Por la avenida Roosevelt caminaba como era su costumbre el Dr. Bayron
Doisy Lientur en dirección al hospital regional de la metrópoli
de Concepción. El edificio quedaba a unas pocas cuadras de
la residencia del Dr. Doisy; lo que para él era una rutina
diaria cuyo recorrido debía sabérselo ya de memoria.
Su ambular era cadencioso y ágil denotando su radiante juventud.
Debería haber tenido a lo sumo unos 30 años o incluso
tal vez menos, a juzgar por la tersura de su tenue bronceado rostro
y su apolínea figura de unos 6.5 pies de altura. El perfil
griego de su semblante y la ondulada cabellera negra pertenecían
a un hombre de origen euro latino que adornaba su labio superior con
un bien cuidado bigote.
Aspiraba el fresco aire de esa mañana veraniega con inusual
compulsión, llenando plenamente sus pulmones como si quisiera
disipar de su mente algo que le disgustara.
Mientras andaba, acercándose a los jardines de la universidad
de Concepción repasaba mentalmente los hechos ocurridos anteriormente,
sin descubrir lo que realmente le estaba
molestando.
Ensimismado se encontraba caminando cuando se le viene a la memoria
el detalle causante de tan inusitada inquietud: era nada menos que
el intercambio de palabras que había tenido el día anterior
con su anciano padre. En verdad, le incomodaba sobre manera contradecirle,
y en esta ocasión con mucha más razón por tratarse
de un asunto que le incumbía solamente a él en su condición
de promisorio novio.
Su progenitor le habría reiterado, una vez más, de la
conveniencia que tenía para todos, incluía la familia
Doisy, el cumplimiento de la palabra de caballero empeñada.
En consecuencia, debía llevar acabo lo antes posible, el compromiso
de matrimonio adquirido con Margaret - una hermosa rubia - hija de
una de las familias más acaudaladas de la región.
Ahora, que tenía claro el motivo de su congoja no sabía
sin embargo cuál era la verdadera razón de su confusión:
¿Sería acaso, que no amaba a su linda y rica prometida?
Y qué por tal motivo hacía rato que iba postergando
la fecha de su boda ¿Cuán efectivo era, lo que nunca
se atrevió a reconocer?; ¡qué amó y para
siempre!, a la esbelta Adele…….o ¿había
otro amor oculto en su corazón?
Al meditar detenidamente sobre lo que estaba recordando del pasado
estudiantil, y los gratos momentos de intenso amor vividos con la
bella ítalo americana no pudo menos que embozar una sonrisa.Pero,
por otro lado no salía de su asombro al darse cuenta de lo
insólito de su situación, debido exclusivamente a su
desidia culposa al ir posponiendo una y otra vez una decisión
que involucraban tanto los sentimientos de otras personas como su
propia felicidad.
Aminorando un poco su andar para permitirse poner en orden sus pensamientos,
antes de cruzar las puertas de acceso al sanatorio, decide hacerse
un acabado examen de conciencia, poniéndole mfin para bien
o para mal a tan insoluto compromiso de casamiento.
Con un sesgo de tristeza piensa en lo paradojal de su conducta para
afrontar los problemas de índole personal: ¿ Cómo,
él siendo un médico de prestigio y con posgrado no puede
resolver lo suyo?
Ha participado en conferencias internacionales, y pertenece al selecto
grupo de médicos investigadores del comportamiento humano a
nivel mundial. No obstante, teniendo en cuenta el sentido común,
se encuentra alicaído por un suceso irresoluto de índole
trivial.