Ramón Sepúlveda


UN ESPRESSO CON LA TIGRESA

(Capítulo de la novela Aventuras con La Tigresa)

 

Me visitó La Tigresa. Era media mañana y se apareció con esos colores que tiene, su pelo anaranjado, ojos amarillos y labios teñidos de escarlata. Como ríe esta musa; la oí a medio pasillo y apenas me levanto de mi escritorio ingresa casi corriendo en mi oficina.

 

--How are you, lover! Let's go down for a coffee!

 

La Tigresa es así, tiene licencia. Su personalidad es tan exuberante que me obliga a ser siempre un poquito mas entrador que de costumbre. En el ascensor habla y ríe esa risa a raudales. Es absolutamente un dínamo de energía. Su voz es la del jazz sin haber fumado un puto cigarrillo en su vida. Atrae tanto la atención que todos quisieran acercarse, mirarle esos ojos; yo ufano, río con ella y pienso, es amiga mía, le gusto.

 

Pero La Tigresa no es una mujer solo para la vista, había escrito teatro y hacía años, algunas obras fueron montadas. Tiene una poesía poderosísima y me gusta como asume el feminismo. «No te equivoques con nosotras, igual somos calientes. Lindo el romance, la cena, el vino, los violines, el baile apretado, muchas gracias, pero también queremos llegar a la cama y tener un orgasmo real. No nos basta con el puro cariñito». Esto es un statement de principio y lo dice con soltura y naturalidad. «Aquello de que no importa por ahora, que no siempre una mujer quiere un orgasmo, es mentira. ¡exigimos sexo y del bueno!» Admiro su franqueza, pero la gracia infinita que tiene hace que nunca me sienta amenazado. Es una coqueta empedernida y le encanta provocar. Nuestra relación se basa en que hablamos y hablamos, pero nunca hemos llegado mas allá de besarnos superficialmente. Me lo repite: ella ama a su Kevin y cree en la fidelidad.

 

A lo que venía mi amiga pelirroja, ojos de gato, es a decirme que supo de mi participación en la conferencia de Toronto, y que ella iría a la misma. El espresso que nos tomábamos me daba mas bríos, «no habrá necesidad de pagar por dos habitaciones», le digo, pero la gatilla ríe y me dice, «no te daré la oportunidad de admirar my lingerie». Como es la pega la que reembolsa contra recibo, ahorrar un cuarto es meramente figurativo.

 

--La que perderá eres tú --le dije--. Tengo unos boxers shorts de seda, que son la raya.

 

La Tigresa y yo trabajamos para versiones de la misma compañía, su oficina está en el centro, la mía en las afueras. La Gata y yo éramos los únicos de la pega que asistiríamos a la conferencia. Yo había pedido asistir hace cuatro meses. No sé cuando se le ocurrió a ella, ni si lo hizo porque yo iba. No se lo pregunté, pero para subirme el autoestima esta mañana, decidí interiormente que iba por mi.

 

A la media hora se había acabado el café, y me dijo que volvía a su oficina. La encaminé a la puerta del edificio, y mientras el taxi que la pasaba a buscar se acercaba, me abrazó fuerte y trajo su boca a la altura de la mía. Por primera vez sentía el interior de sus labios en mis dientes.

 

--No te entusiasmes, lover, este vale por tu cumpleaños. ¡Happy birthday, Ricky!

 

Me aturdió la gatuna. Apenas había atinado a recibir sus labios, a saber de su boca, cuando ya esta se había retirado. Que experiencia para la media mañana. Un rápido y sentido contacto donde sus labios me regalaron su aliento, su secreción, y cuando me disponía a reaccionar, su boca había volado, me dejó imaginando pelotudeces: «amor fugaz, guerra focal, guerra bucal, guerra de guerrillas».

 

Cuando mis sorprendidos labios hablaron, dijeron bye, y la sonrisa de La Tigresa se recortó tras el cristal empañado del taxi, en la lluviosa mañana, bye lover, leí en su boca.

 

Con ella tenemos una amistad de años. Siempre nos gustamos y cuando ella estaba en mi edificio, a la hora del lunch solíamos darnos unas caminatas de una hora. Mi edificio está rodeado de parques y senderos a través de bosquecillos, un amor de lugar cuando no hace frío. Siempre me atrajo la Gata pero al nivel de la piel, lo animal, lo pecaminoso, porque ambos somos casados con otra gente. A fines del año pasado tuvimos una experiencia muy sui generis, aquí va:

 

Le conté la siguiente anécdota: En el casamiento de una amiga yo había hecho de maestro de ceremonia, y dada la clásica función de este personaje, el trabajo debe ser impecable, decidir que momento se presenta la novia, el novio, cuando el discurso del papa de la novia... Todo había salido como reloj, y después de la comida, a minutos después de empezar el baile, tres mujeres maduras y con el evidente efecto del licor me arrinconaron,

 

--Ricky, what a voice --dijo la primera.

 

--You have such a sexy voice --sumó la segunda,

 

--¡You could open a sex line for women! --añadió la tercera, pasándose ya de la raya.

 

Sin juzgar su desfachatez, apenas reí y nada mas. La que había empezado dijo tomándome del brazo y mirándome a los ojos:

 

--I'd call you.

 

¿Qué hacía un pobre animador cuando un grupo de mujeres boca suelta lo provocan así? Solo dije see you later y me fui a bailar con la novia.

 

Este cuento era totalmente ficticio, y luego me sale con que sus sesiones mas seductoras las había tenido por teléfono, cuando el contacto físico era imposible, donde la concentración estaba en lo que la voz traía, que con esa voz, a ella le gustaría que pasáramos algunas horas en el teléfono. ¿Qué te traes entre manos, Gatita? pensé, pero confieso: soy humano y débil. La gata me fascina, y ¿quién era yo para negarme así no mas? Nunca había hecho tal cosa, pero habíamos hablado en minucioso detalle y frente a frente mucho de sexo, lo único que había sido siempre despersonalizado, nada como si fuera entre nosotros, sino con una mujer anónima. Ella me hablaba de que esto era lo que a ella le gustaba, y yo decía que lindo que yo también, y que además tenía afinidad por aquello. Pero nunca me decía me gustaría que me hicieras, ni yo que le haría tal cosa a ella. No; era siempre en el plano reflexivo, el plano del o la amante inconnu. Aún así, no dejaba de prendarme.

 

La llamé una noche que convenimos, pero hablamos de cualquier cosa, menos de aquello. Un fracaso de seductor, pensé. Mi sex line for women así, no abriría jamás. Empero, una vez mas se me demostraría que estas decisiones siempre las toma la mujer; nunca el hombre. Ella no se sintió con ganas ése día, end of the story. Conversamos cordialmente de la oficina, de los directores vicepresidentes y todo los poderosos. La Gata no era tonta y tenía su carrera trazada. Yo, hasta hoy, me se apenas el nombre de mi director y su jefa. De los de mas arriba no me ocupo ni me interesan. La Tigresa llegará lejos, sabe bien quienes son los de arriba y conoce los trucos del poder. Fue una animada pero fastidiosa conversación. Lo único salvable es que la llamaría ése sábado y entonces si hablaríamos íntimo. Esto lo decía ella, no yo. ¿Quién maneja a quién? me preguntaba, pero cual perro faldero, dije que sí, Gatita, hablaríamos el sábado a eso de las diez. Yo te llamo. Bye.

 

Ya estábamos en oficinas distintas, y el hecho de no verla me animaba a pensar en ella en diferentes niveles de desvestimiento. Aquí La Gata con vestido de noche, allá La Gatita en semioscuro con lencería burgundy, mas allá ella de medias y porta ligas, todo un rollo. Gata de porquería, no me dejabas concentrarme en mi trabajo. Era su rugido, la tigresa y sus dientes, el labio esmirriado y el rouge corrido, la boca y la lengua obscena, sus palabrotas seductoras y dichas en la gutural lengua del jazz, «come on lover, come and smell my perfume».

 

El sábado llegó. Marqué la Gata, y en la voz supe que estaba dispuesta. Su marido de viaje y los niños en cama. Le conté que estaba obsesionado con el contraste de su piel, y la lencería fina en concho'e vino y negro. La Gata rió y me dijo, «tell me more». Hombre romántico fundido, le hice la poesía mas chabacana y morbosa que se me vino a la mollera. Que sus piernas en medias de redes sujetas en el porta ligas, que el burdeos de la braguita, que el vellocino colorín y suave como una pelusa, que las humedades y los olores. No me di cuenta como ya era un tacto personalizado. Era a ella que tocaba en su cuerpo de atleta perfecto, y ella que reía, rugía y gemía. Era el gran seductor, el voz de oro, el saca suspiros.

 

Ella me sorprendió con una fantasiosidad atrevida, osada, explícita y detallada. Yo seguía disfrazando mis términos en la metáfora. Ella me pidió que call a spade a spade, que dijera las cosas por su nombre, y mientras mas vulgar, mas excitante. Como no me salía, era ella quien tomaba the spade por el mango. Yo me encontré absolutamente excitado. La voz gutural de La Tigresa había encontrado oídos atentísimos. El deseo había llegado a un nuevo límite, la intimidad a otras márgenes, los sonidos animales y desinhibidos. Lo mejor: ni ella ni yo sabíamos si habíamos comido ajo, o si efectivamente nos habíamos duchado esa mañana. La ducha si me hizo falta cuando colgamos a las dos horas mas tarde. El beso de despedida se arrastró un kilómetro.

 

Hubo varias sesiones, cada una mas atrevida que la anterior. Cualquier tipo de promesas durante los minutos de pasión que luego eran borroneadas con el codo, diciéndonos, esto es solo para la imaginación. Seguimos siendo los amigos de siempre. Ahora necesito lavarme. Until the next one.

 

La ojo'e gato se vino a trabajar en un proyecto corto a mi edificio, y nuestro teléfono rojo se enfrío. Nos tuvimos miedo. Era nuestras vidas atadas a gente magnífica y amada. Lo nuestro era pura cosa de piel, de olor, de sabor. Nada mas allá. Para no tentar a los dioses, hablábamos de aventuras, pero nuevamente en el idioma neutro de antes, y el resto era del laburo. No se si también temíamos que la realidad no estuviera cerca de los ensueños que nos regalábamos por teléfono. No queríamos defraudarnos mutuamente. Para mí, hombre de la ficción, esto estaba muy bien. Solo que dedicaba mucho tiempo ocioso al bajo vientre rojioscuro de la gata, a ese bello y redondo derrière, a aquel pecho descubierto y orgulloso. Gata, por favor, déjame tranquilo que tengo que trabajar.

 

Esa había sido nuestra relación. Una eterna fantasiosidad y tentación, solo eso y nada mas. Nuestro contacto real era solo en la oficina, en horas de almuerzo, y ni siquiera nos habíamos tomado mas de un vaso de vino juntos.

 

Hoy era la conferencia, del miércoles 22 a viernes 24, sesiones de nueve a cinco, almuerzo entre medio, y cafecitos a las 10 y media y las tres. Me preocupan las cenas. Inevitablemente las compartiríamos, quizá alguna película o una obra de teatro, algún concierto de jazz, blues, no sé. Tenemos para pensarlo. La ropa interior de la Gata nuevamente estorba mi vida de trabajo.

 

 

 

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