Antología de Cuentos breves

Escritores.cl

  Principal
  Premiados
  Escritores.cl
Cuentos
  Justo medio
  El rigor
  Ella y él
  Sueño
  Escribir
  Un dos
  Tarea
  El traidor
  La esquina
  5:30 AM
  Camino
  Lección
  Palabras



Ella y EL
Ignacio Claverie

TERCER LUGAR


Ella se encuentra sentada, tejiendo y temblando. Ya son las diez y cuarto, y él aun no aparece. Piensa en ponerse de pie y correr, tal como lo había pensado en varias ocasiones y, como en aquellas, se queda sentada, soñando con la posibilidad de escapar algún día. Él aparece, como debía hacerlo: Golpeando, gritando, bebiendo y dudando.

-¿Qué haces despierta a esta hora? –pregunta sosteniendo su cuerpo contra el marco de la puerta.
-Nada, pensaba, tejía –responde, asustada.
-¡No te creo!

Y no le creyó. Nunca creyó en ella.

Un minuto, media hora, dos horas. Ella está tirada en la cama, está como ida, como si su cuerpo no existiera, como si no hubiese existido jamás. Él mira el techo como pensando en sí mismo y en lo bueno que ha sido con la vida, no en ella, ni en el daño que acaba de provocar. La golpeó, la humilló. La humilló. Y no quedó nada.

Ella quiere hijos. Ella lo ama profundamente. Ella lo espera con la mesa puesta para una cena preciosa: velas, los cubiertos de lujo, el mejor mantel, ganas y alegría. Él está en un bar, no recuerda que hoy es su aniversario de matrimonio, y no recuerda, siquiera, estar casado. O al menos así parece ser, pues abraza a otra mujer en otro lugar, más oscuro y con menos gloria que el hogar en el que lo esperan. Pero a él no le importa. El vive día a día por su pareja. Él trabaja, ella no, no le parece justo tener que aburrirse luego de trabajar, ya que ella no hace nada más que estar tirada tejiendo, como si la vida se redujera a estar sentado mientras se teje. ¡Pues no! Hay cosas más importantes que el hogar, como por ejemplo, mantenerlo. Construir un hogar, esa es su tarea.

Ella guarda las copas, el vino, las servilletas, y apaga las velas y luego las esconde, como si de ellas fuera la culpa, luego guarda los platos y los cubiertos. Y después, con gran calma y disimulo, oculta las ganas y la alegría. Ella aun espera, y él aun la engaña.

Ella, de blanco, y él, por supuesto, de negro. Un sacerdote hace la pregunta, y ellos y el resto escuchan. Luego ellos responden, y todos oyen.

-Si, acepto –Dice él. -Si, acepto –Dice ella.

Todos aplauden y comienza un gran sueño, un cuento de hadas.

En el restaurante ambos se encuentran sentados, uno frente al otro. Pero él se ve intranquilo, él está nervioso. Ella, como siempre, serena, inmutable. Ellos son únicos e irremplazables, lo saben, y lo que han construido en estos dos años es también irremplazable e inigualable.

-¿Quieres casarte conmigo? –preguntó con una tierna firmeza, mientras le enseñaba el anillo.
-Si, si quiero. Quiero tenerte cerca, más y más cerca de mí. Por siempre y para siempre. Te amo. Te amo y te amo y te amo.

Se besan. Algunos entrometidos aplauden. Yo hubiese aplaudido.

Él le pregunta a su mejor amigo que hacer, si atreverse o no, si intentar o no, si buscarla o quedarse sentado donde está, solo. Finalmente se atreve, se acerca. Ella lo esperaba con ganas, pues ya se hacía tarde. Él la invita un trago, ella toma. Conversan. Se sientan y conversan hasta el amanecer. Se ponen de acuerdo: saldrán juntos algún día.

Él sale al patio una mañana, muerto de sueño, pensando que éste es un día normal, uno como cualquier otro. Mira al frente –nuevos vecinos- y la ve a ella por primera vez, la ve como a un pedacito de vidrio tirado en la carretera entre tanto cemento.

Comienza esta historia.

Leer aquí sobre el autor