que se los saqué me mata... ¡Ya, cabritas! ¡A cambiarse!
Y tuvimos todas que volvernos
a vestir, y salir como arrancando y nos fuimos con el Juan Carlos allá
por La Reina a "Las Brujas" que se llama y que era bien lindo, un
restaurant a la orilla de un lago, y con luces en el agua, y había
unos cisnes y adentro estaba medio oscuro y se bailaba y Juan Carlos se puso
a bailar conmigo y como que hicimos un aparte en el grupo, porque me llevó
a otra pista de baile, y había más gente, y todos enamorados
se besaban y todo, era más lindo, y me besó en el cuello y yo
temblaba y por suerte la Mirta me regaló ese poquito de agua de colonia
que tiene como olor a verbena y después, Juan Carlos, comenzó
a besarme en la boca, casi mordiéndome los labios. Entonces, yo me
atreví a susurrarle:
- Juan Carlos, ¿me
quieres?
Me seguía besando,
sin responderme.
- ¿Me quieres?
¿Un poquitito?
Cuando se acabó
la música me tomó de la mano y bajamos hasta donde estaba estacionado
el auto y se había puesto a llover y nos metimos en el autito y adentro
puso la calefacción y la radio y el vidrio, todos los vidrios, se nublaron
mucho al principio y él me seguía besando, y acariciaba y me
pasó las manos por las piernas, y me seguía besando y yo lo
besaba a él, ahora, y le tomé la cabeza con las manos y le besé
el cuello, y quería como comérmelo entero, estaba tan nerviosa.
Y, entonces, nos calmamos un poco y miramos cómo llovía afuera,
que apenas se veía nada. Y Juan Carlos, de repente, con el dedo, escribió
en el vidrio, en el parabrisa, escribió "María, te quiero".
Y se abrazó a mí. Y yo miraba esas letras, esas palabras que
duraron apenas, que comenzaron a abrirse, como a gotear, y las leía
una vez y otra y me parecía imposible que fuera cierto, y de repente
se empezaron a desvanecer hasta que se fueron.
Entonces me dijo:
- ¿Oíste
lo que decían? ¿La Pilola y los otros? ¿Que yo no me
había metido nunca con una mujer?
- No les hagas juicio...
- Es que... fíjate
que es cierto... ¿Te lo dije, no? Pero, no por poco hombre... Na que
ver. O sea, porque andaba buscando a alguien... A alguien puro... Y, cuando
estuve en Silo, Bruno me dijo que me conservara así, o sea, que así
tenía toda la fuerza del mundo, ¿cachai?, de la tierra, me dijo,
que podía captar las emanaciones, o sea, los efluvios de la tierra...
O sea, que si seguía así... pero, ahora...
- Juan Carlos, ¿es
cierto?
Le indiqué el vidrio.
No me contestó.
Siguió hablando, como que divagaba.
- ...porque el Bruno cree
que todo viene del éter, o sea, cuando uno es bueno y puro y medita
y busca adentro, va a descubrir, o sea, la verdad, ¿cachai? que está
metida adentro, y que lo hará el más fuerte... pero, ya eso
pasó... Ahora, no creo en nada... en nada...
- ¿Por qué,
Juan Carlos? ¿Por qué?
- Porque, Silo, no, era...
¿Cachai? O sea, yo pensé al principio, y cuando lo conocí,
cuando fui a Punta de Vacas, allá en la montaña... O sea, la
segunda vez... Pero, tú no entendís...
- Yo te quiero tanto,
Juan Carlos.
- O sea, que Bruno decía
una cosa y Silo decía otra... y yo andaba buscando otra cosa, una tercera,
y la armonía, ¿cachai? Y no existe...
- Yo te quiero...
Entonces Juan Carlos se
detuvo y me miró, y me tomó la cabeza con las manos y me miró
a los ojos y me dijo:
- ¿Me quieres mucho?
- ¡Mucho! ¡Mucho!
- ¿Harías
lo que yo te pidiera?
- Sí
- Vamos, entonces.
Y me tomó de la
mano y me llevó corriendo en medio de la lluvia, hasta unas como casitas,
medio escondidas entre los sauces, a orillas del lago, y habló con
alguien antes, y le dieron una llave y nos metimos adentro, cuando estaba
diluviando y nos empapamos y a mí me dio harto frío que no andaba
ni siquiera con la chaleca, pero por suerte adentro estaba calientito. Y Juan
Carlos me dijo que no encendiera la luz. Y había una cama donde nos
tendimos y yo me envolví con una frazada, porque estaba con frío,
y con nervios y me di cuenta de lo que quería Juan Carlos.
Crece
palomita, vidalita
sácale los ojos
Después,
pasó como una semana y ya estábamos en octubre, casi a fines
y habían concentraciones y rumores y discursos y bombas, y la gente
seguía tan nerviosa como antes de la elección y mi mamá
llegaba cada dos días a puro crearnos problemas y asustar a mi madrina,
que nos iban a quitar la casa, porque los pobres tenían más
derecho que nosotros, como si no fuéramos más pobres nosotros...
Y Juan Carlos no aparecía. Yo comencé a desesperarme, la pura,
nunca me había pasado algo así andaba mal, me ponía a
llorar en el colegio, dos veces, una vez que la señorita de Castellano
me sacó a la pizarra me puse a llorar y entre la señorita y
la Mirta tuvieron que llevarme a la Inspectoría y darme agua con azúcar
y de allí me mandaron a la casa.
El doce de Octubre
nos dieron feriado como siempre y también el trece y esa tarde volvió
a aparecer Juan Carlos. Él no sabía que yo fui al "Copelia"
y a "Las Terrazas" y me encontré con la Mónica y otras
chiquillas y a pesar de que yo me suponía que me miraban en menos,
por lo del Liceo en Recoleta y por la ropa y por otras cosas, se portaron
lo más dije conmigo.
- ¿Andai
buscando al Juan Carlos? - me dijeron.
- Sí.
- Anda harto
raro. Todos esos de Silo son así.
- ¿Supiste
que casi nos pega, el otro día?
- ¡Por
mí, tu Juan Carlos se puede ir a la mierda!- gritó la Pilola...
¡Ese necesita un siquiatra!- agregó.
- Está
enfermo.
- ¿Que
hizo? - pregunté suavemente.
- Nos comenzó
a gritar, aquí, en pleno Providencia, a las doce del día, ¿te
das cuentas? ¡Muy Juan Carlos Eguirreizaga Montt será, hijita,
pero a mí no me la hace! ¡Qué se ha imaginado!
- Nos dijo que
éramos unas putas... Así... ¿cómo lo vai hallando?
- Nos gritó
a todas - añadió la Mónica - y después se agarró
a puñetes con "El Gato" y dijo que todos éramos unos
podridos...
- Está
loquito tu Juan Carlos...
- Eso le pasa
por meterse con cumas...
- Sí
no es naa eso, oh ... ¡Dejen a la negra tranquila!
- ¿Y
qué es, entonces?
- ¡Silo!
¡Y la política!
- ¿Dónde
está?
- No sé...
No lo hemos visto... De repente, aparece.
- ¿No
estará al otro lado, al frente?
- Si querís,
anda a verlo tú... Nosotras terminamos con tu Juan Carlos.
- Pero...
-¡Se acabó!
¿Entendís? Ese chiquillo es más huevón de lo que
tú crees... ¿Entendís, negra? ¿Cachai? ¡Escorpión
puro!
Fui como tres
veces a buscarlo, pero nada. Todos me hablaron mal de él. Que gritaba,
que le había pegado a no sé quién, a la salida del "Oriente",
que había chocado en Américo Vespucio, que estaba inaguantable.
Y yo me empecé a preguntar si no era todo culpa mía, si yo no
tenía toda la culpa de lo que le estaba pasando. Porque esa noche en
"Las Brujas" cuando comenzó a llorar y estábamos desnudos,
y acabábamos de hacer el amor por primera vez, que a él le costó
más hacerlo, que decía que no sabía cómo, que
le ayudara y yo le ayudé porque estaba nervioso, lo fui tranquilizando,
y la primera vez le costó mucho, pero después, cuando volvió
de nuevo y yo lloraba de alegría, aunque no gocé pero estaba
tan feliz, que hasta me olvidé de todo, a pesar de que la Telma que
tiene más experiencia, y que sabía todo lo mío, porque
se supo en toda la población cuando me llevaron a la Posta y una vecina
denunció a don Beno, y hasta en los diarios llegó a salir, la
Telma me dijo que lo único que no me olvidara de hacer era la comedia
que ella cada vez que salía con un joven le hacía la comedia
y el joven quedaba seguro de que ella era virgen y él, el primero de
todos, y me explicó todo, pero igual se me olvidó y después,
cuando Juan Carlos estuvo un buen rato llorando, sin hablarme, y yo le preguntaba
que qué tenía, le decía, mijito lindo, amorcito, ¿qué
tienes, qué te pasa? Mijito, pero él comenzó a vestirse
y sin mirarme, era más el Juan Carlos, salió de la pieza y se
fue. Y yo me quedé que no podía creerlo, me dije primero, seguro
que va a ir a buscar el gin con gin, que le había pedido cuando recién
entramos, yo le dije, primero nos tomamos un gin con gin, ¿quieres?
y él tocó el timbre, pero, seguro con la lluvia, no vino nadie,
y ahora, cuando salió. Lo esperé un buen rato, y seguía
lloviendo, podía oír la lluvia y me dije seguro que ha ido a
arreglar la cuenta, o a algo, a llamar por teléfono, y cuando me convencí,
que ya eran como las tres de la mañana, me vestí lo más
rápido que pude y tenía más miedo y de nuevo andaba sin
plata, apenas con dos escudos que no me alcanzaban para nada, y salí
y ya no llovía tanto, por suerte, y me fui al camino y me puse a caminar
hacia abajo que salían los perros y todo, y en esto pasó un
auto y me llevaron, aunque, tenía más miedo, y adentro iban
como cuatro jóvenes que se reían y me pellizcaban y me preguntaron
si no quería irme con ellos, y me dijeron que cuánto pedía,
y yo entonces, me puse a llorar, y uno que era más caballero, les dijo
que mejor me dejaban tranquila, que no veían que a mi me había
pasado una mano, y me preguntaron que a dónde vivía y me fueron
a dejar a la casa, y yo no paré de llorar hasta el día siguiente,
en que me hice una agüita de toronjil.
Ese día
trece de Octubre, que apareció de nuevo Juan Carlos, yo creía
que no lo iba a ver más y venía del almacén con unas
compras y ahí estaba, en el autito, que tenía un vidrio roto
y un tapabarros todo abollado, y me dijo que me iba a esperar porque tenía
que hablar conmigo, me dijo.
Y nos fuimos
por la Panamericana a todo full hasta cerca de Til-Til, llegamos y estaba
más enojado, porque ni la radio quiso poner.
- ¿Quién
fue? – me preguntó.
- ¿Quién
fue? - repetí.
- ¡Sí,
no te hagai la de las chacras cabrita! ¿Quién fue? ¿Creis
que me hacís huevón a mí?
- Juan Carlos
... ¡No! ¡Por favor!
- ¿Con
quién te acostastes antes? ¿Con cuántos?
Gritaba. Comenzó
a golpear los vidrios.
- ¡No!
¡No!
- ¡Puta!
¡Seguro que lo hicistes con todos los del grupo, antes! ¡Con razón
te decían "la negra cachera"! ¡Con razón! ¡Y
yo, el idiota! ¿Entendís? ¡El idiota! ¡Habla que
habla de la pureza de...! ¿Cachai?
Comenzó
a llorar.
- Yo que pensé,
pensé que eras... o sea... distinta... ¡María! Yo, o sea...
pensé... ¿Cómo has podido hacerme eso?, ¿Cómo?
- Juan Carlos...
- ¿Quién
fue? ¡Dímelo! ¡Quiero saberlo! ¡Por lo menos, dímelo!
- No, Juan Carlos...
¡Déjame!
- ¿Lo
conozco? ¿Es del grupo? ¡Cómo se estarán riendo
esos huevones!
- ¡Por
favor! ¡Vámonos!
Y vino al día
siguiente y de nuevo la misma cosa, me interrogaba, me hacía sufrir
y sufría él, andaba siempre como que había fumado mucho
y tenía olor a marihuana, que aprendí a reconocerlo, íbamos
a dar una vuelta por Conchalí, por Recoleta y me seguía, dale
que dale, que quién había sido, que cuándo, que cuántas
veces, que yo era una puta, que me odiaba, ¡te odio! me decía,
y me decía que él me iba a matar, que él, que me había
querido, pero que ya no, que ahora me iba a matar, que yo era una podrida
igual que la mamá, me decía, y me iba a dejar a la casa, y yo
me ponía a llorar y ya no comía y me enfermé, caí
enferma, y estuve como dos días con fiebre y gritaba el nombre de él,
parece, porque mi madrina me contó, y después, cuando me levanté,
de nuevo estaba allí, y había ido todos los días me dijo,
que me estaba vigilando, que me iba a seguir a todas partes, me dijo, que
andaba con un revólver y me lo mostró, y que cuando lo encontrara
lo iba a matar y después me iba a matar a mí, por puta, y yo
sufría tanto, me estaba muriendo, y le dije que no me hiciera sufrir
más, y él me dijo que no me molestaría más, que
lo único que quería saber era quién había sido,
que cómo podía ser yo tan mala con él, que él
me había querido, que él, que era cierto, que él nunca
había tocado una mujer antes, sí, Juan Carlos, sí, te
creo, ¡te creo, amor mío! ¡Mijito! ¡No me digas mijito,
negra cuma! ¡Puta de mierda!, me gritaba y sacaba el revólver,
y yo le dije un día que me matara, estábamos en el Parque Forestal
y de nuevo me estaba preguntado y yo le dije, ¡mátame, Juan Carlos!
¡Por favor, mátame! ¡No puedo más! Y él me
dijo que no, que primero iba a matar al otro, y yo le dije, ¿qué
no ves que me estas matando, de todos modos? ¡Por favor! Pero, dime,
¿qué te cuesta? ¿por qué no me lo dices? ¿Quién
se acostó antes, contigo? ¿Tuvo que ser alguien, no es cierto?
No eres virgen... ¿O crees que no me di cuenta? ¡No eres! ¡No
eres! ¡Eres una puta! ¡Una negra cachera! ¡Eso eres!
Crece
tus alitas, vidalita
crece el corazón
Cuando me pongo
a pensar ahora. Yo tenía dieciséis años y no sé,
si no es por mi madrina, porque fui donde la Telma y le dije que me ayudara,
le dije que me quería morir, que me consiguiera un veneno, y la Telma
me dijo que no fuera na lesa, que los hombres son así, como niños
chicos son, me dijo, y que se le iba a pasar bien luego todo al Juan Carlos,
y me dijo que le contara la verdad.
- ¿Tú,
tú crees, Telma?
- ¡Claro!
¿Qué tiene de malo?
- ¡Me
da tanta vergüenza!
-¡Pero!
¡Si no fue tu culpa!
- ¡No
puedo, Telmita! ¡Telmita, por Dios! ¡Antes me matan!
- ¿Qué
crestas sabías tú cuando te pasó? ¡Un viejo curado!
¡Si hasta salió en los diarios!
- ¡No
puedo! ¡No, no podría!
- Entonces,
¿qué querís?
- No sé,
Telma ... No sé lo que me pasa... Pero quisiera irme, quisiera morirme,
Telma, le estoy rezando a la virgen de Montserrat para que me lleve.
- ¡Córtala,
oh! ¡Si soy una cabra chica! ¡Y ya pensai en morirte! En un par
de meses se te olvidó tu Juan Carlos... Y a otro...
Era más
buena la Telma. Me convidó una leche con plátanos y me dijo
que si esperaba que terminara su turno podíamos ir al teatro a ver
una película de Rafael. Pero yo le dije que no tenía permiso.
Además, Juan Carlos iba a estar, seguro que iba a venir, y ahora, aunque
siempre el corazón me temblaba al ver el autito, sabía que de
nuevo iba a comenzar con las preguntas, que dónde, que cuántas
veces, y de repente me tomaba las manos y me las apretaba y me decía
que él me había querido tanto.
- ¿Me
quisiste, Juan Carlos?
- Sí.
- Pero... ¿ya
no?
- ¡Dímelo,
primero! ¿Quién fue?
- Si me quisieras,
Juan Carlos... no me lo preguntarías...
- ¿Qué?
¿Te da verguenza? ¿Fue con un amigo mío? ¿Con
alguien del grupo?
- ¡No!
¡No! ¡Te juro que no...
- ¿Con
quién fue, entonces? ¿Con alguien del barrio? ¿Con un
veguino?
Yo me ponía
a llorar y él me decía, ¡hasta cuándo crestas lloras,
mierda!, y me daba más pena que me tratara así y yo le decía,
imagínate que no te pudiera contar, y él me decía que
con razón el viejo le había dicho que la negra no le convenía,
así le había dicho, que esas negras costaban cincuenta lucas
en Américo Vespucio con Apoquindo, y él se enfureció
y le tiró un jarrón a la cabeza, que por poco le achunta, el
viejo sabía, porque era un depravado, y siempre andaba con putas, y
seguro que la había calado desde que la vio, y el viejo lo agarró
a bastonazos que por poco lo mata y le dijo al viejo, ¡viejo maricón!,
y le dijo, mientras la mamá trataba de defenderlo de los palos y hasta
el José Luis, que era enemigo de él, trató de quitárselo
al viejo, que le seguía pegando con el bastón y eso fue antes
de la comida, ¡maricón! ¡maricón! ¡viejo cornudo!
-le gritaba, y entonces la mamá se enojó con él, y el
viejo que estaba que se moría de infarto, rojo, que tuvo que sentarse
en un sillón, y parecía que iba a estallar y todos gritando,
y cuando se calmó un poco, y él que no se podía levantar
de la paliza, y cuando el viejo le dijo a la mamá que Juan Carlos no
volvía a poner los pies en esa casa, y que mejor lo sacaba al tiro
de allí porque si no, y la mamá lo llevó a vivir donde
una tía, pero antes él le dijo al viejo: ¡Te vai a acordar
de mí, desgraciado! ¡Voy a hacer una bien grande, viejo!
Y me mostró
las marcas, tenía un brazo medio negro y en la espalda, y me dijo que
eso había pasado cuatro días atrás, que tuvo que sacarse
radiografías, me dijo, porque creía que el viejo le había,
quebrado un hueso, pero no, y me dijo que ahora vivía con la tía
Laurita Montt, que era soltera y que estaba mucho mejor, y como el viejo pasaba
afuera, en New York, él iba a la casa cuando la mamá le avisaba
por teléfono, y que ahora, después de la paliza, la mamá
que era más amiga de él, que el otro día le regaló
dos mil escudos para que se comprara ropa en "Flaño" y que
él fue y se gastó hasta el último centavo, y que incluso
pensó en hacerme un regalo pero me dijo que yo no merecía nada,
que por mi culpa a él casi lo matan, y me dijo que el viejo las iba
a pagar todas.
- ¿Todavía
tienes la pistola?
- Aquí...
Es mi amiga.
Y me la mostró.
- Ten cuidado...
ten cuidado Juan Carlos... Yo, yo no quiero que te pase nada, malo...
- Es por otra
cosa, ¿sabes?
- ¿Por
otra cosa?
- Primero, liquidar
a ese desgraciado...
- ¿A
quién, Juan Carlos?
- A ese... tú
sabes... ¿Crees que voy a dejarlo vivo? Yo, yo no creía que
tú eras... todavía no me acostumbro... O sea...
- ¿Y
si un día, más adelante, yo te contara?
- Ahora.
- ¿Y
si hubiera sido algo terrible que me pasó cuando yo era muy chica?
- ¡Chivas!
¡Ahora! ¿Quién fue?
No había
caso con él. Se ponía como loco y no quería ni ayudarme.
Y sacaba la pistola y comenzaba a darla vueltas.
- Yo te quiero
tanto, amor... amorcito... ¡te quiero tanto!
- ¡Ya,
oh! ¡No llorís!
- Es que no
sé que hacer...
- ¡Dímelo!
- ¡Es
que no puedo! ¡Amor mío! ¡No puedo! ¡Mejor, mátame!
¡Mátame, Juan Carlos!
Y entonces,
creo, que él como me veía tan desesperada. Y cambiaba de tema.
Y parecía que iba a estar mejor, pero a la media hora, de nuevo. Otro
día me dijo que lo andaban siguiendo.
- Te siguen...
¿Quiénes?
- ¡Silo!
- Pero... ¿por
qué?,
- Porque me
fui... porque sé cosas... me quieren eliminar, ¿entiendes?
- ¡No,
Juan Carlos! ¡No puede ser!
- Pero antes,
¿cachai?, al Bruno yo lo hago morder el polvo.
Y me mostraba
la pistola y yo no sabía si era cierto o no.
Estaba más
asustada. Le conté a la Telma y me dijo que mejor no lo viera más,
porque esos chiquillos eran los que hacían las tonterías, que
éste, seguro que iba a hacer la mansa ni que embarraa...
- Pero... yo...
quiero que me mate... Telma. No me importa, la pura...
- ¡Tai
tonta, tú!
- ¡Palabra!
Quiero que me mate... yo no puedo seguir viviendo así...
- Mira, ese
cabro te probó apenas, ¿entendís? ¡Llévatelo
a alguna parte, a un hotel! Y demuéstrale bien lo que es una mujer...
- ¿Una...
una mujer?
- Sí,
dale una lección.
- Pero, Telma...
¡tú no entiendes!
- Entiendo que
ese chiquillo anda caliente con vos, que es un loquito y por eso te hace esas
escenas.
Era más
la Telma. Buena amiga pero ella como que no interpretaba mis sentimientos.
Todo lo solucionaba ella con eso.
Era el dieciocho
de Octubre, yo me acuerdo bien porque era el cumpleaños de mi madrina,
y yo sin plata para darle un regalo, que decidí de repente regalarle
el pañuelo que me había dado Juan Carlos, y lo lavé bien
y lo planché y lo puse en un papel bien bonito y mi madrina estaba
emocionada y me dijo que ella me quería mandar a alguna parte a mí,
al campo, donde una pariente que tenía en Olmué, que me iba
a hacer bien, me dijo, que yo estaba muy desmejorada, que apenas comía
y que pasaba encerrada llorando. Me dijo que a mi edad, que era una niña
chica, que recién comenzaba la vida para mí y que un día,
me dijo, yo iba a encontrar un joven bueno que me iba a llevar al altar yo,
toda vestida de blanco, que el traje me lo iba a hacer ella, y que ese día,
cuando yo saliera de la iglesia vestida de blanco, y del brazo del joven bueno,
ese día ella iba a poder morirse tranquila. Y yo le dije que nunca,
que nunca... Y le dije que después de lo que me había pasado
nunca iba a existir un joven así, y ella me dijo que eso había
sido un sueño, así me dijo, un sueño, María. Y
me dijo que la Virgen no miraba esas cosas, que la Virgen me tenía
un especial cariño porque me habían hecho sufrir cuando era
tan chica, que la Virgen me había puesto sus manos encima y me llevaba
por la vida, y que la Virgen, me dijo, me iba a cuidar siempre, cuando ella
faltara. Y almorzamos cazuela de ave, que era la castellana, que la madrina
tuvo por muchos años sin decidirse, pero la castellana ya estaba vieja,
y era tan ponedora que a la madrina le dio como no sé qué comérsela
y sólo se tomó el caldo, y me dijo que había hecho eso
por mí, para que me repusiera bien y que toda la gallina era para mí
y yo apenas la probé. Y me dijo que ese niño que me venía
a buscar era el que me tenía así, que mejor le decía
que no volviera más, porque esos niños no traen nada bueno,
porque era un niño rico. Y me dijo que nunca había que casarse
con un niño rico, que tienen otras costumbres y hacen sufrir porque
siempre andan sacando en cara que ésto, que esto otro... Y me hablaba
y yo apenas podía oírla porque había pensado ir esa tarde
allá por Providencia a ver si podía encontrar a algún
amigo de Juan Carlos y preguntar algo, que hacían dos días que
no venía a verme y yo estaba tan preocupada porque me dijo, la última
vez, que iba a matar a Bruno, que lo tenía todo planeado, y yo tenía
más susto, que iba a la Fuente de Soda a hablar con la Telma y a mirar
el "Clarín" que la Telma siempre compraba, para ver si salía
algo, y no podía seguir así, que esa tarde, me dije, iba a ir.
Fui.
En el "Charleston"
estaban la Pilola y la Mónica. Me dio como susto acercarme, pero la
Pilola me saludó con una mano y me dijo si quería un helado.
- ¡Uno
de chirimoya! - agregó-. ¡El despiole!
Me senté
con ellas con la esperanza de que me contaran algo de Juan Carlos. Estaban
furiosas las dos y una me dijo:
- Se está
llenando de rotos, ésto... Mira, el "Copelia" ya no se puede
ir. Ni a "Las Terrazas"... Vienen las cumas hasta de Quinta Normal,
¿ves? ¡Mira ese grupo!
- Vamos a tener
que reunirnos en otra parte - agregó la Mónica- porque aquí,
con la unidad popular, la revoltura va a ser el descueve... ¡Mira cómo
anda vestida esa cumita! ¡Estos se sienten hippies, pero son rotos ...
! ¡Nada más! Rotos de pelo largo...
- ¿Cómo
estai? - me preguntó la otra.
Yo sonreí,
sin contestar.
- ¡Anoche
tuvimos una fumada! ¡Chévere!
- ¿Estaba
Juan Carlos?
- Wrong number...
Y se rieron.
- Tu Juan Carlos
está loquito - me dijo la Pilola. Anda con unos gallos medios raros...
con los viejos. Mi mamá tuvo una comida anoche allá en La Dehesa,
y fueron no sé cuántos... Puros momios. Y estaba el Juan Carlos...
- ¿No
lo han visto?
- ¡Muérete!
¡Me contaron algo bien choro de ti!
- ¿Qué?
¿Qué cosa?
- Me contaron
que te habiai acostado con el Juan Carlos - me gritó la Mónica.
Y yo me puse colorada.
- Tierno - agregó
la Pilola.
- ¿Cómo
fue eso? Nadie lo había conseguido... nadie...
- ¡Cuenta!
¡Cuenta!
- ¿Quién
se los dijo?
- Alguien nos
contó... ¿Se lo decimos, Pilola?
-:No. Mejor
que no.
- No es cierto
- dije.
- ¡Es
cierto! ¡Es cierto!
- ¿Y
qué tiene de malo? Lo que pasaba con Juan Carlos es que era un tímido...
De siquiatra... Y como esta cumita debe ser más tímida... Yo
creo que nosotras lo asustamos, Mónica... eso fue...
- Te acostaste
con Juan Carlos... ¡Mmm! ¡Chévere!
- No es cierto
- murmuré en voz baja.
- Por eso anda
tan gallito, ahora...
- ¡Tierno!
Me levanté
y me fui, sin probar el helado. Se quedaron riendo, con un verdadero ataque
de risa, se pellizcaban y se seguían riendo, y la gente nos estaba
mirando, y me fui con más rabia...
Cuando volví
a la casa me dolían más los pies, porque me equivoqué
de micro y tuve que andar un montón y ya era de noche, y me daba más
miedo esas dos cuadras y media que tenía que caminar por Dávila,
desde Independencia, porque siempre pasaba algo por allí, a pesar de
que estaba la novena comisaría, pero ni así, y "El Milico"
podía andar curado, que siempre se curaba en el "Santa Claus",
o alguien peor, o un grupo, pero no había nadie aunque yo caminé
con el credo en la boca, y en la puerta del cité estaba el auto.
- Voy a avisar
y vuelvo - le dije. Aproveché para cambiarme los zapatos, que me quedaban
chicos, y me puse las zapatillas viejas.
- ¡Las
cosas están caminando! – me dijo Juan Carlos, misterioso.
- ¿Qué
cosas?
- ¡Cosas!
¡No te lo puedo decir ahora! ¡Estoy juramentado! ¿Cachai?
¡Ya sabrás!
- ¿Bruno?
- ¡No!
¡Qué Bruno!, ¡Ese es pájaro chico! ¡Se trata
de un pájaro grande! ¿Entendís?
Yo lo miraba
y me decía que ya no parecía el mismo, cuando lo conocí,
en ese mismo auto, cuando íbamos a Los Dominicos y cuando estuvimos
en el mar, y nos bañamos desnudos y él parecía como un
ángel, ahora que estaba blanco, pero medio verdoso, con los ojos más
hundidos, y estaba como enfermo, aunque yo también andaba más
mal.
-¡Vamos!
- me dijo.
Y me llevó
al departamento que era del padre de la Pilola, ése que miraba al Club
de Golf, y yo le pregunté en el camino si había una fiesta,
y él me dijo que íbamos a tener una fiestecita, y me miraba
de una manera un poco rara, y yo le pregunté si iba a estar la Pilola,
si se habían hecho amigos de nuevo, y él me dijo que no, que
no iba a estar, que íbamos a estar solos, que ese departamento era
donde se estaban reuniendo ahora, me dijo que era un lugar muy secreto, y
a mí me dio como alegría, pero también un poco de miedo,
porque pensé, a lo mejor, ahora, él me va a matar, y mientras
lo pensaba, palabra que me sentía contenta, porque yo lo quería
tanto, que esa era la única solución, como cuando Cornell Kruger
estaba furioso con Cristina, aunque ya no leía a la Corín Tellado,
porque como que no tenía deseos.
- Aquí
están las llaves - me explicó-. Y no hay un alma.
- ¿La
Pilola? ¿Ella te prestó el departamento?
- El viejo.
Apretó cuevas...
Yo no entendía.
Adentro no había nadie, en efecto. Todo oscuro. Juan Carlos encendió
unas luces y puso música.
- ¿Quieres
un trago?
Como que comencé
a adivinar lo que íbamos a hacer. Y me dio pena. Palabra. Me dio miedo,
también. No era así... Nada era como yo lo había soñado.
Y parecía furioso. Me acordé de la Telma. Claro, ella habría
estado feliz, y seguro que iba a saber cómo manejarlo... Pero, yo...
- ¿Quieres
un trago, o no?
Ni se preocupó
de mis deseos. Se puso a preparar los cortos.
- ¡Vamos!
- me dijo, pasándome el vaso.
- ¿A
dónde, Juan Carlos?
- ¡A la
cama, palomita! ¡Vamos!
Y me arrastró
al dormitorio, casi a empujones. Encendió una lámpara en el
velador. Comenzó a desvestirse.
- ¡No,
Juan Carlos! ¡No!
- ¿Cómo
que no?
- No... hoy
día... hoy día no.
- ¡Hoy
día! - gritó.
- Pero... ¡tú
no me quieres!
- ¿Cómo
sabes?
Me mordí
una mano.
- ¡Lo
sé! ¡No me quieres! ¡No me quieres!
Había
terminado de desvestirse y se tendió desnudo en la cama, de espaldas,
bebiendo su corto a sorbitos.
- Yo te quise
mucho - dijo.
- Pero... ahora,
ya no...
- ¡Todo
está destruido! - gritó. Y tiró lejos el vaso contra
la alfombra. ¡Todo está podrido! ¡El mundo está
podrido! - volvió a gritar, y se lanzó encima de mi, y comenzó
a desvestirme, y casi me arrancaba la ropa que me rompió la blusa y
después me sacó los calzones y el sostén y yo estaba
encogida, gimiendo apenas, y pensé que ahora me iba a matar, que seguro
que me iba a matar. Pero no. Me metió dentro de la cama, entre las
sábanas y apagó la luz y me dijo:
- ¡Pruébame
que me quieres!
Y se quedó
callado.
Sentíamos
el tic-tac del reloj y él no me tocaba y yo tenía frío,
pero poco a poco comencé a entrar en calor, y él entonces me
tomó una mano y me la apretó y yo, me dieron ganas de sonarme,
y le pedí que me prestara un pañuelo, pero él me dijo
que me sonara con las sábanas y comenzó a darme besos y me daba
besos, como esa vez, en la discoteque cuando bailábamos y él
bailaba pegado a mi boca, y yo le acariciaba el pelo, y le decía al
oído que lo quería tanto, y nuestras piernas se habían
cruzado, y estábamos acercándonos, y después hicimos
el amor dos veces, y me hizo gritar, lloraba de felicidad, nunca había
sentido algo así, y él estaba como feliz también y nos
quedamos descansando, después, y yo no podía creer y me abrazaba
al pecho de Juan Carlos y lo besaba entero y le decía, ¡mijito
lindo!, y así estuvimos besándonos y abrazándonos como
dos horas.
Después,
él encendió la luz, todas las luces, y se vistió rápidamente.
Yo lo miraba, sonriendo tapada con las sábanas, con los brazos afuera,
que siempre me habían dicho que yo tenía los brazos lindos,
redondos, yo lo miraba y me reía y tenía los ojos como empañados
porque era tan feliz. Tan feliz.
Se abrochó
los pantalones que parecían nuevos, de cotelé azul y se sacó
la correa, una correa ancha, de cuero y de repente corrió la cama y
arrancó la sábana.
- ¡Puta!
- me gritó. Y me dio el primer correazo.
Sentí
el dolor. La correa me pegó encima, en los pechos, y sentí el
dolor, como un viento, pero casi no lo sentí, porque fue como si me
hubieran tirado en agua helada, y cuando me pegó por segunda vez y
volvió a decirme ¡puta!, me encogí entera, de nuevo, y
me mordí la boca y me la rompí, me mordí los labios hasta
que sentí la sangre que era salada y me volvió a pegar por tercera
vez y volvió a decirme ¡puta!, y yo apretando la boca, y con
los puños y las uñas enterrándomelas en las manos, que
me rompí como cuatro. Y, de repente no siguió.
- ¿No
dices nada? ¡Grita! ¿Entiendes? ¡Grita, puta!
Me volví
para mirarlo. Estaba con la correa en alto, asesando, con el pelo sobre los
ojos. Parecía un loco. Yo no podía llorar, tenía algo
adentro, como un hipo, algo que no me dejaba llorar, y seguía mordiéndome
la boca.
- ¡Habla!
¡Di algo!
Y trató
de darme otro correazo, pero como que se detuvo y me miraba y tenía
los ojos fijos en mí, y tenía la boca como abierta.
- Yo te quiero
tanto, Juan Carlos - susurré con la boca llena de sangre.
- ¡No!
¡No! - dijo, retrocediendo.
Yo estaba ahora
temblando, tiritando entera, pero me había levantado, me senté
en la cama y temblaba entera como cuando me dio la fiebre.
- ¿Tienes
la pistola? ¿La tienes?
Me miró
sin responder. La correa se le había escapado de las manos.
- ¡Mátame
Juan Carlos! ¡Por favor! ¡ Mátame ahora!
Entonces, él
se puso a llorar y corrió y se tiró encima de mí y comenzó
a besarme y a llorar y me seguía besando y seguía llorando y
nunca lo había visto llorar así, ni siquiera esa vez cuando
estábamos a la orilla del río, y yo seguía temblando
entera y él empezó a gritar que lo perdonara, que nunca más,
que estaba desesperado, que se iba a volver loco, que me amaba, me dijo, ¡te
amo María, te amo! ¡Te amo!, y seguía gritando que lo
perdonara y después fue y sacó la pistola y me dijo que se iba
a matar, y se puso la pistola en la cabeza y me dijo que estaba loco y que
no podía más y que se mataba y yo le dije que lo quería
tanto y corrí y le quité la pistola, que por suerte no se disparó
sola como dicen que pasa. Y entonces, él se arrodilló y se abrazó
a mis piernas y seguía sollozando y me seguía pidiendo que lo
perdonara.
Me vestí
y salimos abrazados y, bajamos y nos pusimos a caminar porque él me
dijo que tenía ganas de caminar un poco y estaba con la voz como ronca,
y apenas podía mirarme, pero me tenía muy abrazada y me daba
besos y caminamos por Américo Vespucio que era ya muy de noche, y no
había nadie, y había una luna llena, y nos veíamos como
blancos, como pálidos, y era como si los dos nos hubiéramos
muerto, y pasábamos entre los retamos floridos y era también
como si nada hubiera pasado antes, como si recién lo hubiera visto
como cuando lo vi la primera vez en Los Dominicos, que había una luna
igualita.
- ¡María!
-susurró.
- ¿Sí?
- ¡María!
¡Yo te quiero mucho!
- Sí,
mi amor.
Y le apretaba
la mano muy fuerte.
- Yo te quiero
más que a nada... que a nada en el mundo...
- Sí,
Juan Carlos.
- ¿Me
crees?
- Sí.
- ¿Me
perdonas?
- ¡Sí!
¡Sí!
- Yo... yo no
sabía que te quería tanto... Yo no sabía... ¡De
veras!
- Sí.
- Yo quiero
estar siempre contigo... Ahora, siempre, siempre, juntos, ¿entiendes?
¡Juntos!
Lo único
que atinaba a decir, yo era: sí, sí, sí... No se me ocurría
nada más.
- María,
¿te duele?
- No.
- ¿De
veras? ¿No te duele?
- No. De veras.
Nada.
- María,
soy tan feliz...
- Yo también,
Juan Carlos.
- María,
yo voy a hacer algo, te lo prometo... algo, para que me perdones... yo no
quise, yo no te quise pe...
- ¡Amorcito!
Y lo hacía
callar besándolo y nos abrazábamos y nos besábamos y
anduvimos de la mano y seguimos besándonos y yo me dije que aunque
me hubiera matado a golpes, que nunca había sido más feliz,
que la Virgencita me perdonara pero que nunca había sido más
feliz, que me podía morir ahora, que si Juan Carlos me mataba ahora...
Me fue a dejar
a la casa y seguía pidiéndome que lo perdonara y estaba tan
cariñoso, y me dijo que nos íbamos a ver siempre, todos los
días, y que íbamos a vivir juntos, eso me dijo, que apenas pudiera,
íbamos a vivir juntos y me dijo que él quería casarse
conmigo, que yo era para él, que Silo no era nada comparado, que él
y yo, y me dijo que nunca podría arrepentirse de lo que había
hecho, me dijo que estaba loco. Y me regaló un crucifijo de plata muy
lindo, que tenía unos como brillantes, y me dijo que se lo había
dado su abuela antes de morir y que ahora, él me lo daba a mí
para que lo perdonara y me hizo jurar por el crucifijo que lo perdonaba y
que lo iba a amar siempre y yo juré por el crucifijo y nos pusimos
a llorar y nos dimos un beso muy largo y yo sentí que la Virgencita
de Montserrat nos había juntado para siempre.
Crece
palomita, vidalita
y volvete halcón
Pero, al día
siguiente, que era diecinueve de Octubre, no llegó. Lo esperé
todo el día, me pasé, afuera, en la puerta, y estuve hasta,
más de las diez de la noche, que mi madrina estaba furiosa, y pasaba
rezando porque decía que yo me iba a perder, que no podía llegar
tan tarde como anoche que había llegado como a las tres de la mañana,
que ya no iba al colegio y que ahora, que parecía que se iba a acabar
el mundo con todas las concentraciones y bombas y la radio que parecía
que iba a estallar la revolución, y que cualquier noche, le traían
muerta a su niña, me decía, y yo no podía explicarle
nada, lo único que le dije es que tuviera confianza en mí, que
todo se iba a arreglar le dije, me abracé a ella y dije que me creyera,
que yo ahora era tan feliz, y anduve todo el día cantando esa canción
de Manzanero que decía "Cuando estoy contigo, no siento el fracaso"
y que decía "todo lo que tengo, lo encuentro en tus brazos"
y la iba repitiendo una vez y otra mientras planchaba los pantalones, los
bluyines y corría afuera a ver si Juan Carlos aparecía y volvía
a pensar cuando me dijo que quería casarse conmigo, que no había
nadie como yo, que yo era de él, y yo sacaba el crucifijo y me ponía
a besarlo y estaba tan feliz, tan feliz, que parecía una tonta, y cuando
en la tarde llegó la Telma a verme, y mi madrina que no podía
aguantar a la Telma porque decía que era una fresca, y la Telma, más
buena amiga la Telmita, que me dijo que estaba tan preocupada por mí,
y yo la abrazaba y me reía y le mostré el crucifijo y ella me
preguntó que qué me había pasado y yo le dije que no
se lo podía decir, que si se lo contaba no me iba a creer, que nunca
había sido más feliz en mi vida, le dije, y que ahora sí
que estaba en deuda con la Virgencita de Montserrat, que no había con
qué pagarle a la Virgencita, y le dije si me podía prestar algo
de ropa, y ella miró el crucifijo un buen rato y me dijo que era joya
muy fina.
Pero, Juan Carlos
no vino.
El día
veinte, que era un Martes, ya como que me comencé a intranquilizar
y tuve que ir al liceo y como no había ido en tres días, la
señorita me mandó a la Inspectoría y allí me dijeron
que me habían suspendido y que iba a repetir año, y que tenía
que volver con el apoderado y me dio más rabia, porque seguro que mi
madrina se iba a poner de lo más que hay y se iba a enojar mucho, y
tantas esperanzas que ella tenía, pero la Mirta me dijo que ella iba
a hablar con una profesora, y que si yo me conseguía un certificado
médico, que a lo mejor me dejaban presentarme a exámenes, y
yo pasaba en la puerta que ya todos como que sabían y pasaban los veguinos
y me echaban más tallas, que no sabía dónde meterme.
Y yo no podía ni dormir ni comer, que tenía unas medias ojeras,
que mi madrina me hizo una agüita de amapola que fue a comprar al yerbatero
y me dijo que si no dormía me iba a dar un ataque, y yo, ¡cómo
iba a dormir si ya hacían dos días que no venía el Juan
Carlos! Y eso que me había jurado que ahora sí que iba a ir
todos los días, que íbamos a vivir juntos, que nos íbamos
a casar, me dijo, y nada, y a lo mejor ya se había arrepentido y todo
era porque le dio pena pegarme esa noche, porque tiene tan buen corazón
y después se arrepintió y se volvió a acordar, seguro
que eso era y ya no iba a venir de nuevo, nunca más, y entonces, ¡cómo
creía mi madrina que yo podía dormir!
El miércoles
hice como que me iba al colegio y me fui a Providencia y empecé a mirar,
andaba de uniforme, pero miraba igual, aunque con cuidado porque antes me
moría que encontrarme con el grupo, con la Pilola y la Mónica
que habían sido tan malas conmigo, y, además, que me veía
bien ridícula con el uniforme que me quedaba medio chico y con el bolsón
más viejo, fui a "Sissi", que era a donde a veces iban a
comer empolvados el Juan Carlos y los otros, y pasé por la tienda de
discos, de la Consuelo, que estaba allí pero que como que no me reconoció
y después me fui al "Copelia" donde no vi a nadie y me volví
a la casa temprano por si él había ido y pasé toda la
tarde en la puerta del cité mirando, y nada. Mi madrina estaba ahora
con susto porque decía que mi mamá había llegado en la
mañana a decirle que los pobladores se estaban armando para defender
el triunfo de Allende en el Congreso, y que ya habían tratado de matarlo
dos veces y que si algo le pasaba al compañero presidente, así
decía, ellos iban a quemar entero Santiago, y a matar a todos los ricos,
y decía que iban a ir todos al Congreso para Noviembre, porque querían
quitarle el triunfo a Allende los políticos y que esa tarde había
una nueva concentración a la que teníamos que ir todos, pero
mi madrina la echó de la casa porque la mamá estaba muy curada
de nuevo, y mi madrina le dijo que si volvía a ir iba a llamar a los
carabineros, pero mi mamá la amenazó con quitarle la casa, que
le dijo que iba a llegar en la noche con los pobladores y a todas las viejas
momias como mi madrina, las iban a matar a palos, porque ellos sabían
que mi madrina era alessandrista, que ése era un viejo malo que estaba
completando para matar a Allende, y eso sí que ellos no lo aguantaban,
dijo.
La Mirta fue
más tarde y me preguntó si quería ir a la concentración,
que era como a las diez de la noche en la plaza Chacabuco y yo le dije que
no. Y esa noche no dormí y tampoco durmió mi madrina, y puso
la radio y dijo que todo estaba revuelto ahora, que no era como en los tiempos
cuando vivía el finado don Lucho, que eran tiempos de orden y respeto,
dijo, que esa noche yo sentía gritos y parece que afuera andaban como
unos grupos, como los pobladores, que había dicho mi mamá, y
mi madrina le puso doble tranca a la puerta y yo me imaginaba a Juan Carlos
en el auto, afuera, esperándome, y capaz que le hicieran algo a Juan
Carlos, como era rubio y parecía un ángel, y yo pensaba ¡si
pudiéramos vivir juntos, cuando yo cumpliera diecisiete años,
que ya no faltaba mucho, y nos fuéramos a vivir juntos, y nos casáramos,
aunque no fuera por la iglesia, aunque no fuera de blanco, ¡qué
me importaba!, aunque no nos casáramos, Juan Carlos, qué me
podía importar, porque contigo... porque, Juan Carlos, "todo lo
que tengo lo encuentro en tus brazos" - le decía.
Me desvelé
y lloré un poco y estuve rezando y como al amanecer recién pude
conciliar el sueño, y me quedé más dormida, que cuando
mi madrina comenzó a remecerme, que eran como las once y media del
día Jueves, y mi madrina estaba con una taza de caldo que me había
hecho y estaba llorando y yo le dije, que por qué estaba llorando,
y ella me dijo:
- ¡Ahora
si que se armó, mijita linda! ¡La Virgen nos ampare!
Yo le seguía
preguntando pero ella lo único a que atinaba era a rezar y decir: ¡La
Virgen nos ampare! Y entonces escuché la radio que estaba puesta y
decían cosas terribles, que habían baleado al general Schneider,
que era el General en Jefe del Ejército, que lo habían encerrado
entre varios autos y lo balearon, que fue en Américo Vespucio, que
estaba muy grave, decían, que era un atentado político, que
lo habían llevado al Hospital Militar, que si no es por el chofer del
auto que corrió al Hospital, que el Presidente Frei, que el Intendente,
que Allende, que iban a declarar estado de sitio en Santiago, y seguían
y seguían las noticias, las declaraciones. Como a las doce llegó
la Mirta muy asustada y me dijo que eso era la revolución, que ella
había ido al colegio y se suspendieron las clases, y que su hermano
estaba en el Partido en una sesión secreta. Y, después, llegó
la mamá y de nuevo medio curada y le dijo a mi madrina que en la tarde
los pobladores comenzaban a avanzar hacia el centro, y que iban a proteger
a Allende porque los momios querían matarlo y que si mi madrina no
se iba con ellos al tiro le iban a quemar la casa, y mi madrina se arrodilló
y comenzó a rezar, pero la vieja la seguía amenazando, y también
me amenazó a mí y me volvió a decir que mi lugar estaba
con el pueblo, con la gente pobre, me dijo, y no viviendo allí como
una rica, y me dijo que si yo no me acordaba que tenía hermanos que
cuidar y yo, claro que me acordaba ¡cómo no me iba a acordar!,
y ella me dijo que yo debía estar lavando ropa y ayudándola
a ella en vez de andar sintiéndome una señorita.
Yo salí
a la puerta cuando la mamá, por fin, se fue, y estuve un buen rato
mirando, pero Juan Carlos no apareció.
En la tarde
las noticias eran peores. El general seguía muy grave, dijeron, y dijeron
que no se iba a salvar, porque tenía como diez balas en el cuerpo.
El Viernes veintitrés,
yo me acuerdo bien de las fechas porque me llevaba contando los días,
el general Schneider se murió y la radio seguía dando noticias
y en Santiago no se podía uno mover porque lo tomaban preso, seguro
que por eso Juan Carlos no aparecía.
El Sábado
fueron los funerales y fuimos con mi madrina a mirar la pasada del cortejo
a la Avenida La Paz que nos quedaba al ladito. Estuvimos como tres horas paradas,
con un montón de gente, y venían las bandas de la Escuela Militar
y otras, y soldados y detrás venía sobre una cureña el
ataúd envuelto en una bandera chilena, y detrás venía,
¡pobrecito! el caballo del general, y detrás venía el
Presidente Frei con sus ministros, y Allende, y un montón de gente
y nos dijeron que unos jóvenes vestidos de negro, y uno de barbita,
que venían muy tristes, eran los hijos del general, y mi madrina decía
que cómo había gente tan mala en el mundo para matar a un general
que tenía mujer e hijos, que no le hacía daño a nadie,
que mejor que el finado don Lucho no estuviera en este mundo porque no habría
entendido, él, que era tan juicioso, que pudieran matar a un general,
y después nos fuimos a la casa y seguimos oyendo la radio.
Entonces comenzaron
otras, noticias. Por los diarios que mi madrina me mandó a comprar
"El Mercurio" que según ella era el único diario bueno
que había, pero la Telma me mostró otros y decían que
estaban tomando presos a un montón, que eran los momios, que habían
políticos, que son más los políticos, y que era una conspiración
de la derecha, que eran todos momios, que estaban unos jóvenes de buenas
familias y que los estaban tomando presos a todos, y yo como que me asusté
un poco, como que me dio un pálpito, pero me dije que no, que era una
tontería, y fui a la iglesia a encenderle dos velas a la virgencita
de Montserrat y besaba el crucifijo que me regaló Juan Carlos, lo besaba
todo el tiempo.
Después,
leí que habían tomado preso a Felipe Undurraga, el hermano de
la Pilola, que lo había conocido un día que fuimos a una discoteque,
y era el que andaba pololeando con esa niña que le decían la
Grace, y como que me dio otro poco de miedo, y ya habían pasado unos
días, el Domingo y el Lunes, y ya era como el fin del mes, y me dio
miedo y me empezaron a dar los nervios, que mi madrina decía que tenía
que llevarme donde un médico, porque yo estaba muy rara que no dormía
y que ya ni siquiera lloraba como antes, que seguro que me iba a enfermar,
me decía, y yo salí y me fui a Providencia a ver si me encontraba
con alguien del grupo, pero no vi a nadie, y entonces me iba todos los días
a la casa de la Mirta a leer los diarios que ella compra "El Siglo"
y otro que se llama "Puro Chile" y allí venían montones
de nombres con fotos y todo, que había como cien detenidos, que habían
detenido al general Viaux y a su suegro, y a otros más y decían
que estaba todo el ejército metido, y todos los momios, y salían
más y más nombres y yo corría a la iglesia a encenderle
velas a la virgencita y le decía: "no me lo lleves, virgencita,
no me lo lleves ahora, que me quiere, ahora, que aprendió a quererme...
¡Cuídalo! ¡No me lo lleves! ¡No me lo vayas a llevar,
que yo lo quiero tanto, que yo lo quiero tanto..."
Y volvía
a la casa y me encerraba y estaba como loca, dice mi madrina, que se asustó
tanto y pidió hora a un médico para que fuéramos.
Entonces, un
día, ya no pude más y me fui a ver a los padres de Juan Carlos,
aunque me insulten, me dije, aunque me digan lo que quieran, y tomé
una micro Vitacura y me bajé en la Plaza Lo Castillo y empecé
a caminar, hasta que preguntando por aquí descubrí la calle
Espoz que le dicen, y era larga y no había para cuándo llegar
pero yo caminé como quince cuadras y habían unas casas lindas
y por suerte yo había anotado la dirección de la casa en un
papelito, y caminé hasta que como a las cuatro de la tarde ubiqué
la casa y estaba toda cerrada, la reja cerrada con candado y los perros me
ladraron, que eran dos boxers muy lindos y muy bravos, y me puse a tocar el
timbre y nadie me contestó y esperé y esperé pero nada
y tuve que volverme a pie hasta la Plaza Lo Castillo y allí esperar
de nuevo la micro que no pasaba nunca, y llegué bien tarde a la casa
que mi madrina estaba más asustada que decía que con el estado
de emergencia tomaban preso a todo el mundo y lo fusilaban.
Y al día
siguiente fui de nuevo, bien temprano, y ahora me abrieron y salió
una empleada que me preguntó que a quién buscaba yo, y yo dije
que quería ver a la mamá de Juan Carlos, y ella me dijo que
no estaba, que no había nadie, pero yo le dije y le dije, que era urgente,
que era muy urgente, y ella entró y salió como media hora después
y me hizo pasar a un salón y allí estuve esperando mucho rato
hasta que bajó la mamá, que estaba tan distinta que al principio
como que no la conocí, porque no tenía ahora el pelo rubio,
sino como lleno de canas, y estaba pálida, y corrió como asustada
y me abrazó casi llorando y me dijo:
- ¡Hijita!
¡Mi hijita linda!
Y entonces,
me di cuenta yo, y me puse a llorar.
Después
llegó el papá, que ya no era el mismo, parecía, también,
como más viejo, estaba como agachado.
Yo me senté
y los miraba y la mamá me miraba y el papá encendió un
puro y se puso a echar humo, y a pasearse y cada cierto rato lo llamaban por
teléfono.
- Yo venía
a saber... señora... - tartamudeé.
- ¡No
hay nada que saber! - gritó el papá.
- ¡No
le haga caso, hijita! ¡No le haga caso! ¡Está muy nervioso!
- ¡Esta
negra puede venir enviada por algún diario!- gritó el papá,
señalándome.
- ¡No!
Y me puse a
llorar, de nuevo.
El papá
fue a hablar por teléfono y volvió y me vio llorando y gritó
que en esa casa todos andaban llorando, y que nadie le ayudaba y le gritó
a la mamá de Juan Carlos que se fuera a encerrar a su pieza, y que
allí no se recibía a nadie, y me dijo que me fuera, que yo no
tenía nada que hacer allí, me dijo.
- Pero... ¿dónde
está Juan Carlos? - pregunté.
Entonces el
papá me dijo que yo tenía toda la culpa, que yo era una intrusa,
que cómo me había metido con Juan Carlos, que yo debía
ser comunista, me dijo y que el niño se había echado a perder
conmigo porque yo era una agitadora y que cómo era posible que tuviera
el descaro de llegar allí que me iba a hacer detener, que a él
yo no lo engañaba, que muy joven sería pero que era una de la
calle y que seguro que me habían mandado, y me remecía y me
interrogaba:
- ¿Quién
te mandó a espiar, negra? ¡Contesta!
Entonces llegaron
dos autos y bajaron un montón de gente que por suerte llegaron, porque
yo creí que el señor me iba a pegar que estaba tan enojado y
me remecía y no me habría importado nada que me pegara si me
hubiera dicho algo por lo menos, que dónde estaba, que si estaba vivo,
si podía verlo, algo, que hubiera sido, pero aparecieron unos caballeros
de pelo blanco, bien elegantes, que eran como abogados, y el papá de
Juan Carlos llamó a una empleada y me indicó y le ordenó:
- ¡Échenla
para afuera! ¡Y que no vuelva a poner los pies en esta casa!
Y todos me miraban
y estaba el José Luis, con ellos, que también me miraba y que
se reía. Nunca me quiso el José Luis.
Volví
caminando y creo que anduve mucho, creo que llegué como hasta el parque
japonés caminando, que ya no podía más, y ya no podía
llegar siquiera y lo único que hacía era apretar el crucifijo
y pedirle a la virgencita que me cuidara a Juan Carlos, que no me lo llevara.
Llegué y la madrina me metió a la cama porque tenía fiebre
y como que deliraba y ya no me acuerdo bien de nada, porque dicen que estuve
bien enferma, que estuve como dos semanas en cama, o más, yo apenas
me acuerdo, que vino un médico y que mi madrina pasaba al lado mío
rezando y me acuerdo, pero apenas, que vino un día mi mamá y
que gritaba y cantaba y decía que ahora Allende era el compañero
Presidente y que se había acabado el tandeo y que los pobres, ahora,
íbamos a tener de todo, y que no me preocupara, me dijo, que yo apenas
le oía, que tenía que alentarme luego para la revolución,
porque todos estábamos listos, ahora, y gritaba, ¡Viva Chile,
mierda! - y la madrina haciéndola callar, pero era inútil, porque
la vieja como que estaba muy contenta y la madrina le decía que yo
casi me había muerto y que todavía estaba grave y le decía
que si no le daba vergüenza gritar así, frente a su hija que estaba
tan enferma- y la mamá decía que con Allende iban a mejorar
hasta los gatos, y seguía gritando, y estaban mis hermanitos, que al
fin se la llevaron y yo volvía a caer y me subía de nuevo la
fiebre y cuando comencé a entender todo, estaba tan debilitada, en
los huesos, que vino la Mirta y no podía creer y me trajo un pedazo
de posta negra para que me hicieran una sopa, dijo, y vino la Telma y me tomaba
la mano y me decía que no me preocupara, que pronto iba a estar bien,
y que íbamos a ir al teatro juntas, que había un festival de
tangos en el Caupolicán, y que ella iba a conseguir entradas y me trajo
una docena de dulces chilenos, la Telma que era más buena conmigo,
y me trajo una blusa linda, como de organdí, y me dijo que ahora sí
que estaba buena la primavera. Pero yo me acordaba de repente, y le decía
que para mí la primavera se había acabado, y ella me decía
que eso era una lesera.
Cuando me levanté,
era como mediados de Noviembre, y ya comenzaban a poner cosas para la Pascua
en todas partes y me costó caminar y la ropa me nadaba en el cuerpo,
pero, poco a poco. Y el primer día que salimos fuimos con la madrina
a la iglesia a razarle a la virgencita de Montserrat, me dijo la madrina,
porque estábamos en deuda con ella, y estuvimos como dos horas rezándole
y le pusimos varias velas.
Y, otro día,
fui a ver a la Telma, que ya no estaba más en la fuente de soda, sino
que trabajaba ahora en la paquetería de don Fernando Awad, en Recoleta,
que era mucho más grande, me dijo, y que le pagaba mejor y era más
decente, que en el otro trabajo se estaba echando a perder mucho las manos.
Y la Telma me
dijo después, que cómo me sentía.
Yo le dije que
estaba bien.
Ella me dijo
que si yo era capaz de oir algo, unas noticias, me dijo, que no me había
querido dar antes, que tenía guardados los diarios.
Yo le dije que
sí, que me dijera.
Pensé
que me iba a hablar de Juan Carlos.
Entonces me
mostró el diario, y después me mostró otros y vi la foto
de Juan Carlos en todas partes, de pie, de frente, con sus padres, con sus
hermanos, y le decían cosas terribles: "momio asesino" y
otras cosas, y salía una foto del papá, y decían que
estaba preso, que estuvo, que lo habían llevado a declarar, y el papá
que decía: "-es mi hijo... tengo que defenderlo... comprendan...
¡es mi hijo!" Y otra en la que el papá y la mamá
estaban como abrazados. Yo leía y leía sin darme bien cuenta,
como que no sentía nada, leía que lo habían sacado de
Chile, que los momios lo tenían escondido en alguna parte, en Venezuela,
en España, que Juan Carlos había sido uno de los que dispararon
contra el general, que estaba en el grupo, a la cabeza, que lo andaban buscando
por todas partes, que el padre se negaba a declarar, que creían que
estaba en Europa, otros diarios decían que estaba en Chile, escondido
en algún fundo, que los momios iban a pagar por eso, que el Juan Carlos
Eguirreizaga era un asesino. ¡Asesino! ¡Asesino! Y yo recordé
que había soñado eso, que estuve soñando, cuando casi
me morí, que veía a Juan Carlos, corriendo con la pistola, pero
no al general al que iba a matar, recuerdo que iba corriendo y comenzaba a
matar a mis hermanitos, y yo le gritaba, ¡no, Juan Carlos! Y él
se reía, y disparaba y mis hermanitos iban cayendo, y el último
que caía, era el Porotito, que estaba jugando con su caballo de madera,
y yo le decía que no, que no lo hiciera, que tuviera piedad, le decía,
y le decía que me matara a mí también, que ya había
matado a todos mis hermanitos y que ahora me matara a mí, y él
se reía y me decía, a ti no te voy a matar, porque te amo. Y
había despertado de ese sueño gritando y ésa fue la noche
en que casi me morí, que mi madrina mandó a llamar al cura párroco,
y a mi mamá y lo recuerdo que seguí soñando, muchos,
muchos días, y siempre veía a Juan Carlos con la pistola.
Le entregué
los diarios a la Telma. No podía hablar.
- ¡Yo
sabía que iba a hacer una grande! - me dijo. ¡Miren que venir
a matar al general! !Ése no tiene perdón de Dios!
-¡No,
Telma! ¡Telmita! !No!
Me miró
incrédula.
-¡María!
¡Oh! ¡No seai tonta, oye! ¡Ya está bueno que se te
pase la lesera!
Cuándo
iba a entender la Telma. O la Mirta. O mi madrina. O nadie. Qué se
me iba a pasar la lesera.
Me fui a la
iglesia y estuve toda la tarde arrodillada pensando y lo peor era cuando me
ponía a recordar y era como otro sueño, cuando lo veía
desnudo saltando al sol, conmigo desnuda, saludando al sol o corriendo y riéndonos
y tomando helados, y bailando esa noche, conmigo, boca con boca, y cuando
íbamos por Américo Vespucio y había luna y había
olor a flores de retama y él me decía que me quería tanto,
que íbamos a vivir juntos, que nunca nos íbamos a separar, y
ese fue el último día y yo sabía que él era mala
cabeza, pero sabía también que él no era malo, que tenía
buen fondo, que era mi Juan Carlos y no podía ser tan malo.
Ahora que llegó
Julio, que cumplí diecisiete años, y me salí del colegio
y empecé a trabajar de vendedora en la misma paquetería de don
Fernando Awad, en que trabaja la Telma, que cuando fue mi cumpleaños
ni deseos tenía que me celebraran ni nada, a pesar de que vino mi mamá,
que nunca se acordaba y me trajo un regalo y estaban todos mis hermanos, y
mi mamá dijo que don Beno tenía ahora un trabajo en una fábrica,
y que a ella le iban a dar otro trabajo, y que les iban a dar unas casas,
que ya las estaban entregando y que tenían agua y luz, y que el compañero
presidente los iba a sacar adelante y que yo podía volver a la casa
de ella, pero ¡cuándo! ¡cuándo iba a dejar yo a
mi madrina, que estaba ahora como más viejita, medio encorvada y con
el pelo bien blanco, y que me hizo un té con pan de huevo y hasta una
torta me hizo, y ahora que yo estaba ganando, que me habían ofrecido
subirme a un sueldo vital muy pronto, yo le había dicho a mi madrina
que íbamos a vivir bien, ahora, que íbamos a pagar todas las
deudas y ella me dijo que la gran deuda era con la virgencita de Montserrat,
que no lo olvidara yo nunca, porque ella me había salvado.
A veces, ahora,
que es invierno, después del trabajo, como a las seis y media, me voy
a la iglesia, a escondidas de la Telma, para que no se vaya a reír
de mí, y me arrodillo a pedirle a la Virgencita por Juan Carlos. Y
le digo que me lo cuide, que yo lo quiero tanto, que tengo su crucifijo guardado,
que yo lo había perdonado siempre por todo lo que había hecho,
por donde estuviera, que ya no iba a poder vivir sin él, que yo me
iba a morir, que antes de los veinte años iba a estar muerta, si él
no volvía, que yo lo quería, le decía, Virgencita de
Montserrat, protégelo siempre... ¡Virgencita mía! ¡Aprende
a quererlo! Y le ofrecía mi vida a la virgencita para que Juan Carlos
fuera feliz.
A veces, ahora,
que todavía no acaba este invierno, yo despierto en la noche, afuera
está lloviendo, y aprieto el crucifijo entre mis pechos desnudos y
me pongo a hablarle en voz alta a Juan Carlos:
- ¡Juan
Carlos! ¿Me oyes?
Y espero. Afuera
sigue lloviendo. La matita de toronjil está ya bien grande.
- ¡Te
quiero mucho, Juan Carlos! ¡Mucho!.
El
Aleph, Febrero de 1971