Antología de Cuentos breves

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LECCION DE VIDA
Osvaldo Molinari

El hombre abrió la ventana y miró hacia la calle .Recorrió lentamente con la mirada los tejados cubiertos de polvo por la eterna falta de lluvia en esa árida zona del norte chileno. Luego, su vista se detuvo en una pequeña plaza, casi desierta, que estaba a un costado del hotel donde se alojaba. Sintió en el rostro las palmadas de un viento cálido, el cual se empeñaba en jugar con tres árboles sedientos, casi sin hojas y, con algunos arbustos de colores imprecisos. Varios perros se arrimaban a los huesudos troncos para escapar del calor de un verano pampino que durante el día abrasa sin piedad hasta la llegada de las primeras sombras de la noche. Una capilla lejana y su campana con sonido lastimero, llamaban a sus fieles.

Observó la habitación dotada de frigobar y televisor. Un computador portátil y su celular estaban sobre la cama. Sentía cansancio. El hastío y la melancolía lo tenían al límite de los nervios. No deseaba seguir viajando miles de kilómetros por distintas líneas aéreas y ciudades. Añoraba la lujosa oficina en su empresa. Cada tramo recorrido en pos de nuevas inversiones, lo alejaban de sus comodidades. La piscina, los viajes a la costa en su flamante automóvil. Las películas en sistema DVD exhibidas en una gigante pantalla plana. Los asados acompañados de licores finos. Las reuniones en un Club exclusivo para empresarios. En fin, todas sus actividades sociales. Transcurría el tiempo firmando contratos y acumulando dinero. Ese era su diario vivir, año tras año. No se dió cuenta cuando sus hijos pasaron de la etapa de niños a la de adultos. Los veinticinco años de matrimonio fueron inadvertidos.

Inhaló con fuerza y luego, suspiró hondo. Abrió la puerta y bajó lentamente por la escalera hasta el primer piso. Estaba desorientado. Sentía hastío por esa rutina como nunca antes lo había experimentado. Dirigió sus pasos hasta una pequeña plaza. No habían muchos bancos y eligió uno que tenía menos decorados de palomas. Se sentó y encendió un cigarrillo. Contempló el cielo y su mente voló hasta el jardin de su mansión.

Una voz y una pregunta cerca de su oído, volatizó sus pensamientos :
- Perdón...¿ podría usted ayudarnos ? - le dijo un anciano acompañado de otro viejo postrado en una silla de ruedas.
Pensó en una limosna y les dijo :
- Lo siento...no tengo monedas -
El anciano le respondió :
- Señor...no queremos dinero...necesitamos una persona para que nos ayude en nuestro aniversario -
El hombre desorientado, respondió:
- No entiendo lo que me pide...

El anciano le explica que en el pueblo hay un pequeño recinto que sirve de hogar a casi 50 indigentes y que hoy celebran un nuevo aniversario. Para ello, requieren de una persona joven y con educación para que los ayude anunciando las actuaciones preparadas para tal evento...
El hombre, ante tan insólita petición queda perplejo y, pretende negarse. Sin embargo, al mirar los ojos que lo observaban, opta por acceder y camina junto a ellos hacia la añeja y ruinosa vivienda.
Le abren una puerta que por milagro se mantiene en pié... Un pequeño corredor iluminado con dos lamparas a carburo termina en un pequeño patio de tierra. La mesa la compone varios tableros acomodados sobre cajones . La cubre un mantel con hojas de periódicos añejos. Sobre ella, tres jarros plásticos que contienen jugos de sobres. Algunos dulces, galletas y frutas. En el centro de la improvisada mesa, una pequeña torta de dudosos colores.

Al ingresar, cesó el murmullo y las conversaciones de los presentes. En silencio, el medio centenar de ancianos fijaron la vista en el extraño.
El viejo que lo había invitado, el cual dijo llamarse Juan, lo presentó a cada uno de ellos y, sin mayores demoras, dieron por iniciada la velada.
Acto seguido, le pasaron una arrugada hoja de cuaderno con la lista de nombres por actuación.

El hombre, luego de descifrar la caligrafía, los anunciaba.
Unos, entonaron viejas canciones. Otros, en parejas, bailaron sin música, con melodías y ritmos archivados en sus mentes como atesorados recuerdos. Después, un anciano no vidente recitó poemas de amores marchitos y, como broche de fiesta, el anciano en silla de ruedas junto a una mujer delgada y sin dientes, cantaron a dúo varias tonadas y boleros, acompañados por una antigua guitarra parchada y con solo cinco cuerdas.

El hombre miraba asombrado el caudal de felicidad y de alegría que emanaba entre tanta miseria.
Hasta participó de sus cantos y danzas y, terminó dando abrazos a casi la mayoría de los improvisados artistas.
De repente...se acordó que en su chaqueta traía una Polaroid. La extrajo y les pidió a los presentes que se juntaran alrededor de la mesa para tomarles algunas fotos. Obtuvo cerca de 20 y luego, decidió colocar la máquina sobre un cajón apretando la espera automática de 30 segundos para retratarse junto a ellos.
Les hizo entrega de la mayoría de las fotos y, se guardó aquella donde estaba con el grupo.

Luego de casi dos horas, la fiesta terminó. Todos, de uno en uno, se despidieron de él y dirigieron sus pasos hacia la oscuridad de sus modestas piezas.
Al último, el anciano Juan lo abrazó y lo bendijo por su noble corazón. Caminando hacia el interior de la casa, le pidió que no los olvidara.
El hombre de negocios, tenso, agitó su mano como despedida y esbozó una sonrisa pero, con asombro, sintió que varias lágrimas pugnaban para rodar por sus mejillas.

Caminó lento hacia el hotel. Durante el trayecto, se dió cuenta que el tiempo compartido con aquellos ancianos había transcurrido en forma veloz.Curiosamente, experimentó un deseo imperioso de seguir departiendo con ellos. Abrió la puerta de su pieza y se tendió en la cama. Extrajo la foto y la imagen le mostró de golpe todo lo que se puede lograr con amor y con bondad. Con ese amor tan simple y tan humilde que él no conocía hasta hoy.

Esa noche, el hombre volvió a mirar la ciudad con sus pequeñas luces y las vió diferentes. Pensó en su mujer y en sus hijos. Sintió verguenza y arrepentimiento por su egoismo y su avaricia. Le dió tristeza por su forma de mirar la vida. Se tendió de espaldas en la cama y recordó varias de las canciones que habían entonado los abuelos. Al rato, en forma mágica, se disipó su angustia y todo el cansancio acumulado...Sonrió y sintió ansias por ser una persona diferente.
En silencio, lloró de alegría con la foto entre sus manos.